sábado, 25 de enero de 2014

Domingo tercero del tiempo ordinario
Vocación

El evangelio de este domingo  nos habla de la vocación de Pedro, Andrés, hermanos y de la de otros dos hermanos Santiago y Juan. Los cuatro eran amigos y pescadores de profesión. Aprovecho esta ocasión para tratar el tema de la Vocación en los siguientes dividendos.
Vocación cristiana
Clases de vocación
Vocación  de santidad en todos los estados de la vida
Apostolado, obligación bautismal
Vocación consagrada

Vocación cristiana
¿Qué es la vocación?
            La vocación humana es una especie de instinto natural que nace de lo más profundo del ser humano y lo empuja, de manera permanente, hacia un bien: el arte, la ciencia, la profesión, el deporte, la religión…Como son muchos los bienes a los que una persona puede estar inclinada, son diferentes las vocaciones que existen. Cuando la persona se siente  inclinada permanentemente  con dotes eseciales   hacia el arte, se da  en él vocación artística; si a la  ciencia, vocación científica; si a determinado trabajo, vocación profesional;  si al deporte, vocación deportiva; si a la religión, vocación religiosa…
No es lo mismo vocación que gusto por las cosas, pues la vocación requiere cualidades para las cosas que gustan.  El gusto es una simple complacencia  por ciertas cosas, pero si no se tienen cualidades  para desarrollarlas, no es vocación; ni tampoco es igual que obligación de hacer ciertas cosas, pues en este caso hay que hacerlas, guste o no guste. La vocación cristiana es obligatoria a todos los bautizados, radica esencialmente en el bautismo y hay que potenciarla con el esfuerzo de la oración, recepción de los sacramentos, principalmente el de la Eucaristía y el de la Penitencia,  y el ejercicio de las obras buenas.  La santificación del cristiano es una vocación común, y no una casta privilegiadda de personas dotadas de cualidades excepcionales. Su desarrollo es un misterio que evoluciona de muchas maneras. No todos los cristianos están llamados al mismo grado de santidad, de la misma manera que no todos los hombres, siendo iguales en naturaleza, son los mismos en cualidades  y dones naturales.

Clases de santidad
Adecuando la santidad a la calificación que se hace en la docencia podríamos  decir que existen cinco clases de santidad: Santidad  suficiente, Santidad de aprobado por misericordia; Santidad notable, Santidad de sobresaliente y Santidad de matricula de honor.
Santidad suficiente
La santidad suficiente consiste esencialmente en el cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios, de la Santa Madre Iglesia, de las obligaciones propias del estado, del trabajo, en el ejercicio común de las virtudes, y en la aceptación de la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste. Es santo común  el cristiano que vive y muere en estado de gracia, sin pecado mortal, aunque tenga  pecados veniales y defectos. Si muere limpio de pecado grave, merece la calificación de suficiente y consigue el Reino de los Cielos, aunque tenga que purificarse  un tiempo en el Purgatorio.    
Aprobado por misericordia
Dios aprueba con un “cinquillo”, por los pelos, en virtud de su infinita misericordia, a muchísimos cristianos, no practicantes, que no cumplen estrictamente  la Ley de Dios ni de la Iglesia, pero ejercitan las virtudes cristianas, según ellos entienden y saben, pues la evaluación moral de los actos sólo Dios la juzga. El Espíritu Santo activa en ellos la santidad excepcional,  basada en la bondad humana, que por la omnipotencia divinamente infinita de su misericordia  hace las veces de gracia; y también aprueba, de manera singular,  a  millones de religiosos de otras religiones,  no católicas, que viven su fe con sincero corazón, y al número impensable  de hombres que hacen el bien, según ellos entienden en su recta conciencia

Santidad notable
La santidad notable consiste en  cumplir las obligaciones cristianas de la santidad suficiente, hacer por evitar el pecado venial en lo posible, y en ejercer notablemente las virtudes cristianas. Esta santidad se vive con defectos personales, que no siempre son pecados, sino muchas veces ofensas a los hombres. Dios permite los fallos humanos en los cristianos para que se compruebe  que la santidad es radicalmente gracia, y los defectos humanos son factores necesarios para el conocimiento de Dios, el propio y la comprensión de los hombres. 

Santidad sobresaliente
Los cristianos que viven en gracia, superan, en general, el pecado venial y ejercitan de modo heroico las virtudes cristianas, merecen la calificación de sobresaliente en la santidad. Los santos, que vivieron y murieron con calificación de sobresaliente tuvieron ciertos defectos temperamentales,  que no quitaron el brillo de su santidad, sino que con ellos hicieron que resplandeciera la  mayor gloria de Dios y la omnipotencia de su sabiduría divina. Los defectos fueron para ellos gracias de humillación, que no empañaron el brillo de su santidad, de la misma manera que  la luz del sol  pasa a los recintos del interior, aunque los cristales no estén totalmente limpios.



Sobresaliente con matricula de honor
Algunos santos, como, por ejemplo, los Apóstoles, San Pedro Poveda y otros,  sufrieron el martirio físico, cuyo acto purificó sus pequeños fallos humanos,  borrados con su sangre derramada por Cristo, y merecieron la calificación de matricula de honor, la máxima calificación en la santidad. También otros millones de santos, como San Ignacio de Loyola, San Francisco de Paula, San Vicente de Paúl y otros vivieron la santidad con idéntica calificación, sufriendo por Cristo en favor de los hombres el martirio moral de su vida en una entrega total y absoluta a la Iglesia; y otros, muchísimos, quizás nuestros padres, hermanos y amigos, consiguieron la santidad de modo heroico sencillo en el cumplimiento de la Ley y ejercicio de virtudes, y fueron  canonizables, pero no canonizados por la Iglesia: santos del silencio.

Vocación consagrada              
 Muchos cristianos obtienen, además de la vocación bautismal común de la santidad, la vocación de perfección evangélica, viviendo los consejos evangélicos de pobreza, obediencia y castidad u otros vínculos aprobados por la Iglesia.  El modo de vivir esta específica consagración está determinado por los Fundadores en las Constituciones de sus Obras, escritos que luego sus seguidores viven por reglas y normas  legítimamente establecidas.

Vocación de santidad en todos los estados de la vida
El Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática sobre la Iglesia nos dice:
 “Todos los fieles, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, son llamados por Dios, cada uno por su camino, a la santidad por la que el mismo Padre es perfecto” (LG 11).
 Así como la naturaleza humana es la misma esencialmente para todas las personas, pero, personificada, cada una de ellas es distinta en  el ser y en el obrar, así también la vocación cristiana es esencialmente la misma para todos los cristianos, bautismal, pero diferente en grupos y en cada una de sus componentes. De la misma manera que el agua es sustancialmente la misma, aunque adopte formas diferentes en cantidad y formas, según sea el continente donde se recibe o se comunique, según sea la voluntad de Dios y la correspondencia a la gracia.  Es como la voz humana que tiene el mismo sonido en el idioma que se hable, pero en cada hablante su propio timbre. La santidad de cada bautizado tiene su expresión en todos los estados de la vida: en el sacerdocio, en la vida consagrada, en la virginidad elegida o aceptada, en el matrimonio, viudez y en otros estados civiles admitidos por la legislación canónica de la Iglesia.

            Apostolado, obligación bautismal
            Dios Padre envió a su Hijo al mundo para salvar a todos los hombres, mediante el misterio pascual. Terminado el período histórico de la Redención, realizada por Jesucristo personalmente en esta vida, ascendió a los Cielos para seguir desde allí realizando la Salvación ministerialmente, por medio de la Iglesia hasta el fin de los tiempos.
            Jesucristo resucitado, antes de subir a los Cielos, encomendó su propia misión, recibida del Padre, a los Apóstoles con estas palabras: "Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,18-20)
            La misión evangelizadora de la Iglesia, Sociedad misteriosa y compleja, es una empresa universal que compete a todos los cristianos: a los obispos, sacerdotes y diáconos, jerarquía de la Iglesia; a los religiosos y religiosas, personas consagradas, y también a los laicos, aunque de distinta manera, según los dones que cada uno ha recibido del Espíritu Santo. El carácter bautismal configura al cristiano en otro Cristo, y le   hace participar de la triple misión de la Iglesia: profética, regia y sacerdotal.
            La santidad apostólica es una obligación común de todo cristiano, en virtud del carácter bautismal, aunque de distintas maneras y con distintos matices. Todo bautizado, de cualquier color de piel, edad, salud, cultura, ideología, religión, condición social, estado civil y religioso y en cualquier lugar geográfico debe ser santo en algún grado, apóstol o misionero de Cristo, de una o de otra manera. "El apostolado de la Iglesia y de todos los miembros se ordena, en primer lugar, a manifestar al mundo con palabras y obras el mensaje de Cristo, y a comunicar su gracia por medio del misterio de la Palabra y de los Sacramentos, misión encomendada, de forma especial, al clero" (AA 6). "La fecundidad del apostolado seglar depende de la unión vital con Cristo" (AA 4).
            "La obra redentora de Cristo no es sólo ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia, sino también el impregnar y perfeccionar a todo el orden temporal con el espíritu evangélico" (AA 5).
            "La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está atada a sistema político alguno, es a la vez signo de salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana"...En todo momento y en todas partes debe predicar la fe con auténtica libertad, enseñar su doctrina sobre la sociedad, ejercer su misión entre los hombres sin traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y situaciones (GS 76).
            El apóstol es un simple instrumento de salvación en las manos de la Persona de Jesucristo. Cuanto más perfecta sea la canalización de la gracia, más eficaz puede ser la salvación de los hombres. Así como el agua llega a un recipiente por medio de un canal de barro que de oro, pero no con la misma pureza, así también la gracia de Dios llega a los hombres igual en su naturaleza pura por medio de un pecador que de un santo, pero con diferente calidad de perfección. La gracia de Dios llega a los hombres con las connotaciones propias del apóstol que la transmite: con las virtudes del santo y las adherencias  del pecador. Las cualidades personales del apóstol, aunque son muy importantes, no son absolutamente necesarias para la transmisión de la gracia y la eficacia del apostolado, porque es Dios quien salva,  por medio de los hombres, o sin ellos, de manera misteriosamente misericordiosa.
            

sábado, 11 de enero de 2014

FIESTA DEL BAUTISMO DE JESÚS

12 DE ENERO DE 2014

Significado del bautismo
Después de pasar Jesús en Nazaret treinta años de vida oculta, totalmente entregado a la oración y al trabajo de la vida ordinaria en obediencia, realizando su primera y larga etapa de Mesías Redentor, se dirigió al Jordán para ser bautizado por Juan Bautista, con el fin de prepararse para la segunda parte de su vida pública redentora: pasión, muerte y resurrección.
La palabra bautismo, de origen griego, significa acción de lavado, purificación. El bautismo no era un acto sagrado, exclusivamente judío, pues en los pueblos paganos de la antigüedad, desde años inmemorables, era una ceremonia corriente que se celebraba, de diversas maneras, en muchas religiones politeístas. En algunos lugares el bautismo consistía en sacrificar víctimas humanas, ofrecidas a los dioses. Refiere Papini en su vida de Cristo que en Curio de Chipre, en Terracita, Marsella, en tiempos históricos indefinidos, se arrojaba todos los años un hombre al mar, para que, mediante el sacrificio expiatorio de su bautismo  el pueblo quedara purificado de sus pecados.
El bautismo judío en el Antiguo Testamento consistía en un rito de ablución corporal, símbolo de limpieza interior o purificación de impurezas legales. No era un sacramento sino un rito sagrado que recibían los judíos que, habiendo escuchado la palabra de Dios, se convertían, confesaban sus pecados de manera genérica y se consagraban al servicio del Señor. San Juan bautista aconsejaba el bautismo para prepararse para  la venida del Mesías.

Bautismo de Jesús
El bautismo judío que recibió Jesús no fue una alegoría contada poéticamente con cierto simbolismo místico por autores de los primeros siglos del cristianismo, como dicen algunos intérpretes modernos racionalistas, sino un hecho real de visión sobrenatural: la revelación del misterio de la Santísima Trinidad.
Según se deduce del Evangelio de San Lucas (Lc 3,21),  Jesús fue bautizado dentro de una celebración comunitaria.  Cuando a Jesús le tocó su vez, Juan se fijó instintivamente en sus ojos, y sintió la corazonada de encontrarse en la presencia del Mesías. Entonces Juan, resistiéndose a bautizarlo, le dijo:
“¿Tú acudes a mí? Si soy yo quien necesito que tú me bautices”.
            Jesús le contestó:
“Déjalo ya, que así es como nos toca a nosotros cumplir todo lo que Dios quiera” (Mt 3,14-15). Entonces Juan lo bautizó. Y en el mismo instante de su bautismo, el firmamento se  rompió en dos mitades, como si fuera el telón de un escenario, y un rayo de luz celeste, muy potente, enfocó toda la Persona divina de Jesús, quedando la Naturaleza en penumbra; y del espacio luminoso descendió una blanca paloma en ágil y rápido vuelo, que se posó por encima de la cabeza de Jesús, sin tocarla, y quedó en posición estática. La paloma ha sido tradicionalmente en la literatura profana y bíblica símbolo de amor, candor, pureza, sencillez, fidelidad y paz. Se hizo un impresionante y majestuoso silencio, y en medio de un ambiente sobrecogedor se dejó oír una voz, dulcemente sonora, que haciendo eco al chocar contra las montañas, decía:
“Tú eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto” (Mc 1,11).
La interpretación común de los Santos Padres y la teología católica tradicional entienden que en esta escena se reveló el misterio de la Santísima Trinidad, no conocido en el Antiguo Testamento. La primera Persona del Padre estaba representada en la voz que hablaba; la segunda en el Hijo, Jesús en quien se estaba bautizando; y la tercera, el Espíritu Santo, en la paloma misteriosa de belleza sin igual. 
La Iglesia resume perfectamente el significado del bautismo de Jesús con estas palabras: “El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente... y es anticipo del bautismo de su muerte sangrienta” (Cat 536).
¿Por qué fue bautizado Jesús?
No se puede admitir católicamente la teoría de los ebionitas y adopcionistas del siglo II que afirmaban que “Jesús fue un pecador, como cualquier otro hombre, que se purificó y “divinizó” al ser adoptado por Dios en el bautismo”.  Esta suposición es contraria a la fe católica, pues Jesús no pecó ni pudo pecar, porque es la Persona divina del Hijo humanizada, incompatible con el pecado. 
 El bautismo de Jesús fue un rito judío simbólico de penitencia, de consagración a Dios y en Jesucristo  preparación para celebrar la segunda parte del misterio de la vida pública, pasión, muerte y resurrección, misterio pascual, y ejemplo para que los cristianos vivamos siempre la vida en conversión penitencial.




domingo, 5 de enero de 2014

EPIFANÍA
Magos, viaje, estrella, oro, incienso y mirra

Hagamos unas reflexiones espirituales, simbólicas, sobre cinco puntos del episodio de la Epifania: los Magos, viaje, oro, incienso y mirra.

Los Magos
Los magos eran científicos en astronomía, hombres de fe, no reyes, como piensa la tradición de devoción popular. Algunos autores bíblicos suponen con cierto fundamento que eran judíos o descendientes de ellos, que conocían la Sagrada Escritura, y  por inspiración divina hicieron un viaje de Oriente a Occidente,  a Belén, guiados por una estrella  para adorar al Niño Dios, el Mesías, el Redentor del mundo. 
Los Magos son símbolos de los buenos cristianos que hacen el viaje desde el Oriente de su nacimiento hasta el Occidente de su muerte llevando siempre consigo oro. Incienso y mirra para ofrecérselos a Jesús, Redentor y Salvador del mundo.
Viaje
El viaje que los Magos hicieron puede ser símbolo de la travesía personal que cada hombre hace  desde el oriente de su nacimiento hasta el occidente de su muerte  en este valle de lágrimas, como rezamos en la salve, En ese trayecto hay que pasar muchos sufrimientos por los desniveles y vericuetos del camino, cuestas, bajadas y subidas, lugares tortuosos que ofrecen peligros, que hay que evadir con habilidad y astucia, dificultades que nos regala el Señor para aprovecharlas para nuestra santificación. Debemos pisar tierra firme con tiento, sabiendo dónde posamos los pies, como peregrinos en marcha hacia la meta, llevando consigo los dones del incienso, oro y mirra, la escucha meditada de la Palabra de Dios, la recepción frecuente y fervorosa de los sacramentos y la acción de las obras buenas que alimentan el alma, para que cuando llegue nuestra muerte, podamos adorar, ver y gozar en el Cielo eternamente de la gloria del niño Jesús, hecho hombre, glorioso y resucitado.   
Estrella
La estrella que los Magos vieron en Oriente y le llevaron a adorar al Niño Dios puede ser para nosotros símbolo de nuestra fe en Jesús, el Mesías, el Salvador, guiados por la estrella de la fe, que ilumina a los cristianos el camino que lleva al Belén del Cielo, enseñado por el magisterio auténtico de la Iglesia, como órgano de la Verdad: y no la estrella de los teólogos opinantes y ocurrentes por propia cuenta, o la de los escritores o periodistas que propagan las verdades que les incesan  por propios fines o intereses.  
La fe es oscura, pero cierta, segura y lúcida que ilumina con claridad inconfundible todo nuestro tiempo de peregrinación para discernir las cosas verdaderas de las falsas, elegir y  querer el bien y evitar el mal,  rechazar el único mal que existe, que es el pecado, y aceptar todos los sucesos como gracias dentro de la providencia misteriosa de Dios Padre; y es  también fuerza  para atemperar las pasiones y mantener en forma el cuerpo en todas las pasiones.   En el belén  eterno del Cielo la fe se convierte en visión y gozo eterno del Niño Jesús, hombre resucitado y glorioso.
Oro
El oro es uno de los metales más valiosos del mundo, considerado como símbolo de realeza, dignidad, autoridad, soberanía, riqueza, amor verdadero de un corazón bondadoso. Los Magos trajeron de su tierra los más ricos regalos para ofrecérselos al Niño Jesús, Rey de cielos y tierra en Belén. Para los cristianos es símbolo de un corazón limpio sin engaños, ni dobleces, ni intenciones perversas, torcidas y egoístas; también símbolo del  oro de la gracia de Dios  viva y eficiente en el ejercicio del  amor a Dios y al prójimo. Es posible que algunos digan que no pueden regalar al Niño Dios un corazón de oro, porque su vida pasada estuvo manchada por el óxido del pecado o en la presente está marcada por el pecado, la tibieza, la indiferencia o la apatía del bien. ¿Cómo se va  a regalar a Dios un corazón de oro falsificado, sin el brillo de quilates de gracia?  Quizás ese sea tu caso. Hay tres caminos por los que se puede ir al Cielo: por el oro de la inocencia, conversión auténtica, o el de la penitencia.
Incienso
El incienso era en el Antiguo Testamento una sustancia aromática que se quemaba en el Tabernáculo de Moisés y en el Templo de Jerusalén sobre un incensario o en los braseros que estaban al pie del altar, como ofrenda valiosa para adorar a Dios. En la liturgia católica es un símbolo de oración, reconocimiento de la dignidad de Dios. El incienso quemado en el corazón, dorado por la gracia operativa hace que se expanda por todo el mundo en bien de todos los hombres y sube al  Cielo como gloria y alabanza a Dios.
La mirra 
            La mirra es una sustancia muy valiosa y apreciada en Oriente. Se usaba  en perfumería y medicina, aprovechando sus cualidades soporíferas, mezclada con bebidas diversas para calmar los dolores; y también para embalsamar los cadáveres.  En sentido cristiano es signo de la cruz física y psíquica, personal, familiar y social.
En conclusión: Seamos como los magos de Oriente,  que guiados por la estrella de la fe hagamos la travesía del oriente de la tierra hasta el occidente del Cielo con la vivencia habitual de las ofrendas del oro de una vida santa,  el incienso de una oración de alabanza a Dios, y  la mirra de nuestro dolor, hecho redención.