Domingo tercero del tiempo ordinario
Vocación
El evangelio
de este domingo nos habla de la vocación
de Pedro, Andrés, hermanos y de la de otros dos hermanos Santiago y Juan. Los
cuatro eran amigos y pescadores de profesión. Aprovecho esta ocasión para
tratar el tema de la Vocación en los
siguientes dividendos.
Vocación cristiana
Clases de vocación
Vocación de
santidad en todos los estados de la vida
Apostolado, obligación bautismal
Vocación consagrada
Vocación cristiana
¿Qué es la vocación?
La
vocación humana es una especie de instinto natural que nace de lo más profundo
del ser humano y lo empuja, de manera permanente, hacia un bien: el arte, la
ciencia, la profesión, el deporte, la religión…Como son muchos los bienes a los
que una persona puede estar inclinada, son diferentes las vocaciones que
existen. Cuando la persona se siente inclinada
permanentemente con dotes eseciales hacia el arte, se da en él vocación artística; si a la ciencia, vocación científica; si a
determinado trabajo, vocación profesional;
si al deporte, vocación deportiva; si a la religión, vocación religiosa…
No es lo mismo
vocación que gusto por las cosas, pues la vocación requiere cualidades para las
cosas que gustan. El gusto es una simple
complacencia por ciertas cosas, pero si
no se tienen cualidades para
desarrollarlas, no es vocación; ni tampoco es igual que obligación de hacer
ciertas cosas, pues en este caso hay que hacerlas, guste o no guste. La
vocación cristiana es obligatoria a todos los bautizados, radica esencialmente
en el bautismo y hay que potenciarla con el esfuerzo de la oración, recepción
de los sacramentos, principalmente el de la Eucaristía y el de la
Penitencia, y el ejercicio de las obras
buenas. La santificación del cristiano
es una vocación común, y no una casta privilegiadda de personas dotadas de
cualidades excepcionales. Su desarrollo es un misterio que evoluciona de muchas
maneras. No todos los cristianos están llamados al mismo grado de santidad, de
la misma manera que no todos los hombres, siendo iguales en naturaleza, son los
mismos en cualidades y dones naturales.
Clases de santidad
Adecuando la
santidad a la calificación que se hace en la docencia podríamos decir que existen cinco clases de santidad:
Santidad suficiente, Santidad de
aprobado por misericordia; Santidad notable, Santidad de sobresaliente y Santidad
de matricula de honor.
Santidad
suficiente
La santidad suficiente consiste esencialmente en el
cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios, de la Santa Madre Iglesia,
de las obligaciones propias del estado, del trabajo, en el ejercicio común de
las virtudes, y en la aceptación de la voluntad de Dios, de cualquier manera
que se manifieste. Es santo común el
cristiano que vive y muere en estado de gracia, sin pecado mortal, aunque tenga pecados veniales y defectos. Si muere limpio
de pecado grave, merece la calificación de suficiente y consigue el Reino de
los Cielos, aunque tenga que purificarse
un tiempo en el Purgatorio.
Aprobado por misericordia
Dios aprueba con un “cinquillo”, por los pelos, en
virtud de su infinita misericordia, a muchísimos cristianos, no practicantes,
que no cumplen estrictamente la Ley de
Dios ni de la Iglesia, pero ejercitan las virtudes cristianas, según ellos
entienden y saben, pues la evaluación moral de los actos sólo Dios la juzga. El
Espíritu Santo activa en ellos la santidad excepcional, basada en la bondad humana, que por la
omnipotencia divinamente infinita de su misericordia hace las veces de gracia; y también aprueba,
de manera singular, a millones de religiosos de otras religiones, no católicas, que viven su fe con sincero
corazón, y al número impensable de hombres
que hacen el bien, según ellos entienden en su recta conciencia
Santidad
notable
La santidad
notable consiste en cumplir las
obligaciones cristianas de la santidad suficiente, hacer por evitar el pecado
venial en lo posible, y en ejercer notablemente las virtudes cristianas. Esta
santidad se vive con defectos personales, que no siempre son pecados, sino
muchas veces ofensas a los hombres. Dios permite los fallos humanos en los
cristianos para que se compruebe que la
santidad es radicalmente gracia, y los defectos humanos son factores necesarios
para el conocimiento de Dios, el propio y la comprensión de los hombres.
Santidad
sobresaliente
Los cristianos que viven en gracia, superan, en
general, el pecado venial y ejercitan de modo heroico las virtudes cristianas,
merecen la calificación de sobresaliente en la santidad. Los santos, que vivieron y murieron con calificación de
sobresaliente tuvieron ciertos defectos temperamentales, que no quitaron el brillo de su santidad,
sino que con ellos hicieron que resplandeciera la mayor gloria de Dios y la omnipotencia de su
sabiduría divina. Los defectos fueron para ellos gracias de humillación, que no
empañaron el brillo de su santidad, de la misma manera que la luz del sol pasa a los recintos del interior, aunque los
cristales no estén totalmente limpios.
Sobresaliente
con matricula de honor
Algunos santos, como, por ejemplo, los Apóstoles, San
Pedro Poveda y otros, sufrieron el
martirio físico, cuyo acto purificó sus pequeños fallos humanos, borrados con su sangre derramada por Cristo,
y merecieron la calificación de matricula de honor, la máxima calificación en
la santidad. También otros millones de santos, como San Ignacio de Loyola, San
Francisco de Paula, San Vicente de Paúl y otros vivieron la santidad con
idéntica calificación, sufriendo por Cristo en favor de los hombres el martirio
moral de su vida en una entrega total y absoluta a la Iglesia; y otros,
muchísimos, quizás nuestros padres, hermanos y amigos, consiguieron la santidad
de modo heroico sencillo en el cumplimiento de la Ley y ejercicio de virtudes,
y fueron canonizables, pero no
canonizados por la Iglesia: santos del silencio.
Vocación consagrada
Muchos
cristianos obtienen, además de la vocación bautismal común de la santidad, la
vocación de perfección evangélica, viviendo los consejos evangélicos de
pobreza, obediencia y castidad u otros vínculos aprobados por la Iglesia. El modo de vivir esta específica consagración
está determinado por los Fundadores en las Constituciones de sus Obras,
escritos que luego sus seguidores viven por reglas y normas legítimamente establecidas.
Vocación de santidad en todos los estados de la vida
El Concilio Vaticano II en la
Constitución dogmática sobre la Iglesia nos dice:
“Todos los fieles, de cualquier condición y estado
que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos medios, son llamados por
Dios, cada uno por su camino, a la santidad por la que el mismo Padre es
perfecto” (LG 11).
Así como la naturaleza humana
es la misma esencialmente para todas las personas, pero, personificada, cada
una de ellas es distinta en el ser y en
el obrar, así también la vocación cristiana es esencialmente la misma para
todos los cristianos, bautismal, pero diferente en grupos y en cada una de sus
componentes. De la misma manera que el agua es sustancialmente la misma, aunque
adopte formas diferentes en cantidad y formas, según sea el continente donde se
recibe o se comunique, según sea la voluntad de Dios y la correspondencia a la
gracia. Es como la voz humana que tiene el mismo sonido en el idioma que se
hable, pero en cada hablante su propio timbre. La santidad de cada bautizado
tiene su expresión en todos los estados de la vida: en el sacerdocio, en la
vida consagrada, en la virginidad elegida o aceptada, en el matrimonio, viudez
y en otros estados civiles admitidos por la legislación canónica de la Iglesia.
Apostolado,
obligación bautismal
Dios
Padre envió a su Hijo al mundo para salvar a todos los hombres, mediante el
misterio pascual. Terminado el período histórico de la Redención, realizada por
Jesucristo personalmente en esta vida, ascendió a los Cielos para seguir desde
allí realizando la Salvación ministerialmente, por medio de la Iglesia hasta el
fin de los tiempos.
Jesucristo
resucitado, antes de subir a los Cielos, encomendó su propia misión, recibida
del Padre, a los Apóstoles con estas palabras: "Id, pues, y haced
discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que yo os he
mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28,18-20).
La
misión evangelizadora de la Iglesia, Sociedad misteriosa y compleja, es una
empresa universal que compete a todos los cristianos: a los obispos, sacerdotes
y diáconos, jerarquía de la Iglesia; a los religiosos y religiosas, personas
consagradas, y también a los laicos, aunque de distinta manera, según los dones
que cada uno ha recibido del Espíritu Santo. El carácter bautismal configura al
cristiano en otro Cristo, y le hace
participar de la triple misión de la Iglesia: profética, regia y sacerdotal.
La
santidad apostólica es una obligación común de todo cristiano, en virtud del
carácter bautismal, aunque de distintas maneras y con distintos matices. Todo bautizado, de cualquier color de
piel, edad, salud, cultura, ideología, religión, condición social, estado civil
y religioso y en cualquier lugar geográfico debe ser santo en algún grado,
apóstol o misionero de Cristo, de una o de otra manera. "El apostolado
de la Iglesia y de todos los miembros se ordena, en primer lugar, a manifestar
al mundo con palabras y obras el mensaje de Cristo, y a comunicar su gracia por
medio del misterio de la Palabra y de los Sacramentos, misión encomendada, de
forma especial, al clero" (AA 6). "La
fecundidad del apostolado seglar depende de la unión vital con Cristo" (AA 4).
"La obra redentora de Cristo no es sólo
ofrecer a los hombres el mensaje y la gracia, sino también el impregnar y
perfeccionar a todo el orden temporal con el espíritu evangélico" (AA 5).
"La Iglesia, que
por razón de su misión y de su competencia, no se confunde en modo alguno con
la comunidad política ni está atada a sistema político alguno, es a la vez
signo de salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana"...En
todo momento y en todas partes debe predicar la fe con auténtica libertad,
enseñar su doctrina sobre la sociedad, ejercer su misión entre los hombres sin
traba alguna y dar su juicio moral, incluso sobre materias referentes al orden
político, cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la
salvación de las almas, utilizando todos y solos aquellos medios que sean
conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y
situaciones (GS 76).
El
apóstol es un simple instrumento de salvación en las manos de la Persona de
Jesucristo. Cuanto más perfecta sea la canalización de la gracia, más eficaz
puede ser la salvación de los hombres. Así como el agua llega a un recipiente
por medio de un canal de barro que de oro, pero no con la misma pureza, así
también la gracia de Dios llega a los hombres igual en su naturaleza pura por
medio de un pecador que de un santo, pero con diferente calidad de perfección.
La gracia de Dios llega a los hombres con las connotaciones propias del apóstol
que la transmite: con las virtudes del santo y las adherencias del pecador. Las cualidades personales del
apóstol, aunque son muy importantes, no son absolutamente necesarias para la
transmisión de la gracia y la eficacia del apostolado, porque es Dios quien
salva, por medio de los hombres, o sin
ellos, de manera misteriosamente misericordiosa.