sábado, 30 de junio de 2012

DOMINGO DECIMOTERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO
            (Ciclo b, 1 de julio de 2012)

 EFICACIA DE LA ORACIÓN
La súplica que Jairo hizo a Jesús para que curara a su hija (Mc 5,21-43), me ofrece una oportunidad para  hablar de la eficacia de la oración.
La oración no es un acto científico por el que utilizando ciertos métodos  produce su eficacia, sino un acto de fe por el que el hombre hace una súplica a Dios, Todopoderoso, para que se le conceda las gracias sobrenaturales que necesita para conseguir el  Cielo: la visión y el gozo de Dios Uno y Trino por toda la eternidad, empresa que supera las fuerzas naturales del hombre.
La oración es eficaz para quien pide a Dios las gracias sobrenaturales y los medios necesarios  para conseguir la salvación eterna. Pero si le pide gracias naturales, por importantes que humanamente  sean, sin conexión con la voluntad de Dios, la oración no produce su efecto.
¿Cómo se ora?
La oración es más experiencia divina que ciencia humana. Cada uno ora como es, sabe y puede con su temperamento, cualidades, defectos, virtudes y pecados,  con método o sin método, pues la gracia de la oración convive con los defectos del hombre y produce sus frutos. Orar es tan fácil como andar. De la misma manera que andar es trasladarse de un sitio a otro dando pasos, pero cada uno los suyos con distinto estilo,  así cada orante se comunica con Dios a su aire. La oración se hace difícil porque no se enseña bien o se somete a métodos que no son válidos para quien ora.  Obligar a una persona a orar con una manera determinada es someterla a una esclavitud psicológica que rompe su personalidad.  Hay que enseñar a orar dejando a cada uno que ore con su propia personalidad.
La oración es comunicarse con Dios por medio de muchos actos: santos pensamientos, deseos, jaculatorias, sentimientos, penas, alegrías, lágrimas, arrepentimientos,  sueños, cabezadas,  tentaciones,  arrobamiento místico, sequedad de espíritu y hasta con distracciones involuntarias, no queridas sino padecidas. De la misma manera que el hombre hace obras perfectas con distracciones esporádicas, el que ora con excursiones no queridas de su imaginación realiza la obra de la santificación. La distracción involuntaria en la oración es  como el torpe vuelo de una mariposa que revolotea en torno a la bombilla que molesta pero no impide  la luz.  Haz que tus distracciones sean materia de oración.
Cuando ores, busca la unión con Dios, a sabiendas de que Él está contigo haciéndolo todo y quédate tranquilo y contento, aunque tu oración resulte  un piadoso y costoso "pasatiempo". No hace falta para orar estar siempre en la presencia de Dios sin distraerse, pensando en escenas evangélicas o reflexionando sobre pensamientos escogidos de libros de meditación. 
 Oras cuando te desahogas con Dios de una pena que te oprime o te preocupa constantemente; cuando te adentras en la órbita del Espíritu Santo y te escondes dentro del corazón de  Cristo para escuchar sus latidos;  oras cuando te echas a dormir para descansar de la jornada del día en la presencia de Dios, y cuando queriendo orar, te duermes porque no se te ocurre nada, como un bebé acurrucado en los brazos de su madre;  oras cuando te pasas todo el tiempo de la oración rezando o diciendo jaculatorias que te sabes de memoria o improvisas;  cuando durante ella no haces otra cosa que exhalar suspiros, experimentar emociones y sentimientos fervorosos; y también cuando te aburres, no puedes  concentrarte de ninguna manera, alternas tu pensamiento en Dios y en las personas y cosas con preocupaciones, disgustos,  en contra de tu voluntad; oras cuando dedicas el tiempo de la oración a sentir remordimiento por tus pecados, recuerdas tu vida pasada pecadora que mortifica tu memoria con gratitud a la misericordia de Dios, que se valió de ellos para enseñarte a vivir santamente con humildad.  Oras cuando examinas tu conciencia para pedir a Dios el perdón de tus pecados, repasas tu comportamiento imperfecto o pecaminoso para corregirlo o mejorarlo; y cuando en la oración te rinde el sueño, das cabezadas y te resulta casi imposible mantenerte despierto,  sin tú querer. Si te ronda  el sueño en la oración, cambia de postura o método, duerme un ratito dando unas cabezadas, que no pasa nada; y si te quedas dormido, ofrece al Señor la oración de tu sueño, sabiendo que ha producido un doble efecto: el descanso del cuerpo y el alimento del alma; oras cuando haces lo que sabes y puede hacer con sincero corazón: rezar, leer vida de santos, hacer novenas, porque todo lo que sea comunicarse con Dios es oración.  Cuando ya no puedas hacer nada o casi nada,  deja a Dios que haga lo que tú no puedes, que las cosas irán mejor.
En la oración, unas veces Dios te habla y tú le escuchas sensiblemente; otras tú hablas y Él te escucha silenciosamente, sin que tú des cuenta; otras os habláis y os escucháis los dos a la vez en íntimo diálogo de amor con palabras o sin ellas, y hay veces  en que los dos os miráis el Uno al otro  sin deciros nada en intercomunicación secreta y silenciosa.
             La oración de estar con Dios es también pedir, aunque no pronuncies palabra. El pobre que está a la puerta del rico en actitud de humilde súplica, sin decir nada, está pidiendo lo que necesita.
Además de la oración de estar, hay que hacer la oración de hacer, que es la complementación de la oración de estar.  Evita dos extremos diametralmente opuestos: orar sin hacer y hacer sin orar. La verdadera oración es un matrimonio místico indisoluble de la contemplación y la acción, partes integrantes de la verdadera unión con Dios, que no admiten divorcio. Todo el tiempo de un cristiano debe ser orar haciendo o hacer orando, pues la oración nunca se interrumpe.  
             Ora en los desplazamientos, cuando trabajes, estudies, te diviertas santamente, comas, duermas, descanses, sufras y goces, incluso cuando has pecado, y te arrepientes esperando la reconciliación con Dios en el Sacramento de la Penitencia. Ora cuando en la espera se te hace el tiempo interminable, pidiendo por el que está contigo y por el que pasa.
  La mejor oración que podemos rezar es la del Padrenuestro que compuso Jesucristo en el Evangelio, porque contiene las siete peticiones  necesarias para conseguir la vida eterna, porque  en realidad no sabemos lo que pedimos (Rm 8,26). Sintetizo unas breves reflexiones sobre estas siete peticiones.
* Santificado sea tu nombre, que el nombre de Dios sea bendito y alabado siempre por todos los hombres y en todas las partes del mundo.
* Venga a nosotros tu reino de amor, justicia y paz a todos los hombres en la Tierra, como signo del Reino eterno del Cielo.
* Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, fin supremo del hombre en la tierra y en el Cielo.
* El pan nuestro de cada día dánosle hoy, en cuyo pan están contenidos  los bienes espirituales, humanos, materiales y físicos que son necesarios para vivir dignamente, subordinados a la vida eterna.
* Perdona nuestras ofensas  en la medida que nosotros perdonemos a quienes nos han ofendido.
* No os dejes caer en la tentación, no que no tengamos tentaciones sino que no sucumbamos en ellas.
* Y líbranos de mal del pecado personal, familiar, social  y político.
  





sábado, 23 de junio de 2012



DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO (ciclo b)
          24 de Junio Natividad de San Juan Bautista

            San Juan Bautista
Hoy en el domingo duodécimo del tiempo ordinario se celebra la solemnidad de San Juan Bautista. Sobre el evangelio voy a facilitar brevemente dos temas principales: semblanza sobre San Juan Bautista, el Precursor del Mesías, y mensaje como tema sugerente para la homilía.

SEMBLANZA

Juan Bautista era hijo de Zacarías, sacerdote, e Isabel, santos esposos que vivían en la presencia del Señor en Ain Karin, ciudad a siete kilómetros y medio de Jerusalén. Ambos eran de edad avanzada e Isabel además estéril. Existían en ellos impedimentos naturales para ser padres, juntos y por separado pedían a Dios con ilusión y esperanza el milagro de que su matrimonio fuera agraciado con la bendición de un hijo. Sucedió que un año le tocó a Zacarías  presidir  la ceremonia religiosa en el templo de Jerusalén, y por razón de su cargo tuvo la suerte de poder entrar en el Sancta Santorum a ofrecer el incienso, cosa que ocurría alguna vez que otra en la vida, por los muchos sacerdotes que había al servicio del altar en el templo de Jerusalén.  En el mismo instante en que Zacarías se disponía a incensar, cerró los ojos y en oración silenciosa y con devoción profunda  pidió a Dios la gracia milagrosa de tener un hijo, creyendo que aquel era el momento más apropiado para que su oración  fuera escuchada. Al abrirlos para empezar la incensación, se le apareció un ángel del Señor de pie a la derecha del altar, en medio de una aureola de rayos que lo envolvía. Al verlo, Zacarías se sobresaltó  y quedó emocionadamente desconcertado. El ángel le dijo:
“Tranquilízate, Zacarías, que tu ruego ha sido escuchado: Isabel, tu mujer, te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan. Será para ti una grandísima alegría y serán muchos los que se alegren de su nacimiento… Se llenará de Espíritu Santo. Él irá por delante del Señor, preparándole un pueblo bien dispuesto” (Lc 1,13 – 17).  
            Zacarías dudó de las palabras del ángel y le dijo:
“¿Cómo estaré seguro de  eso? Porque yo ya soy viejo y mi mujer  de edad avanzada” (Lc 1,18).
Como castigo por su falta de fe, el ángel, que era Gabriel, le anunció que quedaría mudo desde ese momento hasta  el nacimiento de su hijo.
Al terminar los días del servicio religioso en el templo, Zacarías volvió a su casa, y poco tiempo después Isabel, su mujer, quedó embarazada. Terminado el período de gestación dio a luz un hijo. A los ocho días, cuando fueron a circuncidar al niño,  para resolver la problemática que surgió sobre el nombre que se le había de poner, Zacarías escribió en una tablilla el nombre de Juan, que era el que el ángel le había dicho que se le pusiera. Y en ese momento  se le soltó la lengua, y  en un arrebato místico pronunció la poesía profética del “Benedictus”, una de las composiciones más bellas de la Sagrada Escritura (Lc 1,67-79).  



Niñez y juventud de Juan
Basándome   en el precioso libro “Vida y Misterio de Jesús de Nazaret” de Martín Descalzo. Juan se educaría en el ambiente religioso de su propia familia. Durante ese tiempo, Juan y Jesús se verían con alguna frecuencia, sobre todo cuando cada año los santos esposos José y María acudirían con el Niño Jesús al templo de Jerusalén a celebrar la Pascua; y aprovechando esta circunstancia, se acercarían a ver a Isabel, parienta de la Virgen.   
A los doce años, edad en que sus ancianos padres podrían haber fallecido, Juan  impulsado por el Espíritu Santo pudo internarse en algún monasterio de monjes, junto a la orilla occidental del mar Muerto, a 13 kilómetros de Jericó.  En su juventud pasaría al desierto de Judea a completar su formación monástica con una vida eremítica de oración y penitencia, como nos da a entender el Evangelio: “Vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel” (Lc 1,80).
Austero profeta del desierto
Juan vestido de piel de camello, con una correa a la cintura y alimentado con miel silvestre (Mt 3, 4), como austero profeta del Altísimo (Lc 1,76), en un lugar desconocido del Jordán predicó la conversión como preparación para la inmediata llegada del Mesías: “¡Convertíos que ya llega el reinado de Dios!” (Mt 3,2); y consiguió con su predicación muchas conversiones y discípulos, algunos de ellos se hicieron discípulos de Jesús, como Pedro, Andrés, Santiago y Juan.
Muerte de San Juan
Herodes, Rey, vivía maritalmente con Herodías, mujer de su hermano Filipo. Juan le reprendió este hecho y por esta causa, Herodías, su concubina,  consiguió del Rey lo metiera en la cárcel porque le odiaba a muerte. Sucedió que  Herodes en un cumpleaños suyo dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y principales de Galilea, y en esa fiesta la hija de Herodías  bailó con gracia, arte y ademanes provocativos con el aplauso y gusto de todos, principalmente del rey. Entonces Herodes mandó llamar a la muchacha y le dijo: Te juro que te daré todo lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino. Ella  preguntó a su madre qué le pedía al rey, le contestó: Pídele la cabeza de Juan Bautista. El rey se llenó de tristeza porque en el fondo de su corazón lo apreciaba, pero por no incumplir su juramento, llamó a uno de su guardia y le ordenó que trajera inmediatamente  la cabeza de Juan. Poco tiempo después el soldado decapitó a Juan en la cárcel, trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y ella se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura (Mc 6,17-29).

MENSAJE

El mensaje de San Juan Bautista era la conversión para la venida del Mesías, que se tenía que conseguir mediante la oración y la penitencia. Propongo en breves enunciados estos  tres temas con algunas reflexiones espirituales.

Conversión  
La conversión es un fin común para todos los hombres:
- los infieles  están llamados a la conversión a la fe mediante la fuerza omnipotente de la gracia del Espíritu Santo y la colaboración de todos los cristianos de la Iglesia en vanguardia en misiones o retaguardia en el mundo con la oración, penitencia y ayudas económicas;
- los pecadores muertos en el alma por el pecado a la vida de la gracia;
- los cristianos  en gracia a la conversión de la santidad bautismal progresiva;
- los consagrados a la santidad de la vida evangélica para conseguir  la mayor perfección posible en el cumplimiento de los estatutos, reglas,  normas disciplinares, vida comunitaria establecida y el trabajo dentro de la Comunidad o fuera de ella. Son los que más tienen que convertirse por la profesión de votos o compromisos  a Dios al servicio de la Iglesia.
Oración
            La oración no es  un  “concesionario” de gracias  que se pueden conseguir observando rigurosamente ciertas normas de ciencia experimental; ni un soborno espiritual por el que se pretende conseguir de Dios favores a  cambio de oraciones, sacrificios y limosnas, de modo condicional, final o causal: “te doy, si me das, te doy para que me des, y te doy porque me has dado”.
La oración es hablar con Dios para pedirle las gracias necesarias sobrenaturales para ir al cielo, que no se pueden conseguir con las fuerzas naturales. Santo Tomás de Aquino definió la oración con estas palabras: “La oración es la elevación de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes a la vida eterna”. Y Santa Teresa de Jesús, maestra en oración práctica, dijo: “es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.
 El Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II dice que “la oración es la elevación del alma a Dios o la petición al Señor de bienes conformes a su voluntad. La oración cristiana es relación personal y viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, que habita en sus corazones” (Compendio nº 534; 2558-2565. 2590).
La  oración es un acto personal de hablar o comunicarse con Dios. La tradición cristiana ha expresado tres modos principales de hacer la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa, según enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (Cat compendio 568).
Fin de la oración
El fin principal de la oración es triple:
- alabar a Dios, Creador de todas las cosas y Dador de todo bien por el que todo  sucede envuelto en la presencia de la Providencia amorosa de Dios Padre, pues todo es gracia, aunque parezca desgracia. El Creador de todas las cosas,   merece toda alabanza por los siglos sin fin;
- pedirle  todo tipo de gracias, debidamente ordenadas a la salvación eterna y el perdón por los pecados.

Penitencia
La penitencia es un precepto evangélico que Jesucristo ejerció para efectuar la Redención, y enseñó a los hombres como un medio indispensable para la vida cristiana santificadora y apostólica.  La razón teológica es porque el hombre quedó deformado por el pecado original; y en  consecuencia devino la concupiscencia o inclinación al mal, el pecado y todos los males del mundo.
San Pablo enseñó que la Penitencia es el complemento que faltó a la Pasión de Cristo en los miembros de su  Cuerpo Místico: “Ahora me alegro de sufrir por vosotros, y por mi parte completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24); y  “domino mi cuerpo, no sea que después de predicar a los demás, yo quede descalificado” (1 Co 9,27).
Obligación de la penitencia
La penitencia es una obligación que impone la Iglesia.  Recuerdo la ley penitencial de la Iglesia.
“En la Iglesia universal son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma (c 1250).
El ayuno y la abstinencia se guardarán solamente el miércoles de Ceniza y el viernes Santo. Todos los viernes del año son días penitenciales. La abstinencia de carne que obliga solamente todos los viernes de Cuaresma, se puede cambiar en los demás viernes del año por un acto de piedad, caridad o limosna. Para mayor seguridad en cumplir el precepto penitencial de todos los viernes del año es aconsejable guardar la abstinencia de carne todos los viernes del año, porque si se quiere cumplir de la manera que permite la Iglesia española, no se cumple o se cumple mal. La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno a todos los mayores de edad, dieciocho años  hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve (c 1252).
Principales penitencias
Las principales penitencias son:
- Recibir el sacramento de la Penitencia;
- el cumplimiento del deber;
- la aceptación total de sí mismo con la limitación de las cualidades personales;
- la humillación de los propios pecados;
-  la renuncia constante a la propia voluntad;
- el sacrificio costoso de la convivencia en comunidad, familiar, laboral, social, amistad y consagrada;
- y la aceptación de todos los acontecimientos como gracias de Dios. Todo lo que sucede, por voluntad de Dios, o querido por los hombres, entra dentro de la Providencia divina en el misterio de la Salvación, que sólo se entiende, si se acepta por fe.

sábado, 16 de junio de 2012


DOMINGO XI DEL TIEMPO ORDINARIO (ciclo b)
(17 de Junio de 2012)
(Caminamos sin verlo, guiados por la fe (2 Co 5,6)
            “El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado” (Mc 16,16)

La liturgia de la Palabra en la segunda lectura de este domingo me ofrece una oportunidad para exponer esquemáticamente unas breves reflexiones sobre la fe, recordarla,  vivirla consecuentemente y pedir por los que  la tienen  prendida con alfileres, equivocada o no la tienen. Los cristianos somos peregrinos en la tierra que caminamos con los ojos vendados, sin ver a Dios,  guiados por la fe, siguiendo el Magisterio de la Iglesia.
Enumero los títulos principales de la fe que voy a explicar doctrinalmente con comentarios espirituales: Naturaleza de la fe, la fe es misterio, la fe es gracia, la fe es vida, la fe es obediencia, la fe es compromiso, la fe es necesaria para la vida eterna, la fe divina se vive humanamente.

            Naturaleza de la fe
            La fe no es esencialmente:
- un gusto humano que se practica y se vive, si gusta; y si no gusta, como es opción libre, se deja, y no pasa nada;
- un sentimiento religioso que se fomenta, si se siente o se abandona, si no se siente, aburre, cansa, y, si no dice nada, se deja;
- ni una costumbre de rezar oraciones, practicar devociones o asistir a actos religiosos, procesiones por devoción, obligación o compromiso. Porque la fe y el bautismo son necesarios para salvarse  (Mc 16,16) de hecho o en el deseo.

La fe es un don divino con cierta inclinación, distinta en cada persona, a las cosas de Dios. Puede ser verdadera, como la fe católica, vivida por los  cristianos de muchas maneras,  o equivocada o falsa, vivida por muchos hombres religiosos por distintas razones sociales o históricas. En sentido católico no tiene más fe el que más le gusta, practica y  siente las cosas de Dios, sino el que cumple con gusto, sin él o sacrificio los mandamientos de Dios, pues la fe  no es un gusto, sino una obligación; ni tampoco un sentimiento religioso, porque en bastantes personas es un  desequilibrio psíquico. "La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado" (Cat 151).   
La fe es misterio
            Si  Dios es misterio en el ser y en el obrar, las verdades sobre Él tienen que  ser forzosamente misteriosas, pues no caben las realidades de Dios en el entendimiento humano, como no caben las aguas del mar en un dedal. Los misterios de fe superan la capacidad de los sentidos y la potencia del entendimiento, pero no se oponen a la razón, sino que están sobre la razón, porque son sobrenaturales y se viven sin entenderlos. "La fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas que no se ven" (Heb 11,1)
La fe es gracia
            La fe no  se puede conseguir con las fuerzas naturales porque es gracia que se recibe de Dios en el bautismo o en sus suplencias, como veremos después. Sólo el Espíritu Santo causa la fe, y  los medios naturales  la  ocasionan, como los padres transmiten la vida que Dios causa. "Por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir" (Ef 2,8-9).  
La fe es vida
La fe no consiste en creer simplemente un conjunto de verdades reveladas, porque se cree para vivirla. Los cristianos que  viven en gracia  rezan el credo, y los que están en pecado mortal o no creen lo recitan. "El que cree tiene vida eterna" (Jn 6, 47)
Sólo el Papa es el Maestro Supremo de la fe en toda la Iglesia; los Obispos son también Maestros auténticos de la fe en su propia Diócesis, si están concordes entre sí y bajo la autoridad del Papa; los teólogos son estudiosos de la fe, y los sacerdotes, catequistas y cristianos son propagadores o evangelizadores de la fe que enseña y vive la Iglesia.
Se  avanza en la fe con la gracia de la persecución  y la providencia del tropezón. Por el camino de la fe se anda con los pies haciendo juego con las rodillas en la oración, vida sacramental y operatividad de buenas obras.  
            La fe es obediencia
El que tiene fe obedece  siempre y todo lo que la Iglesia manda.
"Cuando Dios revela, hay que prestarle la obediencia de la fe, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad. Para profesar la fe es necesaria la gracia de Dios que previene y ayuda, y los auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad" (DV 5). Sin la gracia de Dios no se llega a la fe por la lógica de ciencia natural, ni se vive sin los auxilios del Espíritu Santo que ilumina la mente y mueve el corazón para aceptar y creer la  Verdad de Dios.
La fe es compromiso
La fe es una exigencia bautismal que compromete a todos los cristianos, y no una opción libre que se elige.  Los mandamientos de la Ley de Dios son obligatorios pero libres, ateniéndose al examen final  del juicio de Dios, justo y misericordioso después de la muerte. Algo así como al estudiante es libre estudiar la carrera, pero es obligatorio aprobar el examen para obtener el título académico.
La fe es necesaria
"El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se condenará" (Mc 16,16), dice el Evangelio.
            Sin fe nadie puede salvarse. El Bautismo de agua es necesario para la salvación, pero tiene sus suplencias: la buena fe de los  que viven la religión que conocen y  la profesan con sincero corazón, la rectitud de conciencia en el  bien obrar y la misericordia infinita, pues Dios es tan infinitamente sabio, poderoso y misericordioso que no se somete a un solo medio para la salvación de todos los hombres, pues son infinitos los caminos,  no catalogados en la teología de la fe católica, por los que Dios salva. "El Bautismo de sangre, como el deseo del Bautismo, produce los frutos del Bautismo sin ser sacramento" (Cat  nº 1258).
La fe divina se vive humanamente
La fe, que es divina, se vive de manera humana con virtudes, defectos, pecados, miserias, debilidades, condicionamientos, rarezas, manías, complejos, fanatismos,  evaluados por la misericordia infinita de Dios, Padre.  La fe coexiste con la ignorancia religiosa, y la ciencia teológica que puede existir sin  fe.
            Dialoga sobre la fe con quienes quieren conocerla; compártela  con quienes quieren vivirla contigo; enséñala a quienes quieren aprenderla; y predícala a quienes quieren escucharla, pero no la impongas a nadie.
       


domingo, 10 de junio de 2012



             CORPUS CHRISTI
                                         (10 de Junio de 2012)

El Hijo de Dios, la Segunda Persona Divina de la Santísima Trinidad, nacido del Padre antes de todos los siglos, engendrado, no creado, en la Encarnación asumió la naturaleza humana de Santa María Virgen por obra del Espíritu Santo; y el resultado fue Jesucristo, Persona divina con su naturaleza divina y la naturaleza humana con un  cuerpo humano: verdadero Dios y verdadero hombre.
 Nació virginalmente de Santa María, y vivió como hombre en su vida oculta y pública. En la Transfiguración su cuerpo se transformó en una especie de cuerpo glorioso, no resucitado. El día del Jueves Santo Jesús instituyó la Eucaristía para quedarse con los hombres en cuerpo eucarístico con su cuerpo, alma y divinidad bajo las especies de pan y de vino hasta el fin de los tiempos. Después padeció y murió, y su cuerpo muerto quedó unido a la divinidad y también su alma,  y por fin subió al Cielo en cuerpo resucitado y glorioso. En la Eucaristía ese mismo cuerpo se hace sacramento eucarístico.  Y allí nos espera como triunfo del pecado y de la muerte.
 Jesucristo instituyó la Iglesia, Sacramento universal de salvación para que fuera Cuerpo místico, formado por Cristo, como Cabeza, y sus miembros los  bautizados  y todos lo hombres del mundo, de manera misteriosa distinta. Cuando este mundo se acabe, la Iglesia será por toda la eternidad un cuerpo glorioso celeste, formado por Cristo resucitado, como Cabeza, y todos sus miembros de cuerpos resucitados, santos, ángeles y toda  la Creación convertida en el Nuevo cielo y la tierra nueva.
 Resumiendo: en la Persona divina de Jesús se pueden conceptuar siete  acepciones del cuerpo de Cristo: cuerpo humano, cuerpo transfigurado, cuerpo muerto, cuerpo resucitado y glorioso, Cuerpo eucarístico, Cuerpo místico y Cuerpo glorioso celeste. Dejo sin explicar la naturaleza teológica  de cada uno de estos cuerpos y me limito a tratar brevemente el Corpus Christi que hoy celebramos.

Corpus Christi
La solemnidad del Corpus Christi se remonta a los años 1192-1258. Su principal finalidad  es:
- celebrar la Eucaristía y actualizar místicamente el mismo sacrificio que Jesús ofreció por nosotros en la cruz;
 - proclamar y aumentar la fe en la Eucaristía;
- ser  objeto de adoración, culto, y alimento de las almas.

OBJETO DE ADORACIÓN  privada, pública y litúrgica para:
* alabar y bendecir a Dios en Jesús sacramentado;
* meditar los misterios de la fe en subido gusto místico o sequedad de espíritu;
* pedir las gracias necesarias de la  santificación;
* dar gracias  por los beneficios recibidos;
* recibir el perdón por los pecados cometidos;
* consolar a los cristianos en sus penas y cruces de la vida;
* o simplemente para estar al calor del Sol eucarístico para recibir sus efectos, como quien se pone a tomar el sol para percibir en el cuerpo las huellas de su presencia.

OBJETO DE CULTO  privado y público en el templo y en la calle.

ALIMENTO sacramentalmente del alma, distinto del maná con el que nuestros antiguos padres fueron alimentados en el desierto, con el fin de:
* conservar la salud espiritual del estado de gracia y aumentarla;
*recibir el perdón de los pecados veniales;
*fortalecer el alma para la lucha de la vida;
* vigorizar el amor a Dios en todos los acontecimientos;
* y preparar el alma para la vida eterna en la resurrección de los muertos, pues Cristo nos ha asegurado que el que come mi carne y bebe mi sangre mora en Mí y Yo en él, y tendrá vida eterna.
 Hagamos la travesía del desierto de esta vida hacia el cielo alimentados con la Eucaristía para que allí celebremos la Eucaristía, que etimológicamente significa acción de gracias a Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote en unión de la Santísima Trinidad, santos y ángeles  del Cielo, a la espera de que al fin de los tiempos toda la Creación y Redención sean eucaristía celeste y eterna.












sábado, 2 de junio de 2012


                                   SANTÍSIMA TRINIDAD
                                         (3 de Junio de 2012)
               
                Misterio de la Santísima Trinidad
Sabemos por la fe que en  un solo Dios hay tres Personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el  Espíritu Santo es Dios. Aunque todas las acciones trinitarias son divinas, a cada una de ellas la teología católica  le atribuye en la Iglesia una función distinta: al Padre la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación.
 El Padre, Dios Creador, impresiona y sobrecoge por las maravillas de seres que ha creado, tan infinitos en número, variedad, belleza, perfección y diversidad de arte, que el hombre más sabio del mundo no puede entender ni imaginar; asombra por el amor que tiene a  cada hijo, a quien ama como si fuera único, cuyo amor no cabe dentro del entendimiento humano.
El Hijo, Dios Redentor es admirable por la doctrina del Evangelio que predicó, superior a todas las otras humanas que existen y pueden existir; por los innumerables milagros que realizó, sobre todo la resurrección de los muertos, que no entran dentro de los parámetros de la prestidigitación; y por la inhumana, cruel y horripilante pasión y muerte sangrante que sufrió en la cruz, abandonado de todos.
En cambio, el Espíritu Santo, Dios, como el Padre y el Hijo en todo, para el pueblo cristiano es el Dios desconocido, que no tiene protagonismo ni rango social de admiración ni devoción popular, siendo igualmente Dios como el Padre y el Hijo. Es casi una exclusiva de amor para los cristianos privilegiados  y místicos, y, sin embargo, es el  alma que vitaliza todo el Cuerpo Místico de la Iglesia en todos sus miembros y operaciones.
La Santísima Trinidad es un misterio absoluto antes y después de la Revelación, que supera la capacidad cognoscitiva de toda criatura inteligente, creada o creable. Solamente en el Cielo se conocerá y verá tal cual es en sí misma con la potencia sobrenatural gloriosa, realidad distinta a como la Santísima Trinidad se conoce a sí misma, como es evidente. Esta verdad dogmática no está revelada claramente en el Antiguo Testamento, sino vagamente insinuada, porque el fin primario de la Revelación en los Patriarcas y Profetas era destruir el politeísmo reinante en Israel y revelar el único Dios verdadero, Creador y Señor de todas las cosas y la venida del Mesías, como Redentor de todos los hombres.
El misterio de la Santísima Trinidad fue revelado en el Nuevo Testamento en  el bautismo de Jesús (Mt 3,13-17) en el que aparece el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo figurado en forma de paloma.  Después fue definido por el 1 Concilio de Constantinopla (381), precisado en su naturaleza por los teólogos y enseñado por los Catecismos de todos los tiempos.
El misterio consiste en creer que en Dios hay tres Personas divinas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo en una sola naturaleza divina. Nadie sabe ni puede imaginar qué es persona en Dios, Ser eterno, pues el concepto de persona en Dios es muy diferente al que define la filosofía religiosa, escolática, humana y política de algunos  que afirman  que el ser humano antes de nacer es solamente un ser vivo, pero no persona, definición contraria a la doctrina de la Biología y a la de Iglesia, porque  el ser humano empieza a ser persona desde el mismo momento de su concepción.

Inhabitación de la Santísima Trinidad
Es un hecho evangélico y teológicamente indiscutible que en alma  en estado de gracia santificante inhabita la Santísima Trinidad, de modo misterioso pero real. Santa Teresa de Jesús dice  que este hecho: “es como un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna memoria podría dudar  que estaba dentro de mí o yo toda engolfada en Él” (Vida 10,1).  Lo que el alma ya sabía por la fe,  lo experimenta como con la vista, no de los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión imaginaria (Moradas séptimas 1,6).  La inhabitación de las tres divinas personas en el alma  no es sólo una presencia de inmensidad por la que Dios está en todos los seres para que existan como tienen que ser, porque sin esta presencia las cosas no serían. Es un habitar de Dios Trinitario en el alma no para vivir como dos huéspedes sino para convivir con el intercambio de amor: Dios regala al alma con su presencia trinitaria, una participación analógica de su misma naturaleza divina; y el alma le corresponde  con el mismo amor que ha recibido, hecho obras. Algunos místicos esa presencia la experimentan con gozos inefables en el alma y fenómenos naturales raros, extraños, de tipo paranoico o histérico, que la ciencia médica  tiene que estudiar para que la Iglesia defina que son sobrenaturales. El cristiano común percibe sin experiencias especiales  la certeza de que Dios, Uno y Trino está en el alma  con ráfagas continuas o esporádicas de ciertos gozos o con la sequedad de la fe. La Santísima Trinidad en el alma se constituye en motor y regla de los actos sobrenaturales con los defectos constitucionales, miserias, debilidades, faltas e imperfecciones.