DIEZ LEPROSOS Y JESÚS
COMENTARIO
La curación de los diez leprosos sucedió en el tercer año de la vida
pública de Jesús, cuando se dirigía hacia Jerusalén para celebrar la última
Pascua y consumar el sacrificio de la cruz. No sabemos más detalles de este
milagro que la simple y sencilla narración que nos facilita el evangelista San
Lucas (Lc 17,11-19).
Sucedió que al pasar Jesús por un pueblo, cuyo nombre no dice
el evangelista, en el que había una leprosería, salieron a su encuentro diez
leprosos, que conocían de oídas a Jesús, como insigne predicador de la Nueva
Noticia y taumaturgo, pues su fama se había extendido ya por todas partes. Y
desde lejos, observando la legislación vigente, los diez gritaron con tonos
descompasados: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Habían
perdido toda esperanza humana y no encontraban otra solución para su enfermedad
incurable entonces que el milagro.
Jesús con su corazón humano, divinizado, al verlos se compadeció de
ellos y les dijo: Id a los sacerdotes. Con estas palabras les
dio a entender que se iban a curar, pues los sacerdotes eran los que extendían
el certificado de curación o el alta, como decimos hoy, para que se
pudieran integrar en la Sociedad. Tuvieron fe en su palabra, y todavía leprosos
se pusieron en marcha; y sucedió que en el camino, quedaron limpios de la
lepra. Uno de ellos, que era samaritano, enemigo de raza de los judíos,
al verse curado, echó a correr, loco de contento, en busca de Jesús, alabando a
Dios a gritos y pregonando a los cuatros vientos que Jesús lo había curado. Y
cuando lo encontró, se echó por tierra a sus pies, signo de humilde gratitud,
dándole las gracias repetidas veces con palabras emocionadas, expresadas con
espontaneidad y mímica desproporcionada. Jesús, al verlo en esa postura
reverente, recorrió con su mirada el lugar donde se encontraba el samaritano,
para ver si venían detrás los otros nueve; y, visiblemente entristecido,
dijo:
¿No han quedado limpios
diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero
para dar gloria a Dios? Y, apenado por la ingratitud de los otros nueve,
conmocionado, dijo al leproso samaritano: Levántate, vete; tu fe te ha
salvado.
Este pasaje, tan
psicológicamente humano, me sugiere tres temas que quiero tratar
someramente: la Oración comunitaria, Haz el bien y no mires
a quién, acción de gracias.
ORACIÓN COMUNITARIA
Los diez leprosos tenían la
misma enfermedad de la lepra, y juntos acudieron a Jesús a pedirle el milagro
de la curación. Y Jesús como respuesta a esa petición comunitaria los curó. La
oración comunitaria tiene ante Dios una fuerza tan grande que produce efectos
sorprendentes y, a veces, milagrosos, porque “cuando dos o tres se
reúnen en mi nombre, en medio de ellos estoy Yo”, dice Jesús en el
Evangelio. También la oración personal tiene eficacia para otros,
pues todo lo que un cristiano hace personalmente produce efectos
comunitarios en el Cuerpo Místico de la Iglesia.
Piensa que en tu oración y
acción orante, otras muchas personas que tienen necesidades, enfermedades
físicas o espirituales iguales, parecidas o mayores que las tuyas, se
aprovechan de ellas, casi como si fueran propias, porque la savia de la gracia
personal que circula por las venas de tu alma, se comunica por todos los
miembros, del Cuerpo Místico de la Iglesia. Y aunque digas: Señor ten
compasión de mí, equivale a decir: Señor, ten compasión de
nosotros. De esta manera con tu oración nos sentimos más reforzados, y las
gracias que pedimos al Señor para nosotros, las pedimos también para los demás.
HAZ EL BIEN Y NO MIRES A QUIÉN
HAZ EL BIEN Y NO MIRES A QUIÉN
Jesucristo, como Dios, sabía
perfectamente que nueve de los diez leprosos curados, no volverían a
darle las gracias; y, a pesar de la ingratitud humana prevista, hizo a los diez
el milagro, porque el bien hay que hacerlo sin mirar a quién.
La bondad infinita de Dios,
que es Amor, se difunde a todos los hombres en la medida que a Él le parece en
bien de cada uno de ellos. Así como el Señor hace salir el sol y llover para el
bien de todos los hombres, buenos y malos, cuando le parece mejor, nosotros
debemos hacer el bien a todos los que lo necesitan, sin mirar su condición
moral. Como cristianos, debemos hacer siempre el bien que podamos a
todos, sin tener en cuenta el bien o el mal que hagan, porque todo el
bien que se hace al hombre se hace al mismo Cristo (Mt 25,40).
Cuando Jesús curó a los
diez leprosos, sabía que sólo uno volvería a darle las gracias, y sin embargo,
curó a los diez, aunque los otros nueve no fueron agradecidos. “Dios
quiere que nos amemos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que
ama ha nacido de Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es
Amor” (1 Jn 4,7-8).
Jesucristo nos enseñó a hacer el bien a quien nos hace mal, bendecir a
quien nos maldice, perdonar a quien nos ofende (Mt 5,38-48). Hacer el bien por
amistad, por simpatía, por ideal humano o político, nada más, es sacar al
hombre fuera de su contesto cristiano. La mejor manera de perdonar al
enemigo es haciéndole bien con obras, palabras y pensamientos, y, sobre todo,
con la oración, aunque se tengan que amordazar los instintos rebeldes de la
sensibilidad, que pide correspondencia o venganza.
ACCIÓN DE GRACIAS
El hombre depende totalmente de Dios, Creador, por ser su
criatura, e hijo de Dios, Padre. De Dios todo lo hemos recibido, y, por
tanto, todo lo que somos, tenemos, y valemos debe ser para Dios. La actitud del
hombre para con su Creador, Señor, y Padre, debe ser una permanente
acción de gracias, porque siendo la nada, empezó a ser criatura, hijo de Dios,
como Él quiso, según el plan eternamente concebido sobre la Creación y
Redención.
Recapitulemos
algunas gracias que hemos recibido de Dios:
1 Gracias a Dios por haber
nacido de unos padres concretos, en un lugar determinado y en una época precisa.
2 Gracias a Dios por el
bautismo que hemos recibido y por haber sido educados en ambientes cristianos.
3 Gracias, Señor, por
las personas que pusiste en nuestro camino para que pudiéramos vivir la
vocación bautismal cristiana.
4 Gracias, Señor, por
el Colegio, Parroquia, Centro cristiano que nos ayudaron a formarnos en el
compromiso bautismal.
5 Gracias por todo lo
que me sucedió en mi viaje hacia la eternidad.
6 Gracias a quienes
nos han hecho el bien y no les hemos dado las gracias por inconsciencia,
negligencia u olvido.
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