sábado, 24 de noviembre de 2012

CRISTO REY 
25 de Noviembre de 2012
            El año civil, como todos sabemos, empieza el 1 de Enero y termina el 31 de Diciembre. Es distinto del año litúrgico que empieza el primer domingo de Adviento y termina en la solemnidad de Cristo Rey. Durante él la Iglesia celebra en ciclos A, B y C la Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Jesús a los Cielos. Hoy celebramos el fin del año litúrgico, la solemnidad de Cristo Rey del ciclo B, tema que voy a exponer esquemáticamente  con sentido teológico espiritual.

Los conceptos humanos que tenemos sobre rey y reino no se corresponden con los de Cristo Rey y su Reino, realidades misteriosas que sólo se pueden entender con analogías desde la fe.
Cuando afirmamos que Cristo es Rey  no es de igual manera ni parecida como cuando decimos, por ejemplo, que Juan Carlos I es Rey de España, ni siquiera en sentido metafórico, acomodaticio, como cuando llamamos a Santo Tomás de Aquino el rey  de la Filosofía y Teología, a Murillo, Velázquez, Miguel Ángel, Ribera reyes del arte  de la belleza pictórica, ni, como es evidente, en sentido popular cariñoso como cuando una madre llama a su hijo rey.

Cristo es Rey en sentido sobrenatural, misterioso, real, propio y único por dos  títulos Creador y Redentor.

Creador
Nos dice el evangelio de San Juan que “Mediante ella (la Palabra, el Hijo, Jesús) se hizo todo; sin ella no se hizo nada de lo  hecho se hizo todo” (Jn 1,1-2).  Luego Cristo, como Dios, Creador de todas las cosas de la nada, es  Dueño y Señor de todo lo creado, Rey, que  gobierna todas sus cosas con sabiduría y bondad.
El apóstol San Pablo especifica esta verdad, doctrinalmente teológica, con este versículo inspirado: “Él (Jesucristo) es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de Él fue creado el universo celeste y terrestre, lo visible y lo invisible (Col 1,16).
Luego Cristo es Rey de todo el Universo celeste y terrestre, visible e invisible que gobierna toda la Creación que forma parte de la Redención.

Redentor
          Jesucristo, Dios, Creador, es además Rey por el título de Redentor. . 
En el Antiguo Testamento, el Mesías, Cristo, fue profetizado como Rey universal de la Creación y Redentor, si bien muchos judíos interpretaron la redención solamente como una liberación del injusto poder al que estuvo sometido el Pueblo de Dios en todos los tiempos, principalmente en la era romana. Pensaban que el pueblo de Dios sería un reino humanamente religioso de justicia y paz con la abundancia de bienes.  

Cristo Rey
La profecía de Cristo Rey y su reino en el Antiguo Testamento se cumplió y perfeccionó con exactitud en el Nuevo Testamento, como aparece en el conjunto de los Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas  apostólicas. Jesucristo afirmó con contundencia esta verdad de Rey y su Reino ante Pilato, de esta manera clara y precisa:
 Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le replicó:
 Mi reino no es de este mundo.
             Pilato le dijo:
           Conque ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para eso he venido al mundo: para ser testigo de la verdad (Jn 18,33-37).
            Efectivamente Jesús es Rey y su Reino no es de este mundo, es decir como los de este mundo. El Reino de Cristo, la Iglesia, es distinto a todos los otros reinos  de la tierra en naturaleza, composición, gobierno y fin. Su naturaleza es compleja: divina y humana, terrestre y celeste, corporal y espiritual, temporal y eterna (LG 8). Está compuesto por todos los hombres del mundo; gobernado por Cristo Rey, y ministerialmente por el Papa y los Obispos; su gobierno es la ley del amor (Jn 13,34); su identidad  es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un Templo; y su fin es la gloria de Dios y la salvación de todos los hombres con  la perspectiva  suprema y última  de  la redención o renovación de los nuevos cielos y la nueva tierra al fin del mundo.
            Características del Reino de Cristo
            Las características el Reino de Cristo están claramente definidas en el prefacio de la solemnidad de Cristo Rey con estas palabras:
“Consagraste Sacerdote eterno y Rey del Universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que, ofreciéndose a si mismo como víctima perfecta y pacificadora  en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y, sometiendo a su poder la creación entera, entregara a su majestad infinita  un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.

REINO ETERNO  concebido desde toda la eternidad en el seno íntimo de la Santísima Trinidad. Tuvo su origen en el tiempo inmediatamente después del pecado original de Adán con la promesa de la Redención (Gén 3,15). Evoluciona en tres etapas: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento  y concluirá en el Reino de los Cielos al fin de los tiempos, porque existirá  siempre.
REINO UNIVERSAL  para todos los hombres de cualquier raza y color; condición social, ricos y pobres; ideología humana diversa y cultura múltiple; religión católica, cristiana u otra, vivida con sincero corazón; condición moral diferente, buenos y malos. Este reino, anunciado en el Antiguo Testamento, fue instituido por Jesucristo, Rey, como  Iglesia, sacramento universal de salvación por el que salva a la inmensa mayoría de los hombres, en virtud de la justicia misericordiosa de Dios  por diversas causas: deficiencias naturales de incapacidad intelectual e irresponsabilidad moral, enfermedad congénita o adquirida, incultura, ignorancia, culturas diferentes y otras.    
REINO DE LA VERDAD  ABSOLUTA Y ÚNICA, como dijo Jesús: “Yo para eso he venido al mundo: para ser testigo de la verdad” (Jn 18,37). Porque todo lo que no es Cristo es: verdad humana, imperfecta, relativa, subjetiva, parcial, variable,  mentira o confusión con la verdad.
 REINO DE LA VIDA  eterna,  inmutable, de la que participan analógicamente en la Iglesia todos los hombres de múltiples maneras. Cristo es la Vida divina, y toda vida que no sea la suya es natural, humana, perecedera o muerte.
REINO DE LA SANTIDAD Y LA GRACIA porque la Iglesia es santa porque Jesucristo, su fundador, es Santo; su fin es santo, la salvación eterna; los medios son santos, la gracia, sacramentos, oración, ejercicio de virtudes, santas obras; y en la Iglesia  peregrina y celeste hay millones de santos. Reino de gracia en el que todo es gracia, menos el pecado.
REINO DE LA JUSTICIA sobrenatural, auténtica, infalible por la que Cristo Rey, Redentor, premia a los buenos y castiga a los malos con equidad y misericordia divina, sin equivocación; y no como la justicia humana que en bastantes casos suele estar equivocada, y frecuentemente es interesada,  corrupta, politizada o comercializada.  
REINO DE  AMOR auténtico y verdadero, porque la Iglesia es el Cielo en la tierra en semilla, que exige su desarrollo con dificultades, luchas, victorias y derrotas, cualidades y defectos, virtudes y pecados  con la perspectiva del Reino de los Celos, que es Amor de visión y gozo eterno,  cristalizado por la resurrección de Cristo, en unión con la Santísima Trinidad, todos los ángeles y santos ahora, y después al fin del mundo con toda la Creación renovada y convertida en los Nuevos cielos y la Nueva Tierra.
REINO DE LA PAZ que no consiste en ausencia de guerras, ni en la abundancia de bienes materiales, ni en la unión pacífica de los pueblos, sino en el cumplimiento de la Ley en todas sus amplitudes; en la relación humana familiar, social y laboral, justa; y, en definitiva, en la aceptación de la voluntad de Dios, de cualquier manera que se manifieste. La omnipotente sabiduría de Dios en su infinita providencia hace que todos los actos buenos, aunque estén motivados por distintas causas justas, produzcan los frutos de la paz.

             Oración a Cristo Rey

Cristo, Rey, Hijo unigénito del Padre,
que has creado de la nada el Universo,
escenario de la redención de los hombres,
donde, sin dejar de ser Dios,
te hiciste hombre
para redimir al género humano del pecado.
Haz, Señor, que todos los redimidos
por tu sabiduría, amor y misericordia
formemos un solo reino de verdad y vida,
santidad y gracia, justicia, amor y paz.
Amén.
Cristo Rey:
Reina siempre en mi mente
para pensar siempre en Ti,
y contigo en todas las cosas.
Vive en mi corazón  como en tu propia casa
y en él convivan conmigo
todos los hombres y todo lo creado.
Que todas mis palabras sean
para la gloria y alabanza  de Dios, Padre
con la fuerza inmanente del Espíritu Santo;
y todas mis obras sean santificantes para mi  y santificadoras para todos los hombres
y apostólicas en todas las cosas
para vivir cristificado en la tierra,
y después eternamente glorificado en el Cielo.
Reina, Señor, en todos los corazones
y en todo el mundo
para que Tú seas Rey del Universo
y gobiernes con sabiduría, bondad y misericordia
 a todos los hombres. Amén.
 

lunes, 5 de noviembre de 2012


TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO,
TIEMPO ORDINARIO CICLO B
4 DE NOVIEMBRE DE 2012

PRIMER MANDAMIENTO
Amar a Dios y al prójimo

La primera lectura  de la liturgia de la Palabra y el evangelio de este domingo nos hablan del amor a Dios,  tema que voy a abordar para facilitar ideas para la meditación o la homilía. 
El primer y principal mandamiento de la Ley de Dios en el tiempo de Jesucristo era una cuestión muy debatida entre los doctores de la Ley, escuelas rabínicas, grupos religiosos y la gente del pueblo que hablaba de este problema en sentido coloquial hasta en las comidas.
El fariseísmo, por ejemplo, cifraba el amor a Dios en el riguroso cumplimiento de mandatos, prohibiciones, normativas exageradas e impopulares, como por ejemplo en el cumplimiento del día sabático, dedicado a Dios y al descanso. Como Jesucristo tenía ya fama de gran Maestro en Israel por su predicación que demostraba tener un conocimiento perfecto de la Sagrada Escritura, para salir de dudas un día un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿qué mandamiento es el primero de todos. Respondió Jesús: Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mc 12,28-31).

Amor a Dios y amor al prójimo
Los teólogos discurriendo sobre este pasaje evangélico, basándose principalmente en Santo Tomás de Aquino, explican que no son dos mandamientos distintos, sino dos aspectos de un solo mandamientos: amar  a Dios, primer aspecto, y al prójimo, segundo aspecto. Es como una sola medalla con el anverso y reverso o una moneda con la cara y cruz.
Existen muchos textos en la Sagrada Escritura que prueban que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables. Citamos dos textos clásicos.
- “Quien ama a Dios ame también a su hermano” (1 Jn 4,21).
- “Si alguno dice: amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve” (1 Jn 5,20), pues al  prójimo se le ve con los ojos de Dios y se le ama con su corazón.
Un amor a Dios sin amor al prójimo es un error bíblico y teológico, una falsificación del verdadero amor o una monomanía religiosa psicopática de una persona que le da por la Eucaristía, el amor fanático a la Virgen, el rezo del rosario, devoción a un santo cualquiera, sin conexión con la fe evangélica de la Iglesia; y un  amor al prójimo sin amor a Dios es amor humano, filantropía, compasión, satisfacción por hacer el bien al prójimo, enamoramiento o egoísmo.

Amor al prójimo 
El amor al prójimo es una consecuencia lógica del amor a Dios,  porque el prójimo es Dios mismo participado en el hombre, miembro del Cuerpo Místico de Cristo, Dios. El amor del hombre a Dios es lógico porque ama a quien recibe todo bien de Él, pero el amor de Dios al hombre es en cierto sentido ilógico,  porque Dios ama al hombre para beneficiar a quien nada va a recibir de él, porque Dios es absoluta y eternamente perfecto, y nada puede necesitar. El apóstol San Juan nos dice en qué consiste la esencia del amor: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).
Por eso el papa Benedicto XVI dice que el amor a de Dos al hombre  es gratuito, “porque se da del todo gratuitamente, sin mérito anterior, sino también porque es amor que perdona” (Benedicto XVI Deus cháritas est n 10).
 El amor cristiano es una participación analógica de la misma naturaleza del Ser de Dios, que es Amor, y, por eso, hay que amarse a sí mismo, amar al prójimo y a todas las cosas con el mismo amor que de Él se ha recibido en el bautismo. El amor divino es dádiva gratuita. Jesús en la homilía de la institución de la Eucaristía nos mandó  que nos amásemos unos a otros, como Él nos amó, y no que nos “amasemos”.  Si Jesucristo, Dios, nos amó dando la vida por nosotros,  nosotros debemos dar la vida por los hermanos (1 Jn 4,11).
  
Si Dios  ama al hombre, gratuitamente, el hombre debe amar a Dios de balde y consecuentemente, al estilo de Dios, dando y dándose, como dice un refrán castellano: obras son amores y no buenas razones. La Palabra de Dios nos manda: “No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn 3,18).  El verdadero amor es más darse que dar, pues dándose al otro se le da también. No es dar por correspondencia, costumbre, educación, política  o  egoísmo buscándose uno a sí mismo.  El amor humano existe con limitaciones, muchas imperfecciones y mezclas de amor propio, pero difícilmente totalmente puro. Solamente el amor cristiano diviniza el amor humano.
 El  amor humano necesita correspondencia recíproca, pues no correspondido, es dolor más que gozo. Sin embargo, el amor cristiano siempre es correspondido porque se ama por Dios de quien se recibe más de lo que se da. El amor  puro consiste en amar, sin ningún interés, por el bien propio y el del otro. El amor  es  como una delicada flor en un jardín florido, que hay que cultivarlo con obras y detalles para que se conserve, pues sin cuido se va perdiendo, se sustituye fácilmente por otro o fenece.  El amor de la madre normal y equilibrada al hijo con sus deficiencias humanas es generalmente el amor más puro y perfecto que existe en el mundo, pues se ama al hijo por su propio bien, aunque se reciba de él mal o nada bien a cambio. Se ama a la persona amada con comprensión, como ella es: con sus limitaciones, defectos y pecados, propios de la fragilidad humana, y no como a la persona que ama le gustaría que fuera, porque el amor al otro es personal. 
La mejor apología sobre el amor es original del Espíritu Santo, escrita por San Pablo a los Corintios (1 Cor 13,1-13).  
El amor cristiano nace de Dios (1Jn 5,7), se vive personalmente,  se demuestra comunitariamente en el amor al prójimo, se extiende a todas las cosas y revierte finalmente a Dios.; Es el tema fundamental de la vida cristiana y sobre el que tratará el examen en el día del juicio final (Mt 25, 31ss).
El amor al prójimo está claramente mandado en la Sagrada Escritura porque antes es dado, como dice el Papa Benedicto XVI: “El amor puede ser mandado porque antes es dado” (Deus charitas est nº 14; 1 Jn 5,7).
En el Antiguo Testamento muchos doctores de la Ley entendían  que el prójimo era el israelita o el extranjero que moraba en Israel. En cambio, Jesucristo enseñó en el  Nuevo que el amor al prójimo se extiende a todos los hombres, de manera que a nadie se puede excluir del amor cristiano.
Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino el amor al prójimo se extiende a todos los seres que poseen la comunicación de la bienaventuranza o la capacidad de conseguirla. En concreto son prójimos: Los ángeles y bienaventurados del Cielo; las almas del Purgatorio, destinadas a la posesión de la bienaventuranza; los que están en estado de gracia  porque  viven la misma vida de Dios, hecha gracia; los pecadores, por muy pecadores que sean,  porque mientras viven en este mundo pueden recuperar la gracia divina perdida por el pecado o por la fe, y conseguir la bienaventuranza; y los enemigos de Dios y de la Iglesia, pues, aunque persigan a Dios y a la Iglesia, tienen la capacidad de la salvación eterna  por la omnipotente misericordia de Dios. Solamente están excluidos los demonios y condenados en el infierno, porque están eternamente desconectados de la bienaventuranza por culpa propia.

            Vicios opuestos al  amor
“El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la que damos acepciones totalmente diferentes, dice el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus charitas est” (n 2).  “Quien quiere dar amor, debe recibirlo como don” (n 7).  “El amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro” (n 6).

Al amor se opone el egoísmo que es buscarse a sí mismo en el otro o en las cosas en sus múltiples expresiones,. Si se busca el amor en el sexo es egoísmo sexual, satisfacción desordenada  de la sexualidad incontrolada. Si en las personas egoísmo personal utilizando al prójimo en beneficio propio. Y si en las cosas egoísmo material poniendo todo el corazón al servicio exclusivo de sí mismo.
Ama a Dios, al prójimo y a todas las cosas haciéndote “dios” en el amor. 





miércoles, 31 de octubre de 2012

            FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS
            (1 De Noviembre)

Hoy los católicos  celebramos la fiesta de todos los santos y mártires canonizados por la Iglesia Católica desde su fundación hasta nuestros días, que son innumerables. Sus vidas, doctrina, obras y comportamientos son estudiados rigurosamente  por expertos, y  cumplidas las normativas pertinentes y conseguir los milagros reglamentarios por la Historia son definidos  santos por el Papa; y  son presentados al pueblo cristiano como modelos de virtudes en la santidad e intercesores nuestros delante de Dios.             
Hay también multitud de cristianos que están en el Cielo como beatos, que según las circunstancias quedan para siempre con esta calificación o pueden ser canonizados en su día.
Existen también multitud de cristianos venerables y siervos de Dios,  que están en proceso de beatificación hasta que el Papa tras riguroso examen de sus vidas sean declarados beatos  o santos, si procede.
Son millones los santos del silencio, cristianos que murieron en gracia de Dios, después de llevar en el mundo una vida santa en gracia operativa y purgar sus culpas y pecados en el Purgatorio de la Vida, sin necesidad del  Purgatorio  dogmático de la Iglesia Católica. Yo no creo la opinión de predicadores, escritores, teologuillos o santos que piensan que todos después de la muerte forzosamente     tienen que pasar por el Purgatorio, pues todos mueren con necesidad de alguna purgación, teoría que nunca ha enseñado la Iglesia. Pueden ser nuestros padres, hijos, hermanos, amigos, conocidos o desconocidos que están en el Cielo, tan cerca o más de Dios que los que los renombrados y reconocidos santos, beatos, siervos de Dios y venerables de la Iglesia.

Los santos y beatos:
- son modelos de santidad  a quienes los cristianos tenemos que imitar  sus virtudes, no en sus actos que algunos son inimitables, personales, sino en sus actitudes;
- e intercesores para pedirles las gracias que necesitamos, si son convenientes o necesarias para nuestra salvación eterna.

Medios para conseguir la santidad:
Son muchos los medios que tenemos a nuestro alcance para conseguir la santidad. Los principales son:
- el cumplimiento de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia, imprescindible para vivir en gracia de Dios;  
- la oración que es acción santificadora y apostólica;
- principalmente el sacramento de la Eucaristía y Penitencia y otros sacramentos, recibidos con espíritu de fe y no por costumbre o rutina;
- las diversas obras buenas, ejercidas en  estado de gracia;
-  las múltiples  acciones teológicas de apostolado: la enseñanza, catequesis, caridad, y servicios eclesiales, potenciados por la gracia.
- el trabajo santificador y apostólico;
- el dolor aceptado y sufrido con Cristo paciente;
- y la vida ordinaria, a imitación de Jesús de Nazaret que redimió a todos los hombres durante treinta años con el ocultamiento silencioso de la oración y simple trabajo bajo obediencia, casi toda la vida; y la de Santa María del Silencio que corredimió al género humano, juntamente con Jesucristo Redentor durante toda su vida.  Porque todo cuanto se haga, bueno o indiferente, en estado de gracia santifica.




DÍA DE TODOS LOS DIFUNTOS
(2 de Noviembre)

La fiesta de los difuntos la inició San Odilón, abad del monasterio de Cluny, en el sur de Francia en el año 998, dedicando el 2 de Noviembre para pedir por los fieles difuntos. En el decurso de los tiempos la Iglesia dedicó  este día  al calendario católico.  Aunque cualquier día es bueno para orar por los difuntos, la Iglesia  el 2 de Noviembre, para rezar por los difuntos, también por aquellos que no reciben sufragios de familiares y amigos.

Principales sufragios:
- El sacrificio de la Santa Misa es el mejor y más valioso de todos los sufragios;
- la comunión sacramental o espiritual;
- las oraciones de la Iglesia: el padrenuestro, el ave María, el credo, la Salve;
- oraciones compuestas por santos o autores cristianos,  incluso improvisadas por uno mismo;
- pensamientos, sentimientos, jaculatorias;
- la penitencia, de cualquier tipo que sea;
- cualquier obra buena;
- y la limosna en cualquier cuantía  según las posibilidades económicas de cada uno.

PURGATORIO

La existencia del Purgatorio es una verdad de fe definida por la Iglesia en el Concilio de Lyón (1274), por Benedicto XII (1336), en el Concilio de Florencia (1439) y ratificada después en el Concilio de Trento (1534-1563); verdad que hay que creer y de la que no se puede dudar sin pecar.  El reciente Concilio Vaticano II, Concilio pastoral, sintetiza este dogma  con estas palabras:
“Los que mueren en gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en las alegrías del Cielo” (Cat 1030).
            La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final, que es completamente distinta del castigo de los condenados en el Infierno.
            En consecuencia, la doctrina de la Iglesia sobre el Purgatorio se resume en dos proposiciones:
1ª Los que mueren en gracia, pero imperfectamente purificados están seguros de su salvación, pero necesitan una purgación antes de entrar en el Cielo.
            2ª La purgación en el Purgatorio es completamente distinta del castigo de los condenados.      
            Todo lo demás que se escriba, predique o diga es  teoría inventada, revelación privada, visión particular o pura fantasía religiosa.
Para caminar seguros en esta materia tan discutida entre los teólogos modernos, y no pocos cristianos de la nueva ola, expongo la doctrina de la teología tradicional sobre el Purgatorio, basándome principalmente en Santo Tomás de Aquino.

           ERRORES
           Los ateos, agnósticos y racionalistas, que niegan toda doctrina sobrenatural, no admiten la existencia del Purgatorio, porque no puede ser probada por la razón humana.  
            Basílides
            Basílides en el siglo II fue el primero que negó la existencia del Purgatorio, de cuya falsa doctrina  surgieron numerosas escuelas que afirmaban la trasmigración de las almas después de la muerte a otros cuerpos más o menos perfectos, conforme a los méritos alcanzados en la existencia anterior por un tiempo o hasta el fin del mundo.  Esta doctrina fantástica  se opone a la fe  de la Iglesia, que enseña la existencia de una sola alma, creada por Dios e infundida en un solo cuerpo, formando una sola persona. La muerte separa el cuerpo del alma, que es juzgada por Dios para recibir sentencia eterna: el Cielo definitivo, o aplazado en el Purgatorio, o el Infierno. En el fin del mundo todos los cuerpos resucitarán y se unirán a su propio cuerpo para ser en personas resucitadas, juzgadas en el Juicio Final y vivir eternamente en el Cielo o en el Infierno, según el premio o castigo que cada uno haya merecido  en la tierra.
            Los protestantes              
            Los protestantes, cristianos que se separaron de la Iglesia Católica en el siglo XVI, negaron la existencia del Purgatorio. Lutero  afirmó que el que tenga fe se salvará sin Purgatorio, y el que no la tenga se condenará por muchas obras buenas que haya realizado.  Tengo entendido que los protestantes andan hoy divididos en esa materia, pues unos, los más liberales, admiten  una especie de Purgatorio, porque las almas se purifican por sus propios actos, sin admitir sufragios por las almas.
                       
            Sagrada  escritura
            La mayor parte de los teólogos afirman que en el Antiguo Testamento no existen textos claros  para probar la existencia del Purgatorio. Solamente  la Iglesia  admite uno del libro de los Macabeos: “Obra santa y piadosa es orar por los muertos. Por eso hizo que fuesen expiados los muertos, para que fuesen absueltos de sus pecados”  (2 Macabeos 12,41-46).             
            Los expertos en la Sagrada Escritura afirman que en el Nuevo Testamento existen   nueve textos que prueban la existencia del Purgatorio. Quizás el más claro de ellos es  el siguiente: “Por eso os digo que cualquier pecado o blasfemia serán perdonados a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Y quien diga una palabra contra el Hijo del hombre será perdonado, pero quien hable contra el Espíritu Santo no será perdonada ni este mundo ni en el otro” contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro” (Mt 12,31-32).
            La exégesis católica tradicional ha visto en estas palabras  de Jesucristo una clara alusión al Purgatorio, al menos de  manera indirecta. El pecado contra el Espíritu Santo, que no se perdona ni en este mundo ni en el otro, es el del hombre impenitente,  que no se arrepiente de su pecado por obstinación.

Naturaleza del purgatorio 
Admitida por fe la existencia del Purgatorio, según el dogma de la fe católica, advertimos que la Iglesia nada ha definido sobre su naturaleza. Simplemente enseña que el Purgatorio es un estado de purgación, sin explicar las clases de penas. Teniendo en cuenta este dato, los teólogos clásicos formulan teológicamente  su naturaleza de esta manera.
 El Purgatorio es un estado en un sitio desconocido, en el que las almas de los que murieron en gracia de Dios, pero imperfectamente purificados,  sufren después de su muerte una purificación antes de entrar en el Cielo. Explican con argumentos humanos, más o menos teológicos, su naturaleza. Las almas separadas del cuerpo, que son espíritus, no ocupan lugar local en el espacio.  
            Los teólogos escolásticos, como  Santo Tomás de Aquino, San Buenaventura, San Alberto Magno, y otros teólogos eminentes enseñan que en el Purgatorio existen dos clases de penas: pena de daño: privación de la visión beatífica, y pena de sentido: “fuego real y corporal”, entendido como una purificación sensiblemente  “espiritual” porque lo humanamente corporal no puede atormentar el alma, que es un ser espiritual. 
La pena principal del Purgatorio consiste en la dilación o  aplazamiento de la visión beatífica de Dios que tiene carácter de suma pena o castigo, porque las almas sufren al tener que esperar un tiempo para ver y gozar de Dios eternamente, aunque están seguras de su salvación. 
            Existen escritores y santos contemplativos místicos que describen el Purgatorio con caracteres espeluznantes que espantan y causan horror, donde las almas se queman en llama viva; y pintores que con pinceles más o menos artísticos pintan cuadros en los que Papas, Obispos, sacerdotes y cristianos están abrasándose en llamas. Estas expresiones son figuraciones o imaginaciones fantasmagóricas que inventan y exageran la realidad del Purgatorio, enseñado por la Iglesia. 
            Algunos teólogos, como San Agustín, Santo Tomás, y San Buenaventura afirman que la pena de la purgación es mayor que la que se puede sufrir en este mundo. Pero yo pienso que si es  así, la pena está suavizada y mitigada por la certeza absoluta de la salvación: poder ver y gozar de Dios un día por toda la eternidad es inmenso consuelo de esperanza que compensa con fortaleza las penas del Purgatorio.
             
Consuelos de las almas  del purgatorio
Los consuelos de las almas del Purgatorio se pueden reducir a dos:
1ª La certeza absoluta de saber que están seguras de la salvación eterna.    
2ª El cumplimiento de la voluntad Dios         
Además de la seguridad absoluta de la salvación eterna, las almas del Purgatorio tienen la plena conformidad con la voluntad de Dios, justa  porque saben que las penas son  merecidas. Y, por decirlo de alguna manera, disminuye el sufrimiento no en la intensidad de la purificación, sino a medida que el tiempo va pasando.
Es una piadosa idea pensar que la Virgen María, Madre también de las almas del Purgatorio, les ayudará para su purificación, como cuenta la tradición cristiana, basada en fundamentos creíbles de revelaciones privadas imaginarias.   

            Psicología de las almas del Purgatorio
  Como las almas no tienen cuerpo, no ven, ni oyen, ni sienten, ni imaginan, al modo humano, pues son funciones de la persona humana. Conocen a Dios como Creador de todas las cosas y recuerdan a sus familiares y amigos. Ellas entre sí se ven, contemplan y se comunican intuitivamente, a la manera de los ángeles. No pueden relacionarse con los habitantes de la Tierra, como dicen ciertas teorías  falsas sin fundamento, a no ser por una especial disposición milagrosa de Dios.
La tradición de la Iglesia ha exhortado siempre a orar por los difuntos. El fundamento de esta oración la describe  el Concilio Vaticano II con las siguientes palabras:
“La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad  el recuerdo de los difuntos” (LG 50).
              La muerte es el final de la vida terrena, pero no de nuestro ser inmortal, porque terminado el tiempo de gracia y de misericordia en la tierra con la resurrección de todos los muertos, ya no existirá el Purgatorio sino el Cielo y el Infierno. .
            Desde el principio del cristianismo, la Iglesia ha enseñado, y últimamente lo repite en el Catecismo de la Iglesia Católica, que los cristianos podemos ayudar con sufragios a los difuntos; y además ha honrado la memoria de los difuntos, ofreciendo sufragios de oraciones, penitencias, limosnas, indulgencias y obras buenas, en particular el sacrificio eucarístico por ellos, (DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios (Cat 1032).
 Los cristianos de fe profunda tenemos que saber que nuestros familiares y amigos difuntos, al morir no nos dijeron adiós para siempre sino hasta luego, y no debemos afligirnos como  “los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con Él. Y así estaremos siempre con el Señor. Con estas palabras debemos consolarnos”, como nos dice el apóstol San Pablo (Tes 4,13-14.17b-18).
El modo con el que Dios aplica los sufragios de los vivos a los difuntos pertenece al secreto de su infinita sabiduría misericordiosa.  La Iglesia recomienda también la visita a los cementerios y el cuidado de las tumbas. El Concilio subraya que “la fe, apoyada en sólidos argumentos, ofrece a todo hombre que reflexiona una respuesta a su ansiedad sobre su destino futuro, y le da al mismo tiempo la posibilidad  de una comunión en Cristo con los hermanos queridos arrebatados ya por la muerte, confiriéndoles la esperanza de que ellos han alcanzado en Dios la vida verdadera” (GS 18).
             Finalmente el Purgatorio es un misterio de fe que no se puede imaginar y no nos debe asustar, sino animar a vivir siempre en las manos de Dios ahorrando Purgatorio en el tiempo y mereciendo Cielo,  sabiendo que Dios es nuestro Padre, infinitamente sabio y misericordioso que comprende y perdona siempre nuestros pecados, que no pocas veces son ignorancias, errores, inculturas, debilidades humanas y patologías fisiológicas, psicológicas y psicopáticas.  



sábado, 22 de septiembre de 2012

            DOMINGO VIGÉSIMO QUINTO
            TIEMPO ORDINARIO CICLO B
            23 DE SEPTIEMBRE
            “Quien quiera ser el primero, que sea  el último de todos y el servidor de todos”

            En el tercer año de su vida pública caminaba Jesús con sus discípulos hacia Cafarnaúm, y por el camino les anunció otra vez más su pasión, muerte y resurrección, pero ellos, como siempre,  entendieron  esta noticia  en sentido figurado místico. Entraron todos en una casa, y Jesús que sabía el tema sobre el que discutieron por el camino, les preguntó: ¿de qué discutíais  en el camino? Pero todos se callaron. San Marcos nos refiere que la discusión versó sobre quién era el más importante  en el Reino que ellos creían que el Maestro  estaba a punto de fundar. Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: el que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado (Mc 9,35-37).  
El niño es la obra maestra de la creación  y de la perfección humana y cristiana, porque vive siempre en presente, olvida pronto el pasado malo, que para él es su ayer, graba en su memoria lo bueno, que siempre recuerda, y su futuro es  la providencia en manos de sus padres o de la Sociedad. El niño no conoce la realidad de la vida, que es mezcla de amor y odio, verdad y mentira, bien y mal, gozo y dolor, sonrisas y lágrimas, porque para él todo es inocente ilusión.
Para entrar en el Reino de los cielos es necesario hacerse como un niño (Mt 18,2-4),  no en sus actos sino en sus  actitudes o virtudes: inocencia, pureza, sencillez, ilusión espiritual, aunque se tengan defectos temperamentales  comprensivos y ciertos pecados sin malicia.  El hombre que es grande, si se hace pequeño gana el Cielo, que es la mayor y mejor paga que  puede conseguir  a los ojos de Dios. Las cosas son grandes o pequeñas en el mundo por el arte, el tiempo que se invierte en realizarlas o el valor estimativo de los hombres. En cambio, a los ojos de Dios, no existe otro valor que el amor con que se hacen por Él; y de tal manera que lo  pequeño es grande si se hace por amor, y lo grande pequeño si se hace sin amora  amor a Dios, porque las cosas, por sí mismas, no cotizan en el Cielo.
Es humano y cristiano que la persona tenga sentido de superación para conseguir metas de perfección en el saber  por fines honestos de lucro,  mejoramiento cultural de  la persona  o simplemente por satisfacer un gusto humano, artístico o deportivo, pero no por ambición  conculcando los derechos humanos de  la justicia humana y divina.
El cristiano tiene que trabajar por ser el que debe ser, según el plan que Dios tuvo al crearlo; y, si es el mejor o de los mejores entre los que lo rodean, dar gracias a Dios con humildad y tratar a los otros con comprensión y caridad; y, si quiere cursar la carrera de la santidad con nota, tiene que ser el servidor de todos, haciendo el papel de  reserva, como nos dice el Evangelio: “Quien quiera ser el primero, que sea  el último de todos y el servidor de todos”
Lo que vale en este mundo y en el otro para la verdadera felicidad  no es tener  cosas, dinero, cargos, honores, que son valores accidentales,  relativos, efímeros, sino ser como se tiene que ser en la presencia de Dios, que es el fin último de nuestra existencia. Sé tú mismo, como Dios te ha hecho y quiere que seas, y no como otro, aunque sea más perfecto que tú, pues tienes que ser  el  santo que Dios se propuso que seas en el conjunto de la Creación y Redención. Al otro, por santo que sea, debes imitarle en sus actitudes virtuales y  no en sus actos, que en muchos santos son personales, heroicos, admirables, pero no imitables. Sé tú mismo y no otro, porque imitando a otro en todo haces el ridículo y desfiguras tu personalidad. Tú debes ser la imagen y semejanza de Dios santamente personalizada.