Cuando nació Jesús en el portal de
Belén, un ángel del Cielo se apareció a los pastores que velaban el rebaño a la
intemperie y les comunicó la buena
noticia del nacimiento del Mesías, el Señor, el Salvador. De pronto, en torno
al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios
diciendo: Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres, que ama
el Señor. Fue el mensaje del Evangelio, la gran noticia, la redención que se
cifra en la glorificación de Dios en el Cielo y el establecimiento de la paz en
la Tierra.
La
gloria de Dios es el fin último y supremo de toda la creación, y, por supuesto,
principalmente del hombre, que es la síntesis de todo lo creado. En esto
consiste la perfección del hombre en glorificar al Señor de la Creación, que es
definitiva su propio bien temporal y eterno. Los santos y los ángeles del Cielo
no hacen otra cosa que alabar a Dios eternamente; y los hombres en la Tierra
que quieran santificarse para ir al Cielo no tienen otro camino que cumplir la
voluntad de Dios, que es el mayor bien
para él.
¿En
qué consiste la paz que Dios quiere para todos los hombres?
La
paz no consiste en la ausencia de guerra ni en la abundancia de bienes, porque
el bienestar social sin armas no causa la verdadera paz. Existen familias que
nadan en riquezas, que no se tiran los trastos a la cabeza, y no son felices. Y
hay personas a quienes les sobra todo, tiene incluso poder y dinero, viven en
ambientes pacíficos, y tampoco son felices.
La
guerra temperamental producida por el carácter más o menos violento, exaltado,
nervioso, sanguíneo, debe compaginarse con la paz espiritual. Se puede estar
tranquilo en la conciencia y tener los nervios de punta, que no son causas de
pecado, sino objeto de tratamiento. Sólo Dios sabe cómo y cuánto peca el que
sufre tener un temperamento difícil; y poca o casi ninguna responsabilidad
moral tiene el que obra con desequilibrio mental.
En la
segunda lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo el apóstol
Santiago nos habla de las envidias y peleas y todo tipo de males, que provienen
del desorden de las pasiones; y causan la guerra en las familias y en los
ambientes de la Sociedad. Como remedio para estos males está la sabiduría de
Dios, que es amante de la paz. Para
entender el sentido de esta frase habrá que explicar qué se entiende por
sabiduría y qué por paz.
La
sabiduría de arriba o de Dios nada tiene que ver con la sabiduría humana, que
es el conocimiento de la ciencia, que suele engendrar soberbia y no paz. No el mucho saber harta y satisfazle alma,
sino el saborear las cosas internamente, nos dice San Ignacio de Loyola.
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