Como
hemos indicado en la oración colecta que en nombre del pueblo cristiano he
elevado al Padre, hoy es el día de la victoria de Jesús que ascendió a los
Cielos, como cabeza del Cuerpo Místico, para prepararnos allí una morada eterna
de visión y gozo.
Este misterio que estamos celebrando
supone seis grandes etapas, que vamos a enunciar con breves explicaciones.
La primera
es la Encarnación del Hijo de Dios, que como todos sabemos, consiste en que la segunda Persona de la
Santísima Trinidad se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en el seno
virginal de Santa María. Parece imposible y ciencia ficción pensar que Dios se
rebaje hasta el punto de hacerse en todo como nosotros, menos en el pecado.
La segunda es la misteriosa y larga vida escondida de Jesucristo en Nazaret como Redentor, en la que se dedicó a realizar las cosas sencillas y ordinarias de la vida, durante casi treinta años, ocupado en la oración y en el trabajo bajo la obediencia de sus padres. Durante toda su vida oculta vivió en estado habitual de oración, es decir, unido al Padre en cada momento, trabajando en las tareas de la casa.
Con esta actitud nos enseñó Jesús que la vida ordinaria, de cualquier clase que sea, tiene sentido santificador y apostólico; y que la oración y el trabajo son medios que dignifican al hombre, lo santifican y lo redimen. Con ellos el hombre colabora a la obra del misterio de la salvación.
La tercera etapa de Jesús fue la vida pública, en la que dedicó aproximadamente tres años:
- a
predicar el Evangelio, la gran noticia
de que Dios nos ha creado para vivir eternamente con Él en el Cielo:
- a realizar milagros: curar a los enfermos, socorrer a los pobres,
resucitar a los muertos y demostrar, de esta manera que Él era el Mesías o
Redentor, y también la infinita misericordia de Dios Padre para con los
pecadores.
La cuarta etapa de Jesús fue su pasión y muerte, la expresión máxima del amor, en la que padeció sufrimientos inconcebibles en la agonizante oración del huerto de Getsemaní, en la flagelación y coronación de espinas y, por último, en la crucifixión de un Dios encarnado, que murió en la cruz para salvar a todos los hombres.
Con esto nos enseñó que el dolor tiene sentido de redención y es necesario para la salvación eterna; y que la muerte de Jesús en la cruz, siendo Dios, la Vida eterna, da sentido místico a la muerte que, siendo el castigo del pecado original, es la última gracia que Dios nos concede en esta vida para poder resucitar con Cristo para el Cielo.
La quinta etapa es la resurrección de Cristo, el triunfo de la vida sobre la muerte y la gracia sobre el pecado, la restauración del hombre viejo, sometido al pecado, al dolor y a la muerte, en el hombre nuevo. La resurrección de Cristo es nuestra esperanza y nuestro gozo eterno, porque sabemos que cuando este mundo termine, gozaremos en el Cielo eternamente en unión de todos los ángeles y santos en los nuevos cielos y la nueva tierra.
Y, por último, la
sexta etapa es la ascensión de Jesús a los Cielos,
Cuya fiesta estamos hoy celebrando.
Nosotros como cristianos, tenemos que seguir los mismos pasos que Jesús recorrió en su vida:
- haciendo que nuestra existencia en la tierra sea sencilla y humilde con sentido santificador y apostólico en cualquier estado y trabajo que desempeñemos;
- procurando que nuestra relación social de trabajo y amistad infunda en los demás ganas de ser mejores y acercarse a Cristo;
- ofreciendo al Señor nuestro dolor personal en todas sus dimensiones y las circunstancias adversas de la vida;
- aceptando la muerte como medio de transfiguración en Cristo resucitado con la esperanza de morir con Cristo y resucitar con Él, para después ascender al Reino de los Cielos a gozar eternamente de la gloria de la Santísima Trinidad.