sábado, 17 de junio de 2023

Décimo primer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo A


Vamos a comentar otro nombre con que es conocida la Eucarística: Comunión tiene dos sentidos diferentes dentro de la misma realidad  eucarística: Comunión, como parte integral de la misa: comida o  banquete; y Comunión de toda la Creación con Cristo.

Para que haya auténtico sacramento, verdadero sacrificio de la Eucaristía, tiene que haber tres partes principales: presentación del pan y del vino, consagración y comunión. Si falta una de ellas, no hay sacrificio eucarístico.

Si, por ejemplo, un sacerdote empieza la santa misa, ofrece el pan y el vino y lo consagra, y muere después, otro sacerdote puede continuar la misa desde donde quedó interrumpida hasta el final, para que se complete el sacrificio de la Eucaristía.

Si no hay otro sacerdote que pueda completar la misa, el pan y el vino quedan convertidos en el Cuerpo y la sangre de Cristo, pero no se celebró el sacramento completo. Por esta razón, el fiel que no asiste a las tres partes esenciales de la misa, no cumple con el precepto dominical.

Las otras partes completivas que omitió, las puede suplir oyéndolas en otra misa, pero no bajo materia grave, pues cumplió  con el precepto esencial, aunque no como lo manda la Santa Madre Iglesia: “oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. 

Comunión, pues, es  parte esencial  de la Eucaristía, el acto en el que los fieles participamos del banquete del Cuerpo y sangre de Jesús, alimento del alma: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53). Cuando comulgamos, recibimos a Jesús, nos alimentamos de su vida y nos hacemos vida con Él. La comunión no es un símbolo ni un recuerdo de la última cena celebrada por Jesús, el Jueves Santo; ni tampoco es un acto antropófago, comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús en sentido humano, sino es verdadera comida y verdadera bebida, en sentido místico, sacramental, misterio que trasciende la capacidad del entender humano, y que sólo en el Cielo se puede entender.

La comunión requiere una preparación habitual y otra actual, limpieza de pecado grave y la consideración de recibir con pureza de intención a Jesucristo que está presente glorioso en el Cielo y sacramentado en el altar. No se puede comulgar de cualquier manera, simplemente porque es costumbre de los tiempos modernos.

Observamos con extrañeza que son muchísimos los que comulgan y pocos los que confiesan. Esta desafortunada costumbre se ha extendido pienso que en todas partes, por lo menos en España; y es un error y una profanación del sacramento.

San Pablo nos invita a una digna preparación para recibir a Jesucristo en la Eucaristía: estado de gracia, pues “quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y la Sangre del Señor. Examínese, pues cada cual, y coma entonces el pan y beba el vino. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1 Co 11, 27-29).

Además de tener el alma en gracia de Dios, antes de recibir a Cristo en la Eucaristía debemos profundizar nuestra fe y pronunciar con humildad las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme” (Ritual de la Comunión, 133). Es el acto más sublime e importante del día, por el que nos unimos a Cristo y participamos de su vida.

Todos sabemos que la Iglesia prescribe observar el ayuno eucarístico de abstenerse de la comida y bebida una hora antes de comulgar, sabiendo que el agua no rompe el ayuno.

Comulgando dentro de la celebración de la santa Misa, se participa plenamente en la Eucaristía, porque el ideal es que el que asiste a la misa, que también es banquete, comulgue, se alimente con el cuerpo y la sangre de Jesús, que es alimento del alma.  La Iglesia obliga a los fieles “a participar de la santa misa” que en cuanto al cumplimiento del precepto es suficiente con la atenta y fervorosa asistencia,

Y el otro sentido de comunión es que en la Eucaristía existe una verdadera comunión de Cristo con toda la creación material y espiritual, visible e invisible, angélica y humana, porque Cristo es la cabeza de todos los seres creados.

Podíamos decir que toda la creación en la Eucaristía alaba a Cristo Sacramentado y da gloria a Dios Padre en una comunión de seres creados, hechos Eucaristía. Y en un sentido místico al comulgar y recibir a Cristo, recibimos de alguna manera también a la Santísima Virgen, de la que es parte, cuerpo de su cuerpo, sangre de su sangre

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