sábado, 7 de mayo de 2022

Cuarto Domingo de Pascua. Ciclo C

 

“Iglesia, Sacramento universal de salvación”


Los fieles, como respuesta  a la Palabra de Dios de la primera lectura en el salmo responsorial de la santa misa de este domingo, proclaman esta afirmación: Somos su pueblo y ovejas de su Rebaño. Con estas palabras  afirman  la alegría de pertenecer a la Iglesia, figurada como Rebaño; y luego en el Evangelio se recalca la misma idea con la alegoría de Jesús, Pastor, y ovejas que son los hombres, que escuchan su voz y le siguen para la vida eterna. Estas ideas me ofrecen una oportunidad para hablar del misterio de la Iglesia.

La Iglesia, a la que por la gracia misericordiosa de Dios, Creador y Padre pertenecemos, es un misterio que sólo se puede conocer  por medio de metáforas o alegorías, que no definen su propia naturaleza, y ni siquiera se imagina. Las principales son: Cuerpo místico de Cristo, la Vid y los sarmientos y Sacramento universal de salvación, como enseña el Concilio Vaticano II, que significa que todas las personas que se salvan es por medio del bautismo de agua, bautismo de deseo, bautismo de sangre y bautismo de conciencia o sus suplencias que son infinitas y nadie puede saber ni imaginar, porque Dios es infinitamente sabio, lo sabe todo y todo lo puede.

¿Son pocos los que se salvan?

El número de los que se salvan ha sido, es y será siempre el gran interrogante para todos los hombres de todos los tiempos, porque nada hay revelado sobre este particular. 

En un lugar donde Jesús predicaba, tal vez en una sinagoga de Cafarnaún, el Maestro debió tratar el tema interesante de la salvación, y un oyente interrumpiendo su discurso preguntó a Jesús: Señor, ¿son pocos los que se salvan?

El Maestro no respondió directamente a la pregunta,  sino que se limitó a enseñar la necesidad de esforzarse para entrar en el Reino de Dios: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (Lc 13,24). Esta frase no significa que muchos no se salvarán, sino que cuesta mucho esfuerzo entrar por la puerta estrecha de la salvación por propia cuenta,  porque la salvación depende principalmente de la gracia de Dios y otros muchos factores. Sobre este problema angustioso, muchos judíos tenían ideas peregrinas, muy equivocadas, contrarias a la Biblia, hasta tal punto que pensaban que la salvación era una exclusiva para el pueblo de Israel,  porque Dios salva a los hombres como quiere con ellos o sin ellos y de muchas maneras no conocidas.   

Opiniones sobre la salvación

Entre los teólogos existen principalmente tres opiniones sobre la salvación universal de los hombres: rigorista, optimista y misericordiosa, cristiana y evangélica.

Opinión rigorista     

La opinión rigorista afirma que son muchos, muchísimos, los hombres que no se salvan, porque según se aprecia pocos, poquísimos, son los que trabajan por vivir en gracia y se preocupan por la salvación eterna. La mayor parte de la gente vive de espaldas a Dios, obcecada en el pecado, alucinada por el mundo, el dinero, el poder y la carne, y sin cumplir los mandamientos de la Ley de Dios ni  la doctrina de la Iglesia.    

Opinión optimista

La opinión optimista, muy común hoy, consiste en creer que todo el mundo se salva o pocos se condenan, pues la mayoría de los hombres no son pecadores, sino enfermos, débiles, tarados, incapaces de responsabilidad  moral para cometer un pecado mortal, acto humano, que merezca el infierno eterno.

Opinión misericordiosa

Sin duda alguna la opinión más aceptable es la misericordiosa.

Nadie sabe, ni siquiera la Iglesia, el número de los que se condenan. El Papa Juan Pablo II en su libro “Cruzando el umbral de la esperanza” nos dice textualmente que “cuando Jesús dice de Judas, el traidor, sería mejor para ese hombre no haber nacido, la afirmación no puede ser entendida en el sentido de una eterna condenación” (Pág. 187).

Para saber la doctrina de la Iglesia sobre este espinoso y agobiante problema establezco seis principios seguros de la doctrina de la Iglesia:

1º La Iglesia jamás ha hablado ni puede hablar del número de los que no se salvan porque no está revelado.

2º Según la doctrina de la Iglesia se salva el que muere en gracia y se condena el que muere en pecado mortal (Cat 1035). “Morir en pecado mortal  sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre  por propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno” (Cat 1034). ¿Pero  quién muere en gracia o en pecado mortal? Los juicios de los hombres no son como los juicios de Dios, nos dice la Sagrada Escritura.

3º La moral católica nos enseña  que para que un acto sea grave o pecado mortal se necesitan tres condiciones: materia grave, advertencia plena del acto que se va a realizar y pleno consentimiento por parte de la voluntad, o sea, aceptación plena de la obra mala a sabiendas de lo que es, y libertad plena al realizarla, sin coacción externa ni interna. Si falta alguna de estas tres condiciones, el pecado no es grave. (Cat 1859).

 En virtud de estos principios algunos pecados objetivamente graves por su materia pasan a ser leves por falta de plena advertencia y de pleno consentimiento libre. Y al revés, algunos otros, cuya materia es objetivamente leve, pasan a ser graves porque el pecador creyó equivocadamente que era grave y lo cometió a pesar de eso.

4º La gravedad del pecado no consiste simplemente  en la simple trasgresión voluntaria de la ley de Dios, evaluada por los hombres, sino del juicio de Dios Padre, infinitamente misericordioso, que evalúa el pecado del hombre, su hijo, sometido a muchas debilidades, taras hereditarias o adquiridas, desequilibrios temperamentales, condicionamientos de todo tipo, fuertes tentaciones, a veces insuperables, culturas diversas, educación familiar y social y otros muchos factores.

6º Y, por último, hay que considerar que la redención universal fue realizada por Dios, Jesucristo, que derramó su sangre divina por todos los hombres y la condenación de muchos sería un fracaso. La salvación es un misterio del amor infinitamente misericordioso de Dios, que el hombre no puede entender ni imaginar.

 

 

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