sábado, 23 de febrero de 2013


DOMINGO II DE CUARESMA

TRANSFIGURACIÓN
Símbolos de  transfiguración

Transfiguración
Transfigurar es hacer cambiar de figura o aspecto una persona o una cosa. El Hijo de Dios, Persona divina, al asumir la naturaleza humana de Santa María, Virgen, se desfiguró en hombre, diríamos, y durante toda su vida ocultó su divinidad, milagro mayor que la transfiguración de Jesús en el monte Tabor, dice  Santo Tomas de Aquino.
La transfiguración del Señor fue un hecho real y no un mito fantástico, contado por los primeros cristianos para resaltar el poder de Jesús, como dicen algunos racionalistas.
El hecho sucedió de esta manera. Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, y subió con ellos a una montaña alta, que la tradición dice que era el Tabor. Y allí se transfiguró en otro que no era Él.  Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo, y vieron que  Elías y Moisés estaban conversando con Jesús. Entonces Pedro, entusiasmado por la visión,  dijo a Jesús:
Maestro ¡Qué bien se está aquí!  Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, y nosotros nos quedamos con vosotros a la intemperie en vuestra contemplación siempre. En esto, se formó una nube que   los cubrió y de ella  salió una voz que decía:
Este es mi Hijo amado: Escuchadle.
De pronto, al mirar alrededor no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.  Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Esto se les quedó grabado en la memoria y discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
San Pedro hace referencia de este acontecimiento con estas palabras: “El recibió de Dios honra y gloria cuando, desde la sublime gloria, le llegó aquella voz tan singular: Este es mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto. Esta voz llegada del Cielo la oímos nosotros estando con Él en la montaña” (2 P 1,17-18).


SÍMBOLOS DE  TRANSFIGURACIÓN
- Transfiguración bautismal;
- transfiguración sacramental;
- transfiguración teológica;
- transfiguración mística;
- transfiguración de los cuerpos resucitados y gloriosos;
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TRANSFIGURACIÓN BAUTISMAL
Haciendo una interpretación espiritual de la Transfiguración de Jesús, se podría decir que en el bautismo se realiza una transfiguración sobrenatural del hombre en un “dios” por medio de una participación analógica de la naturaleza divina por la gracia, de tal manera que parece siempre hombre, estando “divinizado”. El bautismo transfigura místicamente todo el ser del hombre, convirtiendo su cuerpo en templo vivo del Espíritu Santo y su alma en sagrario de la Santísima Trinidad formando con ella una familia de  íntima convivencia y  estrecha amistad.

TRANSFIGURACIÓN SACRAMENTAL
La gracia que el cristiano recibe en el bautismo se transfigura en cada sacramento que  recibe con las debidas disposiciones con una modalidad distinta conforme al fin de cada sacramento, algo así como la luz solar, siendo blanca,  adquiere color distinto cuando pasa por cristales de colores diferentes a una persona o cosa ¡Cuánta importancia tiene para la santidad personal recibir los sacramentos, principalmente los de la Penitencia y  de La Eucaristía con el mayor perfección posible.



TRANSFIGURACIÓN TEOLÓGICA
A lo largo de la vida el cristiano ora, trabaja, sufre, come, duerme, se divierte santamente y hace muchas obras buenas las hace en estado de gracia. En estos casos, Dios hace que por medio de ellas la potencia sobrenatural del grado de gracia en que se encuentre se transfigure teológicamente en aumento de gracia en ascenso a la santidad, porque si el cristiano vive con Cristo, sufre con Cristo y muere con Cristo, resucitará con Él. 

TRANSFIGURACIÓN MÍSTICA
La transfiguración es también símbolo de la contemplación mística en la que el místico vive imperfectamente una ráfaga del cielo glorioso en el Tabor su alma.

TRANSFIGURACIÓN DE LOS CUERPOS RESUCITADOS Y GLORIOSOS
Es también, de alguna manera, una imagen imperfecta de los cuerpos resucitados y gloriosos, en Cielo, cuando todas las cosas de este mundo se acaben, y todo se transfigure  en los nuevos cielos y la tierra nueva.








sábado, 16 de febrero de 2013



DOMINGO I DE CUARESMA

            Conversión
Conversión sacramental
Conversión teológica
Conversión misteriosa de infinita misericordia
Conversión cósmica.

 Conversión
 Toda la vida cristiana es una permanente y progresiva conversión evangélica  en diversas etapas y modalidades. Aunque todos los tiempos litúrgicos son en su esencia de conversión, la  Iglesia señala dos  especiales: Adviento como preparación para la Navidad y Cuaresma para la Resurrección.
La conversión es el tema fundamental de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Consiste en corresponder a la vocación de santidad a la  que cada cristiano está llamado por el Espíritu Santo en el bautismo. Se supone difícil porque se imagina que tiene que ser excepcional, espectacular, como la de los santos de relumbrón, extraordinarios, modelos admirables, pero no imitables en todos sus actos, sino solamente en sus actitudes, porque la santidad es personal.  Convertirse no es cambiar  la personalidad, la manera substantiva de ser,  sino  la manera de proceder en el virtuoso obrar: en el cumplimiento de la voluntad de Dios, en la lucha contra el pecado y en la moderación virtuosa del propio temperamento o carácter. La conversión tiene que dar sus propios frutos de perfección, porque el que no fructifica en buenas obras  no se ha convertido, es un enfermo o un pecador redomado.


Conversión sacramental
La primera conversión que se realiza en el hombre es en el bautismo, que convierte al hombre, nacido en pecado, en hijo de Dios, heredero de su reino y lo incorpora al Cuerpo místico de la Iglesia. El bautizado por el agua y el Espíritu Santo queda regenerado  en una nueva criatura con una segunda naturaleza divina, participada de Dios. Mientras es bebé, sin conciencia de sus actos, sigue siendo hijo de Dios, aunque no sepa esa sublime y sobrenatural  realidad de filiación divina hasta el uso de razón, momento en que empieza la responsabilidad moral. Los bautizados que nunca llegan a tener conciencia de sus actos, permanecen en ellos el estado de gracia inalterable que recibieron en el bautismo hasta su muerte, y después van al Cielo; y los que tienen cierta lucidez mental,  esporádica, son juzgados por Dios con singular  misericordia.
En el bautizado normal  la gracia bautismal está sometida a un proceso de conversión sacramental, pues en cada sacramento recibe su gracia específica, según las disposiciones en que lo recibe,  principalmente  en la Penitencia y  en la Eucaristía.
El sacramento de la Penitencia convierte al pecador que ha roto la amistad con Dios por el pecado grave en amigo suyo; y en el que ha mantenido su amistad con Él en íntima relación o con faltas o imperfecciones lo santifica.
El sacramento de la Eucaristía cristifica al bautizado que lo recibe con fe y buenas disposiciones, y no por rutina o costumbre, y lo alimenta con el  Cuerpo y la Sangre de Cristo. 

Conversión teológica
La conversión no es sólo el paso de la vida de infidelidad a  la vida de fe, sino también de la vida de pecado a la vida de gracia en progresivo crecimiento; y también de la vida de gracia  al culmen de  la  santidad en distintas dimensiones.

Conversión misteriosa de infinita misericordia
Es un hecho evidente que en nuestras familias, amistades, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos,    existen bautizados que no practican la fe católica habitualmente, y solamente participan en actos religiosos de compromiso; y también no bautizados de otras religiones o de ninguna, que muchos son honrados y buenos, tanto o más que los cristianos. ¿Entonces, no se convierten?
La sabiduría infinitamente misericordiosa de Dios tiene  caminos inimaginables para que el hombre bautizado o no bautizado se convierta, porque juzga la moralidad de los actos del hombre con criterios  de un Dios encarnado, que vivió, padeció y murió en la cruz, derramando sangre divina para salvar a todos los hombres. ¿Cómo? ¡Misterio!  El juicio de Dios sobre el pecado  no es matemáticamente como enseña la Moral Católica, al pie de la letra, porque el pecado no es un una simple trasgresión de la ley, sino una ofensa qu el hombre hace a Dios, misterio de maldad personal, como define el Concilio de Trento. Muchos hombres cometen actos malos, según la estimación de la justicia humana y cristiana, pero no todos son pecados, ofensas a Dios en su presencia divina, porque existen muchas causas humanas que eximen de responsabilidad moral católica, como por ejemplo: la ignorancia, la incapacidad humana de concebir las cosas, y sobre todo la malicia del pecado, la pasión que perturba o anula la responsabilidad, el desequilibrio orgánico, causas físicas, psicológicas, psíquicas, educación y cultura. A medida que van pasando los años, cada vez estoy más convencido de que la mayoría de los hombres se salvan por estas y otras muchas razones, no conocidas. Es muy difícil que el hombre, en su ser natural puro, cometa un acto humano, llamado pecado mortal, tan grave que en la presencia de Dios merezca el infierno eterno, que existe.  El pecador comete el pecado, según su capacidad intelectual y formación de moral católica que tiene, el sacerdote lo perdona en el Sacramento del Perdón, y Dios lo juzga y condena en su auténtica realidad.   

Conversión cósmica
Este mundo en que vivimos no será convertido  en un caos, ni aniquilado, sino convertido en otra realidad diferente, infinitamente superior y mejor que la actual en una conversión cósmica de unos cielos nuevos y una tierra nueva de toda la creación glorificada en la que habrá  paz absoluta y completa, felicidad total de amor en la visión y gozo de Dios eternamente.

martes, 12 de febrero de 2013


MIÉRCOLES DE CENIZA
CUARESMA

Intentaré exponer el tema CUARESMA con cierta  lógica coordinada en cuatro puntos: Origen, estructura, naturaleza, temario: oración y penitencia.

Origen
Desde los primeros siglos del cristianismo se observó en la Iglesia la práctica de la oración y penitencia en todo tiempo, como una norma evangélica de vida cristiana. En el seno de las primeras comunidades cristianas fue extendiéndose progresivamente el espíritu cuaresmal de oración y penitencia, observándose prácticas que dictaban los obispos para los fieles de sus diócesis. No se sabe cuándo ni cómo surgió la Cuaresma propiamente dicha para todos los fieles de la Iglesia universal. Las primeras alusiones directas  aparecieron en Oriente, a principios del siglo IV, y en Occidente a fines del mismo siglo, según los expertos historiadores de la Liturgia.  A lo largo de la Historia de la Iglesia se fue configurando el año litúrgico, dando primordial importancia, como tiempos fuertes de oración y penitencia, al Adviento, como preparación al nacimiento de Jesús, y a la Cuaresma, como preparación intensiva para la Pascua de Resurrección.
Desde hace siglos, la Iglesia ha ido cambiando  la celebración de la Cuaresma, quedando sustancialmente estructurada desde hace tiempo como la de hoy con variantes accidentales, adaptadas a los tiempos.
Estructura
La Cuaresma empieza el miércoles de Ceniza y termina  justo antes de la “Misa del Señor” en la tarde del Jueves Santo.
 La ceremonia del miércoles de ceniza se celebra dentro de la celebración de la Eucaristía con la imposición de ceniza, elaborada de la quema de los ramos del domingo de Ramos del año anterior. Significa el origen del hombre y su fin: polvo, y la caducidad de su vida.  La impone el celebrante sobre la cabeza o frente de los fieles con estas palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio o Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás”.
 El tiempo de Cuaresma es de cuarenta días. Está figurada en varias referencias bíblicas: en los cuarenta días que duró el diluvio, en los cuarenta años que duró la travesía del pueblo de Dios desde Egipto a Palestina, la tierra prometida y, sobre todo, en  la cuarentena que Jesús pasó en el desierto  en ayuno y penitencia preparándose para la vida pública. Comprende seis domingos, contando el domingo de Ramos.
 
Naturaleza
La Cuaresma ha tenido siempre en la Iglesia un carácter especialmente bautismal de penitencia, porque es una Comunidad bautismal-penitencial-eclesial. Los cristianos de los primeros siglos se bautizaban en cuaresma, se acercaban al sacramento de la Penitencia, y los grandes pecadores, apartados de la Iglesia por sus pecados graves, eran reinsertados a ella por el sacramento del perdón,  principalmente en la Vigilia Pascual.

Temario: oración y penitencia
El tema central de la Cuaresma es  la conversión de todos los fieles: la de los pecadores a la vida de gracia, la de los buenos a la vida de la santidad,  y la de los santos a una santidad en la  mayor perfección posible, porque todos los cristianos tenemos que convertirnos.
El Concilio Vaticano II ha estructurado la Cuaresma como un tiempo especial de oración, de intensa escucha de la Palabra de Dios y penitencia, con una orientación pascual-bautismal (SC 109)Es el tiempo de una experiencia oficial en el misterio pascual de Cristo: “Padecemos juntamente con Él, para ser también juntamente glorificados” (Rm 8,17).  Podríamos decir que es para toda la Iglesia como unos ejercicios espirituales intensivos de cuarenta días en los que los fieles imitan el ejemplo de Cristo en toda su vida, principalmente en su pasión y muerte, para celebrar la Pascua de Resurrección, con miras a nuestra resurrección al final de los tiempos.
La cuarentena penitencial es un tiempo especial para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las privaciones voluntarias (ayuno, limosna, comunicación cristiana de bienes, obras caritativas y misioneras) (Cat 1438) y las peregrinaciones, como signo de penitencia. Se recomiendan reuniones de oración, celebraciones de la Eucaristía, del sacramento de la Confesión y celebraciones de la Palabra, la práctica de la penitencia o mortificación con equilibrio y el ejercicio voluntario del sacrificio en todas las ocasiones de la vida ordinaria. Es decir, la cuaresma para un cristiano es un tiempo de gracia en el que tiene que empeñarse en que toda su vida sea orante y operativa con especial intensidad que en otros tiempos litúrgicos.  Enunciamos las penitencias que se deben observar siempre, pero especialmente en Cuaresma, por mandato de la Iglesia.
Penitencias obligadas
La primera penitencia obligada para todo cristiano es cumplir la ley penitencial que manda la Iglesia:
 “En la Iglesia universal son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma (c 1250).
Actualmente el ayuno y la abstinencia se guardarán solamente el miércoles de Ceniza y el viernes Santo.
El ayuno obliga a todos los cristianos mayores de edad (18 años) hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve (c 1252).
La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años.
La abstinencia de carne se puede cambiar en los demás viernes del año por un acto de piedad, de caridad o limosna, pero no en los viernes de Cuaresma. La penitencia de abstención de carne es principalmente la obediencia a la Iglesia, más que no comer carne. 
Además es muy buena, y en cierta manera necesaria, la penitencia libre del sacrificio voluntario de aprovechar todas las ocasiones imprevistas que se presenten, incluso buscarlas, para ofrecer a Dios pequeñas penitencias, que valen mucho para reparar los pecados propios y ajenos, santificarse y santificar a todos los miembros de Cuerpo Místico de la Iglesia. Las penitencias importantes no se deben usar sin el consejo del confesor, o como esté establecido en las reglas o constituciones de un Instituto u obra aprobada por la Iglesia.

Principales penitencias
Voy a enumerar sin explicación alguna las principales penitencias que causan paz, felicidad en la Tierra y garantizan el Cielo:
- Recibir con frecuencia el sacramento de la Penitencia;
- el cumplimiento del deber;
- la aceptación total de sí mismo en la carencia o limitación  de las cualidades;
- la humillación de los propios pecados que se repiten;
- la renuncia constante a la propia voluntad caprichosa;
- la guerra declarada al egoísmo;
- el sacrificio costoso de la convivencia familiar, laboral, social y amistosa;
- y la aceptación de todos los acontecimientos que suceden y no se pueden remediar

sábado, 9 de febrero de 2013


            
            DOMINGO V TEMPO ORDINARIO, ciclo C
            Vocación cristiana

            Comentario evangélico
            Y dejándolo todo lo siguieron
             
            Comentario  evangélico
Este evangelio que voy a comentar con imaginación sucedió en los primeros meses de la vida pública de Jesús en el lago de Genesaret. El lago está formado por las aguas del río Jordán que lo cruza, y sigue luego su curso para desembocar en el mar Muerto.  Sus aguas cristalinas corren   favoreciendo en tiempos marítimos la cría y estancia de numerosos peces.
Un día, a la salida del sol, estaba Jesús paseando por la orilla del Lago y observó dos cosas: que Pedro y su hermano Andrés estaban recogiendo las redes, después de haber estado bregando toda la noche, si haber pescado nada; y que sus íntimos amigos Juan y Santiago lavaban las redes y las remendaban en la playa. Había muchos familiares  esperando la llegada de las barcas de los pescadores con la esperanza de que trajeran buena pesca.
 Cuando el público advirtió la presencia de Jesús, cuya fama de predicador ya estaba extendida por todas partes, se agolpó a su alrededor tanta gente para escuchar la palabra de Dios, que por la estrechez de la playa obligó a Jesús a acercarse a Pedro para rogarle que retirara la barca un poco de tierra. Entonces Pedro, acompañado de su hermano Andrés, la dejó flotando en las aguas, amarrada con cuerdas a un picacho de la roca.  Luego Jesús, se arremangó la túnica y con aire señorial se sentó en la proa, haciendo de la nave un púlpito, y predicó  la Palabra de Dios.  
Terminada la predicación, Jesús   dijo a Pedro:
- Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Pedro quedó extrañado del mandato, y pensó que Jesús sabía mucho de Sagrada Escritura, como buen Profeta, pero de pesca poco o casi nada. Y con la autoridad de quien dominaba el oficio, respondió a Jesús con respetuosa confianza:
- Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero por tu palabra echaré las redes.
            Pedro, obediente a la Palabra del Señor, arrojó las redes al agua; y al momento capturaron milagrosamente tal cantidad de peces que se rompían las redes. Jesús sabía con su ciencia divina que en el momento preciso de mandar a Pedro echar las redes, ocurriría el hecho sorprendente de que pasaría por allí un banco de peces, que se había formado por la corriente de las aguas, cosa muy frecuente en el Lago en aquella época. Como no podían cargar tanta pesca en la barca, Pedro y Andrés hicieron señas a  Santiago y Juan para que vinieran a echarles una mano. Con el esfuerzo de los cuatro, aplicado con maestría, llenaron de peces las dos barcas hasta los topes, de tal manera que por el excesivo peso casi se hundían. Al llegar a la playa, el impetuoso Simón Pedro, espontáneo y temperamental, como siempre, al ver el espectacular milagro, se arrojó a los pies de Jesús y dijo:
 Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Pedro y Andrés, y también Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, quedaron pasmados, sobrecogidos, sin palabras, al comprobar el grandioso y espectacular milagro… Aprovechando esta ocasión, prueba inconfundible del poder divino, Jesús dijo a los cuatro:
- No temáis, desde ahora seréis pescadores de hombres.
De este milagro se pueden desprender varias aplicaciones para la vida espiritual, entre las que destacamos:
- La fe de Pedro en creer en el poder divino de Jesús para hacer milagros, que los cristianos tenemos que imitar para creer que Él todo lo puede, y si no hace el milagro es porque no es necesario para la vida eterna.
- La obediencia en echar las redes al mar sabiendo que Jesús lo puede todo, aunque algunas veces nos parezca que en algunas cosas no hay nada que hacer por la ciencia o experiencia que tengamos.
- La humildad de Pedro que quedó asombrado al encontrarse ante el poder milagroso de la santidad divina de Jesús,  viéndose a sí mismo delante de Él  un pecador.
Y dejándolo todo lo siguieron
Ellos al instante, dejando las redes y todas las cosas, siguieron a Jesús, convertidos en Apóstoles suyos. En la Iglesia todo cristiano es apóstol, en virtud del bautismo: apóstol común bautismal y apóstol de vocación consagrada. 
La palabra apóstol en griego significa enviado, mensajero,  embajador, y en sentido cristiano enviado para predicar el Evangelio a los hombres de muchas maneras. Así lo enseña la Iglesia en el Concilio Vaticano II: Por “el Bautismo y la Confirmación los fieles son consagrados a ser un sacerdocio santo” (LG 10).
 El simple cristiano es apóstol cuando ora como sabe y puede, de buena fe, con las debilidades propias de la naturaleza humana; recibe los sacramentos, de manera humana y consecuente; ofrece al Señor su cruz en todos sus ámbitos, completando lo que faltó a la Pasión de Cristo, como nos dice San Pablo; cumple la penitencia mandada por la Iglesia y acepta las cruces de la vida ordinaria, porque el sufrimiento cristiano por sí mismo aceptado y ofrecido, es penitencia redentora; trabaja y disfruta en unión con Cristo porque el trabajo y la diversión santa en estado de gracia santifican y apostolizan.

Apóstol de vocación consagrada
La consagración a Dios, vivida en comunidad  fraterna o de otra manera en el mundo en cualquier estado civil con votos o compromisos y aprobada por la Iglesia, es una gracia especial que el Espíritu Santo concede a ciertos cristianos para el bien de la Iglesia.   
La vida consagrada es activa o contemplativa.
La activa se dedica al apostolado de la caridad en todas sus expresiones, la enseñanza religiosa o civil con espíritu cristiano, o a la acción eclesial, litúrgica y social.   
 La contemplativa es un apostolado místico de oración, penitencia, trabajo de vida ordinaria en comunidad fraterna o de otro modo aprobado por la Iglesia.


sábado, 2 de febrero de 2013


DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

            EL AMOR, VIRTUD  PRINCIPAL
            En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres.   La más grande es el amor (Cor 13,13)

En la segunda lectura de la liturgia de la Palabra, Dios por medio de San Pablo nos dice que la virtud más grande que existe es el amor, tema sobre el que voy a hacer unas reflexiones espirituales en cuatro apartados:
            ¿Qué es el amor?
Silogismo sobre las virtudes:
El amor es superior a todos los dones 
Cualidades del amor

            ¿Qué es el amor?
“El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa, a la que damos acepciones totalmente diferentes, dice el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus charitas est” (n 2).     
 El Diccionario de la Real Academia Española dice que el amor es un sentimiento que mueve a desear la realidad amada, otra persona, grupo humano o alguna cosa como un bien propio. Generalmente se entiende como una inclinación sensible a una persona por sus cualidades corporales o espirituales, a una vocación, oficio o cosa.  Sin fe se utiliza  frecuentemente en sentido de pasión sexual.
El Papa Benedicto XVI  nos enseña que  “el amor es ocuparse del otro y preocuparse por el otro” (n 6). El verdadero amor no consiste sólo en amar a Dios, sino principalmente en sentirse amado por Dios que nos envió a su Hijo para redimirnos: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).  Se ama a la persona amada  como ella es: con sus cualidades, virtudes, limitaciones, defectos y pecados, propios de la fragilidad humana, pero con  obras, que son amores y no buenas razones, como dice un refrán castellano.  
  Al amor se opone al egoísmo en sus múltiples versiones, que es buscarse a sí mismo en el otro o en las cosas.   

Silogismo sobre las virtudes
El amor es la virtud más grande de todas las virtudes 

Para demostrar esta tesis San Pablo enumera los dones más estimados de este mundo: el dominio de lenguas, el don de predicación, el conocimiento de los secretos de todo el saber, la fe que mueve montañas, la generosidad de dar a los pobres todos los bienes  propios, y hasta dejarse quemar vivo. Y afirma que todos estos dones sin amor son como un metal que resuena o un címbalo que aturde (1 Cor 13,1).  Y al final de su razonamiento concluye: En una palabra, quedan la fe, la esperanza y el amor: estas tres. La más grande es el amor,  porque no pasa nunca (1 Cor 12, 31;13,1-13). Su pensamiento podría estructurarse en forma escolástica de la siguiente manera:

La  virtud que más dura es la más grande.
Es así que la virtud que más dura es el amor.
Luego el amor es la virtud más grande.

Todas las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza  y templanza y sus derivadas, incluso las virtudes teologales de la fe y esperanza, son temporales, pues existen en las personas de este mundo mientras viven. La fe, necesaria para la salvación eterna,  permanece en el hombre mientras vive, pues en el Cielo no hay fe sino visión, ni tampoco esperanza, sino posesión y gozo de Dios eternamente.  En cambio, el amor  es la virtud más grande en el tiempo, la forma esencial de todas las virtudes  y en la eternidad es el Cielo,  visión y gozo de Dios, que es Amor.

Cualidades del amor
El amor verdadero según San Pablo tiene ocho cualidades importantes.
Es  comprensivo  en la manera de ser, pensar y obrar del prójimo, comprende y excusa  sus defectos   por razones de amor o caridad, y no condena a nadie en el corazón; servicial porque el amor por su propia naturaleza es difusivo, inclina a darse y dar; no tiene envidia de los bienes del otro porque el bien es objetivo y no subjetivo; no presume ni se engríe de sus propios bienes porque el cristiano sabe que no son suyos, sino recibidos  de Dios en la naturaleza o en la gracia; no es mal educado ni egoísta porque el amor exige comportamiento privado y social; no se irrita pues el amor verdadero es equilibrado, paciente, en el que no caben broncas, alteraciones nerviosas, impaciencias, resentimientos;   no lleva cuentas del mal que recibe y se ocupa  en hacer el bien sin mirar a quien, aunque sea de raza distinta, nacionalidad diferente, de ideología religiosa y política contrarias a la propia; no se alegra de la injusticia, pues el que ama cristianamente sufre la injusticia que no se puede remediar y goza con la verdad. En alguna cárcel leí alguna vez esta sentencia: odia el delito y compadece al delincuente; goza con la verdad; disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites pues el amor cristiano ama y vive la verdad; disculpa siempre los defectos y  pecados con comprensión; cree en la bondad íntima del corazón del hombre que la confunde con la maldad; espera la corrección o el perdón; aguanta sin medida todo dolor y prueba, sin doblegarse ante las dificultades y tristes realidades de la vida. Porque el cristiano ama con el corazón de Dios.