DOMINGO DECIMOTERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo b, 1 de julio de 2012)
EFICACIA DE LA ORACIÓN
La súplica que Jairo hizo a Jesús para que curara a su hija (Mc 5,21-43), me ofrece una oportunidad para hablar de la eficacia de la oración.
La oración no es un acto científico por el que utilizando ciertos métodos produce su eficacia, sino un acto de fe por el que el hombre hace una súplica a Dios, Todopoderoso, para que se le conceda las gracias sobrenaturales que necesita para conseguir el Cielo: la visión y el gozo de Dios Uno y Trino por toda la eternidad, empresa que supera las fuerzas naturales del hombre.
La oración es eficaz para quien pide a Dios las gracias sobrenaturales y los medios necesarios para conseguir la salvación eterna. Pero si le pide gracias naturales, por importantes que humanamente sean, sin conexión con la voluntad de Dios, la oración no produce su efecto.
¿Cómo se ora?
La oración es más experiencia divina que ciencia humana. Cada uno ora como es, sabe y puede con su temperamento, cualidades, defectos, virtudes y pecados, con método o sin método, pues la gracia de la oración convive con los defectos del hombre y produce sus frutos. Orar es tan fácil como andar. De la misma manera que andar es trasladarse de un sitio a otro dando pasos, pero cada uno los suyos con distinto estilo, así cada orante se comunica con Dios a su aire. La oración se hace difícil porque no se enseña bien o se somete a métodos que no son válidos para quien ora. Obligar a una persona a orar con una manera determinada es someterla a una esclavitud psicológica que rompe su personalidad. Hay que enseñar a orar dejando a cada uno que ore con su propia personalidad.
La oración es comunicarse con Dios por medio de muchos actos: santos pensamientos, deseos, jaculatorias, sentimientos, penas, alegrías, lágrimas, arrepentimientos, sueños, cabezadas, tentaciones, arrobamiento místico, sequedad de espíritu y hasta con distracciones involuntarias, no queridas sino padecidas. De la misma manera que el hombre hace obras perfectas con distracciones esporádicas, el que ora con excursiones no queridas de su imaginación realiza la obra de la santificación. La distracción involuntaria en la oración es como el torpe vuelo de una mariposa que revolotea en torno a la bombilla que molesta pero no impide la luz. Haz que tus distracciones sean materia de oración.
Cuando ores, busca la unión con Dios, a sabiendas de que Él está contigo haciéndolo todo y quédate tranquilo y contento, aunque tu oración resulte un piadoso y costoso "pasatiempo". No hace falta para orar estar siempre en la presencia de Dios sin distraerse, pensando en escenas evangélicas o reflexionando sobre pensamientos escogidos de libros de meditación.
Oras cuando te desahogas con Dios de una pena que te oprime o te preocupa constantemente; cuando te adentras en la órbita del Espíritu Santo y te escondes dentro del corazón de Cristo para escuchar sus latidos; oras cuando te echas a dormir para descansar de la jornada del día en la presencia de Dios, y cuando queriendo orar, te duermes porque no se te ocurre nada, como un bebé acurrucado en los brazos de su madre; oras cuando te pasas todo el tiempo de la oración rezando o diciendo jaculatorias que te sabes de memoria o improvisas; cuando durante ella no haces otra cosa que exhalar suspiros, experimentar emociones y sentimientos fervorosos; y también cuando te aburres, no puedes concentrarte de ninguna manera, alternas tu pensamiento en Dios y en las personas y cosas con preocupaciones, disgustos, en contra de tu voluntad; oras cuando dedicas el tiempo de la oración a sentir remordimiento por tus pecados, recuerdas tu vida pasada pecadora que mortifica tu memoria con gratitud a la misericordia de Dios, que se valió de ellos para enseñarte a vivir santamente con humildad. Oras cuando examinas tu conciencia para pedir a Dios el perdón de tus pecados, repasas tu comportamiento imperfecto o pecaminoso para corregirlo o mejorarlo; y cuando en la oración te rinde el sueño, das cabezadas y te resulta casi imposible mantenerte despierto, sin tú querer. Si te ronda el sueño en la oración, cambia de postura o método, duerme un ratito dando unas cabezadas, que no pasa nada; y si te quedas dormido, ofrece al Señor la oración de tu sueño, sabiendo que ha producido un doble efecto: el descanso del cuerpo y el alimento del alma; oras cuando haces lo que sabes y puede hacer con sincero corazón: rezar, leer vida de santos, hacer novenas, porque todo lo que sea comunicarse con Dios es oración. Cuando ya no puedas hacer nada o casi nada, deja a Dios que haga lo que tú no puedes, que las cosas irán mejor.
En la oración, unas veces Dios te habla y tú le escuchas sensiblemente; otras tú hablas y Él te escucha silenciosamente, sin que tú des cuenta; otras os habláis y os escucháis los dos a la vez en íntimo diálogo de amor con palabras o sin ellas, y hay veces en que los dos os miráis el Uno al otro sin deciros nada en intercomunicación secreta y silenciosa.
La oración de estar con Dios es también pedir, aunque no pronuncies palabra. El pobre que está a la puerta del rico en actitud de humilde súplica, sin decir nada, está pidiendo lo que necesita.
Además de la oración de estar, hay que hacer la oración de hacer, que es la complementación de la oración de estar. Evita dos extremos diametralmente opuestos: orar sin hacer y hacer sin orar. La verdadera oración es un matrimonio místico indisoluble de la contemplación y la acción, partes integrantes de la verdadera unión con Dios, que no admiten divorcio. Todo el tiempo de un cristiano debe ser orar haciendo o hacer orando, pues la oración nunca se interrumpe.
Ora en los desplazamientos, cuando trabajes, estudies, te diviertas santamente, comas, duermas, descanses, sufras y goces, incluso cuando has pecado, y te arrepientes esperando la reconciliación con Dios en el Sacramento de la Penitencia. Ora cuando en la espera se te hace el tiempo interminable, pidiendo por el que está contigo y por el que pasa.
La mejor oración que podemos rezar es la del Padrenuestro que compuso Jesucristo en el Evangelio, porque contiene las siete peticiones necesarias para conseguir la vida eterna, porque en realidad no sabemos lo que pedimos (Rm 8,26). Sintetizo unas breves reflexiones sobre estas siete peticiones.
* Santificado sea tu nombre, que el nombre de Dios sea bendito y alabado siempre por todos los hombres y en todas las partes del mundo.
* Venga a nosotros tu reino de amor, justicia y paz a todos los hombres en la Tierra, como signo del Reino eterno del Cielo.
* Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, fin supremo del hombre en la tierra y en el Cielo.
* El pan nuestro de cada día dánosle hoy, en cuyo pan están contenidos los bienes espirituales, humanos, materiales y físicos que son necesarios para vivir dignamente, subordinados a la vida eterna.
* Perdona nuestras ofensas en la medida que nosotros perdonemos a quienes nos han ofendido.
* No os dejes caer en la tentación, no que no tengamos tentaciones sino que no sucumbamos en ellas.
* Y líbranos de mal del pecado personal, familiar, social y político.