sábado, 26 de enero de 2019

Tercer Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C

TERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
            “Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”  (1 Co 12, 27).

            Voy a fijar mi atención en el misterio del Cuerpo Místico, la Iglesia, que nos propone la liturgia de la Palabra en la segunda lectura de este domingo, exponiendo brevemente el tema en tres pequeños capítulos: figuras de la Iglesia, el cuerpo humano, analogía del Cuerpo Místico y la Intercomunicación de actos en los miembros del Cuerpo Místico.

            Figuras de la iglesia   
     
            En la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento, la Iglesia a la que pertenecen todos los hombres del mundo, de diversas maneras, especialmente los bautizados,  está figurada por varios símbolos, tomados de la vida pastoril, de la agricultura, de la construcción, de la familia y de los esponsales: redil (Jn 10,1-10);  grey,  cuyo pastor es el mismo Dios (Is 40,11; Ez 34, 11ss)agricultura o arada de Dios (1 Cor 3,9)edificación de Dios (1 Cor 3,9); casa de Dios (1 Tim 3,15) en la que habita la familia, habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2,19-22); tienda de Dios con los hombres (Ap 21,3); templo santo; Jerusalén de arriba y madre nuestra (Gál 4,26), Pueblo de Dios, entre otros, y, sobre todo Cuerpo místico de Cristo (L.G. 6) 

            El cuerpo humano, analogía del Cuerpo Místico

            La Iglesia, que es Cristo, es un cuerpo moral, no humano ni eclesial, como por ejemplo el cuerpo moral de los diputados de un Gobierno, ni  el  cuerpo diplomático del Vaticano, ni el cuerpo eucarístico de Cristo, sino es un cuerpo moral, pero místico o misterioso, realidad sobrenatural que trasciende todos los conceptos humanos. San Pablo nos explica este misterio revelado comparándolo analógicamente con el cuerpo humano. “Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo.  (1Cor 12, 12-13).         
            El cuerpo humano es un organismo que tiene cabeza y miembros, y todos ellos reciben de la cabeza  toda la vida y actividad. Unos miembros son más necesarios o útiles que otros, pero cada uno, por pequeño que sea, realiza su propia función con plena conexión con los demás  en bien de todo el cuerpo. Así Cristo, Dios humanado, Cabeza del género humano, como Redentor, comunica a todos lo hombres la vida humana y espiritual, principalmente  a los bautizados por medio de la Iglesia; a los creyentes de cualquier confesión religiosa por su fe que viven con buena voluntad; y a los no creyentes por la recta conciencia del bien obrar, circunstancias que sólo Dios valora. 
            Cristo comunica a los bautizados la vida sobrenatural  por medio de los sacramentos: Por el Bautismo los hace cristianos, hijos de Dios para formar parte de la Familia de la Santísima Trinidad;  por la Confirmación  les regala la fortaleza del Espíritu Santo para vivir la  fe,  luchar contra el pecado y conseguir la santificación; por la Penitencia concede la vida sobrenatural  a los que han perdido la amistad con Dios por el pecado mortal, y a los que la han enfriado por la tibieza el vigor espiritual; por la Eucaristía  los alimenta con el cuerpo y la sangre de Cristo para que sean cristificados en orden a la vida eterna con miras a la resurrección; por la Unción de Enfermos les da el salvoconducto para la vida eterna  a los que mueren en el Señor; por el Orden Sacerdotal  comunica a    algunos cristianos especiales el sacramento de los poderes de Cristo para predicar la Palabra de Dios, administrar los sacramentos, dirigir comunidades cristianas; y por el Matrimonio consagra a los esposos  para propagar la especie, complementarse con comprensión y sacrificios y ayudarse mutuamente.
            Cristo comunica también su gracia a todos los bautizados por medio de la oración, del cumplimiento del deber, del ejercicio de virtudes y de la vida ordinaria santificada.   

            Intercomunicación de actos en los miembros del cuerpo místico

            Todos los actos de cada uno de los miembros del Cuerpo Místico de la Iglesia, aunque son principalmente personales, a la vez son comunitarios en bien de todos.  Cuando alguien hace un bien o un mal a cualquier miembro del Cuerpo Místico de la Iglesia, se lo hace  a sí mismo y a todos los miembros. “Y si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1 Cor 12,12-27).  


            Llevada esta doctrina hasta las últimas consecuencias, merece la pena hacer el bien  para santificarse y santificar a todos los miembros la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo; y, por el contrario, no hacer el mal a nadie para no hacerse mal a sí mismo ni a ninguno de los miembros de la Iglesia.

sábado, 19 de enero de 2019

Segundo Domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C.


            Boda en Caná de Galilea
            No tienen vino, símbolo de la oración de  exposición

            Boda en Caná de Galilea
           
            Jesús, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches en rigurosa y austera  oración y penitencia en el desierto,    pasó por el Jordán y recabó  a seis novicios de discípulos para formar la Iglesia: Andrés, Juan, discípulos de Juan, el Bautista, a quienes se sumaron después Pedro, Santiago, Natanael y Felipe. Y empezó su vida pública oficiosamente predicando el Evangelio por las plazas públicas y casas. Luego se dirigió a  Caná de Galilea, que dista 7 Km. de Nazaret y 23 de Tiberíades, para asistir  a una boda  a la que estaba invitado.  A la entrada de esa aldea, hoy convertida en una ciudad de estilo europeo, sigue manando la fuente de la que los sirvientes sacaron el agua que Jesús convirtió en vino.
En el mismo lugar, donde se celebró el banquete, existe hoy una Iglesia griega de franciscanos, donde se exhibe un viejo cántaro, que es viva imagen de las tinajas de agua que había entonces  destinadas para la purificación de los judíos. A la entrada hay una inscripción en latín que dice: “Santificados sean los lugares pisados por sus pies”.
 El evangelista San Juan, autor de este relato, fue testigo de este milagro, como se deduce de tantos detalles y pormenores que nos cuenta. El matrimonio en Israel era símbolo de las relaciones personales del hombre con Dios. Tenía un carácter totalmente religioso en todo: en el atavío de los contrayentes, en los preparativos de la boda, en la celebración litúrgica del acto, en el banquete y hasta en el baile y diversión. Era considerado como una obra de amor al prójimo, el gran acontecimiento festivo de la Sociedad, la gran noticia gozosa de un pueblo; y, sobre todo, un acto sagrado del que Dios se valía para propagar la raza, de la que vendría el esperado Mesías, liberador del pueblo de Israel.

Matrimonio

El matrimonio en Galilea comprendía cuatro actos: ceremonia religiosa, ofrenda de obsequios, banquete y baile. Se escogía generalmente para la celebración el miércoles por la noche, y solía prolongarse por espacio de siete días, si los novios eran de clase social desahogada. En el corralón que cercaba la vivienda propia, generalmente la del novio, o  en pleno campo, se celebraba  la ceremonia religiosa. Los invitados debían estar presentes en el acto religioso, a ser posible. La liturgia empezaba con unas    bendiciones solemnes. El  salón o el campo era el lugar del banquete. Todos se sentaban en el suelo o sobre esteras en pequeños grupos formando corros, bien separados los hombres de  las mujeres, que se situaban de la misma manera con los niños en otros lugares discretos. Durante los siete días de la boda los comensales iban y venían, comían y se divertían, sin abandonar sus trabajos, las obligaciones domésticas y sociales. Antes del banquete, todos los invitados acudían al lugar donde estaban situados los novios para hacerles sus propias ofrendas  en medio de entusiastas vivas y calurosos aplausos. Los obsequios solían ser en especie: animales, corderos, aceite, legumbres, verduras, y, sobre todo, vino, que no podía faltar en una buena celebración de boda. Después tenía lugar  el banquete que consistía en carnero hervido en leche, legumbres frescas y frutos secos. El vino no era una bebida de placer, ni una ayuda para facilitar la regulada digestión, pues se consideraba como propio alimento. No se registraban excesos de vino ni borracheras, pues los judíos guardaban las normas de urbanidad, procurando comportarse bien en la convivencia social y en las diversiones públicas.
Los invitados que llegaban rezagados, como parece que sucedió en el caso de Jesús y sus discípulos, entregaban sus propios regalos después de la bendición nupcial, que se repetía  tantas cuantas veces llegaba un grupo nuevo, relativamente numeroso. El maestresala, director del convite, hoy maître en nuestro tiempo, procuraba que el banquete fuera selecto y abundante en exquisitos manjares y en el servicio esmerado y diligente. Solía desempeñar este oficio un familiar o amigo de alguno de los novios, que cumplía sus funciones con estudiada solemnidad y esmerada delicadeza, siguiendo rigurosamente el ritual y las costumbres. Se encargaba de hacer las mezclas de vino con agua, pues no estaba bien visto beber vino puro. A las órdenes de él estaban los sirvientes que solían ser familiares o amigos de los novios. Las mujeres se dedicaban a cocinar, preparar los manjares en los platos, echar el vino en las jarras y fregar los cacharros en la cocina. María estaba en medio de ellas, como una criada más. El baile era una diversión  en el que todos bailaban al compás de música pegadiza popular y pastoril con la que todos se divertían a placer honestamente.
La boda a la que asistió Jesús con sus discípulos y su madre me parece de clase media, y con numerosos invitados, a juzgar por los 600 litros de agua, (seis tinajas de 100 litros cada una) convertidos en vino por Jesús.  
Cuando el banquete estaba más que mediado, María observó que faltaba vino y oyó cuchicheos  de protesta en algunos grupos; y se le ocurrió la extraña y feliz idea de  acudir a su Hijo para exponer el problema: No tienen vino, con la insinuación del milagro de la conversión del agua en vino. Jesús respondió a su madre con la evasiva de que no había llegado su hora, pero sí la hora de María, prevista desde la eternidad, que era la hora de Dios. María  observó en la mirada expresiva de Jesús que iba a acceder a su petición, y por eso acudió a los sirvientes a decirles: Haced lo que él os diga. Y ellos llenaron de agua hasta el borde las seis tinajas  destinadas para las abluciones de los judíos.
Me llama poderosamente la atención la omnipotente intercesión de  María ante su Hijo, Dios, a quien le expone  un problema humano, trivial: la falta de vino en una boda, para que hiciera un  milagro, no necesario, como sería  curar una enfermedad terminal de una persona que se está muriendo, que tiene  explicación lógica, humana y milagrosa.

No tienen vino
Oración de exposición y desahogo

Aprovechando esta maternal ocurrencia divina de María que acude a su Hijo para pedir un milagro, se me ocurre exponer el modo más perfecto de la oración de exposición y desahogo, que consiste en no pedir nada en concreto, sino que se cumpla siempre y en todas las cosas  la voluntad divina.
Algunas veces sabemos que nuestros problemas no tienen humanamente más solución que el milagro, que generalmente  no sucede. En esos casos debemos exponer al Señor nuestra irremediable necesidad con la oración del desahogo,  como Jesús en el huerto de Getsemaní, que sabía que tenía padecer y morir en la cruz para salvarnos, y oró al Padre diciendo: “Padre, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad (Mt 26,42).  Fue un modelo perfecto de confianza plena en la voluntad divina. Este modelo llegó a su colmo de perfección, cuando Jesús, en estado agónico de crucifixión, recurre al Padre para desahogarse: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” (Mt 27,46), que terminó encomendando su vida al Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).
Orar es necesario para pedir a Dios lo que el hombre no puede conseguir por sus propias fuerzas naturales, el Cielo. Existen muchas clases de oración: oración de petición, meditación, contemplación, a la que hay que dedicar un tiempo, cada día, para  estar con Dios para pedirle, de muchas maneras,  las gracias necesarias para la salvación eterna; y luego complementar la oración de estar con la oración de hacer y la de la vida ordinaria, comunicándose siempre con Dios, cada uno como sabe y puede personalmente.



sábado, 12 de enero de 2019

Bautismo del Señor. Ciclo C

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

                    
         Bautismo de Jesús

Cuando Jesús terminó la primera etapa redentora  de su vida oculta, se despidió de su Madre y se dirigió al Jordán para ser bautizado por Juan con el fin de continuar y completar la Redención.
La palabra bautismo, de origen griego, en sentido  religioso  significa acción de lavado o purificación. No era un acto religioso exclusivamente judío, pues en los pueblos paganos de la antigüedad se celebraba, de diversas maneras, en muchas religiones politeístas. Los egipcios se bautizaban en las aguas del río Nilo, los babilonios en las del Eúfratres y los indios en las del Ganges. En algunos lugares el bautismo consistía en sacrificar víctimas humanas, ofrecidas a los dioses. Cuenta Papini en su vida de Jesús  que en Curio de Chipre, en Terracina, Marsella, en tiempos históricos indefinidos se arrojaba todos los años un hombre al mar, para que mediante el sacrificio expiatorio de su bautismo de agua el pueblo quedara purificado de sus pecados.

Bautismo en el Antiguo Testamento

El bautismo judío en el Antiguo Testamento consistía en un rito de ablución corporal, símbolo de limpieza interior o purificación de impurezas legales. Los judíos lo recibían después de escuchar la Palabra de Dios, y con el bautismo se comprometían a cumplir la Ley y se incorporaban al pueblo de Israel. Los bautizados que sentían una vocación especial para dedicarse al apostolado profético cursaban estudios bíblicos.

Bautismo de Jesús

El bautismo que Jesús  recibió fue un hecho real de visión sobrenatural, y no una alegoría contada poéticamente por autores de los primeros siglos del cristianismo con cierto simbolismo místico, como dicen algunos intérpretes  racionalistas.
Los evangelistas sinópticos solamente narran el bautismo de Jesús en el río Jordán con dos particularidades especiales: el rechazo de Juan para bautizar a Jesús y la revelación oficial del misterio de la Santísima Trinidad. 
No se sabe dónde sucedió este gran acontecimiento. Una antiquísima tradición que data del año 333 señala el lugar a unos doce kilómetros de Beisán, cerca de la desembocadura del Jordán en el Mar Muerto, junto al convento griego de San Juan Bautista.
Según se deduce del Evangelio de San Lucas (Lc 3,21), Jesús fue bautizado en una celebración comunitaria. Pudo suceder como yo imagino:
Los judíos que se iban a bautizar se situaban en fila india esperando su turno. El bautismo se solía administrar  por inmersión en el agua o por el baño de la cabeza y gran parte del cuerpo hasta la cintura. En una de las celebraciones comunitarias Jesús, de figura esbelta y elegante, que destacaba sobre los demás judíos devotos, se colocó en fila con porte exterior de profundo recogimiento, esperando su turno. Vestía  una túnica blanca de lino, que llegaba hasta los pies, sujeta a la cintura con un cíngulo. Tenía los pies desnudos, calzados con unas sandalias de tirillas de cuero atadas con hebillas. Un manto, de color granate, cubría desde sus hombros todo el cuerpo por la espalda, y se prolongaba hasta los talones de manera que los extremos caían por ambos lados con  picos desiguales. Cuando a Jesús le tocó su vez, se despojó de las vestiduras necesarias para recibir el bautismo simple, no por inmersión. Cuando Juan iba a bautizarlo clavó la mirada en sus ojos y sintió la corazonada de encontrarse en la presencia del Mesías. Entonces se resistió a bautizar a Jesús y le dijo: “¿Tú acudes a mí? Si soy yo quien necesito que tú me bautices”. Jesús le contestó: “Déjalo ya, que así es como nos toca a nosotros cumplir todo lo que Dios quiera” (Mt 3,14-15)Entonces Juan obediente a Jesús lo bautizó. En el momento en que el agua regaba la cabeza y parte de su cuerpo, el cielo se  rompió en dos mitades, como si fuera el telón de un escenario que se abre, y un rayo de luz celeste, muy potente, enfocó toda la Persona  de Jesús, quedando la Naturaleza en penumbra; y del espacio luminoso descendió una blanca paloma en ágil y rápido vuelo que se posó por encima de la cabeza de Jesús, sin tocarla, quedando en posición estática. Se hizo un impresionante y majestuoso silencio, y en medio de un ambiente sobrecogedor se dejó oír una voz sonora que decía: “Tú eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto” (Mc 1,11), haciendo eco al chocar contra las montañas,
Todos los que estaban presentes en el río clavaron sus ojos en la Persona  de Jesús, y lo vieron rodeado en un círculo luminoso, como si desde el espacio un foco lo iluminara. Y todos quedaron ofuscados por la visión y con el corazón reventando de un gozo interior indescriptible.
La interpretación común de los Santos Padres y la Tradición entienden que en esta escena se reveló el misterio de la Santísima Trinidad, no conocido en el Antiguo Testamento. La primera Persona del Padre estaba simbolizada en la voz que hablaba; la segunda, la del Hijo, Jesús que se estaba bautizando; y la tercera, el Espíritu Santo en la paloma misteriosa de naturaleza desconocida de belleza sin igual. 
 La Iglesia resume perfectamente el significado del bautismo de Jesús con estas palabras: “El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente... y es anticipo del bautismo de su muerte sangrienta” (Cat 536).

            ¿Por qué fue bautizado Jesús?

No se puede admitir católicamente la teoría de los ebionitas y adopcionitas del siglo II que afirmaban que “Jesús fue un pecador, como cualquier hombre, que se purificó y “divinizó” al ser adoptado por Dios en el bautismo.  También es rechazable la opinión de aquellos herejes que ven en el bautismo de Jesús solamente un signo de conversión de pecador. Estas suposiciones son contrarias a la fe católica, pues Jesús, como Dios no pecó ni pudo pecar.
La doctrina común de la Iglesia  es que el bautismo de Jesús fue un rito ejemplar de perfección, necesario a los ojos de los judíos para poder ejercer el oficio de profeta en Israel;  un símbolo del bautismo de sangre que Él iba a recibir con su muerte en la cruz; un signo del bautismo sacramental que Jesús instituiría en su momento; y el acto misterioso de comunicar al agua la virtualidad de servir de instrumento para borrar el pecado de origen y personal del hombre.  Así lo expresa la Iglesia Católica en el prefacio de la liturgia del martirio de San Juan Bautista: “Él bautizó en el Jordán al Autor del bautismo, y el agua viva tiene, desde entonces, poder de salvación para los hombres.

Bautismo, sacramento instituido por Jesucristo

El bautismo instituido por Jesucristo no es: una costumbre religiosa, familiar, local o social; un requisito esencial para poder pertenecer a la Iglesia; ni mucho menos una acción sagrada instituida por la Iglesia para poder ejercer en ella ciertos actos religiosos o  apostólicos.
Es un sacramento instituido por Jesucristo: una generación sobrenatural por la que el hombre, nacido de Adán con el pecado original, recibe la misma vida sobrenatural de Dios por el baño del agua y de la palabra de vida (Ef 5,26);  una participación de la naturaleza divina (1P 1,4) por la que el hombre se hace verdaderamente hijo de Dios (Rm, 8,15; Ga 4,5). El cristiano nace dos veces: a la vida natural por la generación de sus padres por la que es engendrado hombre; y a la vida sobrenatural por la gracia del bautismo por el que es engendrado hijo de Dios. El bautizado tiene, por consecuencia, dos naturalezas: una humana, engendrada de la carne, y otra divina, engendrada del Espíritu Santo por el agua y la palabra.  

sábado, 5 de enero de 2019

Epifanía. Ciclo C Navidad

EPIFANÍA
La reforma litúrgica del concilio Vaticano II ha conservado el planteamiento tradicional de la Navidad, la Fiesta de la Sagrada Familia,  la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios,  la Solemnidad de la Epifanía y la Fiesta del Bautismo del Señor.
           
EPIFANÍA

Epifanía es una palabra griega que significa en su sentido etimológico manifestación. En la liturgia es la manifestación de Dios, encarnado, para la salvación de todos los hombres, como nos asegura el apóstol San Pablo en su carta a los Efesios en  la liturgia de la Palabra de este día: “Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”.
Muchos judíos, principalmente en los tiempos inmediatos al nacimiento de Jesús, apoyados en falsas interpretaciones de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, escritas en estilo enigmático y apocalíptico de difícil interpretación, pensaban que la salvación era una exclusiva para el Pueblo de Israel, sometido en ese tiempo principalmente a la invasión de Roma. La salvación  para ellos consistía en la instauración de un reino de justicia y paz, humano, temporal y político con sentido religioso con abundancia de bienes materiales y espirituales. Sin embargo, es una verdad de fe que Dios, infinitamente misericordioso, quiere que  todos los hombres se salven (1 Tim 2,3) por medio de la Iglesia católica o de otras muchas maneras en su suplencia.

Los Magos

El día de la Epifanía es entendido popularmente en España como la Fiesta de los Reyes Magos en que los niños, y también mayores, reciben regalos, en recuerdo de los dones de oro, incienso y mirra que los Magos regalaron al Niño Jesús en Belén.
En una descripción poética, de pura fantasía oriental, el evangelista San Mateo nos describe el relato de unos magos que vinieron de Oriente, guiados por una estrella, que llegaron a Belén; y allí, de rodillas, ofrecieron al Niño Dios oro, incienso y mirra.  Los Magos no eran reyes porque no fueron tratados como tales por Herodes, rey de Judea en Jerusalén en aquella época; ni magos, prestidigitadores que hacían magia. Eran  científicos dedicados a la astronomía. Sucedió que acostumbrados a estudiar la ciencia de los astros, un día observaron en el firmamento una estrella singular, fenómeno diferente a las estrellas que ellos conocían por su  ciencia. Impulsados por una revelación sobrenatural, guiados por esa estrella misteriosa, se pusieron en camino hacia Belén, con la certeza  de que había nacido el Mesías, el Salvador.  
No se sabe el lugar de donde vinieron. Una tradición fundada en el profeta Isaías (60,1-6), sin credibilidad histórica,  dice que procedían de Madián y de Efá, lugares que no conoce la ciencia geográfica; ni tampoco se sabe  el número de magos, ni sus nombres, aunque la tradición popular nos dice que eran tres y sus nombres Melchor, Gaspar y Baltasar. Su fundamento ilusorio se basaba en que como fueron tres los regalos que ofrecieron al Niño Jesús, oro, incienso y mirra, tres eran los Magos, en contra del sentido común, pues  tres personas pueden hacer un solo regalo y una sola tres. Tampoco se sabe el tiempo que los Magos tardaron en el viaje hasta llegar a Belén. Se piensa que el trayecto como mínimo duró seis meses y como máximo un año o año y medio.

Significados del oro, incienso y mirra

La peregrinación que los Magos hicieron desde Oriente a Occidente puede significar la travesía que nosotros hacemos desde el oriente de nuestro nacimiento hasta el occidente de nuestra muerte, y el camino el tiempo que vivimos en la Tierra hasta llegar al Cielo.
Como peregrinos debemos caminar en marcha hacia la meta de la eternidad, cargados siempre con los dones de oro, incienso,  y mirra que debemos  regalar constantemente  a Jesús hasta que llegue la hora de verlo y adorarlo en el Cielo con gozo eterno.   

El oro puede ser  símbolo de un corazón limpio de pecado grave que impide la perfecta unión con Dios; y  símbolo también del ejercicio de la verdad, sin engaños, ni dobleces, ni intenciones egoístas; del cumplimiento del deber en todas sus amplitudes; y de la práctica de obras buenas realizadas por amor a Dios y al prójimo.
Es posible que algunos digan: Yo no puedo regalar al Niño Dios un corazón de oro, porque mi vida pasada ha estado manchada de pecado, o acaso lo está ahora en el presente; o mi vida espiritual ha estado o está marcada por la tibieza, la indiferencia o la apatía cristiana o apostólica. ¿Cómo voy a regalar a Dios un corazón de oro dañado por el pecado y sin el brillo de una piedad, evangélicamente auténtica? Quizás ese sea tu caso. Hay dos caminos por los que se puede ir al Cielo: por el camino de la inocencia con un corazón de oro puro, desde siempre, o por el camino del oro de la penitencia, del arrepentimiento y de la conversión. Si no eres inocente porque has pecado mucho, de muchas maneras y tal vez gravemente, puedes convertir el barro de tu vida en un corazón de oro por una conversión permanente de santas obras.
El oro puede estar significado también por el amor en su máxima expresión, que es la comprensión, que no significa ver bueno lo que es malo, ni justificar el mal,  sino excusar al pecador, al estilo de Jesús en la cruz que perdonó a los que lo crucificaron: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Es decir: no condenar a nadie en el corazón, porque desconocemos la realidad del mal que hace el pecador en su corazón delante de Dios.
San Pablo nos enseña que el amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co 13,4-7). La comprensión consiste en aceptar  a los hombres buenos y malos, como son, y  no como a nosotros nos gustaría que fueran. No pensemos que nosotros, por ser cristianos, somos delante de Dios mejores que los que no lo son; ni los fervorosos que viven la fe de una manera extraordinaria, ejemplar  son mejores que los que la viven de otra manera; ni que unos santos son más santos que otros por el modo de vivir la santidad en oración, penitencias y obras apostólica.  Solamente Dios lo sabe.
El oro de la compresión podría resumirse en tres frases: no hacer mal a nadie, no desear mal a nadie y no pensar mal de nadie. Dicho esto de manera positiva: hacer todo el bien que debemos y podemos a todos, desear el bien a todos y pensar bien de todos. 

El incienso puede ser símbolo del reconocimiento de   la dignidad de Dios, a quien se le inciensa, como a los dioses falsos; y también de la oración teológica, eucarística y sacramental, alimento del alma. La oración privada es necesaria para estar en línea directa con Dios y se realiza de muchas formas. Hay que buscar un tiempo para estar de muchas maneras con Dios, nuestro Padre, que sabemos nos ama, como decía Santa Teresa de Jesús. Es conveniente, y muy fructuosa  la oración comunitaria, porque nos asegura Jesús en el Evangelio que cuando dos o tres se reúnen en su nombre, en medio está Él. Cuando oramos, de modo personal, nos preparamos para la oración litúrgica por excelencia, que es la celebración del sacrificio de la Santa Misa. Ora como tú eres, con tu estilo personal, de la manera que sepas y puedas, sin imitar a nadie en el modo, sin ceñirte necesariamente a un método determinado, con la ayuda de un libro o sin él, comunicándote con Dios con el pensamiento, deseo o palabra, con recogimiento o distracciones, con pena o alegría, despierto o dormido, con turbaciones, tentaciones o en paz, aburrido o entusiasmado, con el sacrificio de la fe o con el gozo del Espíritu Santo.  Ora, sabiendo que tu pobre y humilde oración de pura fe o de altura mística sube al Cielo como el incienso.

La mirra que los Magos ofrecieron al Niño Dios puede estar significada por nuestro dolor, nuestra cruz, debilidades físicas, psíquicas propias o de un familiar o amigo, y por los problemas que inevitablemente existen en la convivencia familiar y social.
Ofrécele al Señor la mirra de tu cruz sabiendo que es un bien que te purifica y santifica. Hay que presumir la buena voluntad de los que nos causan u ocasionan el mal, porque la cruz es gracia y hay que dar gracias a Dios por ella. Es humano y cristiano dar gracias a Dios por lo bienes recibidos, y es heroico, propio de santos, dar gracias a Dios por las cruces que sobrevienen, que son medios para la santificación, porque todo es gracia menos el pecado.  Te hacen mal si tú lo consideras así, y mucho bien si haces que el mal se convierta en bien. Estos son los regalos que podemos hacer al Niño Dios: el oro de la bondad del corazón estando siempre en estado de una vida de gracia expresada en santas obras y en la comprensión, el incienso de nuestra oración en sus múltiples formas; y la mirra de nuestro dolor. 

martes, 1 de enero de 2019

Santa María; Madre de Dios. Ciclo C Octava de Navidad

AÑO NUEVO FELIZ
1 de Enero de 2019
Ciclo C, Octava de Navidad

El día 25 de Diciembre del año pasado celebrábamos litúrgicamente la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios, hecho Hombre. El domingo pasado,  día 30,  la Fiesta de la Sagrada Familia, porque el Hijo de Dios, nacido de Santa María Virgen, vivió en familia durante treinta años, bajo la dirección y protección de San José, esposo de la Virgen María, Madre del Niño Jesús. Y hoy 1 de Enero del año 2019 celebramos la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.
            Parece con cierta lógica mía que dentro del tiempo litúrgico de Navidad se debería celebrar la fiesta de San José, y no el día 19 de Marzo, que  cae en plena cuaresma, donde parece que no tiene lugar. De esta manera, se celebraría con más sentido, tal vez, la Navidad: el nacimiento de Jesús, la solemnidad de la Madre de Dios, la  Sagrada familia y la fiesta de San José.  Pero la Iglesia celebra la fiesta  de San José en plena Cuaresma por razones litúrgicas  que yo no conozco, pero que  apruebo.
            Dejando aparcada esta opinión mía,  hoy celebramos tres fiestas: una humanaAño Nuevootra litúrgicaSolemnidad de Santa María, Madre de Dios, y otra eclesiástica,  Día de la Paz. 
Hagamos  algunas reflexiones breves sobre estos temas.

            Año Nuevo
            Hoy  todos nos felicitamos el año que estrenamos con una frase usual: ¡feliz año nuevo! para desearnos lo mejor. Realmente cada año es nuevo, y también cada mes, cada día, cada hora y cada minuto, porque cada fiesta  pasa, se repite y se celebra otra distinta, no la misma, aunque se hagan las mismas cosas, iguales, parecidas o mejores o peores.
            ¿En qué consiste la felicidad que nos deseamos?
            La felicidad puede concebirse bajo tres perspectivas diferentes: felicidad humana, felicidad espiritual, y felicidad cristiana.
            La felicidad humana consiste generalmente en tener salud, poseer bienes materiales, desempeñar un cargo de relieve social o político, un puesto de trabajo bien remunerado, tener autoridad, cuanto más importante mejor, disfrutar mucho de las cosas, comer exquisitos y variados manjares  y degustar bebidas agradables o alcohólicas.  Eso es un año feliz para el que no ve las cosas nada más que con los ojos del mundo y las considera en relación al bienestar humano.

            Felicidad espiritual
La verdadera felicidad no consiste en la posesión de esos bienes, porque se puede ser feliz en la salud y en la enfermedad, en el desempeño de un trabajo de prestigio o de baja calidad social, ejercer una autoridad o ser súbdito, ser rico o pobre, comer a la carta y beber a capricho y comer lo necesario para vivir dignamente, tener cultura o ser analfabeto. Para muchos la felicidad consiste en satisfacer las aspiraciones del hombre: buscar y encontrar la verdad, cultivar la ciencia, bucear en la sabiduría y gozar con ella, fomentar el amor, la justicia,  la política, el arte, la amistad… Pero no todos son felices con la satisfacción de esos deseos, porque algunos, consiguiendo esas buenas aspiraciones, son desgraciados, porque fácilmente  pueden degenerar en males o vicios por muchas causas.  Todas estas cosas ayudan a la felicidad, pero no la constituyen. En cambio, otros son felices con las cosas más elementales de la vida. La verdadera felicidad humana consiste en vivir conforme o contento con lo que uno es y tiene.

Felicidad cristiana
Para nosotros, cristianos de fe, el año feliz consiste en pasar  un año nuevo lleno de la gracia de Dios, de gracias humanas, espirituales y materiales necesarias para  cumplir la voluntad de Dios en orden a la vida eterna, aceptando todos  los acontecimientos de la vida, de cualquier manera que se manifiesten.  Lo explica perfectamente San Ignacio de Loyola en  el principio y fundamento de su libro Ejercicios espirituales con estas palabras profundamente teológicas:
“El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia  y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma, y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que el hombre es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden a este fin, y tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes  a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad  de nuestro libre albedrío, y no le esté prohibido; en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y, por consiguiente, en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce par el fin que somos creados”.
En pocas palabras: Somos creados por Dios y para Dios. Por consiguiente tenemos que aceptar todo lo que nos lleve a Él y rechazar todo lo que de Él nos separe.  Por lo tanto, tenemos que hacernos indiferentes a todas las cosas, de tal manera que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y solamente desear y elegir lo que más nos conduce para el fin que somos creados”. Es decir cumplir la voluntad de Dios en todo lo que quiere o permite,  menos el pecado.
             Os deseo y me deseo un año distinto nuevo en amor, gracia y  sin pecado grave. De esta manera este año nuevo y los que vivamos hasta que nos llegue la muerte serán siempre felices en la Tierra, y después obtendremos eternamente  la visión y gozo de Dios en el Cielo, felicidad que humanamente no se puede concebir.

            Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
            Este tema denso en contenidos teológicos y pastorales no lo vamos a tratar con extensión. Lo reservamos para otras ocasiones que se nos presenten. Ahora sucintamente reseñamos ideas generales.
 En la oración colecta de la Misa de este día pedimos a Dios, nuestro Señor, que por la maternidad virginal de María nos conceda los bienes de la salvación, como Madre de Dios y Madre de todos los hombres, Corredentora del género humano  y Medianera de todas las gracias.
            En efecto, la Madre de Dios es madre de todos los hombres, porque por medio de Ella nos llegan a cada persona las gracias de la salvación, las materiales subordinadas a las sobrenaturales en orden a la vida eterna. Digámoslo gráficamente: María es como el espacio que trasmite a los hombres la luz del Sol de la gracia, que es Jesucristo, como el sol de la naturaleza trasmite a la Tierra su luz y calor por medio del espacio.  

            Día de la Paz
            ¿En qué consiste la paz que Dios quiere para todos los hombres?
            La paz no consiste en la ausencia de guerra, ni en la abundancia de bienes, porque se puede ser inmensamente rico, y vivir en guerra consigo mismo por desequilibrios, pasiones y enemistades.  Existen personas que nadan en riquezas, y  se tiran los trastos a la cabeza, y no son felices; y quienes  tienen poder y dinero, y viven en guerra en la sociedad, familia, sociedad y tampoco son felices.
            La guerra temperamental producida por el carácter más o menos violento, exaltado, nervioso, anárquico debe compaginarse con la paz espiritual. Se puede estar tranquilo en la conciencia y tener los nervios de punta, caso que es objeto de tratamiento psicológico o psíquico. 
            El  apóstol Santiago nos dice que las envidias y peleas y todo tipo de males provienen del desorden de las pasiones; y causan la guerra en las familias y en los ambientes de la Sociedad. Como remedio para estos males está la sabiduría de Dios, que es amante de la paz que proviene de la sabiduría de Dios, que  nada tiene que ver con la sabiduría humana, que es el conocimiento de la ciencia, que puede engendrar soberbia y no paz. “No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el saborear las cosas de Dios internamente”, nos dice San Ignacio de Loyola.