DOMINGO QUINTO DE PASCUA
“Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”
El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios
Precepto del
amor al prójimo
El amor al prójimo es signo del
discípulo de Cristo
y distintivo de la vida divina
Clases de prójimo
El amor al enemigo, precepto universal
Características
principales del perdón
El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios porque el prójimo es una parte esencial
del amor a Dios, como lo dijo Jesús en el Evangelio: Amarás a Dios con todo el
corazón y al prójimo como a ti mismo. Como
a ti mismo no quiere decir que hay que amar al otro tanto como uno se ama a
sí mismo con amor cuantitativo, sino
modal, al modo como uno ama a todos
los miembros de tu cuerpo, sin excluir a ninguno, aunque ame más a uno que a otro con preferencia,
según la función que ejerce en el organismo.
El amor al
prójimo nace de Dios (1Jn 5,7), se vive personalmente, se demuestra
comunitariamente, se extiende a todas las cosas, y revierte finalmente en Dios.
Es el tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que versará el examen
final de la vida en la tierra (Mt 25, 31ss).
Amar al
prójimo sin amar a Dios es:
- Compasión por el que sufre;
- satisfacción que se siente por hacer el bien;
-
amor humano o enamoramiento;
-
filantropía o amor natural al género humano;
Pero el amor
que se hace a cualquier prójimo por el motivo que sea, se hace a Jesucristo,
porque nos dice el Evangelio que “cuanto hicisteis a estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40)..
Precepto del
amor al prójimo
El amor al
prójimo está claramente mandado en la Sagrada Escritura porque antes es dado,
como dice el Papa Benedicto XVI: “El amor
puede ser mandado porque antes es dado” (Deus
charitas est nº 14; 1 Jn 5,7).
Existen muchos
textos en la Sagrada Escritura que prueban que el amor a Dios y el amor al
prójimo son inseparables. Citamos dos textos clásicos:
“Quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn 4,21), porque el amor a Dios y al hermano es
un mismo amor con dos versiones diferentes, como una sola medalla con el
anverso y reverso o una moneda con la cara y la cruz.
“Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano,
miente, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a
Dios a quien no ve” (1 Jn 5,20), pues al prójimo se le ve con los ojos de Dios y se le
ama con su corazón.
Jesucristo
enseñó en el Nuevo Testamento que el
amor al prójimo se extiende a todos los hombres, de manera que a nadie se puede
excluir del amor cristiano.
Clases de prójimo
Según la
doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los
seres que poseen la comunicación con la bienaventuranza o la capacidad de conseguirla.
En concreto son:
- Los ángeles y bienaventurados del Cielo,
que tienen la misma gracia que los hombres, pero glorificada;
- las almas del Purgatorio que poseen
la gracia divina en estado de purgación;
- los hombres que viven en estado de gracia
en la tierra;
- los pecadores, por muy pecadores que
sean, porque mientras viven en este
mundo pueden recuperar la gracia divina y conseguir la bienaventuranza;
- y los enemigos de Dios y de la Iglesia,
pues, aunque hayan perdido la fe, tienen la capacidad de la salvación
eterna por la omnipotente misericordia
de Dios.
Solamente
están excluidos los demonios y condenados en el infierno, porque están
eternamente desconectados de la bienaventuranza.
El amor al enemigo, precepto universal
Del amor cristiano
no se puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo a quien hay que amar como miembro del Cuerpo Místico de Cristo.
El amor al
enemigo no es un consejo de perfección evangélica sino un precepto universal para todos los hombres. Está claramente
preceptuado en la Sagrada Escritura, principalmente en el Evangelio. El motivo principal de perdonar a quien nos
ha ofendido es el ejemplo del Señor que
perdonó a quienes lo crucificaron y los excusó con aquellas palabras de su
testamento antes de morir: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”
(Lc 23, 34).
Son muchos los textos de la Sagrada Escritura sobre
el amor al enemigo. Citemos algunos:
“Habéis oído
que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad
a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de
vuestro padre celestial” (Mt 5,43-45).
“Si
vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro
Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).
“Si tu hermano peca, corrígelo, y si se arrepiente,
perdónalo. Y si peca contra ti siete veces y si siete veces vuelve a ti para
decirte: Me arrepiento, lo perdonarás” (Lc
17,3-4).
“Si al presentar
tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo
contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).
Las palabras del Señor son claras y tajantes: No se
puede hacer ofrendas al Señor con un corazón enemistado con el hermano. Negando el perdón a nuestros hermanos, el
corazón se cierra y se hace impermeable a la misericordia de Dios. Así nos lo
enseña la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo
II: “Al negarse a perdonar a nuestros
hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al
amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se
abre a su gracia” (Cat 2840).
El modo de
perdonar al enemigo es condicional, como nos enseñó Jesucristo en el Evangelio
en la oración del padrenuestro: “como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, pues Dios nos perdona de la
manera que nosotros perdonamos.
El
amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no vengarse
El perdón al enemigo consiste en no odiar y no vengarse, por propia cuenta, del mal que se ha
recibido. No se opone a exigir la
justicia, que es necesaria y, a veces, obligatoria, para que no cunda el delito
en los malhechores, y se castigue el mal; ni obliga a reanudar la amistad que antes se tenía con
el amigo convertido en enemigo; ni al trato humano especial. Basta con tratar
al enemigo con un comportamiento normal en casos extremos de necesidad, como se
suele hacer con un extraño. Excluye dos
cosas: el odio y la venganza en el
corazón que son incompatibles con el perdón. Odiar no es sentir la ofensa en lo
más íntimo del corazón, por aquello de que sentir no es consentir; ni tampoco
el simple recuerdo de la ofensa, pues es lo más normal del mundo recordar los
males que se han recibido del enemigo, pero sin odio ni venganza. Se suele
decir una frase que conviene explicar: yo
perdono pero no olvido. Perdonar pero no olvidar en el sentido de que se
guarda en la memoria la ofensa que se ha recibido para vengarse de ella no es
perdonar, sino odiar o vengarse. Sin embargo, perdonar pero no olvidar por razones simplemente temperamentales es
compatible con el perdón, aunque repela la presencia de la persona del enemigo,
se sienta rebelión en la sensibilidad o se revuelva el interior al recordar la
ofensa. Perdonar y olvidar totalmente en el corazón y en la memoria, es
problema de santos muy especiales o de personas naturalmente buenas, pero no es
lo normal, ni precepto evangélico. Muchos santos aprendieron a perdonar a sus
enemigos copiando al pie de la letra el ejemplo de Jesús. Santa Teresa de Jesús sentía una alegría
singular cuando se enteraba de que alguien la calumniaba o injuriaba, y si no
fuera porque los hombres injuriándola ofendían a Dios, deseaba que todo el mundo la ofendiera.
Santa Juana de Chantal perdonó al que mató a su
marido
de tal manera que llegó a ser madrina en el bautismo de uno de sus hijos,
acción heroica que llenó de admiración San Francisco de Sales, cofundador con ella de las Salesas.
El santo Cura de Ars al recibir una
bofetada de uno de sus enemigos, le contestó con una sonrisa en los labios: “Amigo, la otra mejilla tendrá celos”
Características
principales del perdón
- Pronto, ahora mismo, cuanto antes, como
nos enseña la Palabra de Dios: “No se
ponga el sol sobre vuestra iracundia (Ef
4,26);
- sin límite, no poniendo tope de tiempo
al perdón;
- de corazón, perdón salido de lo más profundo del
alma o sobrenaturalizando los naturales impulsos de la naturaleza. En consecuencia, hay que perdonar al enemigo
siempre, aunque se exija la justicia, se sienta la ofensa, y no se borre de la
memoria, circunstancias conciliables con el perdón.