Los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, pidieron a Jesús una gracia presuntuosa: sentarse en la gloria en los primeros puestos, uno a la derecha y otro a la izquierda, sin saber lo que pedían, pero dispuestos a todo.
No sabemos lo que pedimos, pues lo mejor no es lo que uno quiere,
desea, pide o le gusta, sino lo que Dios quiere en orden a la vida eterna. La
felicidad no consiste en ser alguien importante en este mundo, tener
riquezas, poder, poseer honores, sino en cumplir la voluntad de Dios
de cualquier manera que se manifieste. Es lícito, bueno, cristiano y obligatorio
trabajar por ser lo que uno pueda ser en bien propio, de la familia, de la
Iglesia y de la Sociedad, como medio de santificación con
sacrificios y renuncias. Pero Dios no
siempre nos concede lo que queremos sino lo que necesitamos porque “nosotros
no sabemos pedir como conviene” (Rm 8,26)Nuestra vida
está planificada con la sabiduría y bondad de Dios por su
providencia divina, que maneja todos los acontecimientos con arreglo a un fin
establecido eternamente en orden a la Creación y Redención y bien de todos los
hombres. Los hijos de Zebedeo no entendieron el sentido completo de
lo que pedían a Jesús, por eso les preguntó: ¿Sois capaces de beber el
cáliz que yo he de beber? Jesús les hace ver que lo que pedían era el
martirio y no un puesto en el Reino de los Cielos. Los discípulos respondieron
resueltamente con verdad pero con ignorancia de lo que pedían: “Lo
somos”. Respuesta acertada porque el amor que profesaban a
Jesús era auténtico y con disposición a seguir al Maestro pase lo
que pase y pese a quien pese.
La vocación cristiana, y sobre todo la
consagrada, consiste en seguir a Cristo con los ojos cerrados, y agarrado de su
mano correr la aventura de lo desconocido. Cuando una persona decide seguir a
Jesucristo, acepta todo lo que le pueda pasar, sin arrepentirse después de lo
que vaya a pasar. Pero si una persona cristiana o consagrada, cuando
viene la contrariedad o el dolor dice: si yo hubiera sabido lo que tenía que
pasar no hubiera dado el paso de seguir a Jesucristo, se trata de una
equivocación, ilusión o tentación pasajera vencible, pues hay que
vivir contento y alegre con la vocación que se ha recibido del
Espíritu Santo en todo lo que suceda, pues sufrir con Cristo es
identificarse con Él en su vida, pasión y muerte.
“Los
otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”.
Es humana y comprensiva esta reacción de enfado
envidioso de sus compañeros con ellos, porque sus ambiciones chocaban con las
suyas, porque eran las mismas o parecidas. Jesús respondió diciendo que el
puesto en el Cielo era misión del Padre y no suya. La Gloria
que merecemos en el Cielo es esencialmente la misma para todos los
bienaventurados: la visión y gozo de Dios, Uno y Trino total, pero la visión y
gozo personal es distinta, según los méritos de cada uno ha merecido, según la
justicia misericordiosa de Dios Padre.
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