sábado, 23 de marzo de 2019

Domingo III de Cuaresma. Ciclo C


            El Señor es compasivo y misericordioso
           
            En el salmo responsorial que el pueblo ha dado  a la palabra de Dios  ha proclamado: El Señor es compasivo y misericordioso, tema que me da una oportunidad para hacer unas reflexiones espirituales sobre la misericordia del Señor. Este tratado ocupará tres capítulos: 

Significado de la palabra misericordia
Atributo de la misericordia divina
Misericordia de Dios para con el pecador

SIGNIFICADO DE LA  PALABRA MISERICORDIA 

La palabra misericordia etimológicamente proviene de dos palabras latinas: miserum cor, que significan corazón misericordioso, que según San Agustín tienen el sentido de compasión interna ante la miseria ajena, que nos mueve e impulsa a socorrerla, si es posible. Sucede muchísimas veces que nos encontramos ante muchas miserias o desgracias que no podemos remediar físicamente, y nos limitamos a compadecernos de ellas y a  prestar a los que las padecen la ayuda que podemos; y cuando nada podemos hacer la única  solución que existe es la oración en la que encomendamos a Dios los males del prójimo para que Él haga lo que convenga según su santísima voluntad.

ATRIBUTO DE LA MISERICORDIA DIVINA

Los atributos son conceptos humanos que utilizamos los hombres  para entender y explicar imperfectamente la realidad del Ser y Obrar de Dios de manera metafórica.   De entre ellos, que son muchos, hay dos que son humanamente difícilmente conciliables: la infinita justicia y su misericordia divina.  Santa Teresita del Niño Jesús decía: “tanto espero de la justicia de Dios como de su misericordia”. ¿Cómo administrará Dios la misericordia con los hombres, sus hijos? Es un misterio.
Pocas virtudes se ensalzan tanto en la Sagrada Escritura, principalmente en el Evangelio, como la misericordia de Dios, como podemos comprobar en las parábolas de la oveja perdida (Lc 15,1-7); del hijo pródigo (Lc 15,11-32); del siervo que debía diez mil talentos (Mt 18,23-35); del buen samaritano (Jn 10,25-37); y en la alegoría del Buen Pastor (Jn 10,1-21).
Jesús ejerció su  misericordia divina con la mujer adúltera (Jn 8,1-119); la pecadora (Lc 7,36-50); el paralítico de la piscina (Mc 2,1-12); y, sobre todo, con el buen ladrón (Lc 23,39-43), el mejor ladrón del mundo, que logró robar el corazón de Jesús con una petición de un simple recuerdo: “Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. Y fue tan amplio y generoso el perdón de Jesús que le concedió que no solamente le perdonó  todos sus pecados sino que  lo canonizó en un instante, mereciendo ser el primer santo canonizado de la Iglesia.

MISERICORDIA DE DIOS PARA CON EL PECADOR

La misericordia de Dios, aunque es esencialmente la misma en su propia razón de ser para todos los pecadores, es moralmente distinta en forma e intensidad para cada pecador y para cada pecado del mismo pecador. Porque el pecado no es simplemente una trasgresión de la ley, sino el misterio de maldad con que una persona, distinta y única en el ser y en el obrar ofende a Dios, teniendo en cuenta su capacidad intelectual, cultura, formación religiosa, condicionamientos de la persona y circunstancias del pecado con que ofende a Dios, que  solamente Dios puede evaluar y juzgar en justicia divina y misericordia infinita. ¿Cuándo un pecado, acto humano, es tan grave como para merecer el infierno eterno? Sólo Dios lo sabe.
Los cristianos debemos ejercer las catorce obras clásicas de misericordia, as siete corporales y siete espirituales, y otras muchas más, incontables, que se nos presentan cada día. Cuando no podamos remediar las miserias de los hombres, practiquemos la misericordia de la oración que es “la omnipotencia del hombre y la debilidad de Dios”   en el sentir de San Agustín, como alguna vez ya he repetido.
Danos, Señor, un corazón compasivo y misericordioso para comprender, perdonar y no juzgar los pecados de los hombres, orar por ellos y los nuestros, dejándolos todos en las manos de Dios infinitamente rico en misericordia.

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