TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO,
TIEMPO ORDINARIO CICLO B
4 DE NOVIEMBRE DE 2012
PRIMER MANDAMIENTO
Amar a Dios y al prójimo
La primera lectura de la liturgia de la Palabra y el evangelio de este domingo nos hablan del amor a Dios, tema que voy a abordar para facilitar ideas para la meditación o la homilía.
El primer y principal mandamiento de la Ley de Dios en el tiempo de Jesucristo era una cuestión muy debatida entre los doctores de la Ley, escuelas rabínicas, grupos religiosos y la gente del pueblo que hablaba de este problema en sentido coloquial hasta en las comidas.
El fariseísmo, por ejemplo, cifraba el amor a Dios en el riguroso cumplimiento de mandatos, prohibiciones, normativas exageradas e impopulares, como por ejemplo en el cumplimiento del día sabático, dedicado a Dios y al descanso. Como Jesucristo tenía ya fama de gran Maestro en Israel por su predicación que demostraba tener un conocimiento perfecto de la Sagrada Escritura, para salir de dudas un día un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿qué mandamiento es el primero de todos. Respondió Jesús: Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12,28-31).
Amor a Dios y amor al prójimo
Los teólogos discurriendo sobre este pasaje evangélico, basándose principalmente en Santo Tomás de Aquino, explican que no son dos mandamientos distintos, sino dos aspectos de un solo mandamientos: amar a Dios, primer aspecto, y al prójimo, segundo aspecto. Es como una sola medalla con el anverso y reverso o una moneda con la cara y cruz.
Existen muchos textos en la Sagrada Escritura que prueban que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Citamos dos textos clásicos.
- “Quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn 4,21).
- “Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve” (1 Jn 5,20), pues al prójimo se le ve con los ojos de Dios y se le ama con su corazón.
Un amor a Dios sin amor al prójimo es un error bíblico y teológico, una falsificación del verdadero amor o una monomanía religiosa psicopática de una persona que le da por la Eucaristía, el amor fanático a la Virgen, el rezo del rosario, devoción a un santo cualquiera, sin conexión con la fe evangélica de la Iglesia; y un amor al prójimo sin amor a Dios es amor humano, filantropía, compasión, satisfacción por hacer el bien al prójimo, enamoramiento o egoísmo.
Amor al prójimo
El amor al prójimo es una consecuencia lógica del amor a Dios, porque el prójimo es Dios mismo participado en el hombre, miembro del Cuerpo Místico de Cristo, Dios. El amor del hombre a Dios es lógico porque ama a quien recibe todo bien de Él, pero el amor de Dios al hombre es en cierto sentido ilógico, porque Dios ama al hombre para beneficiar a quien nada va a recibir de él, porque Dios es absoluta y eternamente perfecto, y nada puede necesitar. El apóstol San Juan nos dice en qué consiste la esencia del amor: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).
Por eso el papa Benedicto XVI dice que el amor a de Dos al hombre es gratuito, “porque se da del todo gratuitamente, sin mérito anterior, sino también porque es amor que perdona” (Benedicto XVI Deus cháritas est n 10).
El amor cristiano es una participación analógica de la misma naturaleza del Ser de Dios, que es Amor, y, por eso, hay que amarse a sí mismo, amar al prójimo y a todas las cosas con el mismo amor que de Él se ha recibido en el bautismo. El amor divino es dádiva gratuita. Jesús en la homilía de la institución de la Eucaristía nos mandó que nos amásemos unos a otros, como Él nos amó, y no que nos “amasemos”. Si Jesucristo, Dios, nos amó dando la vida por nosotros, nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1 Jn 4,11).
Si Dios ama al hombre, gratuitamente, el hombre debe amar a Dios de balde y consecuentemente, al estilo de Dios, dando y dándose, como dice un refrán castellano: obras son amores y no buenas razones. La Palabra de Dios nos manda: “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn 3,18). El verdadero amor es más darse que dar, pues dándose al otro se le da también. No es dar por correspondencia, costumbre, educación, política o egoísmo buscándose uno a sí mismo. El amor humano existe con limitaciones, muchas imperfecciones y mezclas de amor propio, pero difícilmente totalmente puro. Solamente el amor cristiano diviniza el amor humano.
El amor humano necesita correspondencia recíproca, pues no correspondido, es dolor más que gozo. Sin embargo, el amor cristiano siempre es correspondido porque se ama por Dios de quien se recibe más de lo que se da. El amor puro consiste en amar, sin ningún interés, por el bien propio y el del otro. El amor es como una delicada flor en un jardín florido, que hay que cultivarlo con obras y detalles para que se conserve, pues sin cuido se va perdiendo, se sustituye fácilmente por otro o fenece. El amor de la madre normal y equilibrada al hijo con sus deficiencias humanas es generalmente el amor más puro y perfecto que existe en el mundo, pues se ama al hijo por su propio bien, aunque se reciba de él mal o nada bien a cambio. Se ama a la persona amada con comprensión, como ella es: con sus limitaciones, defectos y pecados, propios de la fragilidad humana, y no como a la persona que ama le gustaría que fuera, porque el amor al otro es personal.
La mejor apología sobre el amor es original del Espíritu Santo, escrita por San Pablo a los Corintios (1 Cor 13,1-13).
El amor cristiano nace de Dios (1Jn 5,7), se vive personalmente, se demuestra comunitariamente en el amor al prójimo, se extiende a todas las cosas y revierte finalmente a Dios.; Es el tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que tratará el examen en el día del juicio final (Mt 25, 31ss).
El amor al prójimo está claramente mandado en la Sagrada Escritura porque antes es dado, como dice el Papa Benedicto XVI: “El amor puede ser mandado porque antes es dado” (Deus charitas est nº 14; 1 Jn 5,7).
En el Antiguo Testamento muchos doctores de la Ley entendían que el prójimo era el israelita o el extranjero que moraba en Israel. En cambio, Jesucristo enseñó en el Nuevo que el amor al prójimo se extiende a todos los hombres, de manera que a nadie se puede excluir del amor cristiano.
Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los seres que poseen la comunicación de la bienaventuranza o la capacidad de conseguirla. En concreto son prójimos: Los ángeles y bienaventurados del Cielo; las almas del Purgatorio, destinadas a la posesión de la bienaventuranza; los que están en estado de gracia porque viven la misma vida de Dios, hecha gracia; los pecadores, por muy pecadores que sean, porque mientras viven en este mundo pueden recuperar la gracia divina perdida por el pecado o por la fe, y conseguir la bienaventuranza; y los enemigos de Dios y de la Iglesia, pues, aunque persigan a Dios y a la Iglesia, tienen la capacidad de la salvación eterna por la omnipotente misericordia de Dios. Solamente están excluidos los demonios y condenados en el infierno, porque están eternamente desconectados de la bienaventuranza por culpa propia.
Vicios opuestos al amor
“El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la que damos acepciones totalmente diferentes, dice el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus charitas est” (n 2). “Quien quiere dar amor, debe recibirlo como don” (n 7). “El amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro” (n 6).
Al amor se opone el egoísmo que es buscarse a sí mismo en el otro o en las cosas en sus múltiples expresiones,. Si se busca el amor en el sexo es egoísmo sexual, satisfacción desordenada de la sexualidad incontrolada. Si en las personas egoísmo personal utilizando al prójimo en beneficio propio. Y si en las cosas egoísmo material poniendo todo el corazón al servicio exclusivo de sí mismo.
Ama a Dios, al prójimo y a todas las cosas haciéndote “dios” en el amor.
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