sábado, 25 de septiembre de 2021
Vigésimo sexto domingo. Tiempo ordinario. ciclo B
miércoles, 15 de septiembre de 2021
Vigésimo quinto domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B
Cuando nació Jesús en el portal de
Belén, un ángel del Cielo se apareció a los pastores que velaban el rebaño a la
intemperie y les comunicó la buena
noticia del nacimiento del Mesías, el Señor, el Salvador. De pronto, en torno
al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios
diciendo: Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres, que ama
el Señor. Fue el mensaje del Evangelio, la gran noticia, la redención que se
cifra en la glorificación de Dios en el Cielo y el establecimiento de la paz en
la Tierra.
La
gloria de Dios es el fin último y supremo de toda la creación, y, por supuesto,
principalmente del hombre, que es la síntesis de todo lo creado. En esto
consiste la perfección del hombre en glorificar al Señor de la Creación, que es
definitiva su propio bien temporal y eterno. Los santos y los ángeles del Cielo
no hacen otra cosa que alabar a Dios eternamente; y los hombres en la Tierra
que quieran santificarse para ir al Cielo no tienen otro camino que cumplir la
voluntad de Dios, que es el mayor bien
para él.
¿En
qué consiste la paz que Dios quiere para todos los hombres?
La
paz no consiste en la ausencia de guerra ni en la abundancia de bienes, porque
el bienestar social sin armas no causa la verdadera paz. Existen familias que
nadan en riquezas, que no se tiran los trastos a la cabeza, y no son felices. Y
hay personas a quienes les sobra todo, tiene incluso poder y dinero, viven en
ambientes pacíficos, y tampoco son felices.
La
guerra temperamental producida por el carácter más o menos violento, exaltado,
nervioso, sanguíneo, debe compaginarse con la paz espiritual. Se puede estar
tranquilo en la conciencia y tener los nervios de punta, que no son causas de
pecado, sino objeto de tratamiento. Sólo Dios sabe cómo y cuánto peca el que
sufre tener un temperamento difícil; y poca o casi ninguna responsabilidad
moral tiene el que obra con desequilibrio mental.
En la
segunda lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo el apóstol
Santiago nos habla de las envidias y peleas y todo tipo de males, que provienen
del desorden de las pasiones; y causan la guerra en las familias y en los
ambientes de la Sociedad. Como remedio para estos males está la sabiduría de
Dios, que es amante de la paz. Para
entender el sentido de esta frase habrá que explicar qué se entiende por
sabiduría y qué por paz.
La
sabiduría de arriba o de Dios nada tiene que ver con la sabiduría humana, que
es el conocimiento de la ciencia, que suele engendrar soberbia y no paz. No el mucho saber harta y satisfazle alma,
sino el saborear las cosas internamente, nos dice San Ignacio de Loyola.
sábado, 11 de septiembre de 2021
Vigésimo cuarto domingo. Tiempo Ordinario. Ciclo B
Como respuesta a la Palabra de Dios proclamada en la primera lectura, hemos afirmado comunitariamente una frase, que tiene rango de promesa: “Caminaré en presencia del Señor en el País de la vida”.
Si prestamos atención sobre ella, observamos que contiene dos partes: caminar en la presencia del Señor y en el País de la vida, que unidas entre sí forman un auténtico plan de vida espiritual y pastoral. ¿Qué significa caminar en la presencia del Señor? ¿Qué significa en el país de la vida?
Caminar en presencia del Señor
Para poder caminar se necesitan tres cosas: salud en el cuerpo, movilidad en las piernas y la marcha. Un enfermo, por muy ágiles que tenga las piernas, no puede caminar porque le falta la salud es indispensable para hacer camino; un sano, por mucha salud que tenga, no puede andar si le fallan los pies; y un hombre sano y robusto con movilidad en los pies, no camina si se queda parado y no se pone en marcha. Teniendo estas tres condiciones indispensables para andar, tanto mejor se camina cuanto mejor es la salud, más ejercitada se tiene la musculatura de las piernas y más rápido es el desplazamiento.
Aplicando este ejemplo natural a la vida cristiana, podríamos decir que para caminar en presencia del Señor, es necesario tener salud en el alma, es decir estar en gracia de Dios y ejercitar las virtudes, que son las potencias sobrenaturales del ejercicio del bien. De esta manera, se hace el camino que va desde el tiempo a la eternidad, es decir desde que empezamos a vivir en cristiano hasta que llegamos a la meta del Cielo. Este recorrido se puede hacer de dos maneras: caminando simplemente en estado de gracia y caminando además con el estilo apostólico del ejercicio de obras buenas, bajo la bondadosa mirada de Dios Padre.
¿Y cómo se consigue estar en gracia? La respuesta es muy sencilla, evangélica: cumpliendo sustancialmente los mandamientos de la ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia; digo sustancialmente queriendo decir observando los preceptos del Señor en materia grave, pues es evidente que en el cumplimiento obligado de la ley, siempre hay defectos, imperfecciones, debilidades, que no obstaculizan la marcha, como tampoco dificulta la carrera los pequeños trastornos del cuerpo ni los rasguños en las piernas, por ejemplo. La gracia de Dios es consecuencia del cumplimiento de la Ley y el pecado consecuencia de su incumplimiento. “El que me ama, cumple los mandamientos, mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos morada en él”, dijo Jesús en el Evangelio. Un cristiano que camina en la vida espiritual con desgana, tibieza, a disgusto, a la fuerza, acaba por pararse y no caminar; y, si, todavía peor, vive en pecado mortal, no puede caminar. Tiene el don de la fe, pero no la vida del alma que es la gracia, de la misma manera que el enfermo tiene la vida, no está muerto, pero no la fuerza para caminar.
No basta cumplir la ley sustancialmente, es decir no ofender a Dios en materia grave, sino es necesario también cumplir la ley con la mayor perfección posible: hacer las cosas cada día mejor, ejercitando las virtudes con ilusión progresiva de santidad. Caminar en la presencia del Señor, en sentido pleno, es no sólo andar en gracia de Dios, sino vivir por dentro el misterio insondable de la presencia de Dios en el alma por medio de la inhabilitación del Espíritu Santo y hacer el camino con la mayor rapidez posible realizando obras buenas con ilusión santificadora y apostólica. Es, para mayor abundancia, una correspondencia a la realidad teológica de la inmensidad de Dios en todos los seres, principalmente en los hombres. Si Dios está siempre presente en el hombre, lo lógico es que el hombre esté presente en Dios. La presencia de Dios nos ayuda a evitar el pecado y a realizar las cosas con mayor perfección. No debemos caminar en el camino de la vida cristiana como quien se siente vigilado por la mirada de Dios, ni como quien teme que el jefe le pille en un incumplimiento del deber, sino más bien como quien camina acompañado, protegido y ayudado por la gracia de Dios, que es presencia de Dios operativa. No es lo mismo caminar con un extraño con la sensación fría de no ir solo que caminar con una persona a quien se la quiere mucho y con la que se camina con gozo. Caminar con el Señor es ir con Él a todas partes y tenerle presente en todos los actos, sabiendo que Dios está siempre con nosotros haciendo el mismo camino y comprometido en nuestra marcha; y si nos faltaran las fuerzas y nuestra cruz se nos hiciera humanamente insoportable, Cristo con nuestra cruz a cuestas camina con nosotros haciendo las veces de Cirineo.
¿Cuál es el país de la vida por el que tenemos que caminar?
La
Iglesia, que es el Reino de Cristo en la Tierra, anticipo del Reino de los
Cielos, meta final de nuestra vida y Patria de gloria eterna a la que esperamos
llegar por la misericordia infinita de Dios Padre. Caminemos como fieles hijos
de la Iglesia Católica en amor, obediencia y fidelidad. Ella es nuestra Madre
que nos enseña el camino de la Vida que es el cumplimiento de la Ley de Dios,
las fuentes de la vida, fuerzas para caminar, que son los sacramentos, y los
medios para mantener las constantes de nuestros pasos al andar, que son la
oración y el ejercicio supremo del bien obrar.
Todo cuanto llevamos dicho en esta homilía se puede resumir en pocas palabras de esta manera: Haremos nuestro viaje de la Tierra al Cielo caminando en estado de gracia, como paso elemental y necesario, pero además bajo la mirada de Dios y su compañía haciendo el bien a todos, aceptando todos los contratiempos, cargando con nuestra cruz a cuestas, y en el País de la Vida, que es la Iglesia, que nos hace llegar al Paraíso, donde está la Vida que es Dios, intercomunicada en la Santísima Trinidad, y a la Vida gloriosa de Jesucristo, como cabeza de todo lo creado y del Cuerpo Místico, VIDA ETERNA, que nunca termina.
sábado, 4 de septiembre de 2021
Vigésimo tercer domingo. Tiempo ordinario. Ciclo B
Con cierta explicación humana, que tiene su lógica, solemos dejarnos llevar de las apariencias en el trato con los hombres. Si un hombre bien vestido y con buena presencia se nos acerca a pedirnos un favor o a ofrecernos alguna cosa, confiamos en él; pero si está mal vestido y tiene mal aspecto, nos comportamos con él en situación de alerta, porque el timo ya no es una sorpresa, desgraciadamente es una artimaña de la picaresca. Y, por consiguiente, andamos prevenidos para no caer en la trampa del engaño. Este comportamiento de prevención es humano y cristiano, porque hoy no te puedes fiar de nadie, tienes que tener bien abiertos los ojos para no tropezar con quien te puede poner la zancadilla maliciosamente.
El apóstol Santiago no condena este proceder sensato y prudente, fundado en las apariencias, que es sabiduría de la psicología humana y virtud cristiana, sino reprueba la actitud de los cristianos que atienden a los ricos por su condición social económica con el buen trato, y reprueba a los pobres por su situación de indigencia.
Este estilo de comportamiento es inconsecuente y de mal criterio cristiano, nos dice el apóstol, sobre todo si principalmente se adopta en las celebraciones litúrgicas, reservando sitiales a los ricos y dejando a los pobres que se sienten en el suelo o que permanezcan en pie. Estas son sus palabras:
“Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va
bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso.
Veis al bien vestido y le decís:
- Por
favor, siéntate aquí, en el puesto reservado. Al otro en cambio:
-
Estáte ahí de pie o siéntate en el suelo. Si hacéis eso, ¿no sois
inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?
En
Pensamos equivocadamente si creemos que Dios ama más a los ricos que a los pobres, porque les regala más y mejores bienes, como si los dones humanos fueran siempre premio de las obras humanas, y los males signo del castigo de Dios. Generalmente no es así, porque los bienes y los males vienen a los hombres por distintas causas y no son siempre pruebas de amor o castigo de Dios. Lo que sí es cierto es que Dios elige a los pobres de este mundo que le aman para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino. El apóstol Santiago nos dice: ”¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino?
Los grandes teólogos, ricos en el conocimiento científico de
la fe, no conocen mejor a Jesucristo y tendrán un puesto privilegiado en el
reino de los Cielos, que los pobres, ignorantes en el saber humano y simples
conocedores de la doctrina cristiana. No
es así, pues los pobres cristianos, sencillos y humildes, que apenas saben el
catecismo elemental, y suspenderían quizás en un examen elemental de primera
comunión, pueden ser ricos en la fe, si conocen a Jesús en una profunda
vivencia experimental de oración y santificación de obras. Porque la fe no cosiste en saber mucho, sino en vivirla
consecuentemente en el cumplimiento de la ley y en la aceptación de los
acontecimientos de la vida que suceden. San Ignacio de Loyola decía: “No el
mucho saber harta y satisface el alma sino el gustar las cosas de Dios
internamente”. “Dios elige a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y
herederos del Reino”. Una pobre mujer, que solamente sabe rezar y
hablar con Dios, a su manera, y realiza las cosas más sencillas de este mundo,
como pueden ser las labores domésticas, o desempeña un puesto humilde en
El reino de Dios no se consigue por la buena nota que se saca en las obras que se realizan, como pasa en las oposiciones a puestos de trabajo, que el que tiene mejor nota gana la plaza, y el que no aprueba, se queda en la calle. Dios no evalúa las obras en sí mismas, sino el amor que se pone en las obras, grandes o pequeñas que se hacen. Sabemos por el Evangelio que Dios ama y regala sus dones a los sencillos y humildes de corazón, a los que, siendo mayores, se hacen como niños: “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. El que se humillare, como ese niño, ese es el mayor en el Reino de los Cielos” (Mt 18,3-4); y son “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,3).
En consecuencia de todo lo que llevamos dicho, podemos resumir el contenido de esta homilía en las siguientes frases:
-
Tratemos con educación y amor cristiano a todos los hombres, sin mirar su
condición humana de riqueza y sabiduría, porque todos somos hijos de Dios,
cuidando de que no se nos engañe por
nuestra inexperiencia o inocencia;
- no
juzguemos por las apariencias, pero las
tengamos en cuenta, pues aunque no siempre la gente es como parece, el
comportamiento externo es algún signo de la bondad interior, por aquello que la
cara es el espejo del alma;
- y no olvidemos que Dios reparte sus dones a los pobres de
espíritu para hacerlos ricos en la fe.