sábado, 27 de abril de 2013


DOMINGO QUINTO DE PASCUA
“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”

El amor al prójimo es inseparable  del amor a Dios
Precepto del amor al prójimo
El amor al prójimo es signo del discípulo de Cristo
y distintivo de la vida divina
Clases de prójimo
El amor al enemigo, precepto universal        
Características principales del perdón

El amor al prójimo es inseparable  del amor a Dios porque el prójimo es  una parte esencial del amor a Dios, como lo dijo Jesús en el Evangelio: Amarás a Dios con todo el corazón y al prójimo como a ti mismo. Como a ti mismo no quiere decir que hay que amar al otro tanto como uno se ama a sí mismo con amor cuantitativo, sino modal, al modo como uno ama a todos los miembros de tu cuerpo, sin excluir a ninguno, aunque  ame más a uno que a otro con preferencia, según la función que ejerce en el organismo.
El amor al prójimo nace de Dios (1Jn 5,7), se vive personalmente, se demuestra comunitariamente, se extiende a todas las cosas, y revierte finalmente en Dios. Es el tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que versará el examen final de la vida en la tierra (Mt 25, 31ss).
Amar al prójimo sin amar a Dios es:             
           - Compasión por el que sufre;
            - satisfacción que se siente por hacer el bien;
           - amor humano  o enamoramiento;
           - filantropía o amor natural al género humano;
Pero el amor que se hace a cualquier prójimo por el motivo que sea, se hace a Jesucristo, porque nos dice el Evangelio que “cuanto hicisteis a estos hermanos míos  más pequeños, a mi me lo hicisteis” (Mt 25, 40)..    


Precepto del amor al prójimo
El amor al prójimo está claramente mandado en la Sagrada Escritura porque antes es dado, como dice el Papa Benedicto XVI: “El amor puede ser mandado porque antes es dado” (Deus charitas est nº 14; 1 Jn 5,7).
Existen muchos textos en la Sagrada Escritura que prueban que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Citamos dos textos clásicos:
“Quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn 4,21), porque el amor a Dios y al hermano es un mismo amor con dos versiones diferentes, como una sola medalla con el anverso y reverso o una moneda con la cara y la cruz.
“Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve” (1 Jn 5,20), pues al  prójimo se le ve con los ojos de Dios y se le ama con su corazón.
Jesucristo enseñó en el  Nuevo Testamento que el amor al prójimo se extiende a todos los hombres, de manera que a nadie se puede excluir del amor cristiano.  

Clases de prójimo
            Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los seres que poseen la comunicación con la bienaventuranza o la capacidad de conseguirla. En concreto son:
            - Los ángeles y bienaventurados del Cielo, que tienen la misma gracia que los hombres, pero glorificada;
            - las almas del Purgatorio que poseen la gracia divina en estado de purgación;
            - los hombres que viven en estado de gracia en la tierra;
            - los pecadores, por muy pecadores que sean,  porque mientras viven en este mundo pueden recuperar la gracia divina y conseguir la bienaventuranza;
            - y los enemigos de Dios y de la Iglesia, pues, aunque hayan perdido la fe, tienen la capacidad de la salvación eterna  por la omnipotente misericordia de Dios.
            Solamente están excluidos los demonios y condenados en el infierno, porque están eternamente desconectados de la bienaventuranza.

El amor al enemigo, precepto universal        
Del amor cristiano no se puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo a quien hay que amar  como miembro del Cuerpo Místico de Cristo.
El amor al enemigo no es un consejo de perfección evangélica sino un precepto universal para todos los hombres. Está claramente preceptuado en la Sagrada Escritura, principalmente en el Evangelio.  El motivo principal de perdonar a quien nos ha ofendido es el ejemplo  del Señor que perdonó a quienes lo crucificaron y los excusó con aquellas palabras de su testamento antes de morir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”  (Lc 23, 34).
Son muchos los textos de la Sagrada Escritura sobre el amor al enemigo. Citemos algunos:
“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro padre celestial” (Mt 5,43-45).
            “Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).      
“Si tu hermano peca, corrígelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces y si siete veces vuelve a ti para decirte: Me arrepiento, lo perdonarás” (Lc 17,3-4). 
Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).
 Las palabras del Señor son claras y tajantes: No se puede hacer ofrendas al Señor con un corazón enemistado con el hermano.  Negando el perdón a nuestros hermanos, el corazón se cierra y se hace impermeable a la misericordia de Dios. Así nos lo enseña la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II: “Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia” (Cat 2840).
El modo de perdonar al enemigo es condicional, como nos enseñó Jesucristo en el Evangelio en la oración del padrenuestro: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, pues Dios nos perdona de la manera que nosotros perdonamos.

            El amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no vengarse  
El perdón al enemigo consiste en no odiar y no vengarse, por propia cuenta, del mal que se ha recibido.  No se opone a exigir la justicia, que es necesaria y, a veces, obligatoria, para que no cunda el delito en los malhechores, y se castigue el mal; ni obliga  a reanudar la amistad que antes se tenía con el amigo convertido en enemigo; ni al trato humano especial. Basta con tratar al enemigo con un comportamiento normal en casos extremos de necesidad, como se suele hacer con un extraño.   Excluye dos cosas: el odio y la venganza en el corazón que son incompatibles con el perdón. Odiar no es sentir la ofensa en lo más íntimo del corazón, por aquello de que sentir no es consentir; ni tampoco el simple recuerdo de la ofensa, pues es lo más normal del mundo recordar los males que se han recibido del enemigo, pero sin odio ni venganza. Se suele decir una frase que conviene explicar: yo perdono pero no olvido. Perdonar pero no olvidar en el sentido de que se guarda en la memoria la ofensa que se ha recibido para vengarse de ella no es perdonar, sino odiar o vengarse. Sin embargo, perdonar pero no olvidar  por razones simplemente temperamentales es compatible con el perdón, aunque repela la presencia de la persona del enemigo, se sienta rebelión en la sensibilidad o se revuelva el interior al recordar la ofensa. Perdonar y olvidar totalmente en el corazón y en la memoria, es problema de santos muy especiales o de personas naturalmente buenas, pero no es lo normal, ni precepto evangélico. Muchos santos aprendieron a perdonar a sus enemigos copiando al pie de la letra el ejemplo de Jesús.  Santa Teresa de Jesús sentía una alegría singular cuando se enteraba de que alguien la calumniaba o injuriaba, y si no fuera porque los hombres injuriándola ofendían a Dios,  deseaba que todo el mundo la ofendiera.
Santa Juana de Chantal perdonó al que mató a su marido de tal manera que llegó a ser madrina en el bautismo de uno de sus hijos, acción heroica que llenó de admiración San Francisco de Sales,  cofundador con ella de las Salesas.
El santo Cura de Ars al recibir una bofetada de uno de sus enemigos, le contestó con una sonrisa en los labios: “Amigo, la otra mejilla tendrá celos”

Características principales del perdón
- Pronto, ahora mismo, cuanto antes, como nos enseña la Palabra de Dios: “No se ponga el sol sobre vuestra iracundia (Ef 4,26);
- sin límite, no poniendo tope de tiempo al  perdón;
- de corazón, perdón salido de lo más profundo del alma o sobrenaturalizando los naturales impulsos de la naturaleza.  En consecuencia, hay que perdonar al enemigo siempre, aunque se exija la justicia, se sienta la ofensa, y no se borre de la memoria, circunstancias conciliables con el perdón.









sábado, 20 de abril de 2013


         DOMINGO CUARTO DE PASCUA
            “Iglesia, Sacramento universal de salvación”
             
Los fieles, como respuesta  a la Palabra de Dios de la primera lectura en el salmo responsorial de la santa misa de este domingo, proclaman esta afirmación: Somos su pueblo y ovejas de su Rebaño. Con estas palabras  afirman  la alegría de pertenecer a la Iglesia, figurada como Rebaño; y luego en el Evangelio se recalca la misma idea con la alegoría de Jesús, Pastor, y ovejas que son los hombres, que escuchan su voz y le siguen para la vida eterna. Estas ideas me ofrecen una oportunidad para hablar del misterio de la Iglesia.
La Iglesia, a la que por la gracia misericordiosa de Dios, Creador y Padre pertenecemos, es un misterio que sólo se puede conocer  por medio de metáforas o alegorías, que no definen su propia naturaleza, y ni siquiera se imagina. Las principales son: Cuerpo místico de Cristo, la Vid y los sarmientos y Sacramento universal de salvación, como enseña el Concilio Vaticano II, que significa que todas las personas que se salvan es por medio del bautismo de agua, bautismo de deseo, bautismo de sangre y bautismo de conciencia o sus suplencias que son infinitas y nadie puede saber ni imaginar, porque Dios es infinitamente sabio, lo sabe todo y todo lo puede.
¿Son pocos los que se salvan?
El número de los que se salvan ha sido, es y será siempre el gran interrogante para todos los hombres de todos los tiempos, porque nada hay revelado sobre este particular. 
En un lugar donde Jesús predicaba, tal vez en una sinagoga de Cafarnaún, el Maestro debió tratar el tema interesante de la salvación, y un oyente interrumpiendo su discurso preguntó a Jesús: Señor, ¿son pocos los que se salvan?
El Maestro no respondió directamente a la pregunta,  sino que se limitó a enseñar la necesidad de esforzarse para entrar en el Reino de Dios: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (Lc 13,24). Esta frase no significa que muchos no se salvarán, sino que cuesta mucho esfuerzo entrar por la puerta estrecha de la salvación por propia cuenta,  porque la salvación depende principalmente de la gracia de Dios y otros muchos factores. Sobre este problema angustioso, muchos judíos tenían ideas peregrinas, muy equivocadas, contrarias a la Biblia, hasta tal punto que pensaban que la salvación era una exclusiva para el pueblo de Israel,  porque Dios salva a los hombres como quiere con ellos o sin ellos y de muchas maneras no conocidas.   
Opiniones sobre la salvación
Entre los teólogos existen principalmente tres opiniones sobre la salvación universal de los hombres: rigorista, optimista y misericordiosa, cristiana y evangélica.
Opinión rigorista     
La opinión rigorista afirma que son muchos, muchísimos, los hombres que no se salvan, porque según se aprecia pocos, poquísimos, son los que trabajan por vivir en gracia y se preocupan por la salvación eterna. La mayor parte de la gente vive de espaldas a Dios, obcecada en el pecado, alucinada por el mundo, el dinero, el poder y la carne, y sin cumplir los mandamientos de la Ley de Dios ni  la doctrina de la Iglesia.    
Opinión optimista
La opinión optimista, muy común hoy, consiste en creer que todo el mundo se salva o pocos se condenan, pues la mayoría de los hombres no son pecadores, sino enfermos, débiles, tarados, incapaces de responsabilidad  moral para cometer un pecado mortal, acto humano, que merezca el infierno eterno.


Opinión misericordiosa
Sin duda alguna la opinión más aceptable es la misericordiosa.
            Nadie sabe, ni siquiera la Iglesia, el número de los que se condenan. El Papa Juan Pablo II en su libro “Cruzando el umbral de la esperanza” nos dice textualmente que “cuando Jesús dice de Judas, el traidor, sería mejor para ese hombre no haber nacido, la afirmación no puede ser entendida en el sentido de una eterna condenación” (Pág. 187).
Para saber la doctrina de la Iglesia sobre este espinoso y agobiante problema establezco seis principios seguros de la doctrina de la Iglesia:
1º La Iglesia jamás ha hablado ni puede hablar del número de los que no se salvan porque no está revelado.
            2º Según la doctrina de la Iglesia se salva el que muere en gracia y se condena el que muere en pecado mortal (Cat 1035). “Morir en pecado mortal  sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre  por propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno” (Cat 1034). ¿Pero  quién muere en gracia o en pecado mortal? Los juicios de los hombres no son como los juicios de Dios, nos dice la Sagrada Escritura.
3º La moral católica nos enseña  que para que un acto sea grave o pecado mortal se necesitan tres condiciones: materia grave, advertencia plena del acto que se va a realizar y pleno consentimiento por parte de la voluntad, o sea, aceptación plena de la obra mala a sabiendas de lo que es, y libertad plena al realizarla, sin coacción externa ni interna. Si falta alguna de estas tres condiciones, el pecado no es grave. (Cat 1859).
 En virtud de estos principios algunos pecados objetivamente graves por su materia pasan a ser leves por falta de plena advertencia y de pleno consentimiento libre. Y al revés, algunos otros, cuya materia es objetivamente leve, pasan a ser graves porque el pecador creyó equivocadamente que era grave y lo cometió a pesar de eso.
4º La gravedad del pecado no consiste simplemente  en la simple trasgresión voluntaria de la ley de Dios, evaluada por los hombres, sino del juicio de Dios Padre, infinitamente misericordioso, que evalúa el pecado del hombre, su hijo, sometido a muchas debilidades, taras hereditarias o adquiridas, desequilibrios temperamentales, condicionamientos de todo tipo, fuertes tentaciones, a veces insuperables, culturas diversas, educación familiar y social y otros muchos factores.
6º Y, por último, hay que considerar que la redención universal fue realizada por Dios, Jesucristo, que derramó su sangre divina por todos los hombres y la condenación de muchos sería un fracaso. La salvación es un misterio del amor infinitamente misericordioso de Dios, que el hombre no puede entender ni imaginar.










sábado, 13 de abril de 2013


DOMINGO TERCERO DE PASCUA
Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres

En la primera lectura de la Liturgia de la Palabra de este domingo, Dios nos dice que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, como es evidente, porque Dios es la Verdad eterna, infinita, infalible que no  se puede equivocar ni engañar, en cambio el hombre se equivoca mucho y es falible en sus pensamientos decisiones y obras.
La autoridad y obediencia son conceptos divinos y humanos que se corresponden, pues donde hay autoridad hay obediencia y proceden de Dios y no del arbitrio de  los hombres. Todo lo que existe está sometido a la ley eterna que según Santo Tomás es “el plan de la divina sabiduría por el que dirige todas las acciones y movimientos de las criaturas en orden al bien común de todo el universo” (I-II,93,1.)
Todas las criaturas irracionales  están gobernadas por la ley eterna, traducida en leyes físicas, las criaturas racionales a las leyes físicas en cuanto al cerpo y a las leyes morales en cuanto al alma,  y las criaturas celestiales a las  leyes gloriosas.

Ley de Dios
La definición de ley, según Santo Tomás no ha sido superada por nadie. Es “la ordenación de la razón dirigida al bien común y promulgada por quien tiene el cuidado de la Comunidad”, y no  un acto de la voluntad de la autoridad para el bien personal propio, de alguien o de unos cuantos, o al arbitrio del legislador sino del bien común. Una ley  deja de ser ley, si es mala o contraria a la ley natural o divina, porque el mal no se puede mandar y no se debe obedecer.

Clases de leyes 
En la teología moral católica dentro de la ley eterna conocemos  las siguientes leyes: ley natural, ley divina positiva, el Decálogo, ley humana: eclesiástica y civil.
Ley natural
La ley natural moral es una participación de la ley eterna en la criatura racional. Según Santo Tomás es la mima ley eterna promulgada en el hombre por medio de la razón natural.
“El hombre descubre en lo más profundo de su ser inscrita en su corazón la ley moral natural: hacer el bien y evitar el mal.  La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16; Cat 1776).
¿Qué es la conciencia?
Nadie puede definir mejor la conciencia que el Catecismo de la Iglesia Católica del Papa Juan Pablo II:
“La conciencia moral es el juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que  piensa hacer, está haciendo o  ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto, según su conciencia. Mediante el dictamen de su conciencia, el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina” (Cat 1778).
Hay que respetar profundamente la decisión libre de los actos buenos o indiferentes de cada persona, sin obligar a nadie a obrar en contra de su conciencia.
Como principio general de la Iglesia, la ley de Dios está por encima de cualquier otra ley humana y de tal manera que no se puede obedecer la ley humana  legal que esté en contra de la ley divina, como por ejemplo el aborto, la eutanasia, el matrimonio homosexual y todas aquellas leyes legales contrarias a la ley de Dios. La ley divina explica los dos grandes principios de la ley natural: “hacer el bien y evitar el mal” en los diez mandamientos de la Ley de Dios,  promulgados por Dios en el Antiguo Testamento, y entregados a Moisés en el monte Sinaí, que los resume la ley evangélica en dos preceptos: “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo” 
         

sábado, 6 de abril de 2013


DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA
7 de Abril de 2013
SACRAMENTO DE LA PENITENCIA
 
El evangelio de este domingo del ciclo C nos habla de dos temas principales: la institución del sacramento de la Penitencia y la falta de fe de Santo Tomás, llamado el Mellizo, cuando Jesús se apareció a los apóstoles en el Cenáculo, estando él ausente.
En este documento voy a tratar, de manera catequética el sacramento de la Penitencia o Reconciliación en los siguientes capítulos:
Institución del Sacramento
Breve historia
         Elementos esenciales del sacramento
            La disciplina actual de la Iglesia en la celebración del Sacramento

            Institución del Sacramento
El sacramento de la Penitencia no fue instituido por un Papa de la Historia de la Iglesia, ni por el acuerdo de un concilio ecuménico, ni por un consenso de teólogos o un sentir de la Iglesia, sino por Jesucristo y con estas palabras: “En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23).
Jesús confirió este poder a sus Apóstoles (Jn 20,21-23), a  sus sucesores, los Obispos, y a los sacerdotes que son sus colaboradores  para que lo ejercieran en su nombre o en su persona hasta el fin de los tiempos.

Breve historia
En la Historia de la Iglesia ha existido una evolución importante sobre este Sacramento. En los tres primeros siglos se celebraba privadamente, siguiendo las normas que marcaba el Obispo con fidelidad al mandato del Señor. Desde el siglo III hasta  el siglo VI  se celebró  en  una reconciliación eclesial por el ministerio de Obispo y con la presencia de toda la comunidad cristiana una  vez o pocas veces al año; y en algunas Comunidades una sola vez en la vida. Estaba reservada para los pecados más graves: idolatría, homicidio, adulterio y otros pecados importantes  determinados por el Obispo, teniendo en cuenta la Ley divina y el Evangelio. Los cristianos que cometían estos pecados tenían que hacer algunas penitencias públicas, muy severas, como ayunos, durante mucho tiempo, antes de recibir el perdón, y no podían entrar dentro del templo ni participar en la Eucaristía. La Penitencia organizada empezó en el siglo VII hasta el XI y perseveró hasta el Concilio de Trento en que fue estructurada hasta nuestros días en penitencia privada con confesión de pecados a un sacerdote, absolución y satisfacción por los pecados.

Elementos esenciales del sacramento 
Los actos necesarios para recibir el perdón por parte del penitente son;
 Contrición;
 Confesión;
             Satisfacción.
Y por parte del Ministro: la absolución.  .
             
Contrición 
El arrepentimiento o dolor de los pecados puede ser de dos maneras: Contrición y Atrición.
Contrición
La contrición es “un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar” (Cc de Trento: DS 1676; Cat 1451).  Es una  pena espiritual de haber ofendido a Dios, por ser Dios quien es, Creador, Padre, Redentor y Bienhechor de todos los hombres. La contrición perfecta borra los pecados veniales y obtiene también el perdón de los pecados mortales, si el pecador tiene la firme resolución de recurrir tan pronto como le sea posible a la confesión sacramental (Cc de Trento: DS 1677;Cat 1452). 
Atrición
La atrición es una contrición “imperfecta” que es dejar el pecado por la fealdad del acto, temor de la condenación eterna, miedo al castigo de Dios o  a las penas que puedan sobrevenir.  Este dolor es suficiente para recibir fructuosamente el sacramento de la Reconciliación. 
Confesión
La confesión de los pecados hecha al sacerdote es absolutamente necesaria para recibir el perdón de los pecados. Los penitentes deben confesar todos los pecados mortales, según su número y especie, de los que tienen conciencia, tras examinar cuidadosamente su conciencia. (Cat 1456), según su formación religiosa personal. Sin ser necesario, de suyo, la confesión de los pecados veniales está recomendada vivamente por la Iglesia (Cat 1493). 
            La satisfacción
La absolución borra el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que ha causado en su persona el pecador, que debe pagar en justicia el daño que hizo a Dios, a sí mismo y al prójimo con su pecado, y “satisfacer” de manera apropiada o “expiar” sus pecados. El confesor, al imponer la penitencia al penitente, debe tener en cuenta la situación personal del pecador, la gravedad de los pecados confesados y su bien espiritual. La penitencia puede consistir en oraciones, ofrendas, obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación de la cruz que tiene que llevar (Cat 1459)

Ministro       
El ministro del sacramento del perdón es el sacerdote  debidamente ordenado y con licencia de su obispo propio.  
En la confesión hay que considerar tres personas: el penitente, el confesor y Jesucristo; y tres actos: el pecado, la absolución y el perdón.
El penitente confiesa “sus pecados”, tal como piensa que los cometió en su recta conciencia. El confesor escucha los pecados del penitente y los absuelve. Y Jesucristo, Persona Divina, la misma sabiduría increada, infinitamente misericordioso, es quien perdona los pecados del penitente.

Sigilo sacramental
Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, todo confesor está obligado, sin ninguna excepción, y bajo penas muy severas, a mantener el sigilo sacramental, esto es el absoluto secreto sobre los pecados conocidos en confesión. Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. A este secreto se llama sigilo sacramental (Cat 14677).

          La disciplina actual de la Iglesia en la celebración del Sacramento comprende tres ritos:
         - Rito con un solo penitente con acusación privada de pecados y absolución individual.
         - Rito con varios penitentes  con preparación comunitaria de la celebración de la Palabra de Dios, cantos y reflexiones con confesión y absolución individual.
         - Rito de muchos penitentes con absolución general.
         La confesión individual e integra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y con la Iglesia, a no ser que  una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión. Sin embargo, puede suceder que se den circunstancias especiales en las que sea lícito o aún conveniente impartir la absolución de un modo general a muchos penitentes, sin la previa confesión individual, como, por ejemplo, en peligro de muerte. Queda reservado al obispo diocesano  decidir cuándo es lícito conferir la absolución general colectiva. Aquellos a quienes  se les han perdonado pecados graves con una absolución común, acudan a la confesión oral, ya que también para ellos sigue en vigor el precepto por el cual todo cristiano debe confesar sus pecados a un confesor individualmente, dentro el año (Ritual de la Penitencia n 33).