lunes, 26 de marzo de 2012

SEMANA SANTA

SEMANA SANTA

            DOMINGO DE RAMOS    
           
         VISIÓN GLOBAL DE LA REDENCIÓN

             En este tiempo sagrado de Semana Santa, propicio para la oración, me parece oportuno hacer una visión esquemática, teológica y global, de la Redención de Jesus y la de sus miembros de su Cuerpo Místico que es la Iglesia.

            La Redención de Jesucristo empezó inicialmente en el mismo momento  en que encarnó el Hijo de Dios en el seno virginal de Santa María y se hizo hombre. Una vez nacido, la fue desarrollando paulatinamente mediante tres grandes etapas importantes: vida oculta  durante treinta años aproximadamente,  en la que redimió al hombre mediante la oración humana divinizada, el trabajo contemplativo de las cosas sencillas y ordinarias de la vida en obediencia; vida pública  en el espacio de tres años aproximadamente por la predicación del Evangelio, realización de milagros y acciones humanas; y vida de pasión con torturas inhumanas, flagelación despiadada, coronación de espinas, espectacular viacrucis hacia el calvario, cruenta crucifixión y muerte violenta en la cruz; y, por fin, tuvo lugar la resurrección que fue el último y feliz desenlace del drama de la Redención.

            Jesús vivió la vida oculta la mayor parte de su vida para enseñarnos que la vida sencilla de oración y trabajo en  obediencia es también apostólica y de pasión. En ella se han inspirado y se inspiran los Institutos de vida consagrada contemplativa y Obras que existen  en la Iglesia, y la vida consagrada o simplemente cristiana en los diversos estados sociales que hay en el mundo, porque orando, trabajando y sufriendo en obediencia se hace tanto o más que haciendo, y se es apóstol en la Iglesia.
            La vida pública de Jesús fue inseparable de la vida oculta, porque la realizó conjugando en ella  la vida oculta de oración y trabajo y sufriendo en obediencia al Padre, para enseñarnos que el apóstol debe predicar el Evangelio con el soporte de la vida oculta sufriente en oración con obediencia, pues quien predica y realiza obras apostólicas, sin vida interior, socializa, pero no apostoliza. En ese caso Dios lo utiliza como instrumento, pues es Él el autor de la eficacia del apostolado.
            La vida de pasión y muerte de Jesús comprende también la vida oculta y la pública, pues la realizó  en el ocultamiento de vida orante cumpliendo la voluntad del Padre, que fue también apostólica.
            Resumiendo: La Redención de Jesús fue vida oculta, pública y paciente simultáneamente efectuada de diversa manera en actos.

            Redención del cristiano
            Toda vocación cristiana en todas sus versiones es por su misma naturaleza oculta, pública y de pasión. Se debe vivir y realizar en estado de gracia,  orando, haciendo lo que se tiene que hacer y sufriendo  cumpliendo la voluntad de Dios, según la vocación que cada cristiano ha recibido del Espíritu Santo.

           

martes, 20 de marzo de 2012

DOMINGO V DE CUARESMA, CICLO B

DOMINGO V DE CUARESMA (CICLO B)
Reflexiones esquemáticas espirituales

            OBEDIENCIA CRISTIANA
            El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna (Heb 5,8-9).
           
            Este texto, contenido en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de hoy, original del Espíritu Santo y escrita por el apóstol San Pablo a los Hebreos, me ofrece una oportunidad para hablar de la obediencia, virtud fundamental para llevar una vida cristiana, sufriendo, y conseguir la salvación

            En el consenso mutuo de la Santísima Trinidad, desde toda la eternidad, se acordó  que, previsto el misterio del pecado original, el Hijo realizara la redención de los hombres. En efecto, el Hijo único, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, encarnó en las entrañas purísimas de la Virgen María. Hecho hombre, vivió pobre y humildemente durante treinta años en Nazaret, realizando de esta manera la primera parte de la Redención mediante una vida oculta de oración y trabajo de la vida ordinaria; después la continuó  por medio de una vida apostólica pública de  predicación del Evangelio y realización de milagros, para demostrar que Él era  el Mesías, Redentor, anunciado en el Antiguo Testamento, Dios encarnado; luego sufrió una pasión horripilante y murió en la cruz, como un malhechor, siendo la misma Santidad infinita; y por fin resucitó para dar muerte al pecado, causa de todos lo males que existen en el mundo,  y vencer la muerte física, como garantía de la resurrección de los muertos y la transformación de todas las cosas del Universo que tendrá lugar al fin de los tiempos. Y todo ello lo realizó Jesús por la obediencia, en cumplimiento de la voluntad del Padre.

            Para desarrollar esquemáticamente este tema,  me voy a apoyar en el siguiente texto del apóstol San Pablo: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la posición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así reconocido como hombre en su presencia, se humilló así mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,5-8).    En resumen: Dios se humilló haciéndose hombre y obediente en todo  hasta la muerte de cruz, para que el hombre, humillándose, se haga “dios”, obedeciendo hasta la muerte.  

            ¿Qué es la obediencia?
            La obediencia no es servilismo infantil, esclavitud irracional, debilitación de la libertad, atentado contra la dignidad humana, empobrecimiento de la personalidad, hacer caso a lo que manda un Jefe. No es lo mismo obediencia que sumisión. Está sometido el que cumple las órdenes de un jefe por razones humanas, económicas, sociales o políticas; y es obediente quien somete su voluntad  libre y amorosamente a la del Superior legítimo que manda de acuerdo con la ley,  como representante de Dios, por fe y amor a Dios, aunque sea a disgusto, con sacrificio, humillación, deshonra, oprobio o desprecio. Esta actitud no es esclavitud  humana sino señorío divino.
            Jesucristo, siendo Dios, obedeció, como hombre, en su vida oculta a sus padres San José y Santa María, personas inferiores a Él en naturaleza, dignidad por motivos de Redención.  A los doce años, cuando sus padres encontraron a su hijo, el niño Jesús,  en el templo de Jerusalén, que se perdió misteriosamente, les dijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?  Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto. Su Madre conservaba todo esto en su corazón  (Lc 2, 49,51-52).

                Después en su vida pública repitió infinidad de veces que había bajado del cielo para cumplir la voluntad del Padre. Valgan dos ejemplos entre otros muchos: (Jn 6,38; 4,34; 5,30) . Y, por fin, como hombre,  en la agonía de la oración  del huerto de Getsemaní, en la que, como Dios, vió al vivo toda la pasión que tenía que padecer, con la debilidad de hombre fuerte  pidió al Padre que pasara la cruz que iba a pasar: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú" (Mt 26,39). Pero Jesús sufrió la pasión  en cumplimiento de la voluntad del Padre, para la redención de todos los hombres y de todas las cosas. Con estos ejemplos y su propia vida exaltó y valoró la obediencia cristiana.
             
La autoridad es servicio
            En la obediencia hay que concebir dos conceptos: autoridad y súbdito. Todos los hombres somos súbditos de Dios, Creador de todos los seres, que tiene autoridad propia y absoluta sobre todos los hombres y dominio total sobre todas las cosas. Los hombres sólo tienen autoridad  delegada sobre otros, y  propiedad relativa sobre las cosas, porque toda autoridad legítima proviene de Dios: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y los que le resisten atraen la condena sobre sí  (Rm 13,1-2). El Papa, que es la autoridad suprema en la tierra, es súbdito de Dios y debe obedecer a la Iglesia para servir a Jesucristo.
            La autoridad es  la fuerza moral que dirige todos los miembros de una Comunidad hacia el bien común,  basada en la libertad y responsabilidad de cada uno (GS 74). No puede mandar lo que quiere sino lo debe y dentro de su propia competencia; y el súbdito no debe obedecer lo que la autoridad manda arbitrariamente y a capricho, sino lo que es justo según el derecho natural y divino.  La obediencia obliga cuando manda un superior legítimo dentro de su propia competencia, sin contradecir las órdenes de un superior mayor y sin entrometerse en cuestiones ajenas a su foro (Sto. Tomás 2,2.104.5). Fuera de los límites de la propia competencia el superior y el súbdito  son extraños a la obediencia. Si mandas al margen de la ley, abusas de tu autoridad, y si obedeces a una  autoridad  fuera de su competencia, haces caso al superior porque quieres, pero no obedeces.

            La autoridad es servicio y gobierno
            Servir a una comunidad al antojo sin gobernarla es "libertinizar"; y gobernarla sin servirla es esclavizar. La verdadera autoridad cristiana exige una entrega total al servicio amoroso del bien común de la Iglesia  en la santificación de los cristianos y bien del mundo.  La obediencia del cristiano consiste  en el cumplimiento de la Ley de Dios y de la Iglesia dentro de la comunidad familiar, laboral y social  donde el súbdito se desenvuelve.  La autoridad y obediencia, ejercidas con fe y amor a Dios, conlleva el sufrimiento que es  causa de salvación eterna.
            Si tienes  alguna autoridad, gobierna como quisieras tú ser gobernado; y si eres súbdito, obedece a quien te gobierna legítimamente en justicia con sufrimiento, pues, en definitiva, la autoridad  y  la sumisión cristianas  se ejercen en obediencia.  
      

             

lunes, 19 de marzo de 2012

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

                SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

            Después de la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, no hay en el Cielo  santo mayor que San José, por ser el esposo de la Madre de Dios, y el Padre legal o adoptivo de Jesucristo, Dios. Podríamos decir que, haciendo un parangón teológico con María, Corredentora, San José es el Corredentor del género humano de manera teológica comparativa.
            Jesucristo, Dios, es el Redentor del género humano, como causa principal y eficiente, y María,  Corredentora, como causa secundaría complementaria, formando un solo principio de Redención. Si María es Corredentora  del género humano en sentido propio,  San José es el Corredentor en sentido figurado, porque juntamente con María colaboró  plenamente en la Redención. Ejerció esta altísima misión cuidando a Jesús, Redentor con la oración y el trabajo santificador.  
            Por ser esposo de María  y Padre legal de Jesús es el Patrono de la Iglesia  y de los sacerdotes.  Tal vez este título de honor teológico , la Iglesia se lo podría haber concedido a San Pedro, por ser el primer papa  o acaso a San Juan, privilegiado amigo de Jesús y gran teólogo.

            Aparece siempre  en el Evangelio con un papel de extra,  personaje de referencias,  acompañando a María con virtuosos comportamientos de simple esposo, que hay que imaginar. San Mateo nos facilita   la única biografía de San José que existe con esta oración sustantiva: "José era un hombre justo" (Mt 1,19). Justo quiere decir en la terminología bíblica y teológica cumplidor de la ley, temeroso de Dios, perfecto, santo. Fue el Santo del Silencio en la tierra, pues no sabemos quienes fueron sus padres, cómo fue su niñez, su juventud, escasas cosas de su vida evangélica, nada de su muerte, ni el lugar donde murió ni fue enterrado. Su oración  de elevada contemplación mística fue superior a la de los místicos más renombrados de la Iglesia católica, en la que conjugaba la alta contemplación con la acción ordinaria, sin manifestaciones espectaculares. Era un estar  a gusto con Dios en la tierra, como viviendo en estado místico el gozo del Cielo; y su acción la realización  sublime y perfecta de las cosas sencillas y ordinarias de la vida.   
A imitación de San José, nosotros debemos orar y trabajar no solamente para perfeccionar nuestra personalidad, sino también para contribuir  al bien social del mundo y de la Iglesia con perspectiva de la vida eterna en el Cielo. Porque la oración, humanamente divinizada, cualquiera que sea, realizada  con las deficiencias propias de la naturaleza humana, y la acción orante y contemplativa santifican y apostolizan. 
Imitemos a San José, pues haciendo bien y con amor lo que tenemos que hacer, y cumpliendo la voluntad de Dios, según la vocación que cada uno ha recibido del Espíritu Santo, podemos  ser santos y apóstoles en la Iglesia.





miércoles, 14 de marzo de 2012

DIOS RICO EN MISERICORDIA


           DOMINGO CUARTO DE CUARESMA (CICLO B)
           
            DIOS, RICO EN MISERICORDIA (Ef 2,4)
            Reflexiones teológicamente espirituales

            El hombre, ser limitado y defectuoso, no puede conocer a Dios, el Ser  eterno, infinitamente perfecto, nada más que con las analogías de los atributos, que son perfecciones que existen en los hombres y se los aplican a Dios. El conocimiento que se consigue con este razonamiento es totalmente  imperfecto, y no se corresponde con la realidad de Dios Uno y Trino, porque el concepto de quien ES siempre no cabe dentro del entendimiento humano. Entre todos los atributos que el hombre concibe en Dios,  el más apropiado para el hombre es el de su misericordia infinita, porque los hombres  estamos plagados de miserias materiales, espirituales y morales.
 Dios es rico en misericordia en sentido infinito, pues es la misma misericordia eterna para con los males que existen en el mundo:  males físicos: inundaciones, incendios provocados, desgracias materiales intentadas, males corporales: dolores, enfermedades y males espirituales: psicológicos y psíquicos,  si vienen por culpa de los hombres; y  los comprende y remedia en lo posible, como  medios malos humanos para  fines divinos buenos que no se conocen, en orden a la salvación eterna.
Sin embargo, si proceden directamente de Dios por voluntad propia  son males humanos en apariencia, pero bienes espirituales en su finalidad suprema y última,  pues Dios no puede querer el mal en si mismo porque repugna a su naturaleza divina.  El único mal que existe en el mundo es el pecado, que el Concilio de Trento dice que es un misterio de maldad, y el Concilio Vaticano II:  “una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”

 El ejercicio de la misericordia divina comprende cuatro fases de una misma realidad: conocimiento del pecador, comprensión del pecado, perdón y excusa.
Dios conoce la realidad del hombre pecador: su constitución personal, cualidades, defectos, condiciones agravantes o excusantes, manera de ser y obrar; comprende sus debilidades, sus pasiones, influencias familiares y sociales, su cultura y ambiente en que ha sido educado;  perdona su pecado personal, tal como fue cometido en su momento, y arrepentido es confesado en el sacramento de la Penitencia o del perdón;  y, en última instancia, lo excusa, al  estilo de  Jesús Crucificado que perdonó el pecado de los que lo crucificaron perdonándoles y excusándoles: Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen.

            Somos pecadores, unos más y otros menos, y ofendemos a Dios de la manera que Él solamente sabe. La ofensa es grave o leve, pero siempre importante, porque ofendemos a nuestro Creador de quien hemos recibido todo, y a nuestro Padre, a quien debemos amar sobre todas las cosas. Pero los pecadores somos hijos   de Dios, no unos extraños, y esta condición filial tiene su doble ventaja: la obligación de Dios, Padre a perdonar a su hijo y el derecho del hijo pecador, arrepentido,  a ser perdonado por el Padre.