En la homilía de hoy, sexto domingo del tiempo ordinario, ciclo B, que estamos celebrando, voy a fijar mi atención en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra, original del Espíritu Santo y escrita por el Apóstol San Pablo a los Corintios. El texto comprende cuatro ideas fundamentales para la vida cristiana y consagrada:
- Hacer todo para la gloria de Dios:
- “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”;
- “no dar motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos ni a la Iglesia”;
- “Contentar en todo a todos, no buscando el propio bien sino el de todos”
Con estas cuatro ideas, debidamente coordinadas, vamos a formular una frase muy práctica y eficaz para la vida cristiana y consagrada: Hacedlo todo para la gloria de Dios, sin hacer daño a nadie ni a la Iglesia, sabiendo que el bien que se hace no sólo es para el bien personal de quien lo hace, sino también para el bien común del Cuerpo místico de la Iglesia.
1 Hacedlo todo para la gloria de Dios.
El fin último y supremo de toda la Creación, especialmente del hombre, es la gloria de Dios, porque Él es el Creador de todas las cosas y tiene sobre ellas el dominio total y absoluto. El hombre ha sido creado por Dios para darle gloria, es decir, alabarle y bendecirle.
La gloria de Dios no hay que entenderla como un beneficio que el hombre hace a Dios para engrandecerle, cosa metafísicamente imposible, porque por ser Dios, perfección absoluta, infinita y eterna, no puede estar necesitado de ninguna criatura.
Pongamos dos ejemplos: Si por una imaginación, científicamente imposible, se pudiera colocar en el espacio una coraza fantástica, de manera que la luz y el calor no entraran a la Tierra, no habría vida en la Tierra, y la Tierra se convertiría en un caos; en cambio, el sol seguiría igualmente perfecto en su propio ser con sus propiedades de luz y calor. ¿Cuál es la gloria del sol? Evidentemente la gloria de la Tierra, que es la que recibe el beneficio de la vida, gracias al sol.
Otro ejemplo: Si tapiáramos los rosetones y ventanas del templo por los que la luz y el calor del sol entran dentro del recinto sagrado de nuestra Parroquia, el templo se quedaría totalmente a oscuras, y el sol quedaría igualmente radiante con su luz y calor. ¿Cuál es la gloria del sol? Evidentemente la alegría, el calor y la visibilidad del templo que se beneficia del sol.
Con estos dos ejemplos se puede entender la gloria de Dios. El hombre es creado por Dios para que participe de su gloria eternamente. Por tanto, es el hombre el que participa de la gloria, y no Dios, que es eternamente feliz. Es lógico que el hombre, por ser creado por Dios, tenga como fin último dar gloria a Dios, alabarle y bendecirle, como corresponde a la criatura: servir a quien le ha creado. Y mediante esto, conseguir la salvación eterna, que es participar de la gloria de Dios por años sin término.
Si un hombre construye una obra con materiales propios, es para su fin, por tanto, la puede destinar para lo que quiera: para que sea una vivienda, un despacho, un dormitorio, un comedor, un garaje… porque el que la ha hecho tiene la propiedad sobre ella, y le pertenece. Nosotros, los hombres, hemos sido creados por Dios, y no podemos tener otro fin que aquél para el que Dios nos ha creado, que es Él mismo, su gloria, que es nuestro bien, la participación eterna de su felicidad.
2 Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios.
San Pablo en esta lectura nos pone dos ejemplos vulgares y comunes: comer y beber o cualquier cosa para la gloria de Dios: “Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. Con esta frase se nos enseña una cosa esencial: que todo lo que no es malo, es decir, es bueno por su propia naturaleza, o es indiferente y se hace bueno por la intención por la que se hace la cosa, tiene valor eterno a los ojos de Dios.
Es bueno que después de rezar las tres avemarías al levantarnos, hagamos el ofrecimiento de obras del día, ofreciendo a Dios todo lo que vamos a hacer durante la jornada, muy provechoso también poner una intención espiritual y apostólica al principio de cada obra que realicemos.
Son muchas las cosas que podemos ofrecer a Dios en beneficio nuestro, pero entre ellas hay una jerarquía de valores:
- en primer lugar, las obras obligatorias: espirituales, cristianas, humanas y sociales, como son: el cumplimiento de los mandamientos, de los preceptos de la Santa Madre Iglesia, las obligaciones propias del estado civil, las laborales, las leyes o normas de la convivencia;
- y también todas aquellas obras libres que podemos hacer porque queremos o nos gustan: comer y beber con moderación, viajar, pasear, ver paisajes, ir a espectáculos buenos, divertirse, ir de excursión, dormir, descansar, porque todo lo que es bueno vale para nuestro bien y para la gloria de Dios, y si se hace en estado de gracia, tiene mérito sobrenatural, valor de Cielo.
3 No dar motivo de escándalo a los judíos, ni a los griegos ni a la Iglesia.
El cristiano no debe pecar nunca porque el pecado es un contrasentido, atenta al amor que a Dios debemos, no sólo es el quebrantamiento de la Ley. Si la tentación provoca en nosotros la debilidad y pecamos, evitemos el escándalo de los no creyentes, que equivale en nuestros tiempos a los judíos y a los griegos del tiempo de los Apóstoles, ni tampoco escandalicemos a los cristianos, porque el escándalo es un pecado condenado por Jesucristo en el Evangelio, que hace daño a toda la Iglesia.
Cada uno es libre para hacer lo que quiera y para pecar, pero la caridad cristiana exige que te escondas de los hombres para pecar, sabiendo que Dios lo ve todo y nada queda oculto a su divina presencia.
4 Contentar en todo a todos, no buscando el propio bien sino el de todos.
Se puede decir con todo rigor teológico que el hombre, y más en concreto el cristiano, nunca hace una obra únicamente personal, tanto buena como mala, sino siempre hace místicamente una obra comunitaria en favor de todos. El bien que uno hace, se hace en primer lugar para sí mismo pero con repercusión social. Es, por tanto, una obra principalmente personal y secundariamente comunitaria o eclesial. De la misma manera pasa con el mal que uno hace, que no sólo es un mal personal, sino también eclesial.
El cristiano en todo lo que hace debe tener una perspectiva comunitaria, porque todos los hombres del mundo, de diversa manera, forman parte del Cuerpo místico de la Iglesia; y todo lo que se hace es en bien o en mal de la Iglesia, como nos enseña magistralmente San Pablo. Cuando uno come no es en bien del paladar que degusta el alimento, ni en bien sólo del estómago que lo recibe y parece que se aprovecha de él, sino que repercute en bien de la vida de todo el cuerpo y cada uno de sus miembros, órganos, sentidos y de cada una de las partes más insignificantes.
Esta doctrina nos hace hacer el bien y evitar el mal, no sólo por el bien propio sino por el bien de todos, puesto que, repito, es un bien o un mal que repercute en toda la Iglesia.
Resumiendo podemos decir que todo lo que hagamos debemos hacerlo para la gloria de Dios, que es nuestro propio bien, evitando siempre el mal o el escándalo tanto de los no creyentes como cristianos, porque el mal perjudica a todos los hombres, y, por consiguiente, debemos hacer el bien buscando no sólo el bien personal sino también el bien de todos los hombres de la Tierra, como dijimos al principio de la homilía.
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