sábado, 24 de agosto de 2013


Domingo vigésimo primero
Ciclo c          

“¿Serán pocos los que se salven?”  

“Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,3-4), dice la Palabra se Dios. El número de los que se salvan ha sido, es y será siempre el gran interrogante para todos los cristianos porque nada hay revelado sobre este particular, preocupante o angustioso problema. 
En uno de los lugares donde Jesús estableció su centro de predicación, tal vez en una sinagoga, el Maestro debió tratar el tema de la salvación que estaba hasta en la sopa  de los judíos, principalmente estudiosos y creyentes. Un oyente, interrumpiendo el discurso de Jesús, le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?
El Maestro no respondió directamente a la pregunta  sino que se limitó a enseñar la necesidad de esforzarse para entrar en el Reino de Dios con estas palabras: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (Lc 13,24). Esta frase no significa que muchos no se salvarán por propia cuenta, porque la salvación no depende sólo del esfuerzo humano, sino principalmente de la gracia de Dios. La contestación de Jesús contiene dos enseñanzas importantes:
1ª La salvación exige esfuerzo personal en el ejercicio de las buenas obras;
2ª También, y de manera principal, de la gracia de Dios.
La salvación del hombre, tal como es en si misma, con debilidades espirituales y orgánicas sin cuento, es un misterio que  corresponde solamente a la  justicia de Dios,  Creador y Padre de cada hombre, infinitamente misericordiosa. 

            Opiniones sobre la salvación

Entre los misioneros, predicadores y sacerdotes,  principalmente antiguos, existía sobre la salvación una opinión rigorista que afirmaba que son muchos, muchísimos, los hombres que no se salvan, porque según se aprecia pocos, poquísimos, son los que trabajan por vivir en gracia.  La mayor parte de la gente vive de espaldas a Dios, obcecada en el pecado, alucinada por el mundo, el dinero, el poder y la carne, sin cumplir los mandamientos de la Ley de Dios.  Luego son pocos los hombres que se salvan.

            Opinión optimista

La opinión optimista, muy común hoy, consiste en creer que casi todo el mundo se salva, pues, los hombres por sus debilidades constitucionales, educación y cultura  diferente, problemas familiares y sociales no ofenden a Dios tan gravemente como para merecer el infierno eterno. Luego son mayoría los hombres que se salvan. Hay muchos hombres buenos, de sincero corazón, cumplidores de sus deberes en la familia, en el trabajo y en la Sociedad, que no pisan la Iglesia o la frecuentan solamente en casos de compromiso por diversas razones, y, sin embargo, son mejores que muchos cristianos practicantes, incluso piadosos. Luego son muchos los que se salvan por el misterio de la misericordia de Dios teniendo en cuenta la condición de la miseria humana.

            Opinión misericordiosa

Sin duda alguna la opinión más aceptable es la de la infinita misericordia de Dios que conoce a cada hombre y su malicia en el pecado. Nadie sabe, ni siquiera la Iglesia, el número de los que se condenan. Sin embargo sabemos que son muchísimos los que se salvan, como nos consta por el libro de las canonizaciones de los santos y mártires de la Santa Iglesia, El santo Papa Juan Pablo II en su libro “Cruzando el umbral de la esperanza” nos dice textualmente que “cuando Jesús dice de Judas, el traidor, sería mejor para ese hombre no haber nacido, la afirmación no puede ser entendida en el sentido de una eterna condenación” (Pág. 187).
Creo que lo mejor que podemos hacer para tranquilizar nuestra inquietud sobre este espinoso y agobiante tema es establecer cinco principios generales que nos puedan dar luz a nuestros interrogantes y aquietar nuestros miedos y temores.
1º La Iglesia jamás ha hablado ni puede hablar del número de los que no se salvan, porque no está revelado.
2º Según la doctrina de la Iglesia se salva el que muere en gracia y se condena el que muere en pecado mortal (Cat 1035). “Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre  por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno” (Cat 1034). ¿Pero quién sabe el que está en gracia de Dios o muere en pecado mortal? Muchos pecados, estimados en teoría en la moral católica  materialmente graves no son pecados formales, que ofenden a Dios gravemente y merecen la condenación eterna por infinitas causas excusantes: taras constitucionales o adquiridas, desequilibrios temperamentales, condicionamientos de todo tipo, fuertes tentaciones, a veces insuperables, culturas diversas, educación familiar y social, ambiente y otros muchos factores.  
3ª Es cierto que hay en el mundo hombres muy malos, satánicos, como lo atestigua la triste experiencia de nuestros días. Pero sólo Dios sabe quiénes cometen el pecado grave que merezca el infierno.
4ª Dios Padre juzga con su infinita misericordia al hombre, que es su hijo, criatura suya, y no a un extraño. ¿Cómo el hijo de Dios ofenderá a su Padre y qué pecados, actos humanos, limitados y temporales, por muy graves que sean, merecerán el infierno? ¿Quiénes serán los que realmente se condenen? ¡Misterio!
Y, por último, hay que considerar que la redención fue universal, realizada por Jesucristo, Dios, hecho hombre,  que derramó su sangre divina por todos sus hijos, los hombres. Se condenan los que rechazan conscientemente las gracias de Dios ¿Quiénes? ¿Cuántos? La salvación tiene que ser un éxito de Dios, y no un fracaso o triunfo de diablo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario