DOMINGO V TEMPO ORDINARIO, ciclo C
Vocación cristiana
Comentario evangélico
Y dejándolo todo lo siguieron
Comentario evangélico
Este evangelio
que voy a comentar con imaginación sucedió en los primeros meses de la vida
pública de Jesús en el lago de Genesaret. El lago está formado por las aguas
del río Jordán que lo cruza, y sigue luego su curso para desembocar en el mar
Muerto. Sus aguas cristalinas corren favoreciendo en tiempos marítimos la cría y
estancia de numerosos peces.
Un día, a la
salida del sol, estaba Jesús paseando por la orilla del Lago y observó dos
cosas: que Pedro y su hermano Andrés estaban recogiendo las redes, después de
haber estado bregando toda la noche, si haber pescado nada; y que sus íntimos
amigos Juan y Santiago lavaban las redes y las remendaban en la playa. Había
muchos familiares esperando la llegada
de las barcas de los pescadores con la esperanza de que trajeran buena pesca.
Cuando el público advirtió la presencia de
Jesús, cuya fama de predicador ya estaba extendida por todas partes, se agolpó
a su alrededor tanta gente para escuchar la palabra de Dios, que por la
estrechez de la playa obligó a Jesús a acercarse a Pedro para rogarle que
retirara la barca un poco de tierra. Entonces Pedro, acompañado de su hermano
Andrés, la dejó flotando en las aguas, amarrada con cuerdas a un picacho de la
roca. Luego Jesús, se arremangó la
túnica y con aire señorial se sentó en la proa, haciendo de la nave un púlpito,
y predicó la Palabra de Dios.
Terminada la
predicación, Jesús dijo a Pedro:
- Rema mar
adentro y echad las redes para pescar.
Pedro quedó
extrañado del mandato, y pensó que Jesús sabía mucho de Sagrada Escritura, como
buen Profeta, pero de pesca
poco o casi nada. Y con la autoridad de quien dominaba el oficio, respondió a
Jesús con respetuosa confianza:
- Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos
cogido nada; pero por tu palabra echaré las redes.
Pedro,
obediente a la Palabra del Señor, arrojó las redes al agua; y al momento
capturaron milagrosamente tal cantidad de peces que se rompían las redes. Jesús
sabía con su ciencia divina que en el momento preciso de mandar a Pedro echar
las redes, ocurriría el hecho sorprendente de que pasaría por allí un banco de
peces, que se había formado por la corriente de las aguas, cosa muy frecuente
en el Lago en aquella época. Como no podían cargar tanta pesca en la barca,
Pedro y Andrés hicieron señas a Santiago
y Juan para que vinieran a echarles una mano. Con el esfuerzo de los cuatro,
aplicado con maestría, llenaron de peces las dos barcas hasta los topes, de tal
manera que por el excesivo peso casi se hundían. Al llegar a la playa, el
impetuoso Simón Pedro, espontáneo y temperamental, como siempre, al ver el
espectacular milagro, se arrojó a los pies de Jesús y dijo:
Apártate de mí,
Señor, que soy un pecador.
Pedro
y Andrés, y también Juan y Santiago, hijos de Zebedeo, quedaron pasmados,
sobrecogidos, sin palabras, al comprobar el grandioso y espectacular milagro…
Aprovechando esta ocasión, prueba inconfundible del poder divino, Jesús dijo a
los cuatro:
- No temáis, desde ahora seréis pescadores de hombres.
De este milagro se pueden
desprender varias aplicaciones para la vida espiritual, entre las que
destacamos:
- La fe de Pedro en creer en el poder divino de Jesús para hacer milagros, que los
cristianos tenemos que imitar para creer que Él todo lo puede, y si no hace el
milagro es porque no es necesario para la vida eterna.
- La obediencia en echar las redes al mar sabiendo que Jesús lo puede
todo, aunque algunas veces nos parezca que en algunas cosas no hay nada que
hacer por la ciencia o experiencia que tengamos.
- La humildad de Pedro que quedó asombrado al encontrarse ante el poder milagroso de la
santidad divina de Jesús, viéndose a sí
mismo delante de Él un pecador.
Y
dejándolo todo lo siguieron
Ellos al
instante, dejando las redes y todas las cosas, siguieron a Jesús, convertidos
en Apóstoles suyos. En la Iglesia todo cristiano es apóstol, en virtud del
bautismo: apóstol común bautismal y apóstol de vocación consagrada.
La
palabra apóstol en griego significa enviado, mensajero, embajador, y en sentido cristiano enviado
para predicar el Evangelio a los hombres de muchas maneras. Así lo enseña la
Iglesia en el Concilio Vaticano II: Por “el
Bautismo y la Confirmación los fieles son consagrados a ser un sacerdocio
santo” (LG 10).
El
simple cristiano es apóstol cuando ora como
sabe y puede, de buena fe, con las debilidades propias de la naturaleza humana;
recibe los sacramentos, de manera humana
y consecuente; ofrece al Señor su cruz
en todos sus ámbitos, completando lo que faltó a la Pasión de Cristo, como nos
dice San Pablo;
cumple
la penitencia mandada por la Iglesia
y acepta las cruces de la vida ordinaria, porque el sufrimiento cristiano por
sí mismo aceptado y ofrecido, es penitencia redentora; trabaja y disfruta en unión con Cristo porque el trabajo y la diversión
santa en estado de gracia santifican y apostolizan.
Apóstol de
vocación consagrada
La consagración
a Dios, vivida en comunidad fraterna
o de otra manera en el mundo en cualquier estado civil con votos o compromisos
y aprobada por la Iglesia, es una gracia especial que el Espíritu Santo concede
a ciertos cristianos para el bien de la Iglesia.
La vida consagrada es activa o contemplativa.
La activa
se dedica al apostolado de la caridad
en todas sus expresiones, la enseñanza
religiosa o civil con espíritu cristiano, o a la acción eclesial, litúrgica y social.
La contemplativa es un apostolado místico
de oración, penitencia, trabajo de vida ordinaria en comunidad fraterna o de
otro modo aprobado por la Iglesia.
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