martes, 20 de marzo de 2012

DOMINGO V DE CUARESMA, CICLO B

DOMINGO V DE CUARESMA (CICLO B)
Reflexiones esquemáticas espirituales

            OBEDIENCIA CRISTIANA
            El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna (Heb 5,8-9).
           
            Este texto, contenido en la segunda lectura de la liturgia de la Palabra de hoy, original del Espíritu Santo y escrita por el apóstol San Pablo a los Hebreos, me ofrece una oportunidad para hablar de la obediencia, virtud fundamental para llevar una vida cristiana, sufriendo, y conseguir la salvación

            En el consenso mutuo de la Santísima Trinidad, desde toda la eternidad, se acordó  que, previsto el misterio del pecado original, el Hijo realizara la redención de los hombres. En efecto, el Hijo único, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, encarnó en las entrañas purísimas de la Virgen María. Hecho hombre, vivió pobre y humildemente durante treinta años en Nazaret, realizando de esta manera la primera parte de la Redención mediante una vida oculta de oración y trabajo de la vida ordinaria; después la continuó  por medio de una vida apostólica pública de  predicación del Evangelio y realización de milagros, para demostrar que Él era  el Mesías, Redentor, anunciado en el Antiguo Testamento, Dios encarnado; luego sufrió una pasión horripilante y murió en la cruz, como un malhechor, siendo la misma Santidad infinita; y por fin resucitó para dar muerte al pecado, causa de todos lo males que existen en el mundo,  y vencer la muerte física, como garantía de la resurrección de los muertos y la transformación de todas las cosas del Universo que tendrá lugar al fin de los tiempos. Y todo ello lo realizó Jesús por la obediencia, en cumplimiento de la voluntad del Padre.

            Para desarrollar esquemáticamente este tema,  me voy a apoyar en el siguiente texto del apóstol San Pablo: “Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la posición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así reconocido como hombre en su presencia, se humilló así mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2,5-8).    En resumen: Dios se humilló haciéndose hombre y obediente en todo  hasta la muerte de cruz, para que el hombre, humillándose, se haga “dios”, obedeciendo hasta la muerte.  

            ¿Qué es la obediencia?
            La obediencia no es servilismo infantil, esclavitud irracional, debilitación de la libertad, atentado contra la dignidad humana, empobrecimiento de la personalidad, hacer caso a lo que manda un Jefe. No es lo mismo obediencia que sumisión. Está sometido el que cumple las órdenes de un jefe por razones humanas, económicas, sociales o políticas; y es obediente quien somete su voluntad  libre y amorosamente a la del Superior legítimo que manda de acuerdo con la ley,  como representante de Dios, por fe y amor a Dios, aunque sea a disgusto, con sacrificio, humillación, deshonra, oprobio o desprecio. Esta actitud no es esclavitud  humana sino señorío divino.
            Jesucristo, siendo Dios, obedeció, como hombre, en su vida oculta a sus padres San José y Santa María, personas inferiores a Él en naturaleza, dignidad por motivos de Redención.  A los doce años, cuando sus padres encontraron a su hijo, el niño Jesús,  en el templo de Jerusalén, que se perdió misteriosamente, les dijo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?  Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto. Su Madre conservaba todo esto en su corazón  (Lc 2, 49,51-52).

                Después en su vida pública repitió infinidad de veces que había bajado del cielo para cumplir la voluntad del Padre. Valgan dos ejemplos entre otros muchos: (Jn 6,38; 4,34; 5,30) . Y, por fin, como hombre,  en la agonía de la oración  del huerto de Getsemaní, en la que, como Dios, vió al vivo toda la pasión que tenía que padecer, con la debilidad de hombre fuerte  pidió al Padre que pasara la cruz que iba a pasar: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú" (Mt 26,39). Pero Jesús sufrió la pasión  en cumplimiento de la voluntad del Padre, para la redención de todos los hombres y de todas las cosas. Con estos ejemplos y su propia vida exaltó y valoró la obediencia cristiana.
             
La autoridad es servicio
            En la obediencia hay que concebir dos conceptos: autoridad y súbdito. Todos los hombres somos súbditos de Dios, Creador de todos los seres, que tiene autoridad propia y absoluta sobre todos los hombres y dominio total sobre todas las cosas. Los hombres sólo tienen autoridad  delegada sobre otros, y  propiedad relativa sobre las cosas, porque toda autoridad legítima proviene de Dios: “Que todos se sometan a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios y las que hay han sido constituidas por Dios. De modo que quien se opone a la autoridad resiste a la disposición de Dios; y los que le resisten atraen la condena sobre sí  (Rm 13,1-2). El Papa, que es la autoridad suprema en la tierra, es súbdito de Dios y debe obedecer a la Iglesia para servir a Jesucristo.
            La autoridad es  la fuerza moral que dirige todos los miembros de una Comunidad hacia el bien común,  basada en la libertad y responsabilidad de cada uno (GS 74). No puede mandar lo que quiere sino lo debe y dentro de su propia competencia; y el súbdito no debe obedecer lo que la autoridad manda arbitrariamente y a capricho, sino lo que es justo según el derecho natural y divino.  La obediencia obliga cuando manda un superior legítimo dentro de su propia competencia, sin contradecir las órdenes de un superior mayor y sin entrometerse en cuestiones ajenas a su foro (Sto. Tomás 2,2.104.5). Fuera de los límites de la propia competencia el superior y el súbdito  son extraños a la obediencia. Si mandas al margen de la ley, abusas de tu autoridad, y si obedeces a una  autoridad  fuera de su competencia, haces caso al superior porque quieres, pero no obedeces.

            La autoridad es servicio y gobierno
            Servir a una comunidad al antojo sin gobernarla es "libertinizar"; y gobernarla sin servirla es esclavizar. La verdadera autoridad cristiana exige una entrega total al servicio amoroso del bien común de la Iglesia  en la santificación de los cristianos y bien del mundo.  La obediencia del cristiano consiste  en el cumplimiento de la Ley de Dios y de la Iglesia dentro de la comunidad familiar, laboral y social  donde el súbdito se desenvuelve.  La autoridad y obediencia, ejercidas con fe y amor a Dios, conlleva el sufrimiento que es  causa de salvación eterna.
            Si tienes  alguna autoridad, gobierna como quisieras tú ser gobernado; y si eres súbdito, obedece a quien te gobierna legítimamente en justicia con sufrimiento, pues, en definitiva, la autoridad  y  la sumisión cristianas  se ejercen en obediencia.  
      

             

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