sábado, 20 de febrero de 2021

Primer domingo. Cuaresma. Ciclo B

 

           

Para pronunciar la homilía de hoy, primer domingo de Cuaresma, ciclo B, voy a centrar mi atención en la oración colecta que en nombre de la Comunidad cristiana he dirigido al Padre por imperativo de la liturgia de la Iglesia en la Santa Misa. En ella he pedido para todos nosotros dos gracias importantes para la vida cristiana y consagrada: avanzar en la inteligencia o inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud.

Es evidente que nosotros no podemos decir que conocemos a Cristo de vista, porque hemos tratado con Él alguna de vez de paso, con motivo de un funeral, una boda, un acto religioso, en el que se oye hablar de Cristo de pasada, como sucede en el conocimiento humano, cuando uno se encuentra con una persona por primera vez circunstancialmente, y sólo se la conocemos de vista, porque su imagen quedó gravada en nuestra retina. Ese conocimiento es de vista que equivale a no conocerla nada. Nosotros, católicos practicantes, conocemos a Cristo por nuestra cultura elemental de catequesis o estudios teológicos más o menos profundos. Por lo tanto la primera gracia consiste en pedir al Padre el avance en el conocimiento de Cristo, que ya tenemos.

Hay varios modos de conocer a Cristo, por ejemplo, por la escucha atenta y piadosa de la Palabra de Dios, la lectura reposada de la Biblia, la lectura de libros piadosos, la cultura en la profundización de la fe por medio de cursillos, ejercicios espirituales, charlas, conferencias, y, sobre todo, el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por el Papa Juan Pablo II.

Pero con esto no es suficiente, ya que no se trata de un conocimiento humano, aunque sea teológico, pues dice San Ignacio de Loyola que “no el mucho saber satisface el alma, sino el gustar de Dios intensamente”. No es problema de conocimiento humano, sino divino, de trato íntimo con Dios que es conocimiento místico en el que sin conocimientos especiales catequéticos o teológicos o con los elementales, se puede llega a conocer a Cristo y su misterio, que es la Iglesia, con el simple trato de la oración, entendida en un sentido teológico. Hay muchos católicos de sencillez elemental, sin estudios teológicos, que conocen experimentalmente por la oración a Cristo, mejor que muchos teólogos que imparten estudios teológicos en Universidades católica de la Iglesia, que conocen a Cristo científicamente, pero no le conocen espiritualmente. La oración, bien hecha, es el mejor medio de conocer a Cristo y a la Iglesia porque el trato íntimo con Dios en la soledad del corazón conlleva al conocimiento de Cristo que enseña la Iglesia.

Orar no es sólo elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes, definición teológica clásica, es “tratar de amistad con Dios, que sabemos nos ama” expresión de Santa Teresa de Jesús. Es comunicarse con Dios con el simple estar con Él, pensar en Él, sentir con Él, aunque no se le sienta, estar y obrar con Él y en Él, hablar con Él o escucharle con el lenguaje místico, que no necesita palabras o con palabras que no son expresión de ideas sino vivencias que no tienen explicación humana; mediante la oración, no interrumpida, ni siquiera por el sueño, que es un modo inconsciente de orar, dejando que Dios actúe en el alma mediante el sueño, irrealidad humana que facilita la unión mística con Dios con el que está y vive despierto “divinizado”.

Con un conocimiento teórico de Cristo y de su Iglesia, se consigue llegar a vivir en plenitud a Cristo y a su Iglesia, que son inseparables. La vivencia de Cristo en su plenitud es diversa. No consiste en una unión sensible de fe o de mística, de manera que quien vive a Cristo, vive elevado a la atmósfera del Cielo trasplantado a la tierra con elevaciones de espíritu y persona a estados que no conoce la ciencia teológica y no sabe explicar la ciencia mística. Consiste en vivir en pura fe con consolación del Espíritu Santo en la dureza de la tentación o insensibilidad de la sequedad de espíritu la presencia de Dios operativa en el alma, en todos los hombres y en todas las cosas.

En ver a Dios en todos los acontecimientos e identificarse con Él en todo, en divinizar lo humano y humanizar lo divino, en vivir “endiosado” en la tierra como si ya se viviera en el Cielo, sin gozar de Dios en plenitud, pero con ráfagas de divinidad.
El avance en la inteligencia de Cristo, en fin, consiste en conocerle cada vez más en su misterio con conocimiento divino con la profundidad de querer siempre la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste.

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