DOMINGO CUARTO DE CUARESMA (CICLO B)
DIOS, RICO EN MISERICORDIA (Ef 2,4)
Reflexiones teológicamente espirituales
El hombre, ser limitado y defectuoso, no puede conocer a Dios, el Ser eterno, infinitamente perfecto, nada más que con las analogías de los atributos, que son perfecciones que existen en los hombres y se los aplican a Dios. El conocimiento que se consigue con este razonamiento es totalmente imperfecto, y no se corresponde con la realidad de Dios Uno y Trino, porque el concepto de quien ES siempre no cabe dentro del entendimiento humano. Entre todos los atributos que el hombre concibe en Dios, el más apropiado para el hombre es el de su misericordia infinita, porque los hombres estamos plagados de miserias materiales, espirituales y morales.
Dios es rico en misericordia en sentido infinito, pues es la misma misericordia eterna para con los males que existen en el mundo: males físicos: inundaciones, incendios provocados, desgracias materiales intentadas, males corporales: dolores, enfermedades y males espirituales: psicológicos y psíquicos, si vienen por culpa de los hombres; y los comprende y remedia en lo posible, como medios malos humanos para fines divinos buenos que no se conocen, en orden a la salvación eterna.
Sin embargo, si proceden directamente de Dios por voluntad propia son males humanos en apariencia, pero bienes espirituales en su finalidad suprema y última, pues Dios no puede querer el mal en si mismo porque repugna a su naturaleza divina. El único mal que existe en el mundo es el pecado, que el Concilio de Trento dice que es un misterio de maldad, y el Concilio Vaticano II: “una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”
El ejercicio de la misericordia divina comprende cuatro fases de una misma realidad: conocimiento del pecador, comprensión del pecado, perdón y excusa.
Dios conoce la realidad del hombre pecador: su constitución personal, cualidades, defectos, condiciones agravantes o excusantes, manera de ser y obrar; comprende sus debilidades, sus pasiones, influencias familiares y sociales, su cultura y ambiente en que ha sido educado; perdona su pecado personal, tal como fue cometido en su momento, y arrepentido es confesado en el sacramento de la Penitencia o del perdón; y, en última instancia, lo excusa, al estilo de Jesús Crucificado que perdonó el pecado de los que lo crucificaron perdonándoles y excusándoles: Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen.
Somos pecadores, unos más y otros menos, y ofendemos a Dios de la manera que Él solamente sabe. La ofensa es grave o leve, pero siempre importante, porque ofendemos a nuestro Creador de quien hemos recibido todo, y a nuestro Padre, a quien debemos amar sobre todas las cosas. Pero los pecadores somos hijos de Dios, no unos extraños, y esta condición filial tiene su doble ventaja: la obligación de Dios, Padre a perdonar a su hijo y el derecho del hijo pecador, arrepentido, a ser perdonado por el Padre.
Este blog paree interesante. Espero más publicaciones. Saludos.
ResponderEliminarGracias por atreverte con las nuevas tecnologías que me acercan tu reflexión sobre la Palabra de Dios yserenan mi espíritu al final de este día tan ajetreado.
ResponderEliminarGracias por este nuevo blog, creo que puede hacer bien a mucha gente, espero que podamos seguir leyéndolo durante mucho tiempo. Para mí es como una especie de oasis en medio de este ajetreo diario que tenemos todos en el trabajo, en casa,...Un saludo.
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