Pero en realidad, María Santísima recibió el Pentecostés personal en el mismo momento en que Ella fue concebida Inmaculada en el seno de su madre, es decir, en el mismo instante en que María fue persona. La concepción Inmaculada de María superó al sacramento del bautismo que recibimos los cristianos. Al ser concebida María sin pecado original o en plenitud del Espíritu Santo, aún antes de nacer, esta concepción hizo las veces de un sacramento superior al del bautismo, que no necesitaba porque no contrajo el pecado original. Y produjo en Ella superiores gracias que confiere el bautismo, quedando convertida en Hija de Dios y potencialmente en Madre de la Iglesia y Madre del Cuerpo Místico.
Nosotros también, hermanos, aunque de diferente manera, hemos recibido la plenitud del Espíritu Santo en dos ocasiones sacramentales: en el bautismo y en la confirmación.
En los primeros siglos de la Iglesia no estaba clara la distinción teológica entre el bautismo y la confirmación, porque se administraban simultáneamente, de manera que no era fácil distinguir cuándo empezaba el bautismo y cuándo la confirmación, pues se administraban en un mismo acto. Con el tiempo estos dos sacramentos se separaron y empezaron a celebrarse en ocasiones distintas.
Hace más de setenta años los niños recién bautizados eran confirmados, sin mirar la edad, cuando el Obispo hacía la visita pastoral a las parroquias, que sucedía de tarde en tarde. Yo fui confirmado en los brazos de mi madre.
Gracias a Dios, con el tiempo la pastoral ha avanzado mucho, y con más sentido teológico hoy no se administra el sacramento de la confirmación hasta que los adolescentes o jóvenes no hayan conseguido una madurez suficiente en la fe.
Demos gracias a Dios porque hemos sido concebidos en gracia en el sacramento del bautismo y confirmados en el Sacramento del Espíritu Santo y por medio de María, Madre de la divina gracia.
La fuerza del Espíritu Santo no se limita a dos ocasiones circunstanciales o históricas, el bautismo y la confirmación, sino que cada vez que recibimos un sacramento cualquiera, viene a nosotros el pentecostés sacramental de la gracia. Es más, hablando con mayor profundidad teológica, siempre que realizamos un acto de piedad, hacemos una acción caritativa, una obra de misericordia y nos ponemos en contacto con Dios para pedir su gracia, celebramos místicamente un pentecostés teológico.
Hablando con mayor amplitud de miras, el
Espíritu Santo viene y actúa en todos y en cada uno de los hombres de buena
voluntad, que hacen el bien, aunque no sean católicos. Y entonces se celebra en
ellos el Pentecostés misterioso.
Es verdad que nosotros tenemos los cauces
ordinarios de la comunicación de la gracia, pero ¿quién puede poner trabas y
limitaciones a la omnipotencia del Espíritu Santo, que es también sabiduría
infinitamente misericordiosa para la salvación de todos los hombres? Aquellos
creyentes que están convencidos de su propia fe, de buena voluntad, y aquellos
otros que en la práctica viven, como si Dios no existiera, porque no lo
conocen, o dejaron a Dios de lado por razones diversas, cuentan también con la
venida del Espíritu Santo, cuando realizan una obra buena. Y entonces celebran el Pentecostés misericordioso. Porque
al Cuerpo y al alma de la Iglesia pertenecemos todos los hombres del mundo de
una u otra manera.
Pidamos también para que aquellos otros, que
están fuera de la Iglesia, pero dentro del Corazón de Cristo, que son hombres
de bien, celebren el pentecostés místico y misericordioso
de hacer el bien, de la manera que solamente el Espíritu Santo sabe.
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