sábado, 1 de febrero de 2020

Presentación del Señor


Contribución de los israelitas al templo
Los israelitas acudían generalmente tres veces al año al Templo de Jerusalén para cumplir sus principales obligaciones religiosas: la fiesta de la Pascua, la fiesta de la siega y la fiesta de la recolección (12x 23,14-17); o como mínimo una vez, para el sacrificio de la Pascua (Ex 12). Además de estas obligaciones legales y otras muchas, existían para las madres israelitas religiosas dos prescripciones de la Ley mosaica: la Purificación después del parto y la Presentación del hijo recién nacido en el templo. Los dos preceptos solían cumplirse en una misma ceremonia. La ley mandaba la purificación de la mujer después del parto (Lev 12). Cuarenta días después del alumbramiento de un niño, (o después de ochenta, si se trataba de una niña). Las madres debían presentarse en el templo para ser purificadas de la impureza legal que habían contraído. La ruptura de la integridad física impedía a la madre bajo pecado participar en el culto y tocar cualquier objeto sagrado. El hecho de ser madre no fue antes, ni es ahora en el concepto bíblico ninguna cosa impura, pues es una colaboración a la obra creadora de Dios. San Pablo llegó a decir que la maternidad virtuosa es garantía de salvación:"La mujer se salvará por su condición de madre, si persevera con modestia en la fe, en el amor y en la santidad" (1 Tim 2,15).
La ley de Moisés no dice que la madre pecaba al tener un hijo, sino que quedaba legalmente "impura". La mujer israelita, que había sido madre, tenía que ser purificada en una celebración litúrgica, y aportar, como tributo para la financiación del templo, un cordero primal, si tenía una condición social desahogada, o un par de tórtolas o dos pichones, si era pobre.
María fue desde Belén a Jerusalén a cumplir la ley del Señor, aunque no necesitaba purificación, porque era virgen en la concepción de su Hijo y virgen en su maternidad divina. Pero estos privilegios personales estaban escondidos para el mundo, y Ella, fervorosa israelita, debía dar ejemplo en el cumplimiento de la ley.
La Sagrada Familia atravesó la gran Ciudad, sin hacer caso a los impertinentes vendedores oportunistas, y llegó al templo. Me imagino que San José se acercaría a un puesto de una viejecita que tenía parejas de tórtolas blancas con pintas negras en el plumaje, metidas en jaulas de madera. Le dio lástima y le compró el par de tórtolas que su esposa tenía que ofrecer a Dios para su purificación, por un siclo, a precio de saldo. María dejó en los brazos de José al Niño, cogió entre sus manos las dos tórtolas, acarició sus alas, y tocándoles el pico, les dio un beso cariñosamente silencioso en sus blancas plumas salpicadas de lunares negros. Era la hora de tercia. El sacrificio del cordero se ofrecía a Dios dos veces cada día, una por la mañana y otra por la tarde (Lev 29,38-39).

Encuentro de la Sagrada Familia con el profeta Simeón
Cuando José y María caminaban en dirección al atrio de las mujeres para esperar allí la hora de la ceremonia, apareció un extraño personaje: un anciano, llamado Simeón, fervoroso israelita que se pasaba prácticamente todo el día en el templo y asistía a la ceremonia de la purificación de las madres. Se acercó a María, y, como si fuera amigo de Ella de toda la vida, tomó a Jesús en sus brazos, lo bendijo y profetizó que ese Niño sería luz de las gentes, gloria de Israel y signo de contradicción de todos los tiempos; y también, mediante una viva metáfora profetizó que María sería Corredentora del género humano. San Lucas nos lo cuenta de esta manera: "Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que esperaba la liberación de Israel: el Espíritu Santo estaba en él, y le había anunciado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu fue al templo, y, al entrar los padres con el Niño para cumplir lo establecido por la ley acerca de Él, lo recibió en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar morir en paz a tu siervo, porque tu promesa se ha cumplido. Mis propios ojos han visto al Salvador que has preparado ante todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel... Este Niño será signo de contradicción; y a ti una espada te atravesará el corazón" (Lc 2,25-35). ¿Asistiría Simeón a la ceremonia de la purificación de María? No lo dice el Evangelio, pero parece lo más probable.

Ceremonia de la purificación y presentación del Niño
En el momento oportuno llegó el sacerdote de turno con una túnica blanca, ribeteada con bordados dorados en las mangas, cuello y orla del bajo de la túnica. Sobre ella un manto de color rojo rebajado, y encima el efod, vestidura litúrgica corta y sin mangas, parecida a una dalmática, de color púrpura. Sobre su cabeza brillaba una tiara labrada con ricas piedras preciosas, signo de la dignidad del celebrante. Colgado del cuello llevaba un cordón dorado del que pendía un pectoral de oro reposando sobre el pecho.
María no pudo evitar el escalofrío de la cuchillada del primer cordero que se sacrificaba. Sintió la sensación de que le estaban rasgando el corazón, pensando en el cruento sacrificio de su Hijo, que estaba simbolizado en aquel cordero. Contuvo las lágrimas con entereza, mientras que luchaba por sobreponerse a las circunstancias.
Terminada la ceremonia bajó las escaleras sobrecogida, emocionada, con el rostro demudado y los ojos bañados en lágrimas. Cogió de los brazos de José al Niño Jesús, y, acompañada de su esposo, se dirigió hacia el altar de la presentación para ofrecer a su Hijo al Señor, después de haber entregado para el templo la ofrenda económica establecida.
El Evangelio destaca el hecho de la purificación de María silenciando la presentación del Niño Jesús en el Templo. Nos refiere el evangelista que "su padre y su madre estaban admirados de las cosas que decían de Él" (Lc 2,33).

La perfección consiste en el cumplimiento de la voluntad de Dios
Cada ser creado, por pequeño que sea, aunque parezca raro, extraño e inexplicable, tiene su función específica, su razón de ser y estar en el mundo creado por Dios para ser objeto de la Redención de Jesucristo. La ley tanto física como moral es necesaria para que la cosa sea lo que tiene que ser en la esencia misma de su perfección. La ley moral natural está dictada por Dios en la conciencia de cada hombre, revelada en el Decálogo en diez mandamientos, resumida por Jesucristo en el amor a Dios y al prójimo, y explicada por el Magisterio auténtico y perenne de la Iglesia. "La ley es la plenitud del amor" (Rm 13,10). El santo es el ser perfecto que cumple con perfección la voluntad de Dios.



María, modelo para el cristiano en el cumplimiento de la ley eclesiástica
Desgraciadamente, en nuestros tiempos, la fuerza obligatoria de los mandamientos se la Santa Madre Iglesia ha perdido su vigor para muchos cristianos con el agravante de que no pocos católicos los rechazan sin escrúpulo. Es una triste realidad, que hay que reconocer con humildad y tristeza. Muchos, llamados hombres de fe, no cumplen ya el precepto dominical. Se limitan simplemente a ir a Misa por apetencias personales o por obligaciones sociales. La confesión, por ejemplo, se ha infravalorado, descuidado o abandonado hasta el punto de que hay cristianos, comprometidos con la "Iglesia", que comulgan habitualmente y no reciben el sacramento del perdón. El ayuno y la abstinencia, prácticas vigentes en el Derecho canónico, se consideran normas penitenciales desfasadas, que han quedado reservadas a un grupo limitado, más o menos numeroso, de antiguos cristianos consecuentes con la fe tradicional. El mandamiento de ayudar a la Iglesia en sus necesidades es una obligación que se quiere cumplir roñosamente con limosnas en las colectas de la misas, donativos esporádicos de raquítico corazón y con  ocasión de recibir un sacramento o un servicio religioso.

La financiación de la iglesia

Fundamento bíblico
El comportamiento religioso de María en el templo, con ocasión de su Purificación como madre y Presentación del Niño a Dios Padre, nos facilita la oportunidad de tratar de pasada este tema, para imitar a María en el cumplimiento cristiano del quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia. En los antiguos catecismos el precepto de ayudar a la Iglesia en sus necesidades aparecía redactado con inspiración bíblica del Antiguo Testamento:"Pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios".Con estas palabras se imponía a los cristianos la obligación de contribuir a la financiación de la Iglesia, que pocas veces se hacía como Dios manda, sino como limosna a nuestra madre la Iglesia.
Diezmo significaba la décima parte de los productos del campo. "Llevarás a la casa del Señor, tu Dios, lo más florido de tu tierra" (Ex 34,26). Y se llamaban primicias los frutos primeros de la vida humana o animal: los primeros nacidos, hombres o animales eran propiedad exclusiva de Dios. Los primogénitos de mujer debían ser consagrados a Dios; y los de los animales tenían que ser sacrificados para expiar los pecados del pueblo de Dios. "Yo inmolo al Señor todo animal primogénito y rescato al primer nacido entre mis hijos" (Ex 13,1-2).
Los frutos de la tierra se destinaban para la financiación del templo: culto, manutención de sacerdotes, ministros, servidores y obras sociales de ancianos, viudas, huérfanos y pobres. El antiguo pueblo de Israel cumplía preferentemente el precepto de los diezmos y primicias con ocasión de celebraciones religiosas como la fiesta de las semanas y la fiesta de las primicias de la recolección, al terminar el año (Ex 34,22).

Fundamento histórico
La primitiva comunidad de Jerusalén vivía el Evangelio de Jesucristo con desprendimiento de corazón, prácticamente como si tuvieran voto de pobreza, aunque no existía entonces este vínculo jurídico de consagración a Dios. La fe en Cristo resucitado hacía que todos escucharan las enseñanzas de los Apóstoles, vivieran unidos, fueran constantes en la oración, en la celebración de la Eucaristía y en la unión fraterna, de manera que todo lo tenían en común. Vendían las posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno (Hch 2, 41-47;4,32-35).Pero no todo era jauja, pues como aquella comunidad cristiana estaba compuesta por hombres, y dicen que "en todas partes se cuecen habas", tenía también sus cosas, como sucede y sucederá siempre en todas las instituciones humanas. Un tal Ananías, de acuerdo con Safira, su mujer, vendió una propiedad y se quedó con parte del dinero. Pedro le reprendió por este grave pecado. Y, no pudiendo resistir las palabras del Apóstol, cayó muerto. Y lo mismo le sucedió a su mujer Safira, cómplice de este robo (Hch 5,1-10).

Sustentación de los diezmos y primicias
A partir del siglo VI, cuando el cristianismo se fue extendiendo por todas partes, se enfriaron los primeros fervores de los cristianos, y muchos, paganizados, dejaron de cumplir el deber sagrado de pagar los diezmos. Fue entonces cuando la Iglesia se vio obligada a poner paulatinamente leyes sobre las ofrendas, inspirándose en las normativas del Antiguo Testamento. El momento histórico culminante de la institución legislativa de la contribución a la Iglesia mediante los diezmos y primicias tuvo lugar en los siglos del XI al XIII, coincidiendo con el feudalismo. La crisis de los diezmos sobrevino cuando en la Edad Moderna la economía agraria se transformó en capitalista. Las causas fundamentales fueron la ruptura de la unidad religiosa en Europa con el resurgimiento del protestantismo y la industrialización. Estas circunstancias hicieron que los diezmos desaparecieran en Francia durante la revolución, en el año 1789. En España fueron abolidos por la desamortización de Mendizábal el año 1837. En sustitución de los diezmos surgieron los aranceles eclesiásticos, obligaciones económicas con las que los fieles aportaban una ayuda en metálico a la Iglesia, con ocasión de recibir un sacramento o un servicio religioso. La legislación antigua del Derecho Canónico de Benedicto XV, año 1917, en el canon 1.502 establecía la obligación cristiana de ayudar a financiar la Iglesia con la bíblica expresión de pagar diezmos y primicias, dejando el modo de cumplir este precepto a los peculiares estatutos o costumbres laudables de cada región. El vigente Derecho Canónico, publicado por el Papa Juan Pablo II en 1983, recuerda en el canon 222 el quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia con estas palabras:"Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad y el conveniente sustento de los ministros". El canon no especifica ni el sistema de aportación económica ni la cuantía. Deja a la autoridad del Obispo o de las Conferencias Episcopales el sistema de contribución a la Iglesia. Este precepto puede cumplirse también con prestaciones personales.
En la Archidiócesis de Madrid se suprimieron los aranceles el año 1965, siendo Arzobispo D. Casimiro Morcillo. Desde entonces hasta nuestros días los fieles ayudan al sostenimiento de la Iglesia mediante aportaciones económicas voluntarias, con ocasión de recibir los sacramentos o servicios religiosos; y también por medio de donativos, colectas, cepillos o suscripciones periódicas.

Desamortización de Mendizábal
Juan Álvarez Mendizábal nació en Cádiz el 25 de Febrero de 1790, y murió en Madrid en Noviembre de 1853. Era descendiente de judíos. Sus padres fueron comerciantes de objetos viejos, ropavejeros. Desde muy joven mostró especiales cualidades para el mundo de las finanzas. Era político independiente, liberal y anticlerical. Exilado por el gobierno español en 1823, vivió en Londres doce años, donde montó un gran negocio y se hizo inmensamente rico, consiguiendo un gran prestigio entre los ingleses. Más tarde fue repatriado por el Gobierno español, afín a sus ideas políticas, y fue ministro de Hacienda tres veces, llegando a ser jefe del Gobierno desde el 15 de Septiembre de 1835 al 15 de Mayo de 1836, es decir ocho meses. El 11 de Octubre de 1835 declaró disueltas todas las Órdenes religiosas existentes en España, excepto las dedicadas a la pública beneficencia. El 19 de Febrero de 1836 declaró la venta de los bienes de la Iglesia para pagar la deuda nacional y solucionar el gravísimo problema social que existía entonces en España.
La desamortización eclesiástica fue un expolio de los bienes de la Iglesia, difícilmente justificable desde el punto de vista legal y moral. Usurpadas las posesiones eclesiásticas, fueron subastadas públicamente con el resultado que se preveía: conseguir que los ricos, gobernantes y políticos compraran más posesiones subastadas, así se hicieran más ricos y los pobres más pobres y el Estado se quedó con las mismas o más trampas que antes tenía.

Ayuda económica del gobierno a la Iglesia
El Gobierno debe seguir contribuyendo a la financiación de la Iglesia, aun en el caso hipotético de que haya restituido ya los bienes usurpados con motivo de la desamortización de Mendizábal, porque la Iglesia es una Institución social importante y una Sociedad benéfica que contribuye, como ninguna otra, a solucionar los problemas sociales de educación cívica, atención sanitaria, pobreza y marginación del Mundo. Por tanto, queda suficientemente probado que el Estado no regala a la Iglesia nada con las asignaciones económicas que le concede, sino que cumple una obligación de justicia, invirtiendo parte de los fondos de los españoles para un bien común de la Sociedad.


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