sábado, 16 de febrero de 2013



DOMINGO I DE CUARESMA

            Conversión
Conversión sacramental
Conversión teológica
Conversión misteriosa de infinita misericordia
Conversión cósmica.

 Conversión
 Toda la vida cristiana es una permanente y progresiva conversión evangélica  en diversas etapas y modalidades. Aunque todos los tiempos litúrgicos son en su esencia de conversión, la  Iglesia señala dos  especiales: Adviento como preparación para la Navidad y Cuaresma para la Resurrección.
La conversión es el tema fundamental de toda la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Consiste en corresponder a la vocación de santidad a la  que cada cristiano está llamado por el Espíritu Santo en el bautismo. Se supone difícil porque se imagina que tiene que ser excepcional, espectacular, como la de los santos de relumbrón, extraordinarios, modelos admirables, pero no imitables en todos sus actos, sino solamente en sus actitudes, porque la santidad es personal.  Convertirse no es cambiar  la personalidad, la manera substantiva de ser,  sino  la manera de proceder en el virtuoso obrar: en el cumplimiento de la voluntad de Dios, en la lucha contra el pecado y en la moderación virtuosa del propio temperamento o carácter. La conversión tiene que dar sus propios frutos de perfección, porque el que no fructifica en buenas obras  no se ha convertido, es un enfermo o un pecador redomado.


Conversión sacramental
La primera conversión que se realiza en el hombre es en el bautismo, que convierte al hombre, nacido en pecado, en hijo de Dios, heredero de su reino y lo incorpora al Cuerpo místico de la Iglesia. El bautizado por el agua y el Espíritu Santo queda regenerado  en una nueva criatura con una segunda naturaleza divina, participada de Dios. Mientras es bebé, sin conciencia de sus actos, sigue siendo hijo de Dios, aunque no sepa esa sublime y sobrenatural  realidad de filiación divina hasta el uso de razón, momento en que empieza la responsabilidad moral. Los bautizados que nunca llegan a tener conciencia de sus actos, permanecen en ellos el estado de gracia inalterable que recibieron en el bautismo hasta su muerte, y después van al Cielo; y los que tienen cierta lucidez mental,  esporádica, son juzgados por Dios con singular  misericordia.
En el bautizado normal  la gracia bautismal está sometida a un proceso de conversión sacramental, pues en cada sacramento recibe su gracia específica, según las disposiciones en que lo recibe,  principalmente  en la Penitencia y  en la Eucaristía.
El sacramento de la Penitencia convierte al pecador que ha roto la amistad con Dios por el pecado grave en amigo suyo; y en el que ha mantenido su amistad con Él en íntima relación o con faltas o imperfecciones lo santifica.
El sacramento de la Eucaristía cristifica al bautizado que lo recibe con fe y buenas disposiciones, y no por rutina o costumbre, y lo alimenta con el  Cuerpo y la Sangre de Cristo. 

Conversión teológica
La conversión no es sólo el paso de la vida de infidelidad a  la vida de fe, sino también de la vida de pecado a la vida de gracia en progresivo crecimiento; y también de la vida de gracia  al culmen de  la  santidad en distintas dimensiones.

Conversión misteriosa de infinita misericordia
Es un hecho evidente que en nuestras familias, amistades, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos,    existen bautizados que no practican la fe católica habitualmente, y solamente participan en actos religiosos de compromiso; y también no bautizados de otras religiones o de ninguna, que muchos son honrados y buenos, tanto o más que los cristianos. ¿Entonces, no se convierten?
La sabiduría infinitamente misericordiosa de Dios tiene  caminos inimaginables para que el hombre bautizado o no bautizado se convierta, porque juzga la moralidad de los actos del hombre con criterios  de un Dios encarnado, que vivió, padeció y murió en la cruz, derramando sangre divina para salvar a todos los hombres. ¿Cómo? ¡Misterio!  El juicio de Dios sobre el pecado  no es matemáticamente como enseña la Moral Católica, al pie de la letra, porque el pecado no es un una simple trasgresión de la ley, sino una ofensa qu el hombre hace a Dios, misterio de maldad personal, como define el Concilio de Trento. Muchos hombres cometen actos malos, según la estimación de la justicia humana y cristiana, pero no todos son pecados, ofensas a Dios en su presencia divina, porque existen muchas causas humanas que eximen de responsabilidad moral católica, como por ejemplo: la ignorancia, la incapacidad humana de concebir las cosas, y sobre todo la malicia del pecado, la pasión que perturba o anula la responsabilidad, el desequilibrio orgánico, causas físicas, psicológicas, psíquicas, educación y cultura. A medida que van pasando los años, cada vez estoy más convencido de que la mayoría de los hombres se salvan por estas y otras muchas razones, no conocidas. Es muy difícil que el hombre, en su ser natural puro, cometa un acto humano, llamado pecado mortal, tan grave que en la presencia de Dios merezca el infierno eterno, que existe.  El pecador comete el pecado, según su capacidad intelectual y formación de moral católica que tiene, el sacerdote lo perdona en el Sacramento del Perdón, y Dios lo juzga y condena en su auténtica realidad.   

Conversión cósmica
Este mundo en que vivimos no será convertido  en un caos, ni aniquilado, sino convertido en otra realidad diferente, infinitamente superior y mejor que la actual en una conversión cósmica de unos cielos nuevos y una tierra nueva de toda la creación glorificada en la que habrá  paz absoluta y completa, felicidad total de amor en la visión y gozo de Dios eternamente.

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