sábado, 27 de febrero de 2021

Segundo domingo. Cuaresma. Ciclo B

 



“La Cuaresma es el tiempo litúrgico fuerte en el que los cristianos nos preparamos a celebrar el misterio pascual, mediante la conversión interior, el recuerdo o la celebración del bautismo y la participación en el sacramento de la reconciliación” (SC 109-110).

El deseo de la Iglesia es que en Cuaresma nos convirtamos en el corazón con un cambio de vida de pecado a la gracia, de la gracia a la perfección evangélica, con expresión exterior de obras; que celebremos las exigencias del bautismo, que son vivencias de santidad de vida.

Por consiguiente, lo mejor que podemos hacer, en consecuencia, es luchar contra el pecado, viviendo siempre y a toda costa en gracia de Dios, como exigencia bautismal, y que ejerzamos el sacramento del Perdón, con vivencias prácticas de la vida cristiana.

Después de haber dedicado Jesús, casi toda su vida, unos treinta años, a la vida oculta en oración, soledad y trabajo en obediencia, empujado por el Espíritu, se marchó al desierto a dedicarse durante cuarenta días y cuarenta noches a la oración y al ayuno, como preparación para la vida pública.

Hoy, primer domingo de Cuaresma, el Evangelio nos habla de las tentaciones que Jesús padeció en el desierto. Tentación es la vida del hombre sobre la tierra. Jesús, hecho hombre en todo menos en el pecado, fue también tentado para darnos ejemplo de vencer la tentación. Con la gracia de Dios podemos vencer todas las tentaciones, por fuertes y graves que sean, si colaboramos a ella con todas nuestras fuerzas, utilizando todos los medios que tenemos a nuestro alcance, tanto en el orden sobrenatural como natural.

Vamos a enumerar los principales

SOBRENATURALES

- La oración

La oración, bien hecha, habitual y circunstancial, es fuerza omnipotente para el hombre, sobre todo cuando la tentación nos acosa. Ponernos en peligro de pecar y orar es como quien se pone bajo la lluvia y no quiere mojarse; o como quien se arrima al fuego y no quiere quemarse.

Los que son tentados teniendo ya el hábito de pecar, no suelen liberarse del pecado, si se ponen en las circunstancias que normalmente les llevan a pecar: es jugar a estar en gracia contemporizando con las ocasiones de pecado. Difícil tarea para los que quieren vivir en gracia metidos en ambiente de pecado. La lucha resulta derrota en materia de la castidad, cuando hay amor, pasión o vicio.

- Vida interior

Cuando el cristiano vive siempre en la presencia de Dios de manera habitual, en conversación permanente con Él de muchas maneras, resulta difícil pecar. No podemos contentarnos con la oración actual de cada día durante un tiempo, es necesario para ser cristianos comprometidos o santos llevar a Dios siempre en el corazón y en la mente, sabiendo que convive con nosotros en nuestro interior y actúa en todas nuestras cosas con su Amor providente. Con el cuerpo, en virtud de la gravedad, se pisa tierra y con el alma, por la fuerza del Espíritu Santo, se toca Cielo.

- Sacramento de la Reconciliación

El Sacramento de la Confesión es un medio sobrenatural para recuperar la gracia perdida por el pecado, recuperar la fuerza desgastada en la lucha y en la caída, y reparar las grietas del alma. Cuando el penitente recibe el sacramento en estado de gracia, fortalece su alma para la lucha contra el pecado, el ejercicio de las virtudes y para los imprevistos que puedan surgir en la vida cristiana ordinaria.

La Confesión no puede ser solamente un medio para recuperar o aumentar la gracia, sino también un encuentro personal con Cristo ante su ministro, el sacerdote, para celebrar la misericordia del Señor.

MEDIOS NATURALES

- El trabajo

Se ha dicho y con razón que el ocio es madre de todos los vicios y una ocasión muy propicia para pecar: hombre parado, malos pensamientos. Si el demonio te encuentra trabajando, por su psicología satánica, no se molesta en tentarte, porque tú no tienes tiempo y él no quiere perderlo. El trabajo que absorbe no deja espacio nada más que para la tentación fugaz o pecado de pensamiento, y no para el pecado consecuente que requiere concentración y tiempo.

El trabajo ejercita el discurso del entendimiento, fortalece la voluntad, controla las pasiones desordenadas y perfecciona la persona en todas sus facultades; y es también una obligación, una necesidad social, una virtud, un medio de santificación y un apostolado místico.

- Entretenimiento o hobby

El ocupar el tiempo en lo que a uno le gusta, le apetece, le entretiene o divierte en cosas buenas o indiferentes es un remedio para evitar las tentaciones y el pecado. La afición, el gusto por las cosas buenas satisface las apetencias naturales del hombre, le llena de felicidad y evita ocasiones de la tentación y el pecado.

- La mortificación

El Evangelio manda y aconseja la penitencia: Haced frutos de penitencia como medio para reparar los pecados, fortalecer con disciplina la parte espiritual y corporal del hombre, controlar las pasiones, y santificar al hombre.

La mejor penitencia que podemos ofrecer a Dios es:

- aceptar los dolores físicos o psíquicos de la persona que tenemos que padecer, por voluntad de Dios o permisión divina por diversas circunstancias de la vida;

- desempeñar el sacrificio del trabajo que tenemos que cumplir por obligación;

- aguantar la difícil convivencia, costosa y obligada entre los miembros de la familia en la que tenemos que vivir;

- soportar la relación laboral con los compañeros de trabajo;

- padecer todo tipo de sufrimiento que ofrece el trato social con distintas personas de diversa educación y cultura;

- …

Además de estas penitencias obligadas, tenemos oportunidad de hacer otras de libre disposición, en circunstancias ordinarias, especialmente en tiempo de Adviento y Cuaresma, como, por ejemplo, suprimir gastos superfluos, no beber alcohol, fumar menos o no fumar, evitar dulces y golosinas, ver menos la televisión, no acudir a espectáculos, comer lo que menos gusta, dedicar más tiempo a la familia, visitar enfermos y ancianos, ser amable con todos, de manera especial con las personas que menos gustan, escuchar a los demás y hablar menos, evitar comentarios negativos, trabajar con intensidad, no discutir, ser puntual, evitar los juegos de azar.

sábado, 20 de febrero de 2021

Primer domingo. Cuaresma. Ciclo B

 

           

Para pronunciar la homilía de hoy, primer domingo de Cuaresma, ciclo B, voy a centrar mi atención en la oración colecta que en nombre de la Comunidad cristiana he dirigido al Padre por imperativo de la liturgia de la Iglesia en la Santa Misa. En ella he pedido para todos nosotros dos gracias importantes para la vida cristiana y consagrada: avanzar en la inteligencia o inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud.

Es evidente que nosotros no podemos decir que conocemos a Cristo de vista, porque hemos tratado con Él alguna de vez de paso, con motivo de un funeral, una boda, un acto religioso, en el que se oye hablar de Cristo de pasada, como sucede en el conocimiento humano, cuando uno se encuentra con una persona por primera vez circunstancialmente, y sólo se la conocemos de vista, porque su imagen quedó gravada en nuestra retina. Ese conocimiento es de vista que equivale a no conocerla nada. Nosotros, católicos practicantes, conocemos a Cristo por nuestra cultura elemental de catequesis o estudios teológicos más o menos profundos. Por lo tanto la primera gracia consiste en pedir al Padre el avance en el conocimiento de Cristo, que ya tenemos.

Hay varios modos de conocer a Cristo, por ejemplo, por la escucha atenta y piadosa de la Palabra de Dios, la lectura reposada de la Biblia, la lectura de libros piadosos, la cultura en la profundización de la fe por medio de cursillos, ejercicios espirituales, charlas, conferencias, y, sobre todo, el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por el Papa Juan Pablo II.

Pero con esto no es suficiente, ya que no se trata de un conocimiento humano, aunque sea teológico, pues dice San Ignacio de Loyola que “no el mucho saber satisface el alma, sino el gustar de Dios intensamente”. No es problema de conocimiento humano, sino divino, de trato íntimo con Dios que es conocimiento místico en el que sin conocimientos especiales catequéticos o teológicos o con los elementales, se puede llega a conocer a Cristo y su misterio, que es la Iglesia, con el simple trato de la oración, entendida en un sentido teológico. Hay muchos católicos de sencillez elemental, sin estudios teológicos, que conocen experimentalmente por la oración a Cristo, mejor que muchos teólogos que imparten estudios teológicos en Universidades católica de la Iglesia, que conocen a Cristo científicamente, pero no le conocen espiritualmente. La oración, bien hecha, es el mejor medio de conocer a Cristo y a la Iglesia porque el trato íntimo con Dios en la soledad del corazón conlleva al conocimiento de Cristo que enseña la Iglesia.

Orar no es sólo elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes, definición teológica clásica, es “tratar de amistad con Dios, que sabemos nos ama” expresión de Santa Teresa de Jesús. Es comunicarse con Dios con el simple estar con Él, pensar en Él, sentir con Él, aunque no se le sienta, estar y obrar con Él y en Él, hablar con Él o escucharle con el lenguaje místico, que no necesita palabras o con palabras que no son expresión de ideas sino vivencias que no tienen explicación humana; mediante la oración, no interrumpida, ni siquiera por el sueño, que es un modo inconsciente de orar, dejando que Dios actúe en el alma mediante el sueño, irrealidad humana que facilita la unión mística con Dios con el que está y vive despierto “divinizado”.

Con un conocimiento teórico de Cristo y de su Iglesia, se consigue llegar a vivir en plenitud a Cristo y a su Iglesia, que son inseparables. La vivencia de Cristo en su plenitud es diversa. No consiste en una unión sensible de fe o de mística, de manera que quien vive a Cristo, vive elevado a la atmósfera del Cielo trasplantado a la tierra con elevaciones de espíritu y persona a estados que no conoce la ciencia teológica y no sabe explicar la ciencia mística. Consiste en vivir en pura fe con consolación del Espíritu Santo en la dureza de la tentación o insensibilidad de la sequedad de espíritu la presencia de Dios operativa en el alma, en todos los hombres y en todas las cosas.

En ver a Dios en todos los acontecimientos e identificarse con Él en todo, en divinizar lo humano y humanizar lo divino, en vivir “endiosado” en la tierra como si ya se viviera en el Cielo, sin gozar de Dios en plenitud, pero con ráfagas de divinidad.
El avance en la inteligencia de Cristo, en fin, consiste en conocerle cada vez más en su misterio con conocimiento divino con la profundidad de querer siempre la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste.

sábado, 13 de febrero de 2021

Sexto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B



En la homilía de hoy, sexto domingo del tiempo ordinario, ciclo B, que estamos celebrando, voy a fijar mi atención en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra, original del Espíritu Santo y escrita por el Apóstol San Pablo a los Corintios. El texto comprende cuatro ideas fundamentales para la vida cristiana y consagrada:

- Hacer todo para la gloria de Dios:
- “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”;
- “no dar motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos ni a la Iglesia”;
- “Contentar en todo a todos, no buscando el propio bien sino el de todos”

Con estas cuatro ideas, debidamente coordinadas, vamos a formular una frase muy práctica y eficaz para la vida cristiana y consagrada: Hacedlo todo para la gloria de Dios, sin hacer daño a nadie ni a la Iglesia, sabiendo que el bien que se hace no sólo es para el bien personal de quien lo hace, sino también para el bien común del Cuerpo místico de la Iglesia.

1 Hacedlo todo para la gloria de Dios.

El fin último y supremo de toda la Creación, especialmente del hombre, es la gloria de Dios, porque Él es el Creador de todas las cosas y tiene sobre ellas el dominio total y absoluto. El hombre ha sido creado por Dios para darle gloria, es decir, alabarle y bendecirle.

La gloria de Dios no hay que entenderla como un beneficio que el hombre hace a Dios para engrandecerle, cosa metafísicamente imposible, porque por ser Dios, perfección absoluta, infinita y eterna, no puede estar necesitado de ninguna criatura.

Pongamos dos ejemplos: Si por una imaginación, científicamente imposible, se pudiera colocar en el espacio una coraza fantástica, de manera que la luz y el calor no entraran a la Tierra, no habría vida en la Tierra, y la Tierra se convertiría en un caos; en cambio, el sol seguiría igualmente perfecto en su propio ser con sus propiedades de luz y calor. ¿Cuál es la gloria del sol? Evidentemente la gloria de la Tierra, que es la que recibe el beneficio de la vida, gracias al sol.

Otro ejemplo: Si tapiáramos los rosetones y ventanas del templo por los que la luz y el calor del sol entran dentro del recinto sagrado de nuestra Parroquia, el templo se quedaría totalmente a oscuras, y el sol quedaría igualmente radiante con su luz y calor. ¿Cuál es la gloria del sol? Evidentemente la alegría, el calor y la visibilidad del templo que se beneficia del sol.

Con estos dos ejemplos se puede entender la gloria de Dios. El hombre es creado por Dios para que participe de su gloria eternamente. Por tanto, es el hombre el que participa de la gloria, y no Dios, que es eternamente feliz. Es lógico que el hombre, por ser creado por Dios, tenga como fin último dar gloria a Dios, alabarle y bendecirle, como corresponde a la criatura: servir a quien le ha creado. Y mediante esto, conseguir la salvación eterna, que es participar de la gloria de Dios por años sin término.

Si un hombre construye una obra con materiales propios, es para su fin, por tanto, la puede destinar para lo que quiera: para que sea una vivienda, un despacho, un dormitorio, un comedor, un garaje… porque el que la ha hecho tiene la propiedad sobre ella, y le pertenece. Nosotros, los hombres, hemos sido creados por Dios, y no podemos tener otro fin que aquél para el que Dios nos ha creado, que es Él mismo, su gloria, que es nuestro bien, la participación eterna de su felicidad.

2 Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.

San Pablo en esta lectura nos pone dos ejemplos vulgares y comunes: comer y beber o cualquier cosa para la gloria de Dios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. Con esta frase se nos enseña una cosa esencial: que todo lo que no es malo, es decir, es bueno por su propia naturaleza, o es indiferente y se hace bueno por la intención por la que se hace la cosa, tiene valor eterno a los ojos de Dios.

Es bueno que después de rezar las tres avemarías al levantarnos, hagamos el ofrecimiento de obras del día, ofreciendo a Dios todo lo que vamos a hacer durante la jornada, muy provechoso también poner una intención espiritual y apostólica al principio de cada obra que realicemos.

Son muchas las cosas que podemos ofrecer a Dios en beneficio nuestro, pero entre ellas hay una jerarquía de valores:

- en primer lugar, las obras obligatorias: espirituales, cristianas, humanas y sociales, como son: el cumplimiento de los mandamientos, de los preceptos de la Santa Madre Iglesia, las obligaciones propias del estado civil, las laborales, las leyes o normas de la convivencia;

- y también todas aquellas obras libres que podemos hacer porque queremos o nos gustan: comer y beber con moderación, viajar, pasear, ver paisajes, ir a espectáculos buenos, divertirse, ir de excursión, dormir, descansar, porque todo lo que es bueno vale para nuestro bien y para la gloria de Dios, y si se hace en estado de gracia, tiene mérito sobrenatural, valor de Cielo.

3 No dar motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos ni a la Iglesia.

El cristiano no debe pecar nunca porque el pecado es un contrasentido, atenta al amor que a Dios debemos, no sólo es el quebrantamiento de la Ley. Si la tentación provoca en nosotros la debilidad y pecamos, evitemos el escándalo de los no creyentes, que equivale en nuestros tiempos a los judíos y a los griegos del tiempo de los Apóstoles, ni tampoco escandalicemos a los cristianos, porque el escándalo es un pecado condenado por Jesucristo en el Evangelio, que hace daño a toda la Iglesia.

Cada uno es libre para hacer lo que quiera y para pecar, pero la caridad cristiana exige que te escondas de los hombres para pecar, sabiendo que Dios lo ve todo y nada queda oculto a su divina presencia.

4 Contentar en todo a todos, no buscando el propio bien sino el de todos.

Se puede decir con todo rigor teológico que el hombre, y más en concreto el cristiano, nunca hace una obra únicamente personal, tanto buena como mala, sino siempre hace místicamente una obra comunitaria en favor de todos. El bien que uno hace, se hace en primer lugar para sí mismo pero con repercusión social. Es, por tanto, una obra principalmente personal y secundariamente comunitaria o eclesial. De la misma manera pasa con el mal que uno hace, que no sólo es un mal personal, sino también eclesial.

El cristiano en todo lo que hace debe tener una perspectiva comunitaria, porque todos los hombres del mundo, de diversa manera, forman parte del Cuerpo místico de la Iglesia; y todo lo que se hace es en bien o en mal de la Iglesia, como nos enseña magistralmente San Pablo. Cuando uno come no es en bien del paladar que degusta el alimento, ni en bien sólo del estómago que lo recibe y parece que se aprovecha de él, sino que repercute en bien de la vida de todo el cuerpo y cada uno de sus miembros, órganos, sentidos y de cada una de las partes más insignificantes.

Esta doctrina nos hace hacer el bien y evitar el mal, no sólo por el bien propio sino por el bien de todos, puesto que, repito, es un bien o un mal que repercute en toda la Iglesia.

Resumiendo podemos decir que todo lo que hagamos debemos hacerlo para la gloria de Dios, que es nuestro propio bien, evitando siempre el mal o el escándalo tanto de los no creyentes como cristianos, porque el mal perjudica a todos los hombres, y, por consiguiente, debemos hacer el bien buscando no sólo el bien personal sino también el bien de todos los hombres de la Tierra, como dijimos al principio de la homilía.

sábado, 6 de febrero de 2021

Quinto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B

Dios creó al hombre a su imagen y semejanza con un destino supremo, último, final, la glorificación de Dios y la participación eterna de Él en el Reino de los Cielos. Y para que él pudiera cumplir ese fin transcendente creó este mundo en el que vivimos, y en concreto, la Tierra; y se la entregó a Adán para que la cultivara, y siendo fiel a Dios, consiguiera luego la vida eterna, de la manera que la teología no conoce.

Pero Adán cometió el llamado pecado original y con él perdió el estado de santidad y justicia en que fue creado, quedando sometido  al desorden total en todo su ser, tanto en el cuerpo como en el alma: el error, el odio, la concupiscencia, el dolor y la muerte, quedando estropeados los planes de Dios. 

Entre los males que sobrevinieron al hombre, se hizo presente la injusticia social, de manera que en el mundo hay bastantes hombres que poseen mucho, son muy ricos y muchísimos que son muy pobres, contra la voluntad de Dios que quiere que toda la riqueza sea distribuida equitativamente entre los hombres en proporción justa, como medio para que el hombre pueda conseguir la felicidad eterna. 

Dios condena el hambre,  consecuencia injusta del pecado del hombre y de la administración política del poder. Es un hecho, tristemente comprobado, que hay en el mundo una tremenda desigualdad de posesión de bienes, que clama al Cielo,  de tal manera que millones de niños, hombres y mujeres se mueren de hambre, habiendo suficientes medios de producción en la Tierra para que todo el mundo tenga lo suficiente o necesario para vivir dignamente, como decía el Papa bueno, Juan XXIII ¿Por culpa de quién o  de quiénes? De todos los hombres en general, salvando las honrosas excepciones.  

Es verdad que el problema de garantizar el bien común integral corresponde, en primer lugar, a las  autoridades civiles, pero no es menos cierto que también a la Iglesia que trabaja por el bien común del hombre, hijo de Dios; y corresponde también a cada hombre que debe cumplir la justicia social. Por consiguiente, nadie debe excluirse del gravísimo problema de hambre que existe en el mundo.

Por providencia de Dios, nosotros hemos nacido en España y podemos decir que juntamente con nuestro nacimiento nació en nosotros la fe y la gracia de Jesucristo. En la guerra civil del 36 al 39, y en la postguerra, desde el año 1939 hasta el 1944, se pasó hambre en muchas regiones de nuestra Patria, como recordamos las personas muy mayores. Yo recuerdo, hermanos, que siendo pequeño, cuando era un niño piadoso, todavía sin vocación de sacerdote, pedía al Señor en la Comunión la gracia de poder comer pan a hartar, pues en mi familia éramos ocho hermanos, que con mi padre y mi madre nos sentábamos diez a la mesa, contando solamente con el sueldo de mi padre, que era un simple y honrado dependiente de comercio; y cuando ya era aspirante al sacerdocio, antes de ir al Seminario, cuando los niños vocacionables íbamos de excursión con el coadjutor de la Parroquia, que se llamaba D. Andrés Pinar Simarro, me pasaba dos o tres días ahorrando pan para el día de campo. Pues, bien, muchos de nosotros hemos pasado necesidad, pero hemos tenido siempre un plato de comida, por lo menos dos veces al día.

La Iglesia tiene la misión suprema de salvar al hombre, con el fin específico sobrenatural de la salvación eterna,  que incluye también los medios materiales y humanos  para conseguirlo; y tiene además el deber evangélico de atender a los más pobres, por mandato de Jesucristo. 

Nos podemos plantear algunas preguntas: ¿Qué puedo hacer yo en campaña contra el hambre en el mundo, si no tengo en mis manos el poder? ¿Cómo voy yo a dar algo si necesito todo o casi todo para vivir? Tal vez sea este tu caso, pero creo que todos  podemos dar, unos mucho, otros bastante y otros algo, teniendo en cuenta que Dios premia nuestra generosidad no por la cantidad de lo que damos, sino por la calidad del amor con que lo damos.  

Recordemos la anécdota de la mujer pobre del Evangelio que echó en el cepillo del templo todo lo que tenía, y Jesús advirtió a los apóstoles que dio más que los que echaban denarios en cantidad.  Si por ejemplo te privas de un postre, o del café de media mañana, o de la merienda de la media tarde; o comes un poco menos en las comidas, y el dinero que supone esa privación lo entregas para  la campaña contra el hambre, contribuyes a un bien social y cristiano, que no quedará sin recompensa en el Reino de los Cielos, y acaso también en la Tierra.  

El bautismo nos obliga a vivir en Dios y con Dios y a ser  hermanos, a compartir con los pobres nuestros bienes, que son también de ellos, en cierta medida. A nosotros nos sobran muchas cosas, mucha ropa que tenemos guardada en el armario para uso de nadie; nos sobra mucho dinero que no necesitamos para vivir ni para la previsión razonable del futuro, y lo tenemos ahorrado en el Banco para enriquecernos, y no es nuestro ni solamente para nosotros, pues es también de los pobres, en cierto sentido. 

Hay en el mundo mucha falta de comida para millones de hombres, mujeres y niños que se mueren de hambre inculpablemente; hay muchos niños que no saben leer ni escribir y no tienen colegios ni maestros que les ayuden a conseguir una cultura media en su País; hay muchos enfermos que necesitan y no disponen de hospitales, ni de medicinas ni de médicos que los curen; y muchos niños, hijos de nadie, abandonados, que no tienen una familia ni una sociedad digna y justa, y están abocados al dolor y a la muerte, por no tener orfanatos o casas de acogidas que los atiendan, al menos humanamente.  

Y además de todo esto, que es mucho, no tienen Iglesias ni misioneros que les enseñen a conocer y amar a Dios, a conocer a la  Virgen María, madre de todos los hombres, a rezar y a saber que existe un Dios, Padre, y que nos espera una vida eterna, llena de gozo en la visión y posesión de Dios eternamente, como premio a los males que se han sufrido con paciencia en esta vida, por culpa de la injusticia de los hombres.

Seamos generosos en la campaña contra el hambre que organiza Manos Unidas, dando para los pobres que pasan hambre no de los bienes que nos sobran, sino también de los que necesitamos, si es que queremos ser cristianos y compartir el amor de Dios entre los hombres. A todos vosotros, que habéis escuchado la Palabra de Dios, os pido con el corazón en la mano, y en nombre de la Iglesia un sacrificio de generosidad extrema en la aportación de dinero o bienes para la Campaña contra el hambre en el mundo.