sábado, 14 de mayo de 2022

San Isidro labrador. Fiesta


  

     
San Isidro Labrador, patrono de la Villa de Madrid, fue un santo singular, sencillo y humilde. En el Cielo, igual que en la Tierra, hay muchos santos, cada uno distinto, según la gracia que cada uno ha recibido del Espíritu Santo y la correspondencia que da a ella con el esfuerzo personal de las buenas obras que haga. Pero todos coinciden en una misma cosa: en la santidad. Así, por ejemplo, San Francisco Javier fue un santo misionero excepcional, porque colaboró a su vocación misionera apostólica predicando el Evangelio en países lejanos a donde todavía no había llegado la cultura cristiana; o santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia, que fue una santa misionera mística, porque correspondió a su vocación contemplativa con la oración, la penitencia, la fraternidad de la convivencia conventual y el trabajo apostólico de la vida ordinaria del claustro. Y así, cada santo, simple cristiano o religioso, con su propia vida cristiana en estado de gracia y haciendo bien lo que tiene que hacer, puede ser misionero en la Iglesia, siendo santo.

¿Qué es la santidad?

    La santidad, hermanos, no es otra cosa que la bondad del hombre cristianizada o santificada, que resplandece en los que son y parecen santos, y, algunas veces, en los que no lo parecen; incluso, a los ojos de Dios, se puede dar la santidad en algunos hombres que la viven misteriosamente de maneras no conocidas por la teología católica de la Iglesia. Es verdad que, en sentido teológico, no se puede ser santo sin el bautismo, sin la fe con buenas obras, sin la vivencia de la gracia, sin la oración, y sin la recepción de los Sacramentos. Pero nadie puede dudar que estos medios ordinarios de santificación pueden suplirse por caminos misteriosos de la infinita misericordia de la sabiduría de Dios, que no conoce la teología de la Iglesia.

    Este razonable supuesto se puede comprobar con la experiencia que muchos tenemos de algunos amigos y conocidos nuestros, honrados, que cumplen ejemplarmente sus deberes profesionales, son modelos en la familia, en el trabajo y en la relación social; y a muchos les parece que están lejos de Dios. Pero, ¿quién sabe, hermanos, quién está más cerca o más lejos de Dios?

    Yo estoy personalmente convencido de que son muchísimos los hombres, casi todos, que se van a salvar, y conseguirán la santidad por vías misteriosas de la gracia de Dios, Padre, que sabe valorar y juzgar en verdad el secreto de los corazones.

    La bondad es el fundamento de la santidad. Por eso, en el sentido católico, San Isidro labrador, fue un hombre bueno, un hombre sencillo, un hombre humilde, que se pronunciaba en el exterior, como realmente era por dentro: sin picardía, sin dobles intenciones, sin escondrijos en el corazón, sin componendas. ¡Qué difícil, hermanos, es encontrar a un hombre bueno y sencillo consigo mismo y con los demás!

    Cuando decimos que San Isidro labrador fue un hombre humilde, no queremos decir que fue santo porque tenía una profesión humilde, la de labrador, pues la profesión no importa para ser santo, sino porque, como persona, fue humilde en su corazón y en su acción. La dignidad del Papa, por ejemplo, la superior que existe entre todas las dignidades humanas, religiosas y eclesiásticas no es, de suyo, mejor oficio que el de labrador para ser santo.

    La humildad espiritual, como virtud, no es lo mismo que la humildad de profesión. Consiste no en la “profesión que se ejerce”, sino en la humildad y comportamiento con que se vive la propia vocación, pues hay personas de alto rango social, que son humildes y santas; y, por el contrario, hay personas de condición social humilde que son engreídas y soberbias.

    San Isidro fue también humilde, porque reconocía que todo lo había recibido de Dios, se reconocía, como otro cualquiera o peor que los demás, y nunca superior, y no se consideraba mejor que nadie, ni se compara con los demás, ni juzgaba, ni criticaba. Todo lo excusaba, todo lo perdonaba, y todo lo olvidaba, sintiéndose pecador, necesitado del perdón de Dios y de la comprensión de los hombres. Tenía, digamos, dos pilastras fundamentales de la santidad: la sencillez y la humildad. Era un santo común, que no quiere decir que tenía una santidad de poca altura, sino que era un santo ordinario, normal, al alcance de cualquiera; y no un santo deslumbrante, de esos que nunca dormían en la cama y llevaban una vida penitente en todo, cono norma de conducta habitual, y hacían milagros que atraían a las turbas.

    San Isidro estaba casado con su esposa Santa María de la Cabeza. Era agricultor, y trabajaba al servicio de un amo, compaginando el trabajo con una vida de piedad intensa. Me imagino que ambos esposos santos tendrían que superar las pequeñas dificultades de la convivencia, que son necesarias para ejercer la virtud comunitaria, pues hacer vida común con otro o con otros es un medio muy eficaz para conseguir la santidad. Cada uno de ellos tenía su manera de ser diferente y santa, pero al ser distintos, la manera de ser y actuar santa de uno supondría para el otro pequeños sacrificios en algunas cosas; sacrificios que se aceptaban con alegre comprensión, porque se querían mucho y buscaban a Dios siempre y en todo. Las pequeñas trifulcas y roces en familia se deben, en su mayoría, a la falta de mutua comprensión, de humildad y sacrificio.

    Cuando uno es humilde, tiende a callar, a comprender, a ceder, porque es mejor callar y dejar al otro con la razón que no lleva, que con palabras convincentes defender la verdad en cosas indiferentes y tontas; incluso cuando se trate de defender verdades importantes, que no van a convencer, sino más bien crear discusiones, suscitar broncas, y romper la paz armando guerras tontas ¡Cuántos disgustos existen en las familias por simpleces, que no tienen otro fundamento que la soberbia de imponer la propia opinión.

    San Isidro Labrador, además, fue un hombre de vida interior, que vivía habitualmente en Dios escondido con Cristo; y no un santo de oraciones circunstanciales. Oraba a solas con Dios, y luego labrando la tierra, continuaba con la oración de acción, haciendo las cosas que tenía que hacer lo mejor que sabía y podía, procurando que el trabajo fuera también oración y un medio de santificación personal y apostólica.

    Por lo tanto, hermanos, seamos santos de verdad, santos como San Isidro, sencillos, humildes, de vida interior, trabajadores, de tal manera que la vida interior y el trabajo sean para cada uno de nosotros oración, medio de santificación personal y de apostolado, en cualquier estado de vida en que vivamos.

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