sábado, 30 de marzo de 2019

Domingo IV de Cuaresma. Ciclo C

PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO
El hijo menor
El Padre
El hijo mayor

Parábola del hijo pródigo

La parábola del hijo pródigo podría llamarse también la parábola del Padre de la misericordia. Expongo, a modo de cuento didáctico, este hecho literariamente fingido: Un padre tenía dos hijos,  el hijo menor  le pidió la herencia para marcharse de casa en busca de la libertad y liberarse de la obediencia y de la disciplina; y el otro, el mayor, estuvo siempre  en obediencia a su padre y en disciplina en la casa puntualmente, pero era pródigo en el corazón del padre. La moraleja de esta parábola es la misericordia infinita de Dios para con todos los hombres, sus hijos, y la ingratitud de los hijos  con su padre.
Dejando aparcada  la historia que todos sabemos de memoria, voy a hacer algunas reflexiones espirituales sobre los tres personajes de la parábola: el hijo menor, el padre y el hijo mayor.

El hijo menor

El hijo menor, harto de la obediencia al padre y de la disciplina de la casa pidió a su padre la herencia, que no le correspondía por derecho, pues la herencia se recibe por voluntad del padre o defunción, y se marchó de casa para buscar la libertad a un País lejano. Y el resultado fue que encontró la tiranía de los vicios, el abandono de los amigos, la pobreza, el hambre y la esclavitud de su vida.
El hijo pródigo después de haber malgastado su herencia en juergas, vicios, pecados y mujeres libertinas, examinó detenidamente su penosa situación, y entre tentaciones y luchas interiores de vergüenza y confianza en su padre, decidió ponerse en camino a su casa; y sucedió que antes de llegar a su casa, se encontró  con la sorpresa de que su padre lo estaba esperando siempre con los brazos abiertos; y al verlo  el padre  se echó  al cuello de su hijo y le cubrió de besos, mientras que él, llorando a lágrima viva, le confesó su mala vida pecaminosa, le pidió perdón por sus pecados y un puesto de trabajo, en calidad de criado, y no de hijo. El  padre lo llevó a su casa, mandó vestirlo con ropa de lujo, ponerle el anillo de hijo de la Casa señorial y celebró una fiesta con un banquete amenizado con música a bombo y platillo.
En el hijo menor están simbolizados los cristianos que estuvieron un tiempo en la Iglesia con paz y a bien con Dios  en obediencia amorosa y disciplina sacrificada, abandonaron  la Iglesia, y se marcharon al mundo a buscar la libertad, y lo que encontraron fue la degradación de la vida, la esclavitud del pecado y de sus pasiones, la pobreza y miseria; y luego arrepentidos retornaron a Dios a la  casa del Padre.
Muchas veces Dios permite que los pecadores se hundan en la miseria y en el pecado para que estos males sean ocasiones providenciales para recuperar la amistad con  Dios,  por aquello de que “no hay mal que por bien no venga.”

El Padre

La figura del padre es un personaje excepcional, único, ideal, no real, que no existe en el mundo.  Representa a Dios, Padre, que no tiene parangón. Adopta con sus dos hijos,  un comportamiento que nadie hace:
- Reparte la hacienda entre los dos hijos (Lc 15,12) simplemente porque se la pidió el hijo menor para irse de casa  a derrochar su fortuna en vicios y pecados; 
-  recibe a su hijo como a un hijo bueno, lo perdona, y manda revestirlo con ropa señorial y anillo de hijo de la casa, y manda celebrar un gran banquete con música por todo lo alto, porque su hijo había muerto y  resucitado;  
- hizo ver a su hijo mayor, que le pasó la factura por los servicios prestados en la casa, que la envidia es mala cizaña para la familia, pues la vuelta  de su hermano perdido debe ser motivo de alegría para todos, porque él, estando en la casa del padre, tenía todo lo suyo era para él, en cambio su hermano estaba muerto y había resucitado.

El hijo mayor

Cuando el hijo mayor regresaba del campo y se acercaba a su casa, al enterarse de la fiesta que había organizado su padre porque había vuelto el hijo de su padre, al que no llamaba hermano, se enfadó con él y no quería entrar en casa. Pero el padre salió a su encuentro, le hizo los razonamientos oportunos, y le persuadió a que entrara en casa.  Pero el hijo mayor, muerto de envidia, dio a su padre las quejas: “Estoy siempre en tu casa sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para divertirme con mis amigos” (Lc 15,29). En cambio, cuando ha vuelto ese hijo tuyo, no mi hermano, después de haber derrochado tu fortuna pecando con mujeres, premias su vuelta y celebras una fiesta. Pero el padre le hizo los razonamientos: Deberías alegrarte porque tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo, en cambio, tu hermano estaba perdido y lo hemos recuperado. 
En el hijo mayor están representados los cristianos practicantes  y religiosos que simplemente cumplen las leyes de la Iglesia, por rutina, costumbre, tibieza,  pero sin amor a los hermanos,  pues el cristiano que no ama ni perdona al hermano es un pródigo en el corazón de Dios, Padre. Los  males que les suceden a los pecadores, buenos, pero débiles, son  vehículos para encontrarse con Dios en paz, corregir su vida, y santificase. Porque Dios es Padre, que perdona todos los  pecados arrepentidos de sus hijos, por graves que sean, como si nada hubiera pasado y celebra una fiesta con música celestial.
Cuando nos presentemos ante el Señor para dar cuenta de nuestra vida, todo será una sorpresa agradable, porque los pecados no serán estrictamente como los enseña como ciencia la Moral Católica al pie de la letra, ni juzgan ni piensan los hombres, porque Dios, Padre,  evaluará los pecados de los hombres, sus hijos con su infinita misericordia, incluso a los que hacen el mal  con rectitud de conciencia, creyendo que es un bien, aunque moralmente estén equivocados.







sábado, 23 de marzo de 2019

Domingo III de Cuaresma. Ciclo C


            El Señor es compasivo y misericordioso
           
            En el salmo responsorial que el pueblo ha dado  a la palabra de Dios  ha proclamado: El Señor es compasivo y misericordioso, tema que me da una oportunidad para hacer unas reflexiones espirituales sobre la misericordia del Señor. Este tratado ocupará tres capítulos: 

Significado de la palabra misericordia
Atributo de la misericordia divina
Misericordia de Dios para con el pecador

SIGNIFICADO DE LA  PALABRA MISERICORDIA 

La palabra misericordia etimológicamente proviene de dos palabras latinas: miserum cor, que significan corazón misericordioso, que según San Agustín tienen el sentido de compasión interna ante la miseria ajena, que nos mueve e impulsa a socorrerla, si es posible. Sucede muchísimas veces que nos encontramos ante muchas miserias o desgracias que no podemos remediar físicamente, y nos limitamos a compadecernos de ellas y a  prestar a los que las padecen la ayuda que podemos; y cuando nada podemos hacer la única  solución que existe es la oración en la que encomendamos a Dios los males del prójimo para que Él haga lo que convenga según su santísima voluntad.

ATRIBUTO DE LA MISERICORDIA DIVINA

Los atributos son conceptos humanos que utilizamos los hombres  para entender y explicar imperfectamente la realidad del Ser y Obrar de Dios de manera metafórica.   De entre ellos, que son muchos, hay dos que son humanamente difícilmente conciliables: la infinita justicia y su misericordia divina.  Santa Teresita del Niño Jesús decía: “tanto espero de la justicia de Dios como de su misericordia”. ¿Cómo administrará Dios la misericordia con los hombres, sus hijos? Es un misterio.
Pocas virtudes se ensalzan tanto en la Sagrada Escritura, principalmente en el Evangelio, como la misericordia de Dios, como podemos comprobar en las parábolas de la oveja perdida (Lc 15,1-7); del hijo pródigo (Lc 15,11-32); del siervo que debía diez mil talentos (Mt 18,23-35); del buen samaritano (Jn 10,25-37); y en la alegoría del Buen Pastor (Jn 10,1-21).
Jesús ejerció su  misericordia divina con la mujer adúltera (Jn 8,1-119); la pecadora (Lc 7,36-50); el paralítico de la piscina (Mc 2,1-12); y, sobre todo, con el buen ladrón (Lc 23,39-43), el mejor ladrón del mundo, que logró robar el corazón de Jesús con una petición de un simple recuerdo: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Y fue tan amplio y generoso el perdón de Jesús que le concedió que no solamente le perdonó  todos sus pecados sino que  lo canonizó en un instante, mereciendo ser el primer santo canonizado de la Iglesia.

MISERICORDIA DE DIOS PARA CON EL PECADOR

La misericordia de Dios, aunque es esencialmente la misma en su propia razón de ser para todos los pecadores, es moralmente distinta en forma e intensidad para cada pecador y para cada pecado del mismo pecador. Porque el pecado no es simplemente una trasgresión de la ley, sino el misterio de maldad con que una persona, distinta y única en el ser y en el obrar ofende a Dios, teniendo en cuenta su capacidad intelectual, cultura, formación religiosa, condicionamientos de la persona y circunstancias del pecado con que ofende a Dios, que  solamente Dios puede evaluar y juzgar en justicia divina y misericordia infinita. ¿Cuándo un pecado, acto humano, es tan grave como para merecer el infierno eterno? Sólo Dios lo sabe.
Los cristianos debemos ejercer las catorce obras clásicas de misericordia, as siete corporales y siete espirituales, y otras muchas más, incontables, que se nos presentan cada día. Cuando no podamos remediar las miserias de los hombres, practiquemos la misericordia de la oración que es “la omnipotencia del hombre y la debilidad de Dios”   en el sentir de San Agustín, como alguna vez ya he repetido.
Danos, Señor, un corazón compasivo y misericordioso para comprender, perdonar y no juzgar los pecados de los hombres, orar por ellos y los nuestros, dejándolos todos en las manos de Dios infinitamente rico en misericordia.

lunes, 18 de marzo de 2019

19 de marzo San José


   SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA
               
  ¿Quién era San José?

Podéis todos decir: que pregunta más simple, más fácil. Todos sabemos que era el esposo de la Virgen María, el padre legal de Jesucristo. Es cierto, pero yo no pretendo con esta pregunta saber la personalidad  evangélica de San José, sino que quiero explicar su personalidad humana y espiritual.

San José fue en cuanto a su personalidad humana un hombre, como todos los demás: concebido en estado de pecado original; sometido, como cualquier hijo de Adán, a tentaciones, a luchas, a vaivenes de la convivencia social, a malos momentos, como tú y como yo, y como cada hijo de Dios.
Tenía sus defectos temperamentales, que no se pueden evitar y no son pecados, aunque sean molestias u ofensas para los hombres. Fue un hombre bueno, inteligente, virtuoso, perfecto, santo. Sólo se diferenciaba de nosotros en que él era santo y nosotros queremos ser santos y trabajamos por serlo; en que él es el Santo más grande que hay en el Cielo, después de María Santísima, por ser el Esposo de la Virgen, Madre de Dios, y Padre adoptivo del Hijo de Dios, Jesucristo, y nosotros somos hijos de Dios e hijos de María Santísima.
Se podría decir que por ser San José el padre adoptivo de Jesús, y por ser nosotros hermanos de Jesús, San José es, de alguna manera, padre legal de todos los hombres, a diferencia de María, que es realmente Madre espiritual de todos los hombres.      

Hay un pasaje en el Evangelio donde aparece la virtud de San José, como hombre santo, y es aquél en que se cuenta el hecho de que San José  observó en su mujer, su esposa, signos evidentes de maternidad, al regreso de la visita que hizo a su pariente  Santa Isabel, en Ain Karin, cerca de Jerusalén. Este suceso está narrado por San Lucas 1,39-45, pero por ser un pasaje sabido, no merece la pena reseñarlo.
San José, ante este hecho evidente de la concepción de su mujer, lo debió de pasar muy mal. Probablemente pasó noches sin dormir dándole vueltas a la cabeza. ¿Cómo se explica esto en María, mi esposa? Sabía que su mujer era santa, virtuosa y virgen; y que en la maternidad de María, él no tenía arte ni parte, como decimos vulgarmente en castellano. Y como consecuencia de romperse la cabeza pensando en este asunto, le sobrevino la zozobra, la inquietud, la desazón, el malestar, la lucha, la tentación y una serie de interrogantes sin respuestas.     
A esta lucha verdaderamente crucial, que tuvo que padecer San José, la llama Martín Descalzo la noche oscura de José, porque por más que pensaba y buscaba razonamientos para buscar una solución, no encontraba ninguna. Se sentía aprisionado en un laberinto sin salida.
Después de pasarse días y noches con cavilaciones de tortura, a San José se le ocurrieron tres posibles soluciones de comportamientos para con su mujer.

Primera: dejarla privadamente. Pero esta opción no le pareció humana ni religiosa, porque él hubiera quedado ante el pueblo con la mala fama, injusta, 
de mal esposo, que abandona a su mujer dejándola embarazada, hecho que merecería ser llevado a los tribunales del Sanedrín. Y desechó esta solución.

Segunda: Hablar serena y piadosamente con su esposa; y en el caso de que hubiera sufrido una posible violación, comprenderla, amarla y aceptar el fruto de sus entrañas como algo natural dentro del matrimonio. Nadie se iba a enterar y él cumplía un deber de amor comprensivo y un acto de caridad extrema para con el hijo de su mujer.
Pero esta decisión suponía par los dos, principalmente para él, tema muy espinoso y desagradable. Y desechó esta opción.

La tercera opción podría ser cumplir la ley: acudir a los tribunales y pedir el derecho de repudio que consistía en dejarla legalmente abandonada. Pero este comportamiento, aunque legal, era frío, poco humano y caritativo, porque sería dejar a su mujer, a la que suponía santa, con un desprestigio inmoral público.  Y para José era cumplir la ley con poca caridad y comprensión, cosa que le remordía la conciencia.

Ante esta situación angustiosa, de verdadero martirio cabe una pregunta de difícil contestación: ¿Por qué María no le dijo a José que había concebido por obra y gracia del Espíritu Santo? Sencillamente parece la mejor solución puesto que ambos eran santos, y ambos entenderían perfectamente los planes de Dios. Sin embargo, no lo hizo. ¿Por qué? ¡Misterio! ¿Por qué San José no pidió a su Esposa una explicación del hecho de su concepción.
Le dio vergüenza porque suponía culparla de algo malo que en Ella de ninguna manera ni siquiera imaginaba. Por supuesto que no podía adivinar la realidad el hecho de la concepción inmaculada de su mujer, por obra del Espíritu Santo.
Yo pienso que la mejor solución fue la que adoptó María, porque la tomó la Virgen que era Santísima, tal vez por inspiración divina: el silencio, ya que la concepción de María era  un misterio sobrenatural, que sólo se cree por la fe o por revelación de Dios, como sucedió. Si María se lo hubiera a San José ¿él la hubiera creído? Tal vez, pero si las cosas sucedieron de esa manera, hay que pensar que fue lo mejor.
En estas cábalas estaba José, terriblemente tentado y angustiado y sin saber qué hacer, cuando un ángel del Señor se le apareció y le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, a casa, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo” (Mt 1,16.18-21.24).
Cuando la revelación vino de parte de Dios, por medio de un ángel, José, hombre de fe, creyó en la concepción de Jesús en el seno virginal de María.

Esto mismo pasa ahora con nosotros, que creemos en Jesucristo en la Eucaristía, no porque nos lo han dicho nuestros padres, ni porque nos lo han enseñado en la escuela o en la catequesis, sino porque tenemos fe. Nadie cree si no tiene la potencia de creer.
Hay muchas cosas en la vida que no entendemos, muchos interrogantes que nos hacemos frecuentemente, y para los que no encontramos solución. Nos preguntamos muchas cosas inútilmente ¿Por qué, por qué, por qué...? No pierdas el tiempo en romperte la cabeza, buscando soluciones humanas a los misterios de fe. Cree porque te ha revelado la fe.
A imitación de San José, ante los misterios de la vida que no entiendes, ora, sé fiel cumplidor de la Ley y espera que Dios solucione las cosas que no tienen solución humana, sabiendo que “en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que ama” (Rm 8,28).

sábado, 16 de marzo de 2019

Domingo II de Cuaresma. Ciclo C


TRANSFIGURACIÓN
Símbolos de  transfiguración

Transfigurar es hacer cambiar de figura o aspecto una persona o una cosa. El Hijo de Dios, Persona divina, al asumir la naturaleza humana de Santa María, Virgen, se desfiguró en hombre, diríamos, y durante toda su vida ocultó su divinidad, milagro mayor que la transfiguración de Jesús en el monte Tabor, dice  Santo Tomas de Aquino.
La transfiguración del Señor fue un hecho real y no un mito fantástico, contado por los primeros cristianos para resaltar el poder de Jesús, como dicen algunos racionalistas.
El hecho sucedió de esta manera. Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, y subió con ellos a una montaña alta, que la tradición dice que era el Tabor. Y allí se transfiguró en otro que no era Él.  Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo, y vieron que  Elías y Moisés estaban conversando con Jesús. Entonces Pedro, entusiasmado por la visión,  dijo a Jesús:
Maestro ¡Qué bien se está aquí!  Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, y nosotros nos quedamos con vosotros a la intemperie en vuestra contemplación siempre. En esto, se formó una nube que   los cubrió y de ella  salió una voz que decía:
Este es mi Hijo amado: Escuchadle.
De pronto, al mirar alrededor no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.  Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado en la memoria y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
San Pedro hace referencia de este acontecimiento con estas palabras: “El recibió de Dios honra y gloria cuando, desde la sublime gloria, le llegó aquella voz tan singular: Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto. Esta voz llegada del Cielo la oímos nosotros estando con Él en la montaña” (2 P 1,17-18).

SÍMBOLOS DE  TRANSFIGURACIÓN
- Transfiguración bautismal.
- Transfiguración sacramental.
- Transfiguración teológica.
- Transfiguración mística.
- Transfiguración de los cuerpos resucitados y gloriosos.

TRANSFIGURACIÓN BAUTISMAL
Haciendo una interpretación espiritual de la Transfiguración de Jesús, se podría decir que en el bautismo se realiza una transfiguración sobrenatural del hombre en un “dios” por medio de una participación analógica de la naturaleza divina por la gracia, de tal manera que parece siempre hombre, estando “divinizado”. El bautismo transfigura místicamente todo el ser del hombre, convirtiendo su cuerpo en templo vivo del Espíritu Santo y su alma en sagrario de la Santísima Trinidad formando con ella una familia de  íntima convivencia y estrecha amistad.

TRANSFIGURACIÓN SACRAMENTAL
La gracia que el cristiano recibe en el bautismo se transfigura en cada sacramento que  recibe con las debidas disposiciones con una modalidad distinta conforme al fin de cada sacramento, algo así como la luz solar, siendo blanca,  adquiere color distinto cuando pasa por cristales de colores diferentes a una persona o cosa ¡Cuánta importancia tiene para la santidad personal recibir los sacramentos, principalmente los de la Penitencia y  de La Eucaristía con el mayor perfección posible.

TRANSFIGURACIÓN TEOLÓGICA
A lo largo de la vida el cristiano ora, trabaja, sufre, come, duerme, se divierte santamente y hace muchas obras buenas las hace en estado de gracia. En estos casos, Dios hace que por medio de ellas la potencia sobrenatural del grado de gracia en que se encuentre se transfigure teológicamente en aumento de gracia en ascenso a la santidad, porque si el cristiano vive con Cristo, sufre con Cristo y muere con Cristo, resucitará con Él.  

TRANSFIGURACIÓN MÍSTICA
La transfiguración es también símbolo de la contemplación mística en la que el místico vive imperfectamente una ráfaga del cielo glorioso en el Tabor su alma.

TRANSFIGURACIÓN DE LOS CUERPOS RESUCITADOS Y GLORIOSOS
Es también, de alguna manera, una imagen imperfecta de los cuerpos resucitados y gloriosos, en Cielo, cuando todas las cosas de este mundo se acaben, y todo se transfigure  en los nuevos cielos y la tierra nueva.









sábado, 9 de marzo de 2019

Domingo I de Cuaresma. Ciclo C

DOMINGO I DE CUARESMA

           Conversión
Conversión sacramental
Conversión teológica
Conversión misteriosa de infinita misericordia
Conversión cósmica.

 Conversión
 Toda la vida cristiana es una permanente y progresiva conversión evangélica  en diversas etapas y modalidades. Aunque todos los tiempos litúrgicos son en su esencia de conversión, la  Iglesia señala dos  especiales: Adviento como preparación para la Navidad y Cuaresma para la Resurrección.
La conversión es el tema fundamental de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Consiste en corresponder a la vocación de santidad a la  que cada cristiano está llamado por el Espíritu Santo en el bautismo. Se supone difícil porque se imagina que tiene que ser excepcional, espectacular, como la de los santos de relumbrón, extraordinarios, modelos admirables, pero no imitables en todos sus actos, sino solamente en sus actitudes, porque la santidad es personal.  Convertirse no es cambiar  la personalidad, la manera substantiva de ser,  sino  la manera de proceder en el virtuoso obrar: en el cumplimiento de la voluntad de Dios, en la lucha contra el pecado y en la moderación virtuosa del propio temperamento o carácter. La conversión tiene que dar sus propios frutos de perfección, porque el que no fructifica en buenas obras  no se ha convertido, es un enfermo o un pecador redomado.


Conversión sacramental
La primera conversión que se realiza en el hombre es en el bautismo, que convierte al hombre, nacido en pecado, en hijo de Dios, heredero de su reino y lo incorpora al Cuerpo místico de la Iglesia. El bautizado por el agua y el Espíritu Santo queda regenerado  en una nueva criatura con una segunda naturaleza divina, participada de Dios. Mientras es bebé, sin conciencia de sus actos, sigue siendo hijo de Dios, aunque no sepa esa sublime y sobrenatural  realidad de filiación divina hasta el uso de razón, momento en que empieza la responsabilidad moral. Los bautizados que nunca llegan a tener conciencia de sus actos, permanecen en ellos el estado de gracia inalterable que recibieron en el bautismo hasta su muerte, y después van al Cielo; y los que tienen cierta lucidez mental,  esporádica, son juzgados por Dios con singular  misericordia.
En el bautizado normal  la gracia bautismal está sometida a un proceso de conversión sacramental, pues en cada sacramento recibe su gracia específica, según las disposiciones en que lo recibe,  principalmente  en la Penitencia y  en la Eucaristía.
El sacramento de la Penitencia convierte al pecador que ha roto la amistad con Dios por el pecado grave en amigo suyo; y en el que ha mantenido su amistad con Él en íntima relación o con faltas o imperfecciones lo santifica.
El sacramento de la Eucaristía cristifica al bautizado que lo recibe con fe y buenas disposiciones, y no por rutina o costumbre, y lo alimenta con el  Cuerpo y la Sangre de Cristo. 

Conversión teológica
La conversión no es sólo el paso de la vida de infidelidad a  la vida de fe, sino también de la vida de pecado a la vida de gracia en progresivo crecimiento; y también de la vida de gracia  al culmen de  la  santidad en distintas dimensiones.

Conversión misteriosa de infinita misericordia
Es un hecho evidente que en nuestras familias, amistades, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos,    existen bautizados que no practican la fe católica habitualmente, y solamente participan en actos religiosos de compromiso; y también no bautizados de otras religiones o de ninguna, que muchos son honrados y buenos, tanto o más que los cristianos. ¿Entonces, no se convierten?
La sabiduría infinitamente misericordiosa de Dios tiene  caminos inimaginables para que el hombre bautizado o no bautizado se convierta, porque juzga la moralidad de los actos del hombre con criterios  de un Dios encarnado, que vivió, padeció y murió en la cruz, derramando sangre divina para salvar a todos los hombres. ¿Cómo? ¡Misterio!  El juicio de Dios sobre el pecado  no es matemáticamente como enseña la Moral Católica, al pie de la letra, porque el pecado no es un una simple trasgresión de la ley, sino una ofensa qu el hombre hace a Dios, misterio de maldad personal, como define el Concilio de Trento. Muchos hombres cometen actos malos, según la estimación de la justicia humana y cristiana, pero no todos son pecados, ofensas a Dios en su presencia divina, porque existen muchas causas humanas que eximen de responsabilidad moral católica, como por ejemplo: la ignorancia, la incapacidad humana de concebir las cosas, y sobre todo la malicia del pecado, la pasión que perturba o anula la responsabilidad, el desequilibrio orgánico, causas físicas, psicológicas, psíquicas, educación y cultura. A medida que van pasando los años, cada vez estoy más convencido de que la mayoría de los hombres se salvan por estas y otras muchas razones, no conocidas. Es muy difícil que el hombre, en su ser natural puro, cometa un acto humano, llamado pecado mortal, tan grave que en la presencia de Dios merezca el infierno eterno, que existe.  El pecador comete el pecado, según su capacidad intelectual y formación de moral católica que tiene, el sacerdote lo perdona en el Sacramento del Perdón, y Dios lo juzga y condena en su auténtica realidad.   

Conversión cósmica
Este mundo en que vivimos no será convertido  en un caos, ni aniquilado, sino convertido en otra realidad diferente, infinitamente superior y mejor que la actual en una conversión cósmica de unos cielos nuevos y una tierra nueva de toda la creación glorificada en la que habrá  paz absoluta y completa, felicidad total de amor en la visión y gozo de Dios eternamente.

martes, 5 de marzo de 2019

Miércoles de Ceniza. Ciclo C.

MIÉRCOLES DE CENIZA
CUARESMA

Intentaré exponer el tema CUARESMA con cierta  lógica coordinada en cuatro puntos: Origen, estructura, naturaleza, temario: oración y penitencia.

Origen
Desde los primeros siglos del cristianismo se observó en la Iglesia la práctica de la oración y penitencia en todo tiempo, como una norma evangélica de vida cristiana. En el seno de las primeras comunidades cristianas fue extendiéndose progresivamente el espíritu cuaresmal de oración y penitencia, observándose prácticas que dictaban los obispos para los fieles de sus diócesis. No se sabe cuándo ni cómo surgió la Cuaresma propiamente dicha para todos los fieles de la Iglesia universal. Las primeras alusiones directas  aparecieron en Oriente, a principios del siglo IV, y en Occidente a fines del mismo siglo, según los expertos historiadores de la Liturgia.  A lo largo de la Historia de la Iglesia se fue configurando el año litúrgico, dando primordial importancia, como tiempos fuertes de oración y penitencia, al Adviento, como preparación al nacimiento de Jesús, y a la Cuaresma, como preparación intensiva para la Pascua de Resurrección.
Desde hace siglos, la Iglesia ha ido cambiando  la celebración de la Cuaresma, quedando sustancialmente estructurada desde hace tiempo como la de hoy con variantes accidentales, adaptadas a los tiempos.
Estructura
La Cuaresma empieza el miércoles de Ceniza y termina  justo antes de la “Misa del Señor” en la tarde del Jueves Santo.
 La ceremonia del miércoles de ceniza se celebra dentro de la celebración de la Eucaristía con la imposición de ceniza, elaborada de la quema de los ramos del domingo de Ramos del año anterior. Significa el origen del hombre y su fin: polvo, y la caducidad de su vida.  La impone el celebrante sobre la cabeza o frente de los fieles con estas palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio o Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”.
 El tiempo de Cuaresma es de cuarenta días. Está figurada en varias referencias bíblicas: en los cuarenta días que duró el diluvio, en los cuarenta años que duró la travesía del pueblo de Dios desde Egipto a Palestina, la tierra prometida y, sobre todo, en  la cuarentena que Jesús pasó en el desierto  en ayuno y penitencia preparándose para la vida pública. Comprende seis domingos, contando el domingo de Ramos.
Naturaleza
La Cuaresma ha tenido siempre en la Iglesia un carácter especialmente bautismal de penitencia, porque es una Comunidad bautismal-penitencial-eclesial. Los cristianos de los primeros siglos se bautizaban en cuaresma, se acercaban al sacramento de la Penitencia, y los grandes pecadores, apartados de la Iglesia por sus pecados graves, eran reinsertados a ella por el sacramento del perdón,  principalmente en la Vigilia Pascual.

Temario: oración y penitencia
El tema central de la Cuaresma es  la conversión de todos los fieles: la de los pecadores a la vida de gracia, la de los buenos a la vida de la santidad,  y la de los santos a una santidad en la  mayor perfección posible, porque todos los cristianos tenemos que convertirnos.
El Concilio Vaticano II ha estructurado la Cuaresma como un tiempo especial de oración, de intensa escucha de la Palabra de Dios y penitencia, con una orientación pascual-bautismal (SC 109).  Es el tiempo de una experiencia oficial en el misterio pascual de Cristo: “Padecemos juntamente con Él, para ser también juntamente glorificados” (Rm 8,17).  Podríamos decir que es para toda la Iglesia como unos ejercicios espirituales intensivos de cuarenta días en los que los fieles imitan el ejemplo de Cristo en toda su vida, principalmente en su pasión y muerte, para celebrar la Pascua de Resurrección, con miras a nuestra resurrección al final de los tiempos.
La cuarentena penitencial es un tiempo especial para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las privaciones voluntarias (ayuno, limosna, comunicación cristiana de bienes, obras caritativas y misioneras) (Cat 1438) y las peregrinaciones, como signo de penitencia. Se recomiendan reuniones de oración, celebraciones de la Eucaristía, del sacramento de la Confesión y celebraciones de la Palabra, la práctica de la penitencia o mortificación con equilibrio y el ejercicio voluntario del sacrificio en todas las ocasiones de la vida ordinaria. Es decir, la cuaresma para un cristiano es un tiempo de gracia en el que tiene que empeñarse en que toda su vida sea orante y operativa con especial intensidad que en otros tiempos litúrgicos.  Enunciamos las penitencias que se deben observar siempre, pero especialmente en Cuaresma, por mandato de la Iglesia.

Penitencias obligadas
La primera penitencia obligada para todo cristiano es cumplir la ley penitencial que manda la Iglesia:
 “En la Iglesia universal son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma (c 1250).
Actualmente el ayuno y la abstinencia se guardarán solamente el miércoles de Ceniza y el viernes Santo.
El ayuno obliga a todos los cristianos mayores de edad (18 años) hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve (c 1252).
La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años.
La abstinencia de carne se puede cambiar en los demás viernes del año por un acto de piedad, de caridad o limosna, pero no en los viernes de Cuaresma. La penitencia de abstención de carne es principalmente la obediencia a la Iglesia, más que no comer carne. 
Además es muy buena, y en cierta manera necesaria, la penitencia libre del sacrificio voluntario de aprovechar todas las ocasiones imprevistas que se presenten, incluso buscarlas, para ofrecer a Dios pequeñas penitencias, que valen mucho para reparar los pecados propios y ajenos, santificarse y santificar a todos los miembros de Cuerpo Místico de la Iglesia. Las penitencias importantes no se deben usar sin el consejo del confesor, o como esté establecido en las reglas o constituciones de un Instituto u obra aprobada por la Iglesia.

Principales penitencias
Voy a enumerar sin explicación alguna las principales penitencias que causan paz, felicidad en la Tierra y garantizan el Cielo:

- Recibir con frecuencia el sacramento de la Penitencia.
- El cumplimiento del deber.
- La aceptación total de sí mismo en la carencia o limitación  de las cualidades;
- La humillación de los propios pecados que se repiten.
           - La renuncia constante a la propia voluntad caprichosa.
           - La guerra declarada al egoísmo.
           - El sacrificio costoso de la convivencia familiar, laboral, social y amistosa.
- La aceptación de todos los acontecimientos que suceden y no se pueden remediar.

sábado, 2 de marzo de 2019

Domingo VIII. Tiempo Ordinario.Ciclo C



 ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo” Lc 6, 39-45

Para predicar la homilía en este domingo VIII del tiempo ordinario, ciclo C, voy a fijar mi atención en una frase del Evangelio de San Lucas, que es fundamento para la vida cristiana: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo”.

Sin duda alguna que el conocimiento propio es la asignatura más difícil de  la carrera de la santidad que se cursa en la Universidad de la vida, porque en la esencia íntima de nuestro propio ser radica el egoísmo, que nos impide ver las cosas con objetividad. Vemos en el prójimo defectos y pecados más grandes  que los que tenemos nosotros: la mota en el ojo del hermano y no vemos la viga en el nuestro.
El amor propio o egoísmo nos hace aminorar o justificar nuestros defectos y pecados, aunque sean importantes y graves, y agrandar y condenar los defectos de nuestros hermanos, aunque sean iguales que los nuestros y aún más pequeños. Se parece nuestro comportamiento al de los niños cuando riñen, que echan en cara a sus compañeros los mismos pecados que ellos cometen, incluso calumniando a los inocentes. La malicia del corazón de los hombres malos consiste en culpar a todos los hombres de los mismos males que ellos cometen, según dice el refrán castellano: Se cree el ladrón que todos son de su condición.
La verdad de la moralidad de los hombres está en la íntima esencia de su corazón. Lo que realmente somos, buenos o malos, es una realidad exclusiva del misterioso conocimiento de Dios Padre, infinitamente misericordioso. 
         En los juicios humanos hay una declaración del propio reo con derecho a la propia defensa; un abogado que defiende al reo; un fiscal que le acusa; unos testigos que acusan defienden; y un juez que, después de estudiar todos los factores del caso en cuestión, condena y absuelve. En cambio, nosotros, sin conocer las causas del proceder del hermano, condenamos injustamente a nuestro prójimo, sin conocer a fondo a las personas a quienes juzgamos y condenamos, ni las motivaciones de su obrar ni sus circunstancias.
Somos inconsecuentes e injustos con nuestros hermanos, a quienes juzgamos y condenamos sin suficientes elementos de juicio. 
Es muy difícil saber dónde está la verdad humana,  pues todo depende de muchos factores: de la capacidad intelectual del hombre, de la educación que se ha recibido en familia, en Sociedad y en la Iglesia, de la moral de costumbres buenas, de los signos de los tiempos.
No llegamos a conocernos  bien porque nos fiamos solamente de nuestro propio criterio. No estamos de acuerdo con la opinión que los demás tienen de nosotros mismos, y no hacemos caso a los que nos reprenden con cariño. Alguien dijo que el  que se hace maestro de sí mismo se constituye en maestro de un tonto.
         Nos ayuda mucho al propio conocimiento la oración, examen de conciencia, lectura espiritual, confesión, director espiritual.

         Con el trato amistoso con Dios, mantenido en humildad y obediencia, se llega uno a conocer poco a poco, aunque difícilmente del todo.  En reflexión sincera y humilde de examen sobre la propia vida, sin apasionamiento, y admitiendo la posibilidad de estar equivocados o ser algo, aunque no todo, de lo que se nos acusa, podemos llegar a conocer nuestros fallos y a arrepentirnos de nuestros pecados.  Con la ayuda de un buen libro de espiritualidad, el consejo de personas santas, aunque sean seglares, y sobre todo con la ayuda de sacerdotes virtuosos, confesor o directores espirituales, podemos conseguir con la gracia de Dios el conocimiento propio y adecuado.
Solemos tener un defecto importante: obrar como a nosotros nos parece, diciendo que hemos consultado nuestras decisiones. Y, en realidad, muchas veces no hacemos otra cosa que hacer lo que queremos, respaldados falsamente en lo que decimos que se nos ha aconsejado, que es lo  que nosotros hemos preparado con maniobra  que se nos diga. Pongamos un ejemplo. Imaginemos que un profesor quiere hacer un viaje a un país lejano, que es muy costoso, y tiene que gastar mucho dinero. Y consulta a un sacerdote que quiere hacer un viaje para instruirse, culturizarse, con el fin de poder luego hacer bien a los alumnos. La verdad es que quiere viajar porque le gusta y disfruta viendo muchas cosas bonitas, que merece la pena. Pero para tranquilizar la conciencia de gastar demasiado dinero dice que quiere hacer un viaje cultural ¿Qué le va a decir el sacerdote? ¡Que haga ese viaje! Todo depende de cómo se haga la consulta.            
            El que es bueno todo lo echa a buena parte, todo lo excusa, todo lo justifica, todo lo comprende, conforme nos enseña la Palabra de Dios por medio de San Pablo: La caridad todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1ª Co 13,7).
            El amor verdadero, por ejemplo el de una madre o el de un  padre, busca siempre motivos para justificar y perdonar  al hijo que se porta mal o ha cometido algún error, pecado o delito: “Él es bueno, tienen la culpa de su mal los amigos, las desviadas costumbres de los tiempos, la moda... Es bueno, pero le pilló en un mal momento de nervios y obró inconsecuentemente de manera inculpable... Es bueno,  pero las circunstancias de las injusticias le obligaron a cometer ese acto o ese pecado, justificable en cierto sentido.
            El que es bueno, nos dice el Evangelio de hoy, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien; y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, habla la boca.
            El que tiene el corazón limpio, su mirada será limpia y verá en el prójimo el reflejo de la bondad que hay en su corazón. En cambio, el que es malo, la malicia de hay en su corazón y en sus obras la aplica a los demás, por aquello de que “se cree el ladrón que todos son de su condición”.