Amad
a vuestros enemigos
En
el Evangelio de este domingo la palabra de Dios nos manda un precepto
muy difícil, que generalmente no se cumple: Amar a nuestros
enemigos.
Son
muchos los textos de la Sagrada Escritura, principalmente de los
evangelios y Nuevo Testamento que nos hablan del amor al enemigo.
Citemos algunos.
“Habéis
oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persiguen, para que seáis hijos de vuestro padre celestial” (Mt
5,43-45).
“Si
vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también
a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los
hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt
6,14-15).
“Si
tu hermano peca, corrígelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si
peca contra ti siete veces y si siete veces vuelve a ti para decirte:
Me arrepiento, lo perdonarás” (Lc 17,3-4).
“Si
al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un
hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del
altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y
presentas tu ofrenda” (Mt
5,23-24).
El
amor al enemigo es un precepto universal, porque todos somos hijos de
un mismo Padre celestial. Si no perdonamos a quienes nos ofenden,
tampoco Dios no nos perdona nuestros pecados. Si tu hermano peca
contra ti siete veces y te pide perdón, perdónale.
El
amor al enemigo es un precepto universal
Del
amor cristiano no se puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo, a
quien hay que amar como miembro del Cuerpo Místico de Cristo. El
perdón a los enemigos no es un consejo de perfección evangélica
sino un precepto universal para todos los hombres. El motivo
principal de perdonar a quien nos ha ofendido es el ejemplo del Señor
que perdonó a quienes lo crucificaron con aquellas palabras que
pronunció en la cruz, antes de morir: “Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). No
se puede hacer ofrendas al Señor con un corazón enemistado con el
hermano. Negando el perdón a nuestros hermanos el corazón se cierra
y se hace impermeable a la misericordia divina. Así nos lo enseña
la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan
Pablo II: “Al negarse a perdonar a
nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo
hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión
del propio pecado, el corazón se abre a su gracia” (Cat
2840).
El
perdón al enemigo es condicional al modo en que Dios nos
perdona nuestros pecados, como nos enseñó Jesucristo en el
Evangelio en la oración del padrenuestro: “como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden”. Muchos santos aprendieron a
perdonar a sus enemigos copiando al pie de la letra el ejemplo de
Jesús. Santa Teresa de Jesús sentía una alegría singular cuando
se enteraba de que alguien la calumniaba o injuriaba, y si no fuera
porque los hombres injuriándola ofendían a Dios, deseaba que todo
el mundo la ofendiera. Santa Juana de Chantal perdonó al que mató a
su marido de tal manera que llegó a ser madrina en el bautismo de
uno de sus hijos, acción heroica que llenó de admiración San
Francisco de Sales, cofundador con ella de las Salesas. El santo Cura
de Ars, al recibir una bofetada de uno de sus enemigos, le contestó
con una sonrisa en los labios: “Amigo, la otra mejilla tendrá
celos”
El
amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no vengarse
El
perdón al enemigo consiste en no odiar y no vengarse, por
propia cuenta, del mal que se ha recibido. No se opone a exigir la
justicia, que es necesaria y, a veces, obligatoria, para que no cunda
el delito en los malhechores, y se castigue el mal; ni obliga a
reanudar la amistad que antes se tenía con el amigo convertido en
enemigo. Basta con tratar al enemigo con un comportamiento normal en
casos extremos de necesidad, como se suele hacer con un extraño.
Excluye dos cosas: el odio y la venganza en el corazón,
incompatibles con el perdón.
El
odio no es sentir la ofensa que se ha recibido del ofensor, pues
sentir no es consentir; ni tampoco recordar la ofensa y al ofensor,
sin odio ni venganza, la cosa más natural del mundo. Vengarse por
propia cuenta de la ofensa que se ha recibido es hacer por propia
cuenta la justicia. Sin embargo, perdonar pero no olvidar por razones
simplemente temperamentales es compatible con el perdón, aunque
repela la presencia de la persona del enemigo, o se revuelva el
interior al recordar la ofensa. Perdonar y olvidar totalmente en el
corazón y en la memoria, es propia de cristianos virtuosos.
El
hombre se siente más veces ofendido que ofensor
El
hombre, por instinto natural, se siente más veces ofendido que
ofensor, como lo demuestra la experiencia de la vida. Sucede en esto
como en los accidentes de tráfico, que casi siempre decimos que
hemos recibido un golpe del otro y, pocas veces que nosotros somos
los culpables, aunque sea verdad, pues el orgullo se esconde en el
pliegue más recóndito del corazón. Este estilo de autodefensa
instintiva aparece ya en el paraíso terrenal en la historia del
pecado original. Cuando Dios preguntó a Adán la razón de su
desobediencia: “¿Por
qué has comido del árbol prohibido? Adán respondió: la mujer que
me diste por compañera me dio del árbol y comí. El Señor dijo a
la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? La mujer respondió: La
serpiente me engañó y comí” (Gén 3,11-13).
El
comportamiento de Adán y Eva fue infantil. ¿Quién reconoce la
verdad de su pecado delante de los hombres? ¿Quién se considera
pecador en su propia conciencia?
Las
ofensas familiares son más perdonables
Se
suelen perdonar con más comprensión y misericordia las ofensas
entre familiares, padres, hijos y hermanos, aunque muchos cristianos,
que van a misa y comulgan rompen las relaciones familiares y humanas
generalmente por problemas económicos de poca monta, por ejemplo de
herencia, cosa que desgraciadamente es muy corriente.
Muchos
pecadores, con sus actos, considerados pecados en la ciencia de la
Teología Moral, no ofenden a Dios porque no saben lo que hacen, pues
si conocieran realmente a Dios con el conocimiento de la fe, no le
ofenderían. La misericordia de Dios es tan infinita que tiene en
cuenta los condicionamientos del pecador, ocultos a los ojos de los
hombres.
Las
características principales del perdón son:
-Pronto,
ahora mismo, cuanto antes, como nos enseña la Palabra de Dios: “No
se ponga el sol sobre vuestra iracundia” (Ef 4,26).
-Sin
límite, sin poner tope a nuestro perdón, como nos enseña el
pasaje evangélico: “Entonces dijo Pedro a Jesús: ¿cuántas
veces he de perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces? Le dijo
Jesús: No digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete”
(Mt 18,21-22), frase que significa siempre.
-De corazón, perdón salido de lo más profundo del alma,
sobrenaturalizado, venciendo los naturales impulsos de la naturaleza.
En
consecuencia, hay que perdonar al enemigo siempre, aunque se exija la
justicia, se sienta la ofensa, y no se borre de la memoria,
circunstancias conciliables con el perdón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario