DOMINGO
II DE CUARESMA 16 DE MARZO
TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS
Comentario
Lugar
geográfico de la Transfiguración
Símbolos de
la transfiguración
COMENTARIO
Era el verano del tercer año de la vida pública de
Jesús, seis u ocho días después de prometer Jesús a Pedro el primado de la
Iglesia en Cesarea de Filipo. Jesús dejó en alguna aldea cercana a los otros
nueve discípulos al pie del del monte Tabor, y se llevó consigo a sus tres
íntimos amigos (Pedro, Santiago y Juan) a escalarlo para orar en la cima, y al
mismo tiempo descansar del ajetreo agobiante del intenso apostolado que había
realizado. ¿Qué monte de Galilea fue aquél?
Lugar
geográfico de la Transfiguración
Una tradición antiquísima, que data del siglo III,
nos dice que el monte privilegiado de la Transfiguración fue el monte Tabor.
Este monte, casi aislado de los montes vecinos, se levanta gracioso y simétrico
en la extremidad nordeste de la vasta llanura de Esdrelón. Visto desde el Sur,
parece la figura de un segmento de esfera. Sólo por una arista, poco elevada,
se une a las colinas de Galilea. No es un monte que cause admiración por su
altura, pues se eleva a 400 metros desde la llanura, a 600 sobre el nivel del
Mediterráneo y 780 por encima del nivel del lago de Tiberíades. Pero contrasta
por la desnudez de las alturas próximas que a su lado resultan raquíticas y
pobres.
La superficie está cubierta de tierra fértil,
siempre verde en cualquier estación del año. En primavera está revestida con
una espesa alfombra de verdor. Sus laderas están cubiertas de árboles y
arbustos de todas clases, muchos de ellos tienen follaje perenne, si bien son
de escasas dimensiones en su mayoría. En la cumbre hay una vasta meseta de
forma alargada, que tiene unos 1000 metros de longitud por unos 500 ó 600
metros de anchura media. Está en gran parte cubierta de ruinas, pertenecientes
a diversas épocas de la era cristiana. Entre estas se distinguen restos de tres
Iglesias edificadas en el siglo VI, en recuerdo de las tres tiendas que hubiera
querido levantar Pedro para Jesús, Moisés y Elías para quedarse eternamente con
ellos en aquella visión celeste. También se aprecian vestigios de varios
monasterios que existieron en la antigüedad y cimientos de una fortaleza
atrincherada de la que nos habla el
célebre historiador Flavio Josefo.
Para algunos autores modernos el lugar privilegiado
donde tuvo lugar la transfiguración no fue el Tabor, sino el Hermón, magnífica
montaña de Palestina, cuya altísima cumbre está cubierta de nieve hasta entrado
el verano. Se divisa desde la mayor parte de las alturas de Tierra Santa. Sus
picos más altos alcanzan 2.800 metros. La razón principal que dan para no
adjudicar al monte Tabor la gracia de la presencia de Cristo transfigurado, en
visión glorificada en la Tierra, es
porque en tiempos de Jesús en ese lugar existía una fortaleza militar, que
impedía la soledad y el silencio, que se requerían para poder gozar en él el
éxtasis elevado de la Transfiguración
del Señor. Este argumento no convence a los historiadores clásicos, porque sólo
se utilizaba en momentos de guerra que en tiempos de Jesús no existía. Además,
porque en esta sagrada montaña existían muchos parajes escondidos y solitarios,
de singular belleza, donde sólo se oía el recogido ambiente de la Naturaleza,
que invitaba a la más alta contemplación en soledad. La ascensión a la cima no
requiere mucho más de una hora a pie, a paso ligero. El camino,
fabricado por las muchas pisadas
de caminantes, estaba bordeado de zarzas y cardos secos que se multiplicaban
por el declive de las laderas. En esta vegetación silvestre muchos arbustos y
árboles de diversos tamaños invitaban a descansar pacíficamente bajo sus
sombras.
Cuando llegaron a la cúspide, buscaron un lugar
silencioso y resguardado, lleno de belleza natural, donde pudieran pasar la
noche a gusto. El sol estaba escondiendo su pálido rostro por el
horizonte de la llanura, dejando en el Cielo destellos de luz anaranjada, que
parecía el resplandor rojo de una fogata que se apaga. La montaña estaba
solitaria y en silencio. Ni un solo ruido perturbaba la paz de aquel
privilegiado paraje; ni siquiera se oía el zumbido del viento que solía
producir un silbido desafinado al rozar con las ramas de los árboles.
Al llegar al sitio elegido por Jesús, todos tomaron
un bocadillo con unos cuantos tragos de
vino de la bota común, para recuperar las fuerzas desgastadas en el camino. El
Maestro se despidió de ellos y se alejó unos pocos metros de distancia, y entró
en alta contemplación, como era habitual en Él por las noches.
Como los discípulos sabían que la cosa iba para toda
la noche, como en otras ocasiones, hicieron un camastro común en el santo
suelo, acolchonado por hojas de árboles, arropadas por sus mantos, y se echaron
a dormir tranquilamente; y, como estaban rendidos por la faena del día y
agotados por la caminata, quedaron al momento profundamente dormidos.
A media noche, cuando dormían, como angelotes, las
primicias del plácido sueño, un rayo de luz celeste se posó sobre los rostros
de cada uno de ellos. Entonces los tres, a la vez, se despertaron
sobresaltados; se sentaron en el suelo y fijaron sus ojos en Jesús y vieron que
estaba totalmente transfigurado. Para comprobar la realidad de la visión, por
si hubiera sido un sueño, se levantaron, se acercaron al Señor, y observaron
que estaba divinizado. Sus facciones estaban revestidas de una belleza sin
igual con un resplandor deslumbrante. Su rostro brillaba como el sol, y sus
vestidos resplandecían con una luz tan blanca, que ningún batanero de la Tierra
era capaz de conseguir igual blancura, nos dice San Marcos.
Estando embelesados en aquella celestial escena,
bien espabilados, observaron que dos personajes misteriosos estaban junto a Él,
a quienes por inspiración divina reconocieron inmediatamente: Moisés,
representante de la ley de Dios, y Elías representante de los profetas. Los dos
estaban revestidos también de fulgores de gloria; y observaron que estaban
hablando con Jesús sobre su pasión, muerte y resurrección.
El paraje donde vieron a Jesús transfigurado se
había convertido en una antesala del Cielo, plenamente iluminada. Los tres
evangelistas señalan que la luz procedía de la Persona divina de Jesús. La
emoción fue tan grande y el gozo tan indescriptible, que Pedro, tan impetuoso
como siempre, no se pudo aguantar y, enloquecido de fervor, dijo a Jesús: ¡Qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres
tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto cuando una nube luminosa, de calidad
celeste, los envolvió a todos haciendo que la noche se hiciera pleno día. Y se
oyó una voz, misteriosa, timbrada, de singular sonido que desde la nube decía: Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo.
En estado de elevada contemplación mística
quedaron los tres transportados hasta que Jesús en su propio ser humano dio un
golpecito suave sobre el hombro de cada uno y dijo:
“Levantaos, no
tengáis miedo”. No contéis
a nadie nada de lo que habían visto, visión de un cielo anticipado, hasta después
de resucitar de entre los muertos. Pero ellos no entendieron qué quería decir
aquello de resucitar de entre los muertos. Creían que se trataba de la
resurrección de los muertos al final de los tiempos, pues no se podían imaginar
que les hablaba de una resurrección anticipada de Jesús, al tercer día después
de su muerte. Los tres volvieron en sí al momento, alzaron sus ojos, y no
vieron a nadie más que a Jesús. Las cosas volvieron a su estado normal, dejando
en el corazón de cada uno de ellos una huella imborrable para siempre. ¿Cuánto duraría
el acto glorioso de la transfiguración de Jesús? Probablemente toda la noche
hasta la salida del sol, unas siete u ocho horas, que a ellos les parecieron
segundos (Lc
9,28-36 y Mt 17,1-9; Mc 9,28-36).
SÍMBOLOS
DE LA TRANSFIGURACIÓN
El relato evangélico de la Transfiguración del Señor
no fue una sugestión colectiva, causada por Jesús que tenía poderes
parapsicológicos, como dicen algunos racionalistas; ni tampoco una visión
apocalíptica de Pedro contada con pura fantasía literaria, como aseguran algunos
agnósticos, que se empeñan en negar todo aquello que supera el conocimiento de
la razón y de los sentidos. Fue una
visión sobrenatural captada por los ojos corporales, en la que los discípulos
preferidos vieron ráfagas de la Persona divina de Jesús, encerrada en su cuerpo
humano.
Esta manifestación de la gloria de Dios en
Jesucristo es considerada por todos los intérpretes del Evangelio como una
prueba de la divinidad de Jesús, una preparación para sufrir y morir en la
cruz, una revelación de lo que será al fin de los tiempos la vida gloriosa de
los cuerpos resucitados en el Cielo, y un consuelo para que sus discípulos
pudieran sufrir el martirio que les esperaba, con el recuerdo del gozo
experimentado en el Tabor.
En el hecho evangélico real de la transfiguración se
pueden considerar dos signos: el estado de los cuerpos gloriosos y el estado de
contemplación mística.
Haciendo una
interpretación espiritual de la Transfiguración de Jesús se podría decir que
existen tres clases de transfiguración sobrenatural: Transfiguración bautismal, transfiguración sacramental y
transfiguración moral.
Transfiguración bautismal
Cuando el
hombre, nacido en pecado, recibe el bautismo, toda su persona queda transfigurada y convertida en un ser
sobrenatural: su cuerpo se transfigura o convierte en templo vivo del
Espíritu Santo y su alma en sagrario de
la Santísima Trinidad, porque el sacramento realiza misteriosamente en ella una
transfiguración total.
Transfiguración sacramental
Cada
sacramento que un cristiano recibe con
las debidas disposiciones realiza en su alma una transfiguración sacramental por la
gracia. Si recibe el sacramento de la
Penitencia en estado de pecado mortal, su alma, desfigurada por el pecado,
queda transfigurada en estado de gracia; y si lo recibe en gracia de Dios, su
alma queda transfigurada en mayor gracia.
En la celebración de la Eucaristía se realiza una auténtica
transfiguración misteriosa, que se llama en teología transustanciación, porque
el pan y el vino se cambian, se convierten o transfiguran en el Cuerpo y la sangre de Jesús,
permaneciendo las especies de pan y vino.
Transfiguración moral
El cristiano durante toda su vida debe vivir
transfigurado en sus actos, convirtiendo su vida humana en vida divina, transfigurando con Cristo todos
los actos humanos y todas las
cosas.
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