sábado, 24 de noviembre de 2018

Festividad de Cristo Rey. Ciclo B

FESTIVIDAD DE CRISTO REY 
25 de Noviembre de 2018
            El año civil, como todos sabemos, empieza el 1 de Enero y termina el 31 de Diciembre. Es distinto del año litúrgico que empieza el primer domingo de Adviento y termina en la solemnidad de Cristo Rey. Durante él la Iglesia celebra en ciclos A, B y C la Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesús a los Cielos. Hoy celebramos el fin del año litúrgico, la solemnidad de Cristo Rey del ciclo B, tema que voy a exponer esquemáticamente  con sentido teológico espiritual.

Los conceptos humanos que tenemos sobre rey y reino no se corresponden con los de Cristo Rey y su Reino, realidades misteriosas que sólo se pueden entender con analogías desde la fe.
Cuando afirmamos que Cristo es Rey  no es de igual manera ni parecida como cuando decimos, por ejemplo, que Juan Carlos I es Rey de España, ni siquiera en sentido metafórico, acomodaticio, como cuando llamamos a Santo Tomás de Aquino el rey  de la Filosofía y Teología, a Murillo, Velázquez, Miguel Ángel, Ribera reyes del arte  de la belleza pictórica, ni, como es evidente, en sentido popular cariñoso como cuando una madre llama a su hijo rey.

Cristo es Rey en sentido sobrenatural, misterioso, real, propio y único por dos  títulos Creador y Redentor.

Creador
Nos dice el evangelio de San Juan que “Mediante ella (la Palabra, el Hijo, Jesús) se hizo todo; sin ella no se hizo nada de lo  hecho se hizo todo” (Jn 1,1-2).  Luego Cristo, como Dios, Creador de todas las cosas de la nada, es  Dueño y Señor de todo lo creado, Rey, que  gobierna todas sus cosas con sabiduría y bondad.
El apóstol San Pablo especifica esta verdad, doctrinalmente teológica, con este versículo inspirado: “Él (Jesucristo) es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fue creado el universo celeste y terrestre, lo visible y lo invisible (Col 1,16).
Luego Cristo es Rey de todo el Universo celeste y terrestre, visible e invisible que gobierna toda la Creación que forma parte de la Redención.

Redentor
          Jesucristo, Dios, Creador, es además Rey por el título de Redentor. . 
En el Antiguo Testamento, el Mesías, Cristo, fue profetizado como Rey universal de la Creación y Redentor, si bien muchos judíos interpretaron la redención solamente como una liberación del injusto poder al que estuvo sometido el Pueblo de Dios en todos los tiempos, principalmente en la era romana. Pensaban que el pueblo de Dios sería un reino humanamente religioso de justicia y paz con la abundancia de bienes.  

Cristo Rey
La profecía de Cristo Rey y su reino en el Antiguo Testamento se cumplió y perfeccionó con exactitud en el Nuevo Testamento, como aparece en el conjunto de los Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas  apostólicas. Jesucristo afirmó con contundencia esta verdad de Rey y su Reino ante Pilato, de esta manera clara y precisa:
 Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le replicó:
 Mi reino no es de este mundo.
             Pilato le dijo:
           Conque ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para eso he venido al mundo: para ser testigo de la verdad (Jn 18,33-37).
            Efectivamente Jesús es Rey y su Reino no es de este mundo, es decir como los de este mundo. El Reino de Cristo, la Iglesia, es distinto a todos los otros reinos  de la tierra en naturaleza, composición, gobierno y fin. Snaturaleza es compleja: divina y humana, terrestre y celeste, corporal y espiritual, temporal y eterna (LG 8). Está compuesto por todos los hombres del mundo; gobernado por Cristo Rey, y ministerialmente por el Papa y los Obispos; su gobierno es la ley del amor (Jn 13,34); su identidad  es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un Templo; y su fin es la gloria de Dios y la salvación de todos los hombres con  la perspectiva  suprema y última  de  la redención o renovación de los nuevos cielos y la nueva tierra al fin del mundo.
            Características del Reino de Cristo
            Las características el Reino de Cristo están claramente definidas en el prefacio de la solemnidad de Cristo Rey con estas palabras:
“Consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que, ofreciéndose a si mismo como víctima perfecta y pacificadora  en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a su majestad infinita  un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.

REINO ETERNO  concebido desde toda la eternidad en el seno íntimo de la Santísima Trinidad. Tuvo su origen en el tiempo inmediatamente después del pecado original de Adán con la promesa de la Redención (Gén 3,15). Evoluciona en tres etapas: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento  y concluirá en el Reino de los Cielos al fin de los tiempos, porque existirá  siempre.
REINO UNIVERSAL  para todos los hombres de cualquier raza y color; condición social, ricos y pobres; ideología humana diversa y cultura múltiple; religión católica, cristiana u otra, vivida con sincero corazón; condición moral diferente, buenos y malos. Este reino, anunciado en el Antiguo Testamento, fue instituido por Jesucristo, Rey, como  Iglesia, sacramento universal de salvación por el que salva a la inmensa mayoría de los hombres, en virtud de la justicia misericordiosa de Dios  por diversas causas: deficiencias naturales de incapacidad intelectual e irresponsabilidad moral, enfermedad congénita o adquirida, incultura, ignorancia, culturas diferentes y otras.    
REINO DE LA VERDAD  ABSOLUTA Y ÚNICA, como dijo Jesús: “Yo para eso he venido al mundo: para ser testigo de la verdad” (Jn 18,37). Porque todo lo que no es Cristo es: verdad humana, imperfecta, relativa, subjetiva, parcial, variable,  mentira o confusión con la verdad.
 REINO DE LA VIDA  eterna,  inmutable, de la que participan analógicamente en la Iglesia todos los hombres de múltiples maneras. Cristo es la Vida divina, y toda vida que no sea la suya es natural, humana, perecedera o muerte.
REINO DE LA SANTIDAD Y LA GRACIA porque la Iglesia es santa porque Jesucristo, su fundador, es Santo; su fin es santo, la salvación eterna; los medios son santos, la gracia, sacramentos, oración, ejercicio de virtudes, santas obras; y en la Iglesia  peregrina y celeste hay millones de santos. Reino de gracia en el que todo es gracia, menos el pecado.
REINO DE LA JUSTICIA sobrenatural, auténtica, infalible por la que Cristo Rey, Redentor, premia a los buenos y castiga a los malos con equidad y misericordia divina, sin equivocación; y no como la justicia humana que en bastantes casos suele estar equivocada, y frecuentemente es interesada,  corrupta, politizada o comercializada.  
REINO DE  AMOR auténtico y verdadero, porque la Iglesia es el Cielo en la tierra en semilla, que exige su desarrollo con dificultades, luchas, victorias y derrotas, cualidades y defectos, virtudes y pecados  con la perspectiva del Reino de los Celos, que es Amor de visión y gozo eterno,  cristalizado por la resurrección de Cristo, en unión con la Santísima Trinidad, todos los ángeles y santos ahora, y después al fin del mundo con toda la Creación renovada y convertida en los Nuevos cielos y la Nueva Tierra.
REINO DE LA PAZ que no consiste en ausencia de guerras, ni en la abundancia de bienes materiales, ni en la unión pacífica de los pueblos, sino en el cumplimiento de la Ley en todas sus amplitudes; en la relación humana familiar, social y laboral, justa; y, en definitiva, en la aceptación de la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste. La omnipotente sabiduría de Dios en su infinita providencia hace que todos los actos buenos, aunque estén motivados por distintas causas justas, produzcan los frutos de la paz.

             Oración a Cristo Rey

Cristo, Rey, Hijo unigénito del Padre,
que has creado de la nada el Universo,
escenario de la redención de los hombres,
donde, sin dejar de ser Dios,
te hiciste hombre
para redimir al género humano del pecado.
Haz, Señor, que todos los redimidos
por tu sabiduría, amor y misericordia
formemos un solo reino de verdad y vida,
santidad y gracia, justicia, amor y paz.
Amén.
Cristo Rey:
Reina siempre en mi mente
para pensar siempre en Ti,
y contigo en todas las cosas.
Vive en mi corazón  como en tu propia casa
y en él convivan conmigo
todos los hombres y todo lo creado.
Que todas mis palabras sean
para la gloria y alabanza  de Dios, Padre
con la fuerza inmanente del Espíritu Santo;
y todas mis obras sean santificantes para mi  
y santificadoras para todos los hombres
y apostólicas en todas las cosas
para vivir cristificado en la tierra,
y después eternamente glorificado en el Cielo.
Reina, Señor, en todos los corazones
y en todo el mundo
para que Tú seas Rey del Universo
y gobiernes con sabiduría, bondad y misericordia
 a todos los hombres. Amén.

sábado, 17 de noviembre de 2018

Domingo Trigésimo Tercero. Tiempo Ordinario. Ciclo B

DOMINGO TRIGÉSIMO TERCERO
TIEMPO ORDINARIO CICLO B 
             18 DE NOVIEMBRE

FIN DEL MUNDO
           
 La Palabra de Dios en el evangelio de hoy nos dice que  después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán”. Con estas señales  apocalípticas nos  habla del fin del mundo.
            Voy a sintetizar  en este documento el tema del Fin del mundo, dejando para otra ocasión, si se me presenta, los trágicos sucesos sobrenaturales que sucederán después: la resurrección de los muertos y el Juicio final.  

            Este mundo en que vivimos, llamado también  Cosmos o Universo no  es eterno, fue creado, pues tuvo su principio y tendrá su fin. Algunos cristianos, hermanos nuestros, piensan con buena voluntad pero sin fundamento científico ni teológico,  que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. También algunos tesalonicenses en tiempo de San Pablo  pensaban  que el mundo estaba a punto de terminar, y por eso vivían en la ociosidad, muy ocupados en no hacer nada, a quienes el apóstol recomendó en nombre del Señor que trabajaran pacíficamente y así ganaran para comer, porque el que no quiera trabajar que no coma (2ª Tes, 3, 10-12).
            La doctrina del Fin del Mundo está revelada en la Sagrada Escritura tanto en el Antiguo como Nuevo Testamento: (Is 65,17; cf 66,22; Mt 24,29;Lc 21,23; 1 Co 15-24; 1 Pe 4,7; 2 Pe 3,12-13; Ap 21,1) y en la Tradición de la Iglesia. Las ciencias naturales afirman también este acontecimiento.
            Recientemente el Catecismo de la Iglesia Católica del beato Papa Juan Pablo II resume la doctrina sobre el Fin del Mundo en estos términos:
            “En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo y del hombre.
            El Universo visible está destinado a ser transformado, “a fin de que el mismo mundo restaurado a su primitivo origen,   ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos” participando en su glorificación en Jesucristo resucitado.
            Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad y no sabemos cómo se transformará el Universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará los deseos de paz  que se levantan en los corazones de los hombres (GS 39,1; Cat 1046-1049)-
              Este texto contiene tres  principios generales:
            1º El Universo visible que conocemos será transformado a su primitivo origen que desconocemos en su amplitud, para que participe de la glorificación de Jesucristo resucitado, porque toda la Creación forma parte de la Redención
            2º No sabemos el momento de la consumación de la Tierra y el de la Humanidad, ni cómo se transformará el Universo. En cuanto al día y a la hora de estos trágicos acontecimientos, nos dice el Evangelio: “nadie lo conoce, ni los ángeles ni el Hijo, entendido en cuanto hombre, sino solo el Padre 
            3º Este mundo deformado por el pecado terminará y será cambiado por una nueva morada y una nueva tierra donde habite la justicia y sea la total y plena bienaventuranza  de los justos, que superará los deseos de felicidad y paz que habitan en el corazón del hombre.
     
            Este mundo que habitamos no será aniquilado o convertido en un caos, pues  todo el Universo,  creado por Dios para el hombre,  será transformado en otra realidad diferente, infinitamente superior y mejor. La Sagrada Escritura llama a esa transformación “cielos nuevos y nueva tierra” En esta morada, que será el Cielo definitivo, estarán:
  • La Santísima Trinidad;
  • Jesucristo resucitado y glorioso en cuerpo y alma, como Cabeza del Cuerpo Místico de la Iglesia y de toda la Creación renovada.
  • Toda la corte celestial de ángeles y arcángeles.
  • María Santísima resucitada en cuerpo y alma, como Madre de los Bienaventurados y Reina y Señora de todo lo creado
  • Los resucitados con Cristo en condiciones de lugar y estado que no conocemos, viendo y gozando de Dios eternamente de su Ser Trinitario. 
             En este Universo nuevo Cristo tendrá su morada entre los hombres como objeto de gozo para todos los resucitados y toda la Creación.  Sus características  no están reveladas, por lo que todo lo que se piense, diga, escriba sobre esta morada sobrenatural y mística de los nuevos Celos y la Nueva Tierra supera las categorías humanas del entendimiento humano y de la imaginación.

        Resurrección de los muertos y juicio final
Después del fin del mundo todos los muertos resucitarán y Jesús resucitado vendrá acompañado de todos los ángeles juzgará a todos los hombres y revelará hasta sus últimas consecuencias: lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena. Entonces todos los hombres resucitados, condenados y gloriosos,  de todos los tiempos conoceremos el sentido último de toda la obra de la Creación y de toda la economía de la salvación; y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su último fin (Cat 1038-1040). Los malos irán al castigo eterno y los justos al Cielo. Terminará el Purgatorio y sólo quedarán eternamente el Cielo y el infierno.
            Cuando el tiempo esté fuera de juego, todo será eternidad, y ya no existirán hechos, pues todo será SIEMPRE, DIVINIDAD: amor y gozo que superan toda ciencia de ficción, humana, teológica  y sobrenatural.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Domingo Trigésimo Segundo. Tiempo Ordinario. Ciclo B

           DOMINGO TRIGÉSIMO SEGUNDO.TIEMPO ORDINARIO. CICLO B
           11 DE NOVIEMBRE 2018


AYUDAR A LA IGLESIA EN SUS NECESIDADES

Desgraciadamente en nuestros tiempos, la fuerza obligatoria del quinto mandamiento: ayudar a la Iglesia en sus necesidades ha perdido su vigor para la mayor parte de los cristianos. Hoy no se valoran socialmente las leyes de la Iglesia, con el agravante de que no pocos católicos  las rechazan sin escrúpulo. Es una realidad que hay que reconocer con humildad y tristeza.
Los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, digamos, están de capa caída. Muchos, llamados hombres de fe, no cumplen ya el precepto dominical. Se limitan simplemente a ir a Misa por apetencias personales del gusto religioso o cuando tienen que cumplir una obligación social. La confesión, por ejemplo, se ha infravalorado, descuidado o abandonado hasta el punto de que hay cristianos, comprometidos con la “Iglesia”, que comulgan habitualmente y no reciben el Sacramento del perdón. Diariamente vemos filas interminables de comulgantes en nuestras Eucaristías, mientras que los sacerdotes están en paro sentados en el confesionario.
El ayuno y la abstinencia, prácticas vigentes en el Derecho Canónico, se consideran normas penitenciales desfasadas, que han quedado reservadas a un grupo limitado, más o menos numeroso, de antiguos cristianos consecuentes con la fe tradicional.
El mandamiento de ayudar a la Iglesia en sus necesidades es una obligación que se quiere cumplir tacañamente, echando una limosna en la bandeja o cestos en la misa dominical, o depositando una moneda en un cepillo de la Iglesia, o dando un donativo con  ocasión de recibir un sacramento o un servicio religioso.
En los antiguos catecismos el precepto de ayudar a la Iglesia en sus necesidades aparecía redactado con inspiración bíblica del Antiguo Testamento: “Pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios”. Con estas palabras se imponía a los cristianos la obligación de contribuir a la financiación de la Iglesia con el diezmo de sus cosechas y las primicias de sus ganados.
Diezmos y primicias son dos palabras que, teniendo distinto significado etimológico, eran utilizadas en el Antiguo Testamento con un mismo sentido: contribuir a las necesidades del templo con los bienes propios. Diezmos significaba la décima parte, moralmente considerada, de los productos del campo: “Llevarás a la casa del Señor, tu Dios, lo más florido de tu tierra” (Ex 34,26); y primicias eran los frutos primeros de la vida humana o animal. Los primeros nacidos, hombres o animales, eran propiedad exclusiva de Dios. Los primogénitos de mujer debían ser consagrados a Dios, de una manera que no se sabe con seguridad en qué consistía; y los de los animales tenían que ser sacrificados para expiar los pecados del pueblo de Dios. “Yo inmolo al Señor todo animal primogénito y rescato al primer nacido entre mis hijos” (Ex 13,1-2).
Los frutos de la tierra se destinaban para el mantenimiento del templo,  manutención de sacerdotes, ministros, servidores y obras sociales religiosas para ancianos, viudas, huérfanos y pobres.
El antiguo pueblo de Israel cumplía preferentemente el precepto de los diezmos y primicias, con ocasión de celebraciones religiosas como la Fiesta de las semanas y la Fiesta de las primicias de la recolección al terminar el año (Ex 34,22).
La primitiva comunidad de Jerusalén, secundando el precepto bíblico del Antiguo Testamento, vivía el Evangelio de Jesucristo con desprendimiento de corazón, prácticamente como si tuviera voto de pobreza, aunque no existía entonces este vínculo jurídico de consagración a Dios. La fe en Cristo resucitado hacía que todos escucharan las enseñanzas de los Apóstoles, vivieran unidos, fueran constantes en la oración, en la celebración de la Eucaristía y en la unión fraterna, de manera que todo lo tenían en común. Vendían las posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno (Hch 2, 41-47;4,32-35).
Pero no todo era jauja, pues como aquella comunidad cristiana estaba compuesta por hombres, y dicen que “en todas partes se cuecen habas”, tenía también sus cosas, como sucede y sucederá siempre en todas las instituciones humanas. Un tal Ananías, de acuerdo con Safira, su mujer, vendió una propiedad y se quedó con parte del dinero. Pedro le reprendió por este grave pecado. Y, no pudiendo resistir las palabras del Apóstol, cayó muerto; y lo mismo le sucedió a Safira, cómplice de este robo (Hch 5,1-10).
Tomando el buen ejemplo de la primera comunidad apostólica, los cristianos de los cinco primeros siglos cumplían el deber de los diezmos y primicias espontáneamente, motivados por la Palabra de Dios y sin estar obligados por ley. Cada uno contribuía con lo que podía para el sostenimiento del culto, sus ministros y obras benéficas, de manera que se podía decir que no existía problema económico importante en las primeras comunidades católicas.
A partir del siglo VI, cuando el cristianismo se fue extendiendo por todas partes, se enfriaron los primeros fervores de los cristianos, y muchos, paganizados, dejaron de cumplir el deber sagrado de pagar los diezmos. Fue entonces cuando la Iglesia se vio obligada a empezar a poner paulatinamente leyes sobre las ofrendas, inspirándose en las normativas del Antiguo Testamento, y copiando los impuestos de las sociedades civiles.
El momento histórico culminante de la institución legislativa de la contribución a la Iglesia mediante los diezmos y primicias tuvo lugar en los siglos del XI al XIII, coincidiendo con el feudalismo. La crisis de los diezmos sobrevino cuando en la Edad Moderna la economía agraria se transformó en capitalista. Las causas fundamentales fueron la ruptura de la unidad religiosa en Europa con el resurgimiento del protestantismo y la industrialización. Estas circunstancias hicieron que los diezmos desaparecieran en Francia durante la revolución en el año 1789. En España fueron abolidos por la desamortización de Mendizábal el año 1837.

Desamortización de Mendizábal

Juan Álvarez Mendizábal nació en Cádiz el 25 de Febrero de 1790, y murió en Madrid en Noviembre de 1853. Era descendiente de judíos. Sus padres fueron comerciantes de objetos viejos, ropavejeros. Desde muy joven mostró especiales cualidades para el mundo de las finanzas. Era político independiente, liberal y anticlerical. Exiliado por el gobierno español en 1823, vivió en Londres doce años, donde montó un gran negocio y se hizo inmensamente rico, consiguiendo un gran prestigio entre los ingleses. Más tarde fue repatriado por el Gobierno español, afín a sus ideas políticas, y llegó a ser ministro de Hacienda tres veces, terminando por ser jefe del Gobierno desde el 15 de Septiembre de 1835 al 15 de Mayo de 1836, es decir ocho meses.
El 11 de Octubre de 1835 declaró disueltas todas las Órdenes religiosas existentes en España, excepto las dedicadas a la pública beneficencia. El 19 de Febrero de 1836 declaró la venta de los bienes de la Iglesia para pagar la deuda nacional y solucionar el gravísimo problema social que existía entonces en España. La desamortización eclesiástica fue un expolio de los bienes de la Iglesia, difícilmente justificable desde el punto de vista legal y moral. Usurpadas las posesiones eclesiásticas, fueron subastadas  públicamente con el resultado que se preveía: conseguir que los ricos se hicieran más ricos y los pobres más pobres. Los gobernantes y políticos engordaron sus bolsillos, y el Estado se quedó con las mismas o más trampas que antes tenía.
El volumen total de los bienes expropiados a la Iglesia está todavía por precisar. En el siglo pasado Santaella, especialista en esta materia, calculó la expoliación en unos 2.700 millones de pesetas y en un 8% de las tierras cultivadas en España. Pero probablemente las propiedades expoliadas fueron muchas más y el perjuicio económico de la Iglesia incalculable. La desamortización terminó prácticamente el año 1890, en el que empieza la restitución del Estado a la Iglesia por asignaciones anuales.
En sustitución de los diezmos surgieron los aranceles eclesiásticos, obligaciones económicas con las que los fieles  aportaban una ayuda en metálico a la Iglesia, con ocasión de recibir un sacramento o un servicio religioso. En muchos pueblos de León y Castilla la Vieja los fieles ayudaban a la Iglesia y al mantenimiento de sus sacerdotes con aportaciones de fanegas de legumbres y cereales, aceite, vino y otros productos, y de esta manera cumplían el quinto precepto de la Iglesia.
La legislación antigua del Derecho Canónico de Benedicto XV, año 1917, en el canon 1.502, establecía la obligación cristiana de ayudar a financiar la Iglesia con la bíblica expresión de pagar diezmos y primicias, dejando el modo de cumplir este precepto a los peculiares estatutos o costumbres laudables de cada región. El vigente Derecho Canónico, publicado por el Papa Juan Pablo II en 1983, recuerda en el canon 222 el quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia con estas palabras: “Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad y el conveniente sustento de los ministros”. El canon no especifica ni el sistema de aportación económica ni la cuantía. Deja a la autoridad del Obispo o de las Conferencias Episcopales el sistema de contribución a la Iglesia. Este precepto puede cumplirse también con prestaciones personales.
En la Archidiócesis de Madrid se suprimieron los aranceles el año 1965, siendo Arzobispo D. Casimiro Morcillo. Desde entonces hasta nuestros días los fieles ayudan al sostenimiento de la Iglesia mediante aportaciones económicas voluntarias, con ocasión de los sacramentos o servicios religiosos recibidos; y también por medio de donativos en colectas, cepillos o suscripciones periódicas.
La financiación de la Iglesia es una obligación que incumbe principalmente a los cristianos, y también al Gobierno porque, aun en el caso hipotético de que el Estado haya restituido ya los bienes usurpados con motivo de la desamortización de Mendizábal, la Iglesia, la Institución más importante de la Sociedad española, contribuye como ninguna otra a solucionar los problemas sociales de educación cívica, atención sanitaria, pobreza y marginación de los españoles. Y, por tanto, debe ser subvencionada al igual que otras instituciones sociales que prestan servicios públicos a una sociedad pluralista y democrática. En España, en concreto, una inmensa mayoría de ciudadanos se confiesan  católicos; y todos, de cualquier signo político o religioso que sean, se benefician de un bien social, material y humano que presta la Iglesia Católica.
El Estado no regala a la Iglesia nada con las asignaciones económicas que le concede, sino que cumple una obligación de justicia, invirtiendo parte de los fondos de los españoles para un bien común de la Sociedad. 

sábado, 3 de noviembre de 2018

Trigésimo Primer Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo B

TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO. TIEMPO ORDINARIO.  CICLO B
4 DE NOVIEMBRE DE 2018

PRIMER MANDAMIENTO
Amar a Dios y al prójimo

La primera lectura  de la liturgia de la Palabra y el evangelio de este domingo nos hablan del amor a Dios,  tema que voy a abordar para facilitar ideas para la meditación o la homilía. 
El primer y principal mandamiento de la Ley de Dios en el tiempo de Jesucristo era una cuestión muy debatida entre los doctores de la Ley, escuelas rabínicas, grupos religiosos y la gente del pueblo que hablaba de este problema en sentido coloquial hasta en las comidas.
El fariseísmo, por ejemplo, cifraba el amor a Dios en el riguroso cumplimiento de mandatos, prohibiciones, normativas exageradas e impopulares, como por ejemplo en el cumplimiento del día sabático, dedicado a Dios y al descanso. Como Jesucristo tenía ya fama de gran Maestro en Israel por su predicación que demostraba tener un conocimiento perfecto de la Sagrada Escritura, para salir de dudas un día un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿qué mandamiento es el primero de todos. Respondió Jesús: Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12,28-31).

Amor a Dios y amor al prójimo
Los teólogos discurriendo sobre este pasaje evangélico, basándose principalmente en Santo Tomás de Aquino, explican que no son dos mandamientos distintos, sino dos aspectos de un solo mandamientos: amar  a Dios, primer aspecto, y al prójimo, segundo aspecto. Es como una sola medalla con el anverso y reverso o una moneda con la cara y cruz.
Existen muchos textos en la Sagrada Escritura que prueban que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Citamos dos textos clásicos.
“Quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn 4,21).
- “Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve” (1 Jn 5,20), pues al  prójimo se le ve con los ojos de Dios y se le ama con su corazón.
Un amor a Dios sin amor al prójimo es un error bíblico y teológico, una falsificación del verdadero amor o una monomanía religiosa psicopática de una persona que le da por la Eucaristía, el amor fanático a la Virgen, el rezo del rosario, devoción a un santo cualquiera, sin conexión con la fe evangélica de la Iglesia; y un  amor al prójimo sin amor a Dios es amor humano, filantropía, compasión, satisfacción por hacer el bien al prójimo, enamoramiento o egoísmo.

Amor al prójimo 
El amor al prójimo es una consecuencia lógica del amor a Dios,  porque el prójimo es Dios mismo participado en el hombre, miembro del Cuerpo Místico de Cristo, Dios. El amor del hombre a Dios es lógico porque ama a quien recibe todo bien de Él, pero el amor de Dios al hombre es en cierto sentido ilógico,  porque Dios ama al hombre para beneficiar a quien nada va a recibir de él, porque Dios es absoluta y eternamente perfecto, y nada puede necesitar. El apóstol San Juan nos dice en qué consiste la esencia del amor: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).
Por eso el papa Benedicto XVI dice que el amor a de Dos al hombre  es gratuito, “porque se da del todo gratuitamente, sin mérito anterior, sino también porque es amor que perdona” (Benedicto XVI Deus cháritas est n 10).
 El amor cristiano es una participación analógica de la misma naturaleza del Ser de Dios, que es Amor, y, por eso, hay que amarse a sí mismo, amar al prójimo y a todas las cosas con el mismo amor que de Él se ha recibido en el bautismo. El amor divino es dádiva gratuita. Jesús en la homilía de la institución de la Eucaristía nos mandó  que nos amásemos unos a otros, como Él nos amó, y no que nos “amasemos”.  Si Jesucristo, Dios, nos amó dando la vida por nosotros,  nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1 Jn 4,11).
  
Si Dios  ama al hombre, gratuitamente, el hombre debe amar a Dios de balde y consecuentemente, al estilo de Dios, dando y dándose, como dice un refrán castellano: obras son amores y no buenas razones. La Palabra de Dios nos manda: “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn 3,18).  El verdadero amor es más darse que dar, pues dándose al otro se le da también. No es dar por correspondencia, costumbre, educación, política  o  egoísmo buscándose uno a sí mismo.  El amor humano existe con limitaciones, muchas imperfecciones y mezclas de amor propio, pero difícilmente totalmente puro. Solamente el amor cristiano diviniza el amor humano.
 El  amor humano necesita correspondencia recíproca, pues no correspondido, es dolor más que gozo. Sin embargo, el amor cristiano siempre es correspondido porque se ama por Dios de quien se recibe más de lo que se da. El amor  puro consiste en amar, sin ningún interés, por el bien propio y el del otro. El amor  es  como una delicada flor en un jardín florido, que hay que cultivarlo con obras y detalles para que se conserve, pues sin cuido se va perdiendo, se sustituye fácilmente por otro o fenece.  El amor de la madre normal y equilibrada al hijo con sus deficiencias humanas es generalmente el amor más puro y perfecto que existe en el mundo, pues se ama al hijo por su propio bien, aunque se reciba de él mal o nada bien a cambio. Se ama a la persona amada con comprensión, como ella es: con sus limitaciones, defectos y pecados, propios de la fragilidad humana, y no como a la persona que ama le gustaría que fuera, porque el amor al otro es personal. 
La mejor apología sobre el amor es original del Espíritu Santo, escrita por San Pablo a los Corintios (1 Cor 13,1-13).  
El amor cristiano nace de Dios (1Jn 5,7), se vive personalmente,  se demuestra comunitariamente en el amor al prójimo, se extiende a todas las cosas y revierte finalmente a Dios.; Es el tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que tratará el examen en el día del juicio final (Mt 25, 31ss).
El amor al prójimo está claramente mandado en la Sagrada Escritura porque antes es dado, como dice el Papa Benedicto XVI: “El amor puede ser mandado porque antes es dado” (Deus charitas est nº 14; 1 Jn 5,7).
En el Antiguo Testamento muchos doctores de la Ley entendían  que el prójimo era el israelita o el extranjero que moraba en Israel. En cambio, Jesucristo enseñó en el  Nuevo que el amor al prójimo se extiende a todos los hombres, de manera que a nadie se puede excluir del amor cristiano.
Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los seres que poseen la comunicación de la bienaventuranza o la capacidad de conseguirla. En concreto son prójimos: Los ángeles y bienaventurados del Cielo; las almas del Purgatorio, destinadas a la posesión de la bienaventuranza; los que están en estado de gracia  porque  viven la misma vida de Dios, hecha gracia; los pecadores, por muy pecadores que sean,  porque mientras viven en este mundo pueden recuperar la gracia divina perdida por el pecado o por la fe, y conseguir la bienaventuranza; y los enemigos de Dios y de la Iglesia, pues, aunque persigan a Dios y a la Iglesia, tienen la capacidad de la salvación eterna  por la omnipotente misericordia de Dios. Solamente están excluidos los demonios y condenados en el infierno, porque están eternamente desconectados de la bienaventuranza por culpa propia.

            Vicios opuestos al  amor
“El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la que damos acepciones totalmente diferentes, dice el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus charitas est” (n 2) “Quien quiere dar amor, debe recibirlo como don” (n 7).  “El amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro” (n 6).

Al amor se opone el egoísmo que es buscarse a sí mismo en el otro o en las cosas en sus múltiples expresiones,. Si se busca el amor en el sexo es egoísmo sexualsatisfacción desordenada  de la sexualidad incontrolada. Si en las personas egoísmo personal utilizando al prójimo en beneficio propio. Y si en las cosas egoísmo material poniendo todo el corazón al servicio exclusivo de sí mismo.
Ama a Dios, al prójimo y a todas las cosas haciéndote “dios” en el amor.