RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
"Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido" 1Co 15,12
La creencia
en la resurrección de los muertos forma parte integral de los artículos de la
fe, como afirmamos en el Credo de la iglesia Católica que rezamos en la Santa
Misa: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”
Nadie que se
considere católico de manera consecuente puede negar la verdad revelada de que
Cristo nos resucitará en el último día (Jn 6,39-40).
Cuando
morimos, el alma se separa del cuerpo y es juzgada por Dios en juicio particular con sentencia eterna, que será
confirmada públicamente delante de todos los hombres en el día del juicio
universal, al final de los tiempos. Y el cuerpo, muerto para la vida, volverá a
la tierra, de la que fue hecho, para esperar el día de la resurrección de los
muertos.
Cuando llegue
el último día, el fin del mundo, todos los muertos “resucitarán con su propio
cuerpo, que tienen ahora” (Conc de Letrán IV: DS 801), transformado en cuerpo de gloria (Flp 3,21), “en cuerpo espiritual” (1 Co 15,44; Cat 999).
La resurrección de los muertos está íntimamente
asociada a la Parusía de Cristo:
“El
Señor mismo, a la señal dada por la voz de un arcángel y al son de la trompeta
de Dios, bajará del Cielo, y los muertos unidos a Cristo resucitarán (1 Ts
4,16; Cat 1001).
Nadie sabe el
día en que este acontecimiento espectacular tendrá lugar, ni tampoco cómo,
porque no ha sido revelado. Este hecho sobrepasa nuestra imaginación y nuestro
entendimiento; no es accesible más que en la fe” (Cat 1000).
Esta es la
sustancia de la fe católica respecto del dogma de la resurrección de los
muertos. Todas las demás explicaciones son teorías de teólogos que hacen sus
propios discursos, más o menos fundados, sobre estas verdades innegables.
Santo Tomás
de Aquino, y con él la mayoría de los teólogos, piensa que resucitará el mismo
cuerpo que tenemos ahora con su propia materia, numéricamente la misma. “Para
que resucite el mismo hombre numéricamente, no se requiere que todo cuanto
estuvo materialmente en él durante la vida se tome de nuevo, sino solamente lo
suficiente para completar su debida cantidad”.
El
Catecismo de San Pío V que recoge las doctrinas del Concilio de Trento, dice
que los cuerpos gloriosos gozarán de cuatro dotes principales:
- impasibilidad” , “esto es una gracia y dote que
hará que los cuerpos no puedan padecer ninguna molestia ni sentir dolor o
incomodidad alguna; pues nada les podrá hacer daño, ni el rigor del frío, ni la
fuerza del calor, ni el furor ni de las aguas”.
- “Sutileza” o dote por el que el cuerpo glorioso “se sujetará
completamente al imperio del alma, y le servirá y estará pronto a su arbitrio.
- “Agilidad” “en virtud de la cual el cuerpo se verá libre de la
carga que ahora le oprime; y tan fácilmente podrá moverse adonde quisiere el
alma, que no será posible hallarse nada más veloz que su movimiento”.
Será un resplandor supranatural con más luminosidad que la más brillante de las estrellas
El cuerpo
glorioso podrá trasladarse a sitios remotísimos, atravesando distancias
fabulosas con la velocidad del pensamiento. Sin embargo, este movimiento,
aunque rapidísimo, no será instantáneo.
Al estar
resucitado el cuerpo, los sentidos tendrán su propia gloria, de modo que cada
uno podrá ejercer, si quiere, su propia función, en grado eminente con gozo
accidental, pues la glorificación esencial consistirá en la visión, posesión y
gozo de Dios totalmente y para siempre.
Santo Tomás
de Aquino llegó a decir que las cicatrices de las llagas de Cristo y las de los
mártires resplandecerán en el Cielo como focos que proyectarán luz sin
deslumbrar con brillo especial.
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