miércoles, 24 de julio de 2019

Décimo séptimo domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo C

      “Señor, enséñanos a orar”
                  
         1 Oración
            2 Definición
3 Clases de oración

1 Oración

            La oración no es un  “concesionario” de gracias que se consiguen observando rigurosamente ciertas normas de ciencia experimental; ni un soborno espiritual por el que se obtienen de Dios favores a  cambio de oraciones, sacrificios, limosnas y ciertos actos, de modo condicional, final o causal: “te doy, si me das, te doy para que me des, y te doy porque me has dado”; ni una magia sacra de prestidigitación por la que se reciben gracias por el hábil manejo de fuerzas ocultas; ni un estudio piadoso  sobre la vida de Jesús o temas evangélicos; ni una petición de bellas oraciones compuestas con artificio literario que se presentan a Dios con presuntuosa ostentación, por el que se consiguen favores, como hacían los fariseos reprendidos por Jesús: "No os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros se las pidáis" (Mt 6,7).
 
2 Definición 

Aparcando las muchas definiciones clásicas que existen sobre la oración expongo la de Santa Teresa de Jesús: “Orar es tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. Tratar es comunicarse con Dios de muchas maneras más que con las que los hombres nos comunicamos unos con otros: palabras, escritos, signos, arte, música. El hombre se comunica o trata con Dios además de la manera humana, cada uno como es, sabe y puede, mediante el lenguaje místico de pensamientos, deseos, afectos, sentimientos y  el corazón.
            La oración es fuerza sobrenatural que forma, reforma y transforma al hombre para que vea todas las cosas con los ojos de Dios; el quehacer supremo  del apostolado; el medio necesario para la santificación de la vida cristiana; la escuela del conocimiento de Cristo, del hombre y de la realidad de la vida. 

3 Clases de oración
 
Se puede decir de modo genérico que hay tantas cases de oración como orantes, pues  cada uno ora como es,  de manera que la oración resulta personal. La tradición cristiana ha expresado tres modos principales de hacer la oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa, según enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (Cat compendio 568).

La oración vocal

La oración vocal consiste en rezar oraciones contenidas en la Biblia, compuestas por la Iglesia, los santos, autores cristianos, incluso inventadas por uno mismo que brotan de modo espontáneo  del corazón. Las oraciones más conocidas y populares son: el avemaría, el credo, la salve, el gloria, el ángelus, las oraciones de la mañana, de la noche, la bendición de la mesa, las oraciones antes y después de recibir la Comunión, el santo rosario, y el vía crucis.  La más importante de todas las oraciones es, sin duda, la oración del Padrenuestro, compuesta por Jesucristo. Contiene las siete gracias que debemos pedir para conseguir la vida eterna: que el nombre de Dios sea siempre santificado; venga a todos los hombres su reino; se cumpla siempre su santísima voluntad; nos dé Dios el pan nuestro de cada día y todos los bienes necesarios para la vida; el perdón de los pecados; no nos deje caer en la tentación; y nos libre Dios de todo mal.
            La mayor parte de la gente suele pedir gracias humanas y materiales, que son concedidas por Dios, si están subordinadas a la salvación eterna, según el juicio de Dios.

La meditación
 
La meditación es una reflexión orante, en la que  interviene la inteligencia, la imaginación, la emoción, el deseo de profundizar en nuestra fe y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo; es una etapa preliminar hacia la unión de amor con el Señor (Cat 570).
A lo largo de la Historia de la Iglesia, en la antigüedad y después hasta la edad de oro han existido varios métodos de meditación, muy distintos y variados. A partir del siglo XVI se perfilaron los métodos de Fray Luis de Granada, San Pedro de Alcántara, el P. Jerónimo Gracián y otros. Se pueden concretar en seis partes: preparación, lección, meditación, contemplación, acción de gracias y petición. El método más clásico, recomendado por los Papas, es el de San Ignacio de Loyola en el libro de Ejercicios espirituales.  El método ignaciano se puede resumir en los siguientes puntos: aplicación de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad; contemplación imaginaria de los misterios de la vida de Cristo; aplicación de los cinco sentidos; tres modos de orar: examen en torno a los mandamientos, pecados capitales etc; consideración de cada una de las palabras del Padre nuestro; oración al compás, que consiste en la repetición de frases o jaculatorias, mientras se va meditando  ellas; contemplación para alcanzar amor ascendiendo de las criaturas al Creador con reflexión

La oración contemplativa
 
La oración contemplativa es una mirada sencilla a Dios en el silencio, un don de Dios, un momento de fe pura, durante el cual el que ora busca a Cristo, se entrega a la voluntad amorosa del Padre y recoge su ser bajo la acción del Espíritu Santo (Cat 571).
Contemplar en grado supremo es estar con Dios en un estado  elevado de íntima unión en el que toda la persona se sitúa en  un plano  superior, vive en un ambiente sobrenatural más o menos gozoso. Santa Teresa de Jesús decía que la "sublime contemplación de unión mística no consiste en sentir, sino en gozar sin entender lo que se goza. Basta un momento de unión contemplativa para que queden bien pagados todos los trabajos de la vida" (Vida 18-19).
            Hay que advertir que el fervor espiritual puede ser fruto de la consolación del Espíritu Santo o psicosis de un desviado sentimentalismo religioso, un desahogo psicológico, un refugio humano o un desequilibrio nervioso.  
Nadie piense que practicando la oración se consigue llegar a la contemplación mística, como opina un famoso escritor español del siglo pasado. El progreso en la ciencia de la oración depende fundamentalmente de la capacidad de gracia  recibida del Espíritu Santo y complementariamente de la colaboración humana.
Dios no valora más la oración del místico que se pierde "endiosado" en las altas esferas de la contemplación que la oración del pobre y humilde cristiano que sólo sabe orar rezando o hablando con Dios, a su manera.
            No busques el fervor sensible que te recoja, sino la gracia de Dios que alimente tu espíritu, aunque sea sin apetito o por vía de sonda mística: "Busca al Dios de los consuelos y no los consuelos de Dios", como decía Santa Teresa de Jesús.
La oración como es también un acto humano cuenta con la distracción, más o menos evitable o no evitable, pero no pierde su eficacia, como pasa con la obra que se está haciendo, que queda terminada y hasta perfecta, aunque mientras se está haciendo se piense en otras cosas.
La habitual contemplación de profundo recogimiento es una gracia singular que el Espíritu Santo regala a quienes quiere. Los orantes contemplativos no son más santos que los orantes activos  de contemplación apostólica. El que se habitúa a la vida de oración activa experimenta frecuentemente ráfagas de contemplación, más o menos permanentes o transitorias. La intimidad con Cristo se vive a solas sin compartirla con nadie. Sólo Dios puede sentirse a gusto en el secreto de tu corazón, que es el lugar donde Él se encuentra contigo mismo, sin que haya plaza para otro. "Cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6,6)".


           





Santiago Apóstol

1 Apóstol  y  apostolado
2 Clases de apóstol

1 APÓSTOL  Y  APOSTOLADO

La palabra apóstol en griego significa enviado, mensajero,  embajador; y en sentido cristiano:   enviado para predicar el Evangelio a los hombres. Apostolado es, por consiguiente, la acción misionera del apóstol.
Generalmente se entiende equivocadamente por apóstol sacerdote, religioso, religiosa o cristiano que se consagra a Dios con votos u otros vínculos para realizar acciones pastorales, de piedad, caridad, catequesis, liturgia, vida sacramental en vida comunitaria o en el mundo. Pero en sentido teológico tiene un sentido más amplio, pues todo cristiano es apóstol en virtud del bautismo cuando ora como sabe y puede; recibe los sacramentos; ofrece al Señor su cruz personal, familiar y social,  completando lo que faltó a la Pasión de Cristo, como nos dice San Pablo; cumple la penitencia mandada por la Iglesia o elige otras discretamente por voluntad personal; realiza el trabajo gustoso o lo padece o con paciencia y amorosamente en estado de gracia; y ofrece a Dios la buena y sana recreación del cuerpo o del alma con proyección apostólica.

2 CLASES DE APÓSTOL
  • Jesucristo, el apóstol Supremo y único,  enviado por el Padre al mundo para comunicar a los hombres  la Buena Nueva, el Evangelio y realizar la Redención; 
  • EL Papa, sucesor de San Pedro, representante de Cristo en la tierra, que tiene la misión de enseñar, regir y santificar a los hombres en el mundo;  
  • Obispos, sucesores de los Apóstoles, que juntamente con el Papa y bajo su obediencia gobiernan la Iglesia y una parcela de ella, llamada Diócesis que el Papa le encomienda;
  • Sacerdotes, colaboradores de los Obispos en el gobierno de la Iglesia universal o diócesis. 
  • Religiosos de vida contemplativa o activa,   cristianos consagrados a Dios al servicio de la Iglesia en la vivencia de  un carisma específico expresado en unos estatutos aprobados por la Autoridad Jerárquica de la Iglesia.   
  • Seglares en sentido amplio cuando en gracia de Dios cumplen de la mejor manera posible su vida personal, familiar, laboral y social.  pues la vida ordinaria santificada es en si misma esencialmente apostólica con el alimento de la oración, frecuencia de sacramentos y el ejercicio de virtudes.
En consecuencia y resumiendo es objeto de apostolado toda acción estrictamente sobrenatural, espiritual, humana buena, o indiferente cristianizada, pues todo lo que se hace desde la fe y en estado de gracia es obra santificadora y apostólica en el Cuerpo místico de la Iglesia.

sábado, 20 de julio de 2019

Décimo sexto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

MARTA Y MARÍA
1 Marta y María
2 Marta y María, símbolos de la vida consagrada 


1 Marta y María


 Jesús tenía una amistad especial con una familia rica, de Betania, profundamente religiosa, compuesta por tres hermanos: Lázaro, Marta y María. Solía visitar esta casa  con relativa frecuencia, cuando ejercía el apostolado por las cercanías de Jerusalén en los tiempos libres.

Marta

Me imagino que Marta era la hermana mayor de la familia. Era como la segunda madre,  asumía la autoridad de la casa y ejercía el gobierno de la familia fraterna y de la servidumbre, a falta de los padres que, pienso, no vivían. Tendría menos de cuarenta años de edad. Deduzco este supuesto del hecho de que  fue quien recibió a Jesús en su casa (Lc 10,38), costumbre judía que correspondía al Jefe de la Casa. 
Cuando Jesús llegó a Betania, Marta mandaría a los criados colocar en el mejor salón de la vivienda los más cómodos y lujosos divanes, adornar la estancia con suntuosidad, colocar la mejor mesa en el comedor, y sobre ella la  mantelería y la vajilla más lujosa, piezas  reservadas para los ilustres visitantes, procurando que no faltara ni el más mínimo detalle. Como buena ama de casa “andaba muy atareada con los muchos servicios” (Lc 10,40) con el fin de preparar un suntuoso banquete para Jesús y tal vez también para sus discípulos. Era una mujer muy trabajadora,  enérgica, de  temperamento sanguíneo, activa, dinámica, siempre tenía que estar haciendo algo, sin poder estar quieta ni un momento. Cuando  venía Jesús a comer a casa, le faltaban manos para traer cosas a la mesa y pies para correr para que no faltara nada en la mesa. Por eso, Jesús le dijo: “Marta, Marta: andas inquieta y preocupada con muchas cosas: sólo una es necesaria” (Lc10, 41), pues con un aperitivo bastaba, porque en esta ocasión no había venido a comer, sino a estar un rato con ellas y hablar de las cosas de Dios.

María

 Me imagino que María tendría alrededor de una veintena de años. Era la hermana menor de los tres hermanos por naturaleza intuitiva y de temperamento contemplativo. Cuando llegó Jesús a Betania, se desentendió  de los trabajos del banquete que su hermana estaba preparando para Jesús, y se sentó a sus pies para escuchar sus palabras (Lc 10,39).
Es evidente que ambas hermanas, Marta y María, amaban a Jesús y tenían con Él la máxima confianza, cada una a su manera temperamental. Marta encontrándose agobiada por las tareas del servicio, en lugar de acudir a su hermana a pedirle ayuda, que hubiera sido lo más normal del mundo, acude a Jesús y con cariñosa confianza fraterna le dijo: 
Señor, ¿no te importa que mi hermana  me deje sola en el trabajo? Dile que me eche una mano (Lc 10,40).
Lo lógico hubiera sido que ambas se ocuparan de las tareas del trabajo, turnándose en estar con Jesús; y, luego durante la comida o en la sobremesa las dos juntas escucharan la palabra de Dios. 
Marta y María eran dos mujeres distintas que con su propio temperamento amaban a Jesús y tenían con Él la máxima confianza. El temperamento, normalmente equilibrado de la persona,  no es una dificultad para la virtud  sino más bien un medio eficaz,  que es necesario educar y perfeccionar con sacrificio personal y comunitario en la lucha de cada día. El temperamento ideal no existe en teoría, porque en la práctica para cada uno el suyo es el mejor, porque Dios se lo ha concedido para los mejores fines. La santidad, siendo objetivamente la misma en su esencia, resulta en concreto personal. La personalidad de uno no gusta a todos, ni siquiera la divina de Jesús gustó a todos, como sabemos por el Evangelio.  Aunque uno sea santo, por su manera de ser vivida temperamentalmente, no gusta a los que son de otra manera; y esto se ve mejor en la convivencia. Los mismos santos en la convivencia se ocasionan dificultades unos a otros  por la manera de ser de cada uno  y el modo de vivir la santidad, incluso con el mismo carisma. Procura no ser tú causa de mortificación para nadie, pero inevitablemente serás ocasión de molestias o sufrimientos para algunos o muchos, por muy santo que seas. Lo importante en la vida cristiana y en la vida consagrada es amar a Jesús cada uno como es, y no como es el otro o le gusta a otros.  Querer ser como es el otro es tratar de enmendar la plana al Creador y estropear la obra de Dios en cada persona. 

2 Marta y María, símbolos de la vida consagrada 

Marta y María son dos maneras de vivir la consagración a Dios en el mundo o en la vida religiosa. Marta es modelo de vida activa, fundamentada en la contemplación, pues hacer sin orar es humanizar o deshacer, pero no apostolizar, y frecuentemente actuar por gusto. María suele ser símbolo de vida contemplativa en el mundo o en vida consagrada, pero debe estar hermanada con el trabajo y en vida fraterna complementada con el trabajo, pues orar sin hacer es neurastenia psicológica o espiritual. No es mejor una vida que otra, sino distintas, las dos igualmente buenas.  

sábado, 13 de julio de 2019

Décimo quinto domingo. Tiempo ordnario. Ciclo C


EL BUEN SAMARITANO
      
1 Comentario.
2 Amor al prójimo.
3 Clases de prójimo.
4 Amarás al prójimo como a ti mismo.
5 Amor al enemigo.

            1 Comentario

El Buen Samaritano es una parábola que inventó Jesús para responder a la pregunta que le hizo un doctor de la Ley: ¿Quién es el prójimo?
 El prójimo no es como un sacerdote que bajaba  de Jerusalén a Jericó y encontró en el camino a un judío en el suelo, molido a palos por unos bandidos que le robaron, y lo dejaron desnudo y medio muerto. Y al verlo, dio un rodeo y pasó de largo; ni tampoco como un levita, experto en la Sagrada Escritura, que se acercó adónde estaba el herido, y al verlo, se desentendió del tema y se marchó sin hacer nada. Luego pasó por allí un samaritano que iba de viaje, y al verlo le dio lástima, se acercó a él,  le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, lo montó después en su jumento, y lo llevó a una posada para que lo cuidaran. Al día siguiente dio dos denarios al posadero y le dijo: Cuida de él  y lo que gastes de más, yo te lo pagaré a la vuelta. Jesús dijo al doctor de la ley: Éste es el verdadero prójimo, el que hace bien al prójimo, también  al enemigo. Haz tú lo mismo.

  2 Amor al prójimo

            “Amarás al prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39). 
No existe hada más que un mandamiento, primero, principal y único de la Ley de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas, tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que juzgará Dios a todos los hombres en el examen del juicio personal y final(Mt 25, 31ss).
  El amor al prójimo no es nada más que una consecuencia lógica del amor a Dios, como también el amor a las cosas. Son dos aspectos diferentes de un mismo amor. No existe verdadero amor a Dios sin el amor efectivo al prójimo.

3 Clases de prójimo

Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los seres que poseen la comunicación de la gracia o la capacidad de conseguirla:   Solamente no son prójimos los demonios y condenados que están en el infierno, porque están eternamente desconectados de la bienaventuranza.

4 Amarás al prójimo como a ti mismo

          Amar al prójimo como a ti mismo no significa amar al otro tanto cuanto uno se ama a sí mismo, pues no es un amor  cuantitativo sino cualitativo, modal y sobrenatural. Valga una comparación. Amamos a todos los miembros de nuestro cuerpo de la misma manera, aunque no a todos con la misma preferencia o intensidad.  Amamos más, por ejemplo, un ojo que un dedo de un pie que no se ve y no es tan necesario para la vida del cuerpo, pero a todos los miembros de nuestro cuerpo los amamos igualmente, de manera preferencial y necesaria. Así debemos amar a todo prójimo, pero de distinta manera cuantitativa. Por ley natural se ama más a un hijo o a un amigo que a un extraño o al enemigo, a quien hay que amarlo con amor de caridad por amor a Cristo, pero no con la misma intensidad. 

5  Amor al enemigo

    El amor al enemigo no es un consejo de perfección evangélica sino un precepto universal para todos los hombres. Está claramente preceptuado en la Sagrada Escritura.  El motivo principal de perdonar a quien nos ha ofendido es el ejemplo  del Señor que perdonó a quienes lo crucificaron con excusas antes de morir:“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”  (Lc 23, 34).  

No se puede excluir a nadie del amor al prójimo, ni siquiera al enemigo a quien hay que amar como miembro del Cuerpo Místico de Cristo. Negando el perdón a nuestros hermanos, el corazón se cierra y se hace impermeable a la misericordia de Dios. Así nos lo enseña la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II: “Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia” (Cat 2840). El amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no vengarse.   Excluye dos cosas: el odio y la venganza en el corazón, términos incompatibles con el perdón. Odiar no es lo mismo que sentir la ofensa en lo más íntimo del corazón, ni tampoco exigir la justicia.    

sábado, 6 de julio de 2019

Décimo cuarto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo C

“La paz y la misericordia  de Dios vengan sobre todos”

En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra  de Dios en este domingo, el apóstol San Pablo escribiendo a los Gálatas les dice que la paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos. ¿Cómo se puede conseguir la paz en un mundo lleno de males y pecados? Con la justicia y misericordia de Dios. Hagamos algunas reflexiones sobre estos temas.

1 Virtud de la paz
2 Males en el mundo
3 Pecados de los hombres
4 Justicia y misericordia de Dios

1 Virtud de la paz

En un sentido profundamente teológico, San Agustín dice que la paz es la tranquilidad en el orden. Cuando las cosas están como son y en el orden que tienen que estar, se produce un ambiente de paz. Cuando en el hombre las cosas están debidamente ordenadas: subordinado el cuerpo al alma, la razón a la fe, la voluntad humana a la voluntad de Dios existe la paz en el alma, pase lo que pase, pese a quien pese,  y cueste lo que cueste, aunque haya males en el mundo. La paz es la santidad, el orden y subordinación de todas las cosas a Dios. 

2 Males del mundo

En la Historia humana observamos que en el mundo del pasado ha habido siempre muchos males físicos en la naturaleza: inundaciones, volcanes, terremotos, incendios, desgracias humanas, enfermedades, dolores horribles; males espirituales, psicológicos, psíquicos, males morales crímenes espeluznantes, inconcebibles, inhumanos, inevitables que claman a gritos al Cielo; los hay ahora también en el mundo del presente y los habrá siempre en el del futuro hasta el fin del mundo. Y lo que es humanamente inconcebible es que muchos vienen de la libre voluntad de Dios, que es bueno, Creador y Padre de todos los hombres. ¿Cómo se concilia la bondad de Dios con los males que hay en el mundo?
La causa fundamental teológica del mal nos dice la fe que es el misterio del pecado original,  que causó todos lo males del mundo con el fin del bien de la Redención, el misterio pascual: la Encarnación del Hijo de Dios, hecho hombre, para que el hombre se haga “dios”, pues no hay mal que por bien no venga. Los males que Dios quiere no son males intrínsecamente malos en sí mismos, sino medios humanos, aparentemente malos, para bienes supremos  y eternos que sólo Dios conoce.

3 Pecados de los hombres

Los pecados son los únicos y mayores males morales que existen en el mundo, pero no todos son ofensas a Dios, pues hay muchas causas eximentes de responsabilidad moral: ignorancias, pasiones, temores, miedos, violencias, anomalías psíquicas  y otras muchas causas. Para que el hombre peque y ofenda a Dios tiene que ser consciente y libre del mal que hace, cosa que sólo Dios sabe en su infinita sabiduría misericordiosa. Hay muchos males en el hombre que no son pecados, sino actos de hombre, no actos humanos; y muchos, por graves que parezcan, y al observarlos rompan el discurso de la razón y dejen el corazón hecho trizas, no ofenden a Dios ni merecen el infierno. Sólo la eterna sabiduría de Dios, hermanada con su infinita misericordia sabe quién peca y merece el infierno con sus pecados. Esto no quiere decir que no hay pecados graves y leves,  porque es la justicia misericordiosa de Dios quien los juzga.

4 Justicia y misericordia de Dios

Dios es el Ser eterno, el que es infinitamente perfecto amando siempre.  Es Uno en esencia y Trino en personas distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, una realidad sobrenatural que el hombre concibe en perfecciones humanas o atributos, cuyo significado no se pueden aplicar de la misma manera a Dios que a los hombres. Son muchos los atributos con los que conocemos a Dios con limitaciones,  y de modo imperfecto y analógico. Su existencia es el principal atributo, pues el que es siempre forzosamente tiene que ser lo mejor. En relación de los hombres destacamos dos atributos: justicia y misericordia.
La justicia es la virtud por la que Dios juzga las obras de cada hombre sin equivocación posible, porque es infinitamente sabio, sabe lo que hace y metafísicamente no se puede equivocar. La misericordia es otra virtud tan perfecta como la justicia. Cuando se dice que la justicia de Dios es infinitamente misericordiosa no quiere decir que es más justo que misericordioso, ni más misericordioso que justo, sino tan justo como misericordioso, pues Dos tiene todas las perfecciones  por igual en grado infinito, y entre ellas no existen distinción real sino de razón. Tenemos que amar tanto la justicia de Dios como su misericordia, porque Dios es una sola cosa: Amor, que es gracia, paz, justicia y misericordia.
Confía en Dios, aunque hayas pecado, vive convertido y no le temas, porque su justicia es paz, misericordiosa de Padre.