El apóstol San Juan en un estilo sugestivo de belleza literaria sin igual, nos cuenta que Tomás llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los Hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y otros discípulos más, motivados por San Pedro, marcharon al lago de Tiberíades a pescar; y pasaron toda la noche surcando todas las aguas, y llegaron a la madrugada sin capturar ni un solo pez.
sábado, 30 de abril de 2022
Tercer domingo de Pascua. Ciclo C
El apóstol San Juan en un estilo sugestivo de belleza literaria sin igual, nos cuenta que Tomás llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los Hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y otros discípulos más, motivados por San Pedro, marcharon al lago de Tiberíades a pescar; y pasaron toda la noche surcando todas las aguas, y llegaron a la madrugada sin capturar ni un solo pez.
domingo, 24 de abril de 2022
Segundo domingo de Pascua. Ciclo C
Domingo de Resurrección Ciclo C
Según se desprende de la primera lectura de los hechos de los apóstoles el tema central de la liturgia de hoy es la Resurrección de Jesús, que es el fundamento de nuestra fe, el motivo de nuestra esperanza y la esencia misma de la vida cristiana. Porque si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra esperanza y nuestra fe, nos dice el Apóstol San Pablo. Pero precisamente, porque Cristo ha resucitado, nuestra fuerza es suprema y nuestra motivación sublime.
La Resurrección de Cristo es el tema principal que siempre ha predicado la Iglesia y tendrá que predicar hasta el fin de los siglos, porque es la primicia de nuestra resurrección futura en cuerpo glorioso, para gozar eternamente de la gloria de la Santísima Trinidad, por la que ahora luchamos desde la fe en la esperanza. Por tanto, vivamos ahora en el tiempo con Cristo resucitado los bienes de arriba, y no los de la tierra que nos esclavizan y llevan al pecado.
El cristiano que ha resucitado a la vida de la gracia, debe hacer que los bienes terrenales, sean bienes celestiales; debe caminar como peregrino por el desierto de la vida con los ojos puestos en Dios y con el corazón desapegado de todas las cosas; y utilizarlas para nos lleven a vivir en plenitud la resurrección de la vida de la gracia.
Es cierto que tenemos fe, como lo indica el hecho de que hoy hayamos venido todos a celebrar la Resurrección del Señor, pero tal vez nuestra fe esté salpicada de incertidumbres, de dudas por las duras pruebas de esta vida, como sucedió a María Magdalena, que había escuchado muchas veces de labios de Jesús que iba a ser entregado a los judíos y resucitar de entre los muertos, al tercer día. Y, sin embargo, cuando llegó al sepulcro y lo encuentra vacío, en lugar de cimentar su fe en la palabra del Señor, lo primero que se le ocurrió pensar es que habían robado el cuerpo de Jesús. Su amor a Jesús era indiscutible, pero su fe, humana, defectuosa, comprensible, puesto que todavía no había recibido la fortaleza del Espíritu Santo par creer sin titubeos.
Lo mismo sucedió a los Apóstoles Pedro y Pablo, discípulos preferidos de Jesús, que a pesar del amor que profesaban a su Maestro, necesitaban del Pentecostés del Espíritu Santo para que se fortaleciera su fe como una roca.
Así también nos pasa a nosotros, que tenemos fe, pero en el roce diario de nuestra vida y con el choque de los múltiples problemas que surgen en nuestro camino, dudamos y nuestra fe flaquea. Necesitamos el don de la fortaleza del Espíritu Santo para creer, para luchar, para superar todo tipo de pruebas y vencer todos los obstáculos. Debemos vivir en estado de fe la gracia de Dios, utilizando los bienes tierra como medio para vivir después eternamente los bienes del Cielo.
sábado, 9 de abril de 2022
Domingo de Ramos. Ciclo C
SEMANA SANTA
PASIÓN, MUERTE Y RESURRECIÓN
sábado, 2 de abril de 2022
Quinto domingo de Cuaresma. Ciclo C
Vamos a comentar en la homilía de hoy el evangelio de la mujer adúltera que todos conocemos. Haremos de este pasaje como un comentario espiritual de texto en el que podemos distinguir cuatro elementos que espero nos aprovechen para nuestro alimento espiritual de la Palabra de Dios: letrados y fariseos, ley de Moisés, adúltera, y Jesús.
Los fariseos eran los judíos consagrados al servicio de Dios que cifraban la santidad en el cumplimiento minucioso y exacto de la ley y de las normas establecidas en la moral judía, los hombres perfectos. En nuestros días podrían equipararse a los hombres piadosos, cristianos de comunión diaria, católicos comprometidos con la Iglesia. El concepto de fariseo se entiende hoy en sentido de falso, hipócrita, porque muchos de ellos cumplían la ley y no obraban en consecuencia con ella, predicaban, pero no hacían lo que decían.
La ley de Moisés mandaba en el libro del Levítico y del Deuteronomio apedrear a los adúlteros: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera” (Lev 20,10;Deut 22,22-24).
La mujer adúltera
El Evangelio nos dice que una mujer fue sorprendida en adulterio y presentada ante Jesús, para que, como Maestro en Israel, opinara sobre este caso. Los letrados y fariseos querían poner a prueba la sabiduría y santidad de Jesús con esta pregunta: “La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: tú, ¿qué dices?”. La pregunta era capciosa, un auténtico dilema que tenía respuesta comprometida. Si mandaba cumplir la ley de Moisés, le acusarían de falso profeta que predicaba la misericordia de Dios infinita, y, en cambio, condenaba a una pobre pecadora sorprendida en adulterio. Si perdonaba a la adúltera, le hubieran culpado de Maestro falso, pues no cumplía la ley de Moisés, que era tanto como decir la ley de Dios. Cualquiera de las dos respuestas no tenía escapatoria. Es curioso constatar que en el adulterio, que es cosa de dos, solamente fue sorprendida la mujer adúltera. ¿Qué pasó con el adúltero? ¿Se escapó? ¿Le dejaron escapar? ¡Qué extraño!
Estudiemos ahora el comportamiento de Jesús.
Ante esta pregunta maliciosa y con malas
intenciones que los letrados y fariseos hicieron a Jesús, se inclinó y empezó a
escribir en el suelo, como dando a entender con esta actitud que se desentendía
del tema.
Como insistían en el argumento una y otra vez, Jesús se incorporó y les dijo:
— “El
que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez,
siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno,
empezando por los más viejos, hasta el último. Con esta actitud estaba
suficientemente demostrado que los acusadores tenían pecados iguales o
equivalentes al adulterio y merecían la misma pena.
“Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de
pie.”
Jesús se incorporó y le preguntó:
— Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
Ella contestó:
— Ninguno, Señor.
Jesús dijo:
— Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más
La ley moral católica está basada en la
Revelación: Sagrada Escritura y Tradición. Es estudiada por los teólogos moralistas, especialistas en
la Palabra de Dios, e interpretada oficialmente por el Magisterio auténtico y
perenne de la Iglesia, constituido por el Papa
y los Obispos unidos entre sí, bajo la autoridad del Papa. Los Obispos
en sus propias Diócesis son también maestros de la Verdad Revelada. Los
predicadores, profesores, periodistas,
catequistas no son maestros oficiales de la fe de la Iglesia no son
maestros oficiales de la fe de la Iglesia; y deben enseñar la doctrina de la
Iglesia. Los enseñantes de las verdades de fe, aun queriendo enseñar la moral católica, inevitablemente pueden
añadir de su propia cosecha opiniones y juicios morales personales, según su
propia capacidad, educación y virtud. En casos difíciles deben consultar a la
autoridad competente. El discípulo o catecúmeno entiende la moral que se le
explica, según su capacidad personal y formación religiosa, adquirida en
ambientes distintos y épocas históricas diferentes, de manera que las verdades
quedan de alguna manera subjetivadas. Y en concreto el pecador comete su pecado
personal, según la malicia que está en su corazón. Y ofende a Dios, según el
juicio infinitamente justo y misericordioso de Dios Padre, único Juez de los
actos morales, que evalúa la conciencia de cada pecador. El pecado, en
definitiva, es el acto malicioso que el pecador comete, sabiendo que ofende a
Dios, según la malicia que tenga en su corazón.
Los letrados y fariseos interpretaban la ley
de Moisés con malicia y segundas intenciones con el fin de sorprender a Jesús
en renuncio. Querían que Jesús opinara sobre la ley de Moisés para ponerle una
trampa y poderle acusar después ante los tribunales del Sanedrín. Eran injustos
porque querían el castigo de la ley para la pobre mujer adúltera, teniendo
ellos los mismos o parecidos pecados que ella, como se demuestra con el hecho
de que ninguno arrojó contra ellas la primera piedra.
La adúltera quedó sola en la presencia de Jesús, sin que nadie la condenara. ¿Ninguno te ha condenado?, preguntó Jesús.
— Ninguno, Señor, contestó la adultera.
Jesús dijo:
— Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no
peques más.
Jesús admitió el pecado de la adúltera, no la excusó, la perdonó:
Aprendamos de este Evangelio a no condenar a
nadie en nuestro corazón. Podemos pensar y juzgar acciones del prójimo en sí
mismas, pero no condenar las intenciones del corazón, dejando el juicio moral
de los pecados en manos de Dios, que todo lo sabe, todo lo comprende y todo lo
juzga con sabiduría de infinita misericordia.
No nos importen los juicios de los hombres,
aunque sean expertos en la Moral Católica, pues nos juzgan según la ley fría, y
muchas veces sin comprensión ni compasión,
con maniobras políticas, poniendo zancadillas; incluso condenan nuestros
pecados que son como los de ellos o quizá peores.
Solamente Jesús, Dios y hombre verdadero, te
conoce, te ama, te juzga y te perdona. Eres pecador, hijo de Dios, que es tu
Padre, y como nadie, más que tú mismo evalúa tus pecados y los perdona, si le
pides humildemente perdón de ellos.