“Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un
miembro” (1 Co 12, 27).
Voy a fijar mi atención en el misterio del Cuerpo Místico, la Iglesia, que nos propone la liturgia de la Palabra en la segunda lectura de este domingo, exponiendo brevemente el tema en tres pequeños capítulos: figuras de la Iglesia, el cuerpo humano, analogía del Cuerpo Místico y la Intercomunicación de actos en los miembros del Cuerpo Místico.
Figuras de la iglesia
En la Biblia, tanto en el
Antiguo como en el Nuevo testamento, la Iglesia a la que pertenecen todos los
hombres del mundo, de diversas maneras, especialmente los bautizados,
está figurada por varios símbolos, tomados de la vida pastoril, de la agricultura,
de la construcción, de la familia y de los esponsales: redil (Jn 10,1-10); grey, cuyo pastor es el mismo Dios (Is 40,11; Ez 34, 11ss); agricultura o arada de Dios (1 Cor 3,9); edificación de Dios (1 Cor 3,9); casa de Dios (1 Tim 3,15) en la que habita la familia, habitación de Dios en el
Espíritu (Ef 2,19-22); tienda de Dios con los hombres (Ap 21,3); templo santo; Jerusalén de arriba y madre nuestra (Gál 4,26), Pueblo de Dios, entre otros, y, sobre todo Cuerpo místico de Cristo (L.G. 6)
El cuerpo humano, analogía del Cuerpo Místico
La Iglesia, que es Cristo, es un cuerpo moral, no humano ni eclesial, como por
ejemplo el cuerpo moral de los diputados de un Gobierno, ni el
cuerpo diplomático del Vaticano, ni el cuerpo eucarístico de Cristo, sino es un
cuerpo moral, pero místico o misterioso, realidad sobrenatural que
trasciende todos los conceptos humanos. San Pablo nos explica este misterio
revelado comparándolo analógicamente con el cuerpo humano. “Lo mismo
que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo,
a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. (1Cor
12, 12-13).
El cuerpo humano es un organismo que tiene cabeza y
miembros, y todos ellos reciben de la cabeza toda la vida y actividad.
Unos miembros son más necesarios o útiles que otros, pero cada uno, por pequeño
que sea, realiza su propia función con plena conexión con los demás en
bien de todo el cuerpo. Así Cristo, Dios humanado, Cabeza del
género humano, como Redentor, comunica a todos lo hombres la vida
humana y espiritual, principalmente a los bautizados por
medio de la Iglesia; a los creyentes de cualquier confesión
religiosa por su fe que viven con buena voluntad; y a los no creyentes por
la recta conciencia del bien obrar, circunstancias que sólo Dios valora.
Cristo comunica a los bautizados la vida sobrenatural por medio de los
sacramentos: Por el Bautismo los hace cristianos, hijos de Dios
para formar parte de la Familia de la Santísima Trinidad; por la Confirmación les
regala la fortaleza del Espíritu Santo para vivir la fe, luchar
contra el pecado y conseguir la santificación; por la Penitencia concede
la vida sobrenatural a los que han perdido la amistad con Dios por el
pecado mortal, y a los que la han enfriado por la tibieza el vigor espiritual;
por la Eucaristía los alimenta con el cuerpo y la sangre de
Cristo para que sean cristificados en orden a la vida eterna con miras a la
resurrección; por la Unción de Enfermos les da el
salvoconducto para la vida eterna a los que mueren en el Señor; por
el Orden Sacerdotal comunica a algunos
cristianos especiales el sacramento de los poderes de Cristo para predicar la
Palabra de Dios, administrar los sacramentos, dirigir comunidades cristianas; y
por el Matrimonio consagra a los esposos para propagar
la especie, complementarse con comprensión y sacrificios y ayudarse mutuamente.
Cristo comunica también su gracia a todos los bautizados por medio de la oración, del cumplimiento del deber, del ejercicio de virtudes y de la vida ordinaria santificada.
Intercomunicación de actos en los miembros del cuerpo místico
Todos los actos de cada uno de los miembros del
Cuerpo Místico de la Iglesia, aunque son principalmente personales, a la vez
son comunitarios en bien de todos. Cuando alguien hace un bien o un mal a
cualquier miembro del Cuerpo Místico de la Iglesia, se lo hace a sí mismo
y a todos los miembros. “Y si un miembro sufre, todos sufren con él; y
si un miembro es honrado, todos se alegran con él. Pues bien, vosotros sois el
cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro” (1 Cor 12,12-27).
Llevada
esta doctrina hasta las últimas consecuencias, merece la pena hacer el
bien para santificarse y santificar a todos los miembros la Iglesia, Cuerpo
Místico de Cristo; y, por el contrario, no hacer el mal a nadie para no hacerse
mal a sí mismo ni a ninguno de los miembros de la Iglesia.
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