sábado, 28 de noviembre de 2020

Primer Domingo de Adviento. Ciclo B

 

Hoy celebramos el primer domingo de Adviento, el comienzo del año litúrgico. La palabra latina adviento significa venida, llegada de alguien o de algo que supone una espera. En sentido litúrgico podríamos definir el Adviento como la espera confiada y alegre de la venida del Señor.

La vida es una espera constante de acontecimientos nuevos o iguales, con monotonía unas veces y novedad otras. Esperamos con alegría confiada cosas buenas. Por ejemplo, el enfermo espera salir de la enfermedad y recuperar la salud perdida. Si esperamos a alguien con alegría, estamos deseando que llegue el momento de su llegada. En cambio, cuando sabemos que nos va a venir un mal, tenemos pena porque va a venir lo que no queremos. El bien se espera con alegría y el  mal se teme con pena.         

La venida del Señor puede interpretarse en tres sentidos diferentes: la venida del Señor litúrgica, que celebramos el día 25 de Diciembre, nacimiento de Jesús. Durante cuatro semanas de adviento nos preparamos con alegría penitente para celebrar el acontecimiento más grande de la Historia: el cumpleaños de Jesús, el recuerdo desbordante y alegre de que el Hijo de Dios se hizo hombre para salvar a todos los hombres. Esta espera, tiempo de esperanza y conversión, tiene referencia con la segunda venida de Jesús al final de los tiempos, pues así lo dijeron los ángeles a los Apóstoles cuando Jesús subió a los Cielos: “Mientras miraban fijos al Cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco que le dijeron:

            “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al Cielo, volverá como lo habéis visto marcharse.” (Hech 1,11). 

Por tanto, el adviento litúrgico no sólo tiene una dimensión cercana o próxima de preparación para la Navidad, el día 25 de Diciembre, sino también lejana y última: la venida del Señor en la Parusía. ¿Cuándo vendrá? No sabemos. Por supuesto, no como muchos piensan que dentro de treinta y tantos días, el principio del año 2000. 

      Cuando el Señor vuelva al final de los tiempos, vendrá a juzgar a vivos y a muertos, a clausurar con solemne majestad el Reino que fundó en la Tierra, que es la Iglesia. Para entender el verdadero sentido del Adviento estas dos dimensiones tienen que ser entendidas como dos elementos de una misma realidad, la del tiempo y la de la eternidad. 

       Mientras celebramos el Adviento litúrgico en espera del Adviento escatológico, hay un adviento intermedio de espera para cada uno de nosotros: la espera de la llegada del Señor, a la hora de la muerte, para celebrar la Navidad eterna. Remachando ideas repetimos: Hay tres esperas o tres advientos estrechamente unidos entre sí: adviento litúrgico en que nos preparamos para la Navidad; adviento de la vida en el que nos preparamos para la muerte; y adviento histórico de la Parusía en el que la Iglesia se prepara para la venida definitiva del Señor, al final de los tiempos: la Navidad eterna del Reino de los Cielo.

    ¿Cuándo vendrá el Señor a buscarnos al final de nuestra existencia? No lo sabemos, pero pronto, pues la vida pasa a velocidad vertiginosa, como el chorro de humo que deja el avión en el firmamento, cruzando el espacio, que inmediatamente desaparece, como si nunca hubiera existido.

    Efectivamente, el Señor vendrá a buscarnos, cuando menos lo pensemos. ¿Cómo tenemos que prepararnos para ese día? Nos dice el Evangelio que en actitud permanente de vigilancia, mientras llega el Señor para recogernos y celebrar en el Cielo nuestra Navidad personal, que es el nacimiento a la vida eterna. ¿Qué significa estar en vela? Vivir siempre en estado de gracia, vivir en una actitud permanente de servicio a los demás en trabajo apostólico, vivir con paciencia esperando los acontecimientos con fe y alegría espiritual, porque todo lo que sucede lo quiere Dios o lo permite para nuestro bien. Por consiguiente, tenemos que aceptar la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste.

     Muchos se cuestionan la existencia del mal en el mundo, y es lógico y natural, y dicen: ¿Cómo Dios, que es Padre de todos los hombres, permite tantos males? Alguien me dijo una vez que perdió la fe porque no entendía la existencia del dolor. A mí me sucede todo lo contrario, pues la existencia del dolor que no entiendo, aumenta más mi fe. Si existen tantas injusticias, tanto dolor, tantas penas en esta vida es porque tiene que haber justicia eterna en la otra. Nuestra felicidad en el Cielo será total y eterna. Consiste en ver y poseer a Dios para siempre. Luego todo dolor que se padece en este mundo es poco en relación con la visión y gozo de Dios, que nunca terminan y colman todas las aspiraciones humanas. En estos días han operado a un amigo mío, sacerdote, que me dijo: Estoy preparado para todo. Está pasándolo muy mal, sufriendo mucho, pero con la esperanza de que el dolor pasa pronto y la felicidad que me espera será eterna. 

No solamente no entienden el misterio del dolor los que no tienen fe, sino que tampoco lo entendemos los que la tenemos. La reacción ante este interrogante angustioso es de dos maneras: una teológica, desde la fe, y otra humana, desde la razón. La teológica esta argumentada de esta manera: Si Dios es mi fin, si Dios es mi móvil y si Dios es mi felicidad eterna, todo lo que me suceda en este mundo, por malo que sea, es poco. ¿Hay quien entienda lo que significa la eternidad en visión y gozo de Dios? San Agustín decía que la eternidad es el concepto más difícil de entender ¿Qué será siempre, siempre, siempre Dios visto y poseído, que es TODO el bien que ni siquiera se puede imaginar? Luego de esta manera se entiende la existencia del mal, que es un medio temporal para el fin último y supremo, que es la felicidad personal, total y eterna del hombre.

La otra manera de entender el misterio del mal en el mundo, desde la razón, es caer en el existencialismo, en el agnosticismo o en el escepticismo. 

Pues bien, hermanos, el dolor existe, pero tenemos  que aceptarlo con fe. ¿Cómo? En situación permanente de conversión, a la todos estamos obligados. No solamente tienen que convertirse los infieles, los que culpable o inculpablemente no tienen fe, sino también los que la tenemos: los cristianos que no pisan la Iglesia o la pisan en ocasiones sociales y viven de espaldas a Dios, y quizás más los que nos consideramos cristianos comprometidos. El artista que tiene el instinto o carisma del arte, como dicen ahora, tiene que perfeccionarse cada día más para alcanzar la máxima perfección. El cristiano que vive su fe con compromisos por vocación tiene que vivir en una actitud permanente de perfección evangélica. 

       ¿De qué tenemos que convertirnos? De nuestras miserias, de nuestras debilidades, de nuestras imperfecciones, de nuestro pecados, de nuestros desvíos para que estemos siempre en vela, celebrando el adviento de nuestra vida personal, mientras vivimos en la Tierra, conmemorando cada año el adviento litúrgico de la Navidad con la perspectiva de la espera de la celebración eterna de la Navidad, al final de los tiempos.

sábado, 21 de noviembre de 2020

Cristo Rey del Universo. Ciclo A



Como todos sabemos, hoy celebramos la fiesta litúrgica de Cristo Rey. Aprovechamos esta ocasión para explicar el significado del nombre de Cristo Rey. 

Los conceptos humanos no pueden aplicarse en sentido literal a las realidades divinas, sino en sentido metafórico o acomodaticio. Por consiguiente. Cristo Rey no tiene el mismo sentido que Juan Carlos I, Rey de España, por ejemplo.

¿Por qué decimos que Cristo es Rey? 

Por dos razones principales: porque Cristo es Dios y es Redentor de todos los hombres. Por ser Dios, es Creador de todas las cosas, y, por consiguiente, dueño y señor de todo, rey, que tiene dominio total y universal sobre toda la creación visible e invisible que gobierna con omnipotente sabiduría y bondad misteriosa: y, por ser Redentor, gobierna por medio de la Iglesia a todos los hombres a quienes redimió con su sangre divina para la salvación eterna.

Alguien ha dicho que en los tiempos actuales no conviene utilizar el título de Cristo Rey, porque la gente lo identifica con un partido político extremista en ideas y acciones, que lleva este nombre: Guerrilleros de Cristo Rey. Pero esta propuesta es antibíblica. Este apelativo está inspirado en la Biblia y no puede sustituirse, sino explicarse en el sentido espiritual y místico que le corresponde. 

Si Cristo es Rey es porque tiene un Reino. ¿Cuál es el Reino de Cristo.

El reino de Cristo Rey es distinto a todos los reinos del mundo en su naturaleza, composición, gobierno y fines. Es el misterio de la Iglesia. Realidad sobrenatural humanamente inconcebible, que puede estructurarse en ocho etapas sucesivas

1ª CONCEPCIÓN 

Hablando en lenguaje teológico, la Iglesia tiene origen trinitario, fue concebida eternamente por la Santísima Trinidad en la planificación de la creación del hombre. Dios previó el pecado del hombre, y determinó eternamente enviar a su Hijo Unigénito al mundo, para que haciéndose hombre realizara la Redención universal de todos los hombres, mediante la Iglesia, Reino de Cristo. 

2ª PREPARACIÓN 

Dios, después de la creación de los ángeles, seres espirituales celestes que formarían parte integrante de la Iglesia, preparó el lugar donde se iba a desarrollar la Historia de la Iglesia, creando el maravilloso mundo en que vivimos, escenario del gran misterio de la Redención. 

Creó luego al hombre en estado de gracia, elevado al orden sobrenatural y con los privilegios de la integridad, sin la concupiscencia pecaminosa, impasiblidad, libre de la muerte “El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad. Pero el hombre pecó y perdió la gracia y los dones que Dios le había regalado. 

Entonces Dios le perdonó y decidió elevar a todos los hombres a la participación de la vida divina en su Hijo "y dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia". Esta “familia de Dios” se constituye y realiza a lo largo de las etapas de la historia humana, según las disposiciones del Padre.

Por consiguiente, el reino de Cristo o la Iglesia fue “prefigurada” ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza: se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efusión del Espíritu, y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos (LG 2: Cat 759). 

3ª INICIO 

En un sentido amplio la Iglesia empezó a existir en el mismo momento en que el hombre cometió el pecado original y se le anunció la venida del Redentor, Jesucristo, con estas palabras: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: ella herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón” (Gén 3,15). Es, por así decirlo, la reacción de Dios al caos provocado por el pecado (Cat 761). 

4ª PREPARACIÓN 

Se empezó a preparar con la vocación de Abrahán y la elección de Israel como Pueblo de Dios (Gn 12, 2; 15, 5-6). Durante siglos, a lo largo de la historia del pueblo de Israel, Dios fue anunciando en el Antiguo Testamento la Buena noticia en las Escrituras (LG 5), es decir la llegada del Reino de Dios. Primero lo hizo por medio de los patriarcas y después por los profetas, hasta que llegó la plenitud de los tiempos con el nacimiento de Jesús. 

5ª NACIMIENTO 

Se puede decir con propiedad teológica que la Iglesia empezó a existir en su inicio cuando el Hijo de Dios fue engendrado en las entrañas purísimas de Santa María por obra del Espíritu Santo; y nació en su cabeza con el nacimiento de Jesús en Belén.

6ª FORMACIÓN

Cristo, durante su vida pública, fue formando la estructura de la Iglesia empezando por la elección del Colegio Apostólico con Pedro a la cabeza.

Promulgó, luego las Bienaventuranzas en el sermón de la Montaña, que son la Constitución esencial de la Iglesia: y con su Palabra, explicada principalmente en parábolas, y la realización de milagros probó su condición de Hijo de Dios, Mesías, Redentor de todos los hombres.

Instruyó a sus Apóstoles sobre los secretos fundamentales del misterio de la Iglesia, y luego, antes de subir a los Cielos, les encomendó la misma misión que Él recibió del Padre: “Como el Padre me ha enviado, os envío yo también” (Jn 20,21), y por fín les confirió plenos poderes para anunciar el Evangelio: santificar la Iglesia y gobernarla hasta el fin de los tiempos con la garantía de su presencia: “Se me ha dado plena autoridad en el Cielo y en la Tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos, consagradlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadles a guardar todo lo que he mandado: mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo” (Mt 28,18-20). 

“La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, humildad y renuncia, recibió la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios” (LG 5)

7ª CONSTITUCIÓN 

“Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la Tierra, envió al Espíritu Santo, el día de Pentecostés, para que santificara continuamente a la Iglesia, la constituyera y la dirigiera con diversos dones jerárquicos y carismáticos”. (LG 4). 

8ª CONSUMACIÓN 

La Iglesia “sólo llegará a su perfección en la gloria del Cielo” (LG 48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día “avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios (S. Agustín) en exilio. “y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria” (LG 5). Entonces, cuando las cosas de este mundo terminen y el Universo entero sea transformado, vendrán los nuevos Cielos y la nueva Tierra, morada eterna de los bienaventurados, se consumará la Historia de la Iglesia en el tiempo, y se convertirá en el Reino celeste de visión, gozo y gloria de Dios eternamente. 

sábado, 14 de noviembre de 2020

Trigésimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A

Fin del mundo

 El Universo, Cosmos, mundo en que vivimos no es eterno, tuvo su principio y tendrá su fin, no sabemos cuándo ni cómo. Fue creado por Dios, y de Él depende en toda su evolución. La inteligencia divina, que no se puede imaginar,  conoce la naturaleza de la Creación, sus elementos, y su desarrollo hasta que llegue su fin. El Evangelio  nos habla de ciertos signos, males  astronómicos,  guerras, odios,  muchos de los cuales han sucedido ya, suceden y sucederán en todos los tiempos, sin que se pueda precisar el momento científico del final de todas las cosas. Sin duda alguna, algún día llegará, pero no hay que hacer caso a las religiones adventistas y testigos de Jehová que han precisado muchas veces fechas para el fin del mundo, con equivocaciones manifiestas, contrarias al Evangelio.

Globalmente la ciencia avanza y las técnicas se modernizan con pasos agigantados en bien de todos los hombres. Pero el fin del mundo, hecho revelado, llegará algún día, curiosidad sobre la que los discípulos preguntaron a Jesús, sin que obtuvieran otra respuesta que ésta: “No lo sabe nadie, sino el Padre y Jesús, que no lo quiso revelar”. Pero es cierto que el fin del mundo vendrá, y se transformará en los nuevos cielos y la nueva tierra de los que nos habla la Sagrada Escritura.

Fin del mundo para cada persona

Es importante el fin del mundo del Universo, trágico suceso del fin de los tiempos, pero el fin del mundo llega para quien muere y empieza  la eternidad.

El hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, divinizado, pero por el pecado original misteriosamente en su ser y en sus facultades quedó sometido al dominio del mal. Fue redimido por Dios, hecho hombre, mediante el misterio pascual de su vida, pasión muerte y resurrección. Y redimido no tiene otro fin que la salvación para vivir eternamente con Dios en el Cielo en visión y gozo, concepto sobrenatural, que no tiene explicación humana. El mal tiene tanta fuerza que pone en riesgo la salvación eterna de los hombres por muchas causas mediante el pecado mortal. No es tan fácil como parece cometer un pecado mortal que merezca la condenación eterna, porque sólo Dios sabe qué acto humano tiene la malicia suficiente para la condenación eterna. Son muchísimas las personas ignorantes, incapaces  del razonamiento, del conocimiento de la moral católica, que padecen perturbaciones mentales, enfermedades que impiden el discurso normal de la razón y pasiones que en un momento dado trastornan el entendimiento y consecuentemente corrompen el corazón y hacen que algunos hombres cometan barbaridades inconscientes o semiconscientes, pero no pecados que condenan al hombre al infierno eterno

 

sábado, 7 de noviembre de 2020

Trigésimo segundo domingo. Tiempo ordinario. ciclo A

 La creencia en la resurrección de los muertos forma parte integral de los artículos de la fe, como afirmamos en el credo de la iglesia Católica que rezamos en la Santa Misa: " Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro"

Nadie que se considere católico de manera consecuente puede negar la verdad revelada de que Cristo nos resucitará en el último día (Jn 6,39-40).

Cuando morimos, el alma se separa del cuerpo y es juzgada por Dios en juicio  particular con sentencia eterna, que será confirmada públicamente delante de todos los hombres en el día del juicio universal, al final de los tiempos. Y el cuerpo, muerto para la vida, volverá a la tierra, de la que fue hecho, para esperar el día de la resurrección de los muertos.

Cuando llegue el último día, el fin del mundo, todos los muertos “resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora” (Conc de Letrán IV: DS 801), transformado en  cuerpo de gloria (Flp 3,21), “en  cuerpo espiritual” (1 Co 15,44; Cat 999)

La resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:

“El Señor mismo, a la señal dada por la voz de un arcángel y al son de la trompeta de Dios, bajará del Cielo, y los muertos unidos a Cristo resucitarán (1 Ts 4,16; Cat  1001).

Nadie sabe el día en que este acontecimiento espectacular tendrá lugar, ni tampoco cómo, porque no ha sido revelado. Este hecho sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe” (Cat 1000).

Esta es la sustancia de la fe católica respecto del dogma de la resurrección de los muertos. Todas las demás explicaciones son teorías de teólogos que hacen sus propios discursos, más o menos fundados, sobre estas verdades innegables.

Santo Tomás de Aquino, y con él la mayoría de los teólogos, piensa que resucitará el mismo cuerpo que tenemos ahora con su propia materia, numéricamente la misma. “Para que resucite el mismo hombre numéricamente, no se requiere que todo cuanto estuvo materialmente en él durante la vida se tome de nuevo, sino solamente lo suficiente para completar su debida cantidad”.

El Catecismo de San Pío V que recoge las doctrinas del Concilio de Trento, dice que los cuerpos gloriosos gozarán de cuatro dotes principales:

- Impasibilidad” , “esto es una gracia y dote que hará que los cuerpos no puedan padecer ninguna molestia ni sentir dolor o incomodidad alguna; pues nada les podrá hacer daño, ni el rigor del frío, ni la fuerza del calor, ni el furor ni de las aguas”.

- “Sutileza” o dote por el que el cuerpo glorioso “se sujetará completamente al imperio del alma, y le servirá y estará pronto a su arbitrio.

- “Agilidad” “en virtud de la cual el cuerpo se verá libre de la carga que ahora le oprime; y tan fácilmente podrá moverse adonde quisiere el alma, que no será posible hallarse nada más veloz que su movimiento”.  El cuerpo glorioso podrá trasladarse a sitios remotísimos, atravesando distancias fabulosas con la velocidad del pensamiento. Sin embargo, este movimiento, aunque rapidísimo, no será instantáneo.

- “Claridad”  por la que brillarán como el sol los cuerpos de los santos. Será un resplandor supranatural con más luminosidad que la más brillante de las estrellas.

Al estar resucitado el cuerpo, los sentidos tendrán su propia gloria, de modo que cada uno podrá ejercer, si quiere, su propia función, en grado eminente con gozo accidental, pues la glorificación esencial consistirá en la visión, posesión y gozo de Dios totalmente y para siempre.

Santo Tomás de Aquino llegó a decir que las cicatrices de las llagas de Cristo y las de los mártires resplandecerán en el Cielo como focos que proyectarán luz sin deslumbrar con brillo especial.

 

 

 

 

domingo, 1 de noviembre de 2020

2 de noviembre, Fieles Difuntos. Ciclo A

 

Ayer celebrábamos la solemnidad de todos los santos: santos de la Iglesia Católica, santos de la Iglesia Cristiana, santos de distintas religiones y santos, también, del misterio infinito de la misericordia de Dios. Es decir, celebrábamos la fiesta de todos aquellos, hombres y mujeres, de todos los tiempos, que consiguieron el Reino de los Cielos, que ven, gozan y poseen a Dios eternamente. Porque, en realidad, los santos en un sentido universal son aquéllos que están en el Reino de los Cielos, repito, y, sobre todo, son aquéllos que merecieron el premio de Dios por muchos caminos y de muchas maneras.

Hoy es una fiesta distinta, es la fiesta de todos los santos de la esperanza, que están en el Purgatorio en estado gozoso de purificación, sabiendo que van a conseguir el Reino de los Cielos. Son santos de distinta manera: los santos del Cielo, santos en plena posesión de Dios eternamente y  santos del Purgatorio, santos de la esperanza.

¿Quiénes son los fieles difuntos?

Según se desprende de la doctrina de la Iglesia, principalmente del decreto Lumen Gentium, existen cuatro clases de fieles difuntos:

- Fieles difuntos o santos por la vía oficial de la Iglesia Católica, fundada por Jesucristo, a la que por la gracia de Dios nosotros pertenecemos, la cual con su doctrina nos enseña el camino del Cielo.

      - Fieles difuntos o santos por la vía cristiana de la fe que tienen aquellos hombres y mujeres que profesan convencidos la verdad que conocen, como son por ejemplo, los cristianos separados de la Iglesia Católica.

- Fieles difuntos o santos por la vía de la buena voluntad de los cristianos que pertenecen a distintas religiones, y viven sin dudar su fe religiosa, como verdadera en su corazón.

-Y Fieles difuntos o santos por la vía de la recta conciencia del bien obrar, como son los millones de hombres, que buscan a Dios con sincero corazón, y no lo encuentran o lo confunden inculpablemente

Por consiguiente, según se desprende de la doctrina de la Iglesia, repito para recalcar ideas: son fieles difuntos, no solamente los que pertenecieron a la Iglesia Católica y murieron en gracia de Jesucristo, y están en el Purgatorio esperando el Reino de los Cielos que tienen ya conseguido, sino todos los hombres y mujeres que se salvan por su fe y por su infinita misericordia de Dios Padre y de Jesucristo, nuestro Señor, que murió en la cruz para salvar a todos los hombres. Estos hermanos nuestros, que murieron en su propia fe, pertenecían al alma de la Iglesia, Cuerpo Místico, en el deseo o en el corazón, pues estaban equivocados objetivamente por diversas causas históricas o personales, tal vez. 

  ¿Cuántas religiones hay en el mundo? ¡Y cuántos mueren en su verdadera fe subjetiva! También estos son para la Iglesia Católica no fieles difuntos en el sentido católico, ni fieles difuntos en el sentido cristiano, sino fieles difuntos en la religión que conocieron y abrazaron.