sábado, 25 de mayo de 2013



            SANTÍSIMA TRINIDAD

            La Santísima Trinidad es un misterio absoluto que supera la capacidad cognoscitiva del hombre. Su conocimiento es analógico, pues el hombre utiliza conceptos humanos que no se pueden aplicar a Dios, Ser eterno, infinitamente perfecto. La esencia de Dios es incomprensible. Para entenderla utilizamos conceptos humanos que no se corresponden con los divinos. Sin embargo, aunque el conocimiento de Dios para el hombre es imperfecto, es verdadero. Solamente en el cielo los bienaventurados ven el misterio de Dios, tal como es, por medio de una potencia sobrenatural que Dios infunde en el alma, llamada luz de la gloria. Pero no conocen la naturaleza de Dios  cuantitativamente, tanto cuanto Dios se conoce así mismo en las tres divinas personas y como conoce las cosas. El conocimiento de Dios solamente se consigue por la fe con conceptos humanos o atributos que son perfecciones que concebimos en Dios, sacados de las criaturas, quitando sus imperfecciones y elevando las perfecciones al infinito con la imaginación.  Así, decimos, Dios es absolutamente simple, infinitamente perfecto, sabio, poderoso, santo, bondadoso, absolutamente inmutable, eterno, omnipotente. Y después el resultado es que la realidad de Dios queda desconocida.
Creemos en un solo Dios, no varios, y en Él tres Personas Divinas, y cada una de ellas posee la esencia divina que es numéricamente la misma. Las Personas divinas son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las tres son realmente distintas, y no tres dioses. No se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas es enteramente Dios: El Padre es lo mismo que es el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo son lo mismo que el Espíritu Santo, es decir un solo Dios por naturaleza. Cada una de las tres personas tiene la misma sustancia o naturaleza divina (Cat 253).
Las personas divinas son realmente distintas entre sí.
Dios es único pero no solitario. Padre, Hijo, Espíritu Santo no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí. El que es el Hijo, no es el Padre, y el que es el Padre, no es el Hijo, ni el Espíritu Santo. Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede (Cat 254).
 Toda la economía divina es  obra común de las tres personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza, así también tiene una sola misma operación. Todas las operaciones divinas ad extra son comunes a las tres divinas personas, pero al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la santificación, pero las tres personas son creadores, redentores y santificadores, porque tienen la misma naturaleza divina.
            El concepto que el hombre tiene sobre Dios, naturaleza divina y persona divina es múltiple, y no se puede comparar con el concepto de persona humana, naturaleza humana y naturaleza de las cosas.
            El misterio de la Santísima Trinidad, que es imposible conocer humanamente, se sabe, se cree y se vive por la fe o contemplación mística con oración y acción de obras buenas y santas con la esperanza de que algún día podamos ver y comprender el misterio, tal como es, en el Cielo. 
           






lunes, 20 de mayo de 2013


         PENTECONTÉS
        
            En Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, y se piensa que también sobre María Santísima, empieza estructuralmente la Iglesia. El magisterio de la Iglesia, a lo largo de su Historia, fue concretando con estudios bíblicos y teológicos de la Revelación los actos en los que viene el Espíritu Santo a la Iglesia. Se pueden reducir a cuatro: Pentecostés bíblico, Pentecostés sacramental y Pentecostés teológico.
Pentecostés bíblico
El libro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-6) nos cuenta este hecho histórico con estas palabras: “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban”, que podría ser el Cenáculo o una casa de alguno de los discípulos. “Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
            Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos  de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados porque cada uno los oía hablar  en su propio idioma”.
            Este acontecimiento no es una alegoría o representación literaria que los primeros cristianos compusieron para significar  ideas abstractas religiosas o místicas, como piensan los racionalistas, sino una realidad sobrenatural histórica, causada por el Espíritu Santo para inaugurar el principio de la Iglesia Católica.

Pentecostés eclesial
La Iglesia  ha recibido del Espíritu Santo la facultad de santificar el Cuerpo Místico de Cristo, hecho que ha estudiado  con argumentos bíblicos y teológicos fundados en la Revelación; y ha determinado los actos en los que  el Espíritu Santo viene a la Iglesia; y enseña que es Pentecostés eclesial cuando la Iglesia  convoca oficialmente actos importantes, como concilios, sínodos, reuniones pastorales y espirituales, asambleas. Estos acontecimientos, deben estar presididos y dirigidos por la jerarquía de la Iglesia.  También el Espíritu Santo desciende en encíclicas, escritas por el Papa.
Pentecostés sacramental
            En la celebración de los siete sacramentos viene el Espíritu Santo en los que los administran y en los que los reciben con las debidas disposiciones. Cuando una persona recibe el sacramento del bautismo, el Espíritu Santo baña todo el ser del alma y la convierte en un complejo sobrenatural de gracia, virtudes y dones especiales del Espíritu Santo; y entonces es Pentecostés bautismal. El bautismo es un endiosamiento de la persona humana.
Cuando persevera con perfección progresiva en la vida cristiana, y un cristiano recibe el sacramento de la confirmación, llamado también sacramento el Espíritu Santo, recibe en plenitud la fortaleza de la fe, para vivirla, defenderla, y en algunos casos hasta para dar la vida  por Jesucristo, si fuera preciso; y entonces es Pentecostés del Espíritu Santo.
 Cuando un pecador pide perdón a Dios en el sacramento de la Penitencia recibe la absolución trinitaria en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y se celebra el Pentecostés del perdón.
 Cuando el cristiano recibe la Eucaristía, el Espíritu Santo establece su trono en el alma para vivir con Dios en comunidad trinitaria, y entonces es Pentecostés eucarístico
Cuando un bautizado y confirmado recibe en estado de gracia los sacramentos hasta el fin de su vida, y recibe el sacramento de la Unción de enfermos, consigue el pasaporte  para entrar en el Reino de los Cielos.  
Cuando  un cristiano  recibe el sacramento del Orden sacerdotal,  se cristifica por la fuerza del Espíritu Santo para ser otro Cristo en la tierra predicar la Palabra de Dios, celebrar los sacramentos, dirigir espiritualmente a los cristianos y comunidades cristianas.
Y, por fin, cuando un hombre y una mujer  se aman cristianamente, y quieren unirse sacramentalmente en matrimonio católico para propagar la especie humana y ayudarse mutuamente, para la generación y educación de la prole  es Pentecostés matrimonial
            Pentecostés teológico                                                                                                      
            El cristiano en virtud del bautismo está capacitado para que toda su vida sea Pentecostés, haciendo que sus pensamientos, deseos, palabras y obras estén unidos al Espíritu Santo; y, sobre todo, cuando hace oración, realiza cualquier obra buena de la vida ordinaria, caritativa, apostólica en estado de gracia, el Espíritu Santo actúa en el alma y desde el alma es Pentecostés teológico.

                                                                       









         

domingo, 12 de mayo de 2013


ASCENSIÓN DEL SEÑOR
La vida de Jesús se puede conceptuar en tres momentos evangélicos: Encarnación,  Drama de la vida de Jesús y Ascensión a los Cielos.

LA ENCARNACIÓN
En el mismo momento en que el Hijo de Dios  encarnó en las entrañas purísimas de Santa María, Virgen, por obra y gracia del Espíritu, sin dejar de ser Dios, empezó la redención. Como Persona Divina eligió la humillación, humanamente inconcebible, de rebajar su categoría divina a categoría humana, haciendo que todos los actos de su evolución humana fueran redentores. Se sometió a un proceso  de gestación humana hasta que llegó el momento de su nacimiento virginal.

            DRAMA DE LA VIDA DE JESÚS
            La vida redentora de Jesús comprende tres etapas  principales: vida oculta, que duró unos treinta años; vida pública, cuyo tiempo fue de unos tres años; vida de pasión, muerte y resurrección dentro del espacio de tres días del cómputo del tiempo judío en aquella época, y ascensión a los Cielos por toda la eternidad.

            Vida oculta 
Nacido Jesús virginalmente de su madre, María, empezó la etapa de la vida oculta redentora desde el silencio, sin que nadie supiera que era Dios. Cuando, como bebé, sonreía, lloraba y realizaba actos inconscientes, propios de la edad, era Dios que redimía con sonrisas, lágrimas y actos divinamente humanamente divinos; cuando, como niño, ayudaba a su madre en las tareas domésticas de la casa, o le prestaba un servicio de obediencia, ejercía la redención universal de todos los hombres; y de la misma manera cuando en la edad del trabajo aprendía el oficio en el taller de su padre, bajo su obediencia y dirección, cada vez con más maestría, desempeñaba la misión redentora en el mundo. Jesús, como hombre, en cada etapa de su vida se ponía en contacto con el Padre para fortalecer su humanidad con la oración,  para cumplir desde el silencio y el anonimato su misión salvadora en el mundo.  Jesús en su larga vida oculta parecía solamente un simple hombre, siendo Dios, porque hacía obras humanas, divinizadas, ocultando su divinidad, para enseñarnos que era Dios quien salva,  santifica y redime. Jesús nos enseñó que la vida oculta, realizada en estado de gracia con oración, amor y sacrificio redime, santifica y desempeña una acción apostólica en el mundo. 
    
            Vida pública
            La vida pública que reporta fama, dinero, amistad, influencias, popularidad tiene el peligro de idolatrar a la persona y también la ventaja para hacer el bien y apostolado. Jesús ocupó tres años de  su vida para predicar la nueva noticia, el Evangelio, hacer milagros, demostrar su divinidad, que era el Mesías, enviado por Dios, para redimir a todos os hombres. Es un modelo de vida apostólica, consagrada, para hacer el bien con la predicación de Palabra de Dios, el ejercicio de la caridad con los pobres y enfermos y prestación de servicios varios a los hermanos.

            Vida de pasión, muerte y resurrección
            Además de la pasión que Jesús padeció en su vida pública por parte de sus enconados enemigos, que formaba parte de su misión profética y mesiánica, Jesús sufrió la injusticia de ser condenado a muerte, siendo inocente, coronado de espinas, en son de rey burlado; cruelmente flagelado como un delincuente pernicioso y público, y castigado con la pena de la crucifixión al vivo, reservada para los delincuentes más sanguinarios en el gobierno de Roma en Palestina y terminar su vida con una muerte horripilante y facinerosa que culminó con el premio de la Resurrección, propia para todos aquellos que viven en la tierra endiosados y sufren con paciencia el dolor que humanamente se rechaza y no se quiere, y se acepta porque no hay más remedio o por razones espirituales de fe, y es parte esencial de la redención.  Hay que  trabajar por evitarlo, como cristianos, y si no tiene solución, padecerlo con espíritu redentor, como medio de reparación de los propios pecados y de los demás hombres y santificación de la Iglesia. Y para aquellos que tienen vocación de mártires, que sufran el dolor con el gozo de ver a Dios en el Cielo y santificar a los hombres en la tierra.

            ASCENSIÓN A LOS CIELOS

            El  cristiano que durante toda su vida ascendió a los cielos viviendo las etapas de la vida oculta, la vida pública, pasión y muerte,  cristificándose,  cuando deje esta vida, entrará en el Cielo a gozar el fruto de la Ascensión: la visión y gozo de los frutos de la Redención por años sin término que no tienen fin.

sábado, 4 de mayo de 2013



            DOMINGO SEXTO DE PASCUA
            “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).

            INHABITACIÓN DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

La Santísima Trinidad es un misterio absoluto: un solo Dios verdadero en tres Personas divinas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio que no se puede conocer por la razón humana ni antes ni después de la Revelación. sino se cree  por la fe. 
Esta verdad dogmática no está revelada en el Antiguo Testamento, porque el fin primario  era destruir el politeísmo reinante en el mundo, y revelar el único Dios verdadero, Creador y Señor de todas las cosas, y la venida del Mesías, como Redentor de todos los hombres en la plenitud de los tiempos. Fue Jesucristo quien reveló el misterio de la Santísima Trinidad, que después fue precisado en su naturaleza por el Magisterio infalible de la Iglesia,  explicado por los teólogos, y enseñado por los Catecismos de todos los tiempos.
 Todas las acciones divinas son trinitarias: la Creación, la Redención y la Santificación de la Iglesia, pero teológicamente se aplica al Padre la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación. Dios, Uno y Trino está presente en todas las cosas materiales de la Creación con una presencia existencial,  para que sean lo que tienen que ser; en las vegetales con una presencia vital para que vivan como tienen que vivir; en los animales con una presencia sensitiva para que sean vegeten y sientan como tiene que ser; y principalmente está en el simple hombre en imagen y semejanza para que piense, ame y sea libre analógicamente, al modo de Dios; en el hombre religioso vive en la buena fe con que profesa su religión; en el bautizado que está en pecado mortal vive en la fe católica como un huésped; en el que está en gracia convive en intimidad de intercomunicación de vidas. Dios  comunica su vida al que está en gracia de Dios  para que viva en Dios y de Dios, y el cristiano, que está en gracia de Dios, comunica a la Santísima Trinidad su vida humana divinizada con obras formando una familia  en una misma casa. La convivencia de la Santísima Trinidad en el alma consiste en una intercomunicación de vidas: Dios, Uno y Trino, se comunica al alma como es en sí mismo en su Ser y Operación, de manera analógicamente participada. El cristiano, al recibir la vida divina, le devuelve esa misma vida divina mejorada con sus buenas obras, y la vida de Cristo vive en en cristiano, como decía el apóstol San Pablo: “Ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
La inhabitación de la Santísima Trinidad dentro del alma del justo, dulce y consoladora verdad, está revelada en muchos textos del Nuevo Testamento. Es doctrina evangélica, enseñada por el magisterio de la Iglesia. Cuando el hombre está en gracia de Dios, posee una participación analógica de la misma naturaleza de Dios: una  comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no de manera pasiva o extática, sino realizando sus acciones propias trinitarias, siendo objeto de adoración y de experiencias místicas muy variadas con la explosión de los dones del Espíritu Santo y sus frutos.
La Santísima Trinidad se nos comunica para tres finalidades: “hacernos partícipes de su vida íntima divina, constituirse en motor y regla de nuestros actos, y ser objeto fruitivo de una experiencia inefable”, dice el P. Royo Marín en su libro Teología de la Perfección  Cristiana (página (179 – 187; n 98; año 1954).  Es un hecho teológicamente indiscutible que en el cristiano que vive en gracia de Dios, es decir sin pecado mortal, tiene en su alma como moradores al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo con una presencia de estar, vivir o convivir.
 Siendo la gracia una realidad divina, también es divina su actuación, dice Santo Tomás de Aquino. El hombre en estado de gracia actúa humanamente al modo divino, y sus actos, siendo  humanos, resultan  formalmente divinos. El Espíritu Santo produce en el alma el arranque del motor del vehículo sobrenatural, que el cristiano tiene que conducir. En los grandes místicos, el Espíritu Santo  se pone al volante para conducir el vehículo sobrenatural del alma. 
 La Santísima Trinidad, además de potenciar sobrenaturalmente los actos del hombre “endiosado” en la mutua intercomunicación de vidas, se convierte en objeto fruitivo de experiencias místicas en grados muy diferentes, según la medida del don que ha recibido y la correspondencia a la gracia. Algunos místicos llegaron a conocer la existencia de la Santísima Trinidad, su naturaleza y funciones con certeza de alguna manera mística por experiencia, Los teólogos, que no son pastores, discurren sobre la gracia desde el laboratorio de la ciencia teológica, ascética  y mística, y no desde la praxis de la pastoral del confesionario y trato con las almas; y por eso hacen elucubraciones teóricas y científicas sobre la gracia y sus frutos, que no siempre coinciden con la realidad; y en el mejor de los casos  dicen los grandes místicos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús que la habitación de la Santísima Trinidad dentro del alma es un hecho normal que se vive y se palpa.
Lo que sí es cierto es que el que vive siempre en gracia y trabaja por la perfección, vive cada vez con más intensidad ráfagas y consuelos del Espíritu Santo y con espacios aislados o habituales de ciertas experiencias místicas de diferente índole. Esta sublime realidad nos lleva a la conclusión de luchar por vivir siempre en gracia de Dios, a no echar por el pecado mortal fuera del corazón a los divinos Huéspedes, Dueños y Señores de la vida del hombre; a no tratar a las tres divinas Personas, que moran en nuestra alma, con indiferencia, descuido o frialdad con formas malas de educación social, sino con convivencia de amor operativo, trabajando por aumentar al máximo la divina presencia trinitaria con progresiva intensidad de gracia. Aunque no se nos regale ninguna experiencia mística,  el hecho de morar en nosotros la Santísima Trinidad es la mayor gracia que se puede esperar.