domingo, 30 de marzo de 2014

DOMINGO CUARTO DE CUARESMA
Maestro: ¿“Quién pecó”?
Origen del mal


Maestro: ¿“Quién pecó”?
Los expertos en el estudio de los Evangelios afirman que este milagro sucedió en el tercer año de la vida pública de Jesús, y según se deduce del relato, el ciego se encontraba en una edad joven. Estaba sentado pidiendo limosna a los transeúntes, quizás en una de las puertas exteriores del templo de Jerusalén. Pienso yo que clamoreaba con frases patéticas su dramático estado de un pobre joven y ciego de nacimiento, con el fin de conmover los corazones de los que pasaban para que le dieran cuantiosas y generosas limosnas. Jesús, al oír las lamentaciones suplicantes, se paró, y  se le quedó mirando con tal ternura que sus discípulos, como respuesta a su gesto de comprensión y lástima, le preguntaron:
 Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego? Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios, respondió Jesús.
Origen del mal
Sobre la incógnita del mal en el mundo han pensado diversamente los filósofos racionalistas cayendo en el ateísmo, escepticismo, pragmatismo, existencialismo o agnosticismo.
Los místicos de las diversas culturas religiosas de la Historia de las Religiones han afirmado con muchas contradicciones y teorías peregrinas que los espíritus o dioses malos, rivales y enemigos del Dios verdadero, son los culpables del mal que existe en el mundo.
¿Por qué existen tantos males en el mundo
Por tres razones principales:
1ª El mal en todas sus dimensiones y consecuencias es efecto del misterio del pecado original
El pecado original cometido por Adán, cabeza del género humano, es la causa de todos los males que existen en el mundo.
2ª Para que se manifiesten en el hombre las obras de Dios
La voluntad de Dios es un misterio de bondad que el hombre no conoce, pues existen cosas en el mundo que parecen malas, y en su fin último son buenas. Todo lo que Dios quiere es un bien, aunque no se entienda y no lo parezca, porque Dios es eternamente bondad infinita que no se puede conciliar con el mal, que es un medio para un bien supremo, no conocido por el hombre. 
3ª Castigo de los pecados
La Sagrada Escritura en muchos textos de diversos libros nos enseña que los males suceden algunas veces por los pecados de los hombres o propios, y no pocas veces para probar la virtud de los cristianos o la santidad de los santos.   Los discípulos de Jesús querían saber quién tenía la culpa de su ceguera, apoyados en algunos textos de la Sagrada Escritura, que afirman que los castigos son en muchos casos, no en todos, efectos de los pecados.  El mismo Jesús  reafirma esta sentencia en algunas ocasiones, por ejemplo cuando curó al paralítico de la piscina de Betesda a quien le dijo: “No peques más para que no te sucede algo peor”  (Jn 5,14).
No sólo entre los judíos contemporáneos de Jesús era esta teoría muy creída, sino también en  algunos pueblos paganos, principalmente en muchas obras literarias de Grecia. Resulta extraño que los discípulos preguntaran a Jesús si el ciego padecía su ceguera por sus pecados, pues era ciego desde su nacimiento y antes de nacer no pudo pecar ni, por consiguiente ser castigado por sus pecados. Tiene su explicación esta aparente contradicción porque algunos rabinos enseñaban la doctrina extraña a la Biblia  de que el hombre puede pecar aun en estado de embrión o en previsión de los pecados que cometería en su vida, una vez nacido.
       Para que se manifiesten  las obras de Dios.
Muchos niños nacen con enfermedades congénitas, sin haber cometido pecados personales; y personas mayores padecen múltiples enfermedades, aparentes males físicos por fines espirituales y eternos desconocidos por la razón humana. Solamente Dios sabe cuál es el bien supremo  de todos los males humanos, físicos y materiales.
Hay muchas personas muy buenas que no son castigadas por sus pecados, y Dios les manda enfermedades para probar su virtud, como gracias para su propio conocimiento, santificación o salvación de los pecadores. Uno no es como él se cree o imagina, ni como le dicen otros que es, sino como se reconoce con las enfermedades que Dios manda o permite. De esta manera se sabe qué grado de virtud se tiene y cuáles y cuántos defectos están escondidos en la supuesta santidad. Solamente con la oración y la convivencia de la vida comunitaria se consigue el propio conocimiento aunque uno nunca acaba de conocerse del todo. La enfermedad es necesaria para conseguir un doctorado en la virtud.
Por razones de santidad
Las enfermedades enseñan al cristiano de fe el valor de la salud; la virtud de la humildad que se necesita para conocer a Dios y a sí mismo; el conocimiento de  que uno solo no puede valerse por sí mismo y necesita la ayuda de los demás; la comprensión de la caridad para ayudar a todos los que sufren; y, sobre todo, el sentido de la redención, pues Cristo realizó la Redención de todos los hombres principalmente por medio de su pasión y muerte, que culminó en la Resurrección.

Es posible que tú padezcas alguna enfermedad crónica o pasajera por cualquiera de estas causas, pero no concluyas que siempre es por culpa de tus pecados. Dios sabe el por qué de tu vida de dolor y cuál es la razón de tus males. Lo mejor de todo es vivir escondido en Dios con Cristo  por las razones que sean,  aceptando gustosamente la enfermedad, aunque con pena cristiana, pidiendo el perdón por tus  propios pecados y los del todo el mundo. Y luego reposar con paz en las manos de Dios, Padre, como niño que duerme dulcemente en los brazos de su madre. 

sábado, 22 de marzo de 2014

LA SAMARITANA

            Jesús dijo a a la Samaritana:
“Dame de beber” (Jn 4,7).
Impresiona ver a un Dios, que todo lo puede, pedir agua a la Samaritana, como un simple hombre sediento,  sometido a las necesidades humanas. Jesús aprovechó la circunstancia de la sed para pedir agua natural a esta mujer pecadora con la intención de regalarle el agua sobrenatural de la gracia de la conversión. 
La Samaritana desde hace tiempo estaba ya tocada de la gracia, y sin saber cómo ni por qué, de modo natural y humano, se encontró con Jesús para  convertirse. Y le llegó la ocasión  en el mismo momento en que Jesús le pidió agua para beber. En la conversión y en su proceso, como en todas las cosas de la vida, no existen nada más que  causalidades de la providencia  amorosa de Dios Padre. 
Cuando la Samaritana observó que Jesús le pidió agua, sintió una inmensa alegría por tener una buena ocasión para tramar conversación humana con un hombre extranjero, sensacionalmente atractivo: y con coquetería  de simpatía personal, extrañada, le dijo:
¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí que soy  samaritana? (Jn 4,9).
Jesús le contestó:
Si conocieras el don de Dios y quien es el que te dice: dame de beber, tú se lo habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado agua viva (Jn 4,10).
La Samaritana entendió que las palabras de Jesús encerraban un sentido simbólico, y adivinó que le estaba hablando de un don espiritual privilegiado; y con mirada sonriente que se entrecruzó con la expresiva de Jesús,  con  deseo de que le explicara el significado del misterio del agua viva, le dijo:
 Señor, no tienes cubo y el pozo es hondo; ¿de dónde vas tú a sacar el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
            Jesús entonces le explicó:
El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna” (Jn 4,14).
Con estas palabras trascendentes la Samaritana empezó a sospechar  que Jesús le ofrecía  algo espiritual, pues su corazón empezó a latir  fuertemente con emoción sobrenatural; y, conmovida por la gracia  y deseosa de saber el misterio,  le pidió el agua viva de la gracia:
“Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla” (Jn 4,15).
Jesús dijo a la Samaritana que estaba ya deseando conocer el misterio de la gracia:
 “Anda, llama a tu marido y vuelve” (Jn 4,16).
La mujer le contestó:
“No tengo marido”.
 Jesús le dice:
“Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En esto has dicho la verdad” (Jn 4,18).
 La mujer entonces cayó en la cuenta de que estaba en la presencia de un profeta:
 “Señor, veo que tú eres un profeta”. Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga Él nos lo dirá todo.
Jesús le dice:
“Soy yo el que habla contigo”.
En esto llegaron sus discípulos y se extrañaron de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: ¿qué le preguntas o de qué le hablas? No se acostumbraba entonces que un hombre, y menos un rabino, conversase en público y a solas con una mujer, según las costumbres de los tiempos.
La Samaritana, que era ya una mujer convertida, dejó su cántaro y echó a correr al pueblo a invitar a toda la gente a ir a ver a un hombre, que dice ser el Mesías, que le había adivinado toda su vida.
El resultado de este coloquio fue que la Samaritana no sólo se convirtió sino que se hizo misionera, pues muchos samaritanos, al comprobar los hechos, creyeron que Jesús era el Mesías, el Salvador del mundo por el testimonio que les había dado la mujer.


sábado, 15 de marzo de 2014

DOMINGO II DE CUARESMA 16 DE MARZO
TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS

Comentario
Lugar geográfico de la Transfiguración
Símbolos de la transfiguración

COMENTARIO
Era el verano del tercer año de la vida pública de Jesús, seis u ocho días después de prometer Jesús a Pedro el primado de la Iglesia en Cesarea de Filipo. Jesús dejó en alguna aldea cercana a los otros nueve discípulos al pie del del monte Tabor, y se llevó consigo a sus tres íntimos amigos (Pedro, Santiago y Juan) a escalarlo para orar en la cima, y al mismo tiempo descansar del ajetreo agobiante del intenso apostolado que había realizado. ¿Qué monte de Galilea fue aquél?

            Lugar geográfico de la Transfiguración
Una tradición antiquísima, que data del siglo III, nos dice que el monte privilegiado de la Transfiguración fue el monte Tabor. Este monte, casi aislado de los montes vecinos, se levanta gracioso y simétrico en la extremidad nordeste de la vasta llanura de Esdrelón. Visto desde el Sur, parece la figura de un segmento de esfera. Sólo por una arista, poco elevada, se une a las colinas de Galilea. No es un monte que cause admiración por su altura, pues se eleva a 400 metros desde la llanura, a 600 sobre el nivel del Mediterráneo y 780 por encima del nivel del lago de Tiberíades. Pero contrasta por la desnudez de las alturas próximas que a su lado resultan raquíticas y pobres.
La superficie está cubierta de tierra fértil, siempre verde en cualquier estación del año. En primavera está revestida con una espesa alfombra de verdor. Sus laderas están cubiertas de árboles y arbustos de todas clases, muchos de ellos tienen follaje perenne, si bien son de escasas dimensiones en su mayoría. En la cumbre hay una vasta meseta de forma alargada, que tiene unos 1000 metros de longitud por unos 500 ó 600 metros de anchura media. Está en gran parte cubierta de ruinas, pertenecientes a diversas épocas de la era cristiana. Entre estas se distinguen restos de tres Iglesias edificadas en el siglo VI, en recuerdo de las tres tiendas que hubiera querido levantar Pedro para Jesús, Moisés y Elías para quedarse eternamente con ellos en aquella visión celeste. También se aprecian vestigios de varios monasterios que existieron en la antigüedad y cimientos de una fortaleza atrincherada  de la que nos habla el célebre historiador Flavio Josefo.
Para algunos autores modernos el lugar privilegiado donde tuvo lugar la transfiguración no fue el Tabor, sino el Hermón, magnífica montaña de Palestina, cuya altísima cumbre está cubierta de nieve hasta entrado el verano. Se divisa desde la mayor parte de las alturas de Tierra Santa. Sus picos más altos alcanzan 2.800 metros. La razón principal que dan para no adjudicar al monte Tabor la gracia de la presencia de Cristo transfigurado, en visión  glorificada en la Tierra, es porque en tiempos de Jesús en ese lugar existía una fortaleza militar, que impedía la soledad y el silencio, que se requerían para poder gozar en él el éxtasis elevado  de la Transfiguración del Señor. Este argumento no convence a los historiadores clásicos, porque sólo se utilizaba en momentos de guerra que en tiempos de Jesús no existía. Además, porque en esta sagrada montaña existían muchos parajes escondidos y solitarios, de singular belleza, donde sólo se oía el recogido ambiente de la Naturaleza, que invitaba a la más alta contemplación en soledad. La ascensión a la cima no requiere mucho más de una hora a pie, a paso ligero.  El camino,  fabricado  por las muchas pisadas de caminantes, estaba bordeado de zarzas y cardos secos que se multiplicaban por el declive de las laderas. En esta vegetación silvestre muchos arbustos y árboles de diversos tamaños invitaban a descansar pacíficamente bajo sus sombras.  
Cuando llegaron a la cúspide, buscaron un lugar silencioso y resguardado, lleno de belleza natural, donde pudieran pasar la noche a gusto.  El sol  estaba escondiendo su pálido rostro por el horizonte de la llanura, dejando en el Cielo destellos de luz anaranjada, que parecía el resplandor rojo de una fogata que se apaga. La montaña estaba solitaria y en silencio. Ni un solo ruido perturbaba la paz de aquel privilegiado paraje; ni siquiera se oía el zumbido del viento que solía producir un silbido desafinado al rozar con las ramas de los árboles. 
Al llegar al sitio elegido por Jesús, todos tomaron un bocadillo  con unos cuantos tragos de vino de la bota común, para recuperar las fuerzas desgastadas en el camino. El Maestro se despidió de ellos y se alejó unos pocos metros de distancia, y entró en alta contemplación, como era habitual en Él por las noches.
Como los discípulos sabían que la cosa iba para toda la noche, como en otras ocasiones, hicieron un camastro común en el santo suelo, acolchonado por hojas de árboles, arropadas por sus mantos, y se echaron a dormir tranquilamente; y, como estaban rendidos por la faena del día y agotados por la caminata, quedaron al momento profundamente dormidos.
A media noche, cuando dormían, como angelotes, las primicias del plácido sueño, un rayo de luz celeste se posó sobre los rostros de cada uno de ellos. Entonces los tres, a la vez, se despertaron sobresaltados; se sentaron en el suelo y fijaron sus ojos en Jesús y vieron que estaba totalmente transfigurado. Para comprobar la realidad de la visión, por si hubiera sido un sueño, se levantaron, se acercaron al Señor, y observaron que estaba divinizado. Sus facciones estaban revestidas de una belleza sin igual con un resplandor deslumbrante. Su rostro brillaba como el sol, y sus vestidos resplandecían con una luz tan blanca, que ningún batanero de la Tierra era capaz de conseguir igual blancura, nos dice San Marcos.
Estando embelesados en aquella celestial escena, bien espabilados, observaron que dos personajes misteriosos estaban junto a Él, a quienes por inspiración divina reconocieron inmediatamente: Moisés, representante de la ley de Dios, y Elías representante de los profetas. Los dos estaban revestidos también de fulgores de gloria; y observaron que estaban hablando con Jesús sobre su pasión, muerte y resurrección.
El paraje donde vieron a Jesús transfigurado se había convertido en una antesala del Cielo, plenamente iluminada. Los tres evangelistas señalan que la luz procedía de la Persona divina de Jesús. La emoción fue tan grande y el gozo tan indescriptible, que Pedro, tan impetuoso como siempre, no se pudo aguantar y, enloquecido de fervor, dijo a Jesús: ¡Qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto cuando una nube luminosa, de calidad celeste, los envolvió a todos haciendo que la noche se hiciera pleno día. Y se oyó una voz, misteriosa, timbrada, de singular sonido que desde la nube decía: Este es mi Hijo,  el Elegido, escuchadlo.
   En estado de elevada contemplación mística quedaron los tres transportados hasta que Jesús en su propio ser humano dio un golpecito suave sobre el hombro de cada uno y dijo:
Levantaos, no tengáis miedo”.  No contéis  a nadie nada de lo que habían visto,  visión de un cielo anticipado, hasta después de resucitar de entre los muertos. Pero ellos no entendieron qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos. Creían que se trataba de la resurrección de los muertos al final de los tiempos, pues no se podían imaginar que les hablaba de una resurrección anticipada de Jesús, al tercer día después de su muerte. Los tres volvieron en sí al momento, alzaron sus ojos, y no vieron a nadie más que a Jesús. Las cosas volvieron a su estado normal, dejando en el corazón de cada uno de ellos una huella imborrable para siempre. ¿Cuánto duraría el acto glorioso de la transfiguración de Jesús? Probablemente toda la noche hasta la salida del sol, unas siete u ocho horas, que a ellos les parecieron segundos (Lc 9,28-36 y Mt 17,1-9; Mc 9,28-36).

 SÍMBOLOS DE LA TRANSFIGURACIÓN
El relato evangélico de la Transfiguración del Señor no fue una sugestión colectiva, causada por Jesús que tenía poderes parapsicológicos, como dicen algunos racionalistas; ni tampoco una visión apocalíptica de Pedro contada con pura fantasía literaria, como aseguran algunos agnósticos, que se empeñan en negar todo aquello que supera el conocimiento de la razón  y de los sentidos. Fue una visión sobrenatural captada por los ojos corporales, en la que los discípulos preferidos vieron ráfagas de la Persona divina de Jesús, encerrada en su cuerpo humano.
Esta manifestación de la gloria de Dios en Jesucristo es considerada por todos los intérpretes del Evangelio como una prueba de la divinidad de Jesús, una preparación para sufrir y morir en la cruz, una revelación de lo que será al fin de los tiempos la vida gloriosa de los cuerpos resucitados en el Cielo, y un consuelo para que sus discípulos pudieran sufrir el martirio que les esperaba, con el recuerdo del gozo experimentado en el Tabor.
En el hecho evangélico real de la transfiguración se pueden considerar dos signos: el estado de los cuerpos gloriosos y el estado de contemplación mística.
 Haciendo una interpretación espiritual de la Transfiguración de Jesús se podría decir que existen tres clases de transfiguración sobrenatural: Transfiguración bautismal, transfiguración sacramental y transfiguración moral.

Transfiguración bautismal
Cuando el hombre, nacido en pecado, recibe el bautismo, toda su persona queda transfigurada y convertida en un ser sobrenatural: su cuerpo se transfigura o convierte en templo vivo del Espíritu Santo y su alma en  sagrario de la Santísima Trinidad, porque el sacramento realiza misteriosamente en ella una transfiguración total.

Transfiguración sacramental
Cada sacramento que un cristiano recibe  con las debidas disposiciones realiza en su alma una transfiguración sacramental por la gracia. Si  recibe el sacramento de la Penitencia en estado de pecado mortal, su alma, desfigurada por el pecado, queda transfigurada en estado de gracia; y si lo recibe en gracia de Dios, su alma queda transfigurada en mayor gracia.  En la celebración de la Eucaristía se realiza una auténtica transfiguración misteriosa, que se llama en teología transustanciación, porque el pan y el vino se cambian, se convierten o transfiguran  en el Cuerpo y la sangre de Jesús, permaneciendo las especies de pan y vino.  

Transfiguración moral
            El cristiano durante toda su vida debe vivir transfigurado en sus actos, convirtiendo su vida humana en vida divina,  transfigurando con Cristo  todos  los actos humanos y  todas las cosas.


sábado, 1 de marzo de 2014



DÍA 9 DE MARZO  
1 DOMINGO DE CUARESMA
Cuaresma
Tentaciones de Jesús
Conversión
Conversiones varias:

Cuaresma
Desde los primeros siglos del cristianismo se observó en la Iglesia la práctica de la oración y penitencia, como una norma evangélica de vida cristiana. Con el tiempo, en el seno de las comunidades cristianas fue naciendo progresivamente el espíritu de cuaresma. Las primeras alusiones directas aparecieron en Oriente, a principios del siglo IV, y en Occidente, a fines del mismo siglo. En la evolución de la liturgia se fue configurando el año litúrgico, dando primordial importancia al Adviento y a la Cuaresma, como tiempos fuertes de oración y penitencia. En el Adviento los cristianos se preparaban especialmente  para celebrar la Navidad, el 25 de Diciembre para conmemorar el nacimiento de Jesús. Se debe esta  institución a  la Iglesia de Roma, que quiso suprimir el culto al dios del sol, “natalis solis invicti”, nacimiento del sol victorioso, que se celebraba en el paganismo con un culto idolátrico, orgías y actos profanos, excesivamente sensuales y sexuales de todo género. La liturgia de Roma cambió esta celebración por el culto al  nacimiento de Jesucristo, el Sol, que vino al mundo a iluminar a todos los hombres para la salvación. En la Cuaresma, los antiguos  cristianos se dedicaban, de manera intensiva, a la preparación de la Pascua, en la que se celebraba la Resurrección del Señor,  tema central de la vida de la Iglesia.
La Cuaresma ha tenido siempre un carácter especialmente bautismal en el que se funda el carácter penitencial, porque es una Comunidad bautismal-penitencial-eclesial. En ese tiempo santo, los cristianos de los primeros siglos solían bautizarse y celebrar el sacramento de la Penitencia. Los grandes pecadores, apartados de la Iglesia por sus pecados graves, eran reinsertados a ella por el sacramento del perdón,  principalmente en la Vigilia Pascual.
La Iglesia recuerda en la Cuaresma los cuarenta años que el pueblo de Israel caminó por el desierto hacia la Tierra Prometida y los cuarenta días y cuarenta noches que Jesús permaneció en el desierto en oración y ayuno, antes de comenzar su vida pública y realizar el misterio de la Redención.
La cuarentena penitencial nos une todos los años, durante cuarenta días y cuarenta noches al Misterio de Jesús en el desierto (Cat 540). Es un tiempo apropiado para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las privaciones voluntarias, como el ayuno, la limosna, la comunicación cristiana de bienes, obras caritativas y misioneras (Cat 1438) y las peregrinaciones, como signo de penitencia. Se recomiendan reuniones de oración, celebraciones de la Eucaristía, del sacramento de la Confesión y celebraciones de la Palabra.

Ultima reforma de la Cuaresma
El Concilio Vaticano II ha estructurado la Cuaresma como un tiempo especial de oración, de intensa escucha de la Palabra de Dios y penitencia, con una orientación pascual-bautismal (SC 109). Ha fijado su tiempo desde el miércoles de Ceniza hasta el jueves Santo, misa in Coena Dómini. Es el tiempo de una experiencia oficial en el misterio pascual de Cristo: “Padecemos juntamente con Él, para ser también juntamente glorificados” (Rm 8,17).


Tentaciones de Jesús
La tentación  es una inclinación al pecado, provocada por distintas causas: el diablo, naturaleza corrompida, enfermedad y vicios. Su significado es prueba, como cuando Dios probó  a Abraham  para probar su fe pidiéndole que sacrificara a su hijo Isaac; y seducción al pecado por el demonio, una persona o cosa.
La tentación  es intrínsecamente mala porque procede del mal y al mal inclina. Moralmente es buena y meritoria si se rechaza y mala si se consiente.    

 Conversión
Mientras el cristiano recorre su camino por el desierto del mundo hacia la eternidad, debe cursar la carrera de la conversión con el fin de conseguir el Cielo. Comprende las siguientes asignaturas complementarias: conocimiento de Cristo, estudio de  la palabra de Dios, lucha contra el pecado, vida de gracia, oración, Confesión y Eucaristía.
La conversión es lo mismo que cristificación, pues toda la vida cristiana es una permanente y progresiva santificación o perfección evangélica en diversas etapas y modalidades. Es el tema fundamental de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, pues toda la Palabra de Dios en todos sus libros inspirados invita al hombre, de manera reiterada, a la conversión, que es tarea de todo cristiano, y no de unos cristianos privilegiados. Consiste en responder a la santidad que cada uno tiene que cursar, según la vocación que del Espíritu Santo ha recibido en el bautismo. 

Conversiones varias:
1 Conversión de los infieles
La conversión es propia de todos los hombres: conversión de los infieles a la fe de la Iglesia, que celebra el día del Domingo, domingo mundial de la propagación de la fe católica en que todos los cristianos de todo el mundo hacemos una campaña de oraciones, sacrificios y ayudas económicas a favor de los países de todo el mundo con el fin de conseguir que todos los hombres se hagan cristianos, se bauticen, conozcan a Cristo, los dogmas de la Iglesia Católica y se salven con más facilidad.

2 Conversión de pecador en justo
También tienen que convertirse los grandes pecadores que llevan una vida disoluta, de espaldas a Dios, lejos de la Iglesia o contra ella, entre los que se pueden contar, tal vez, nuestros familiares, compañeros, amigos o vecinos. Tenemos que pedir por la conversión de los pecadores, por supuesto, y también por todos los hombres, y por nosotros también, que somos pecadores.

3 Conversión del bueno en santo
A los ojos de Dios, no sabemos quiénes necesitan más la conversión, si los que viven en países de misión, carentes de la fe verdadera, los creyentes de otras religiones, católicos no practicantes, católicos cumplidores de la Ley, o los santos, que habiendo llegado a ser santos, no fueron tan santos como pudieron y debieron. 
La conversión de todos los hombres, en sí misma, es un misterio que efectúa la omnipotente sabiduría de la infinita misericordia de Dios, de muchas maneras misteriosas, en la Iglesia Católica, y fuera de ella en suplencias.

4 Conversión bautismal
Según la doctrina de la Iglesia, la primera conversión cristiana tiene lugar en el bautismo, porque este sacramento convierte al hombre, nacido en pecado, en hijo de Dios, heredero de su reino, y lo incorpora al Cuerpo místico de la Iglesia. El bautizado, por medio de una regeneración espiritual, adquiere una segunda naturaleza, un complejo sobrenatural de la gracia santificante, virtudes y dones del Espíritu Santo. Con estas potencias el cristiano crece y se desarrolla por medio de la oración, sacramentos y buenas obras hasta conseguir el fruto total del bautismo, que es la visión y gozo de Dios eternamente en el Cielo.

5 Conversión sacramental
Cada vez que el cristiano recibe un sacramento convierte su conversión bautismal en conversión sacramental de gracia si lo recibe con las debidas disposiciones. En el sacramento de la Penitencia, por ejemplo, el alma del cristiano que está en estado de pecado grave se convierte en estado de gracia,  o el alma que está en estado de gracia se convierte en un progreso de perfección.

 6 Conversión teológica
Toda conversión supone la gracia inicial de Dios, pues nadie puede convertirse sin la previa ayuda divina, que espera del hombre una respuesta responsable. La conversión es una empresa sobrenatural limitada entre Dios y el hombre en la que Dios regala su gracia y el hombre colabora a ella, de maneras diferentes. Una vez recibida la gracia, para perseverar en ella se necesita también la ayuda divina. Se realiza con el ejercicio de la oración, obras buenas y actos de caridad. Cada vez que el cristiano hace un acto bueno, en estado de gracia, se convierte en un hijo mejor.  Solamente la misericordia infinita de Dios sabe el secreto de la conversión y su proceso en cada uno de los cristianos.

7 Conversión cósmica
Todos los seres creados tienen una belleza teológica en el conjunto del Universo, según la planificación divina, que el entendimiento humano no alcanza a descubrir. La perfección de las criaturas se aprecia de manera relativa y de modo imperfecto en la Tierra, pues la realidad total del Universo creado y su finalidad suprema se observa solamente desde el Cielo, desde la visión intuitiva.
Este mundo, deformado por el pecado, es conocido por la ciencia en una pequeñísima parte, pues incluso los sabios saben menos de lo que les queda por conocer, porque el Universo nunca será totalmente conocido. La maravilla de la Creación cumple el fin establecido por Dios, y tendrá su final, aunque no sabemos cuándo ni cómo, pero este mundo no será aniquilado o convertido en un caos, sino transformado en otra realidad diferente, infinitamente superior y mejor que la existente. Sus características no están reveladas, por lo que todo lo que se diga o escriba sobre este hecho venidero es pura imaginación, y no realidad teológica. La Sagrada Escritura llama a esta transformación “Cielos nuevos y Tierra nueva”, morada en la que vivirán los resucitados con Cristo en condiciones de lugar y estado que no conocemos. A esta transformación, que sucederá al fin de los tiempos, se puede llamar conversión cósmica, porque abarca todas las cosas creadas.







DOMINGO OCTAVO TIEMPO ORDINARIO
CICLO A, 2 DE MARZO 2014

No podéis servir a Dios y al dinero
            No es lo mismo servirse del dinero justamente, como medio para llevar una vida humana digna, conseguir el progreso de la Humanidad en sentido social cristiano con destino para la salvación eterna, que servir al dinero en calidad de “dios”, como parece dice la expresión evangélica que pronunció Jesús.
La riqueza en sí misma es un bien, si se utiliza como medio, y no como fin de hombre, porque todas las cosas fueron creadas por Dios para el servicio del hombre; y es un mal, si se utiliza exclusivamente  como explotación del bien universal en bien propio. Todos  los bienes creados deben llegar a todos los hombres en forma justa, bajo la protección de la justicia y la compañía de la caridad” (GS 69), porque tienen, por voluntad de Dios, un destino universal. El hecho de que millones de hombres pasen hambre y exista la injusta explotación de la riqueza, es un desorden, una desigualdad económica de bienes, que producen la esclavitud, odios y guerras y muchos pecados. Es un grave pecado de injusticia social, causado principalmente por el egoísmo incontrolado de los hombres y la mala política de los Gobiernos. En el mundo existen medios más que suficientes, para que la riqueza llegue a cada hombre en proporción justa con caridad evangélica, dijo el santo Papa Juan XXIII.
Ricos y pobres
            Para el mundo es rico quien tiene mucho dinero, abundantes riquezas, cargos de relevada importancia que reportan excepcionales ganancias, muchos amigos, altas y reconocidas influencias sociales, y vive a capricho de su libre albedrío. El que persigue la riqueza como meta única de su existencia, acumulando con egoísmo bienes en abundancia, es un pobre hombre, porque se hace esclavo de las cosas, y no señor de ellas, y siempre está “necesitado” y hambriento de cosas.  El amor despiadado y sin control a la riqueza hace al hombre  avaro, pues siempre se considera pobre, por mucho dinero que tenga. Sin embargo, el hombre evangélicamente pobre, se considera rico, aunque sólo tenga lo necesario para vivir.
 Riqueza y pobreza,  medios de salvación eterna
 La Historia de la Iglesia nos enseña que la santidad está al alcance de los que viven el espíritu o el voto de la pobreza, sean realmente pobres o ricos, como lo atestigua el catálogo de los muchos santos, de distintas clases sociales, incluso reyes, a quienes hoy veneramos en los altares. Muchos santos, inmensamente ricos, dieron todos sus bienes a los pobres y siguieron de cerca al Maestro, que tan pobre vivió en este mundo que no tenía donde reclinar su cabeza (Mt 8,20; Lc 9,58) Este estilo de vivir la pobreza extrema y heroica lo vivieron muchos santos, por ejemplo San Francisco de Asís, pero no son modelos comunes para todos los cristianos, porque depende fundamentalmente de una gracia singular del Espíritu Santo, que  pocos reciben, y de la correspondencia a ella. Otros muchos cristianos, religiosos y laicos, vivieron la pobreza real de hecho y de espíritu con desprendimiento total de todo y de todos.
Considerada la condición humana, la experiencia enseña que la riqueza es un  obstáculo importante para vivir la pobreza del Evangelio, imitando a Jesucristo, pues  los bienes materiales de este mundo cautivan y pueden esclavizar las legítimas aspiraciones del corazón humano. La riqueza trastoca el corazón, lo corrompe, fomenta alocadamente las pasiones que desembocan en muchos vicios, y conlleva al hombre a su desgracia en la tierra con peligro de la condenación eterna. En cambio, la pobreza es una gran ventaja para la santidad, porque la ausencia de bienes, no necesarios o convenientes, es una buena oportunidad para identificarse con Cristo, porque bien utilizados en justicia y caridad, son un símbolo imperfecto de los bienes eternos del Cielo.  Hay que disfrutar de los bienes materiales y humanos, sin apego, porque Dios, como Padre, se alegra cuando nos ve jugar, como niños, con nuestras cosas.
La pobreza evangélica es un estado del corazón y no una situación económica de la vida. No consiste en carecer de cosas simplemente, sino en vivir dignamente, sin apego a las riquezas. Se puede ser evangélicamente pobre, siendo rico, y ser evangélicamente “rico”, siendo pobre. Es  evangélicamente rico, el que vive feliz con lo que tiene,  sin estar “necesitado” de nada. La inmensa mayoría de los hombres son pobres porque no pueden ser ricos: pobreza padecida y no elegida. Bastantes cristianos eligen la pobreza por vocación, la aceptan con más o menos alegría para ser santos e imitar a Jesucristo. 
            Jesucristo nos dijo en el Evangelio: "Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de Dios" (Mt 5, 3). Los pobres de espíritu bienaventurados, de los que es el Reino de Dios, son aquellos, pobres o ricos realmente, que no tienen el corazón apegado a las riquezas, pues se puede ser rico con cualquier cosa que se tenga, y pobre teniendo muchas cosas en abundancia. Los pobres, evangélicamente hablando, no son bienaventurados, simplemente por el hecho sociológico de ser pobres; ni los ricos son desdichados por su condición social de tener muchos bienes materiales. 
 La pobreza, como virtud, es un valor condicionante para poseer el Reino de Dios. Para obtenerla hay que liberarse de todo. Lo dice Jesús en el Evangelio: "Yo os aseguro que nadie deja casa, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o tierras por mí o por el Evangelio, que no reciba el ciento por uno ya en este mundo...y en el siglo venidero, la vida eterna".