sábado, 29 de junio de 2013

DOMINGO DÉCIMO TERCERO
TIEMPO ORDINARIO
           
“Vuestra vocación es la libertad”

LA LIBERTAD
         En la segunda lectura de la liturgia de la palabra de este domingo, la palabra de Dios nos dice: Vuestra vocación es la libertad. La libertad, según Kant, es “uno de los conceptos más difíciles  de la Metafísica”. Por eso  se entiende, se explica y se utiliza con distinta ideología filosófica y en diversos sentidos populares.
 La libertad no consiste en hacer cada uno lo que quiere, lo que le gusta, le apetece, es decir hombre sin ley, hombre contra ley, error contra razón, porque más bien la libertad consiste en obrar según ley. Dios es libre y actúa con la supremacía de la inteligencia estableciendo leyes para que todo en la Creación sea perfecto en orden al bien.
El hombre es libre porque es inteligente y responsable porque es inteligente y libre. Todo acto directamente querido, bueno o malo, es imputable a su autor (Cat 1736).
La responsabilidad del pecado puede disminuir,    aumentar o ser anulada en un pecador por factores psíquicos, inadvertencias, hábitos y afecciones desordenadas. En concreto, el pecado que ofende a Dios cuánto y cómo es una estimación del juicio misericordioso de Dios, Creador y Padre.

         Clases de libertad
La libertad puede entenderse en muchas clases: libertad de pensamiento, libertad ideológica, libertad de prensa, libertad cultural, libertad política, libertad de gobierno, libertad artística, libertad comercial, libertad religiosa… La libertad es un derecho humano con tal que se ajuste al derecho natural, divino, eclesiástico y el de los demás. De lo contrario es libertinaje.  
Solamente Dios es absolutamente libre, porque todo lo que hace es siempre el bien, según sus eternos designios, aunque el hombre no lo entienda. En cambio, el hombre tiene una libertad limitada, relativa, condicionada, muchas veces equivocada haciendo el mal creyendo que es un bien, o simplemente elige el mal por muchas razones subjetivas justificadas o injustificadas. No debe hacer siempre lo que quiere, sino lo que debe.
La libertad católica, de los hijos de Dios, tiene unas características reveladas. No es una libertad humana de capricho en la elección de cualquier cosa, sino en la elección de bienes. El hombre es libre cuando elige el bien que debe. La ley no es un obstáculo para la libertad, sino una necesidad para su ejercicio, pues  orienta educa,  protege, perfecciona y santifica al hombre. El hombre, por ser un ser creado, está regido por las leyes físicas en cuanto al cuerpo y por la ley moral en cuanto al alma. 
            ¿Qué es la libertad en sentido católico?
            El Catecismo de la Iglesia Católica del papa Juan Pablo II la define con estas palabras:
La libertad es el poder de obrar o no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar acciones liberadas. Radica en la razón y en la voluntad. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza (Cat 1731).
La libertad  hace al hombre responsable de sus actos en la medida en que éstos son voluntarios. El progreso en la virtud, el conocimiento del bien, y la ascesis acrecientan el dominio de la voluntad sobre los propios actos (Cat 1734).
La libertad  de poder elegir entre el bien y el mal de suyo, es más bien un defecto de la libertad que una propiedad de ella. El hecho de que el hombre elija el mal en lugar del bien, se debe al misterio del pecado original que trastocó todas las facultades del ser humano. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado (Rm 6,17). San Pablo nos dice  que nuestra vocación es la libertad, no una libertad para que se aproveche el egoísmo, sino la libertad de la esclavitud del amor de unos para con los otros.
Cuanto más santo es el hombre, más cerca de Dios está, es más libre, porque la santidad consiste en la elección de la mayor y mejor elección de bienes, hasta acercarse al Bien Supremo, que es Dios, el Ser eterno, infinitamente libre y perfecto. “En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia” (Cat 1733).
 La verdadera libertad consiste en amar con todo el corazón, con toda el alma y todas las fuerzas y al prójimo como a uno mismo, que es la expresión completa del amor a Dios sobre todas las cosas. Dios es el amor supremo, a quien hay que amar, no en bien de Dios, que es inmensamente feliz y nada necesita, sino en bien del hombre, que todo lo ha recibido y necesita. Cuanto más pecador es el hombre, menos libre es y más esclavo del mal. Serás señor de las cosas, si no estás dominado por ellas. Pecar no es otra cosa que ejercer la esclavitud del hombre, perder la libertad, y ser esclavo de las pasiones. La imputabilidad y la responsabilidad de una acción  pueden disminuir e incluso quedar suprimidas a causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, las afecciones desordenadas y otros factores psíquicos o sociales (Cat 1735).
Dedicarse totalmente al ejercicio de la virtud es ejercer progresivamente el oficio de la libertad, que es la profesión de la santidad. El que cumple la voluntad de Dios y la acepta en todo lo que sucede es el hombre más santo del hombre porque es perfectamente libre, santo, como Dios. 





sábado, 22 de junio de 2013

DOMINGO DUODÉCIMO
TIEMPO ORDINARIO CICLO C
¿Quién dice la gente que soy yo?
             
            1 Encuesta sobre la persona de Jesús
            2 Conocimiento de los hombres
3 Conocimiento de Jesús
4 Medios para conocer a Jesús


1 Encuesta sobre la persona de Jesús
Nos cuenta el Evangelio que en el tercer año de la vida pública de Jesús, después de curar a un ciego en Betsaida, al llegar a Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos  la opinión que tenía la gente sobre su persona: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” (Mt 16,13-20).
Los discípulos fueron manifestando las opiniones que el pueblo tenía respecto de su Persona. Para unos era Juan Bautista; para otros  Elías,  y para otros uno de los antiguos profetas.
La gente  tenía  un concepto elevado de Jesús, como un gran profeta, taumaturgo, predicador,  pero no acertaron a conocer su personalidad divina, porque era  una persona divina que no podía ser conocida por la razón humana sino por la fe.
No toda encuesta es un criterio fiable para conocer la realidad de las personas y de las cosas, porque el resultado en muchos casos suele ser una opinión partidista, frecuentemente manejada políticamente. Muchas veces se hace con preguntas, hábilmente estudiadas,  a personas interesadas para conseguir la respuesta deseada.  Sin embargo, en algunos casos la encuesta es  necesaria, útil  o conveniente cuando está bien formulada con recta intención y se dirige a distintas personas de la misma o distinta ideología,  que van a responder con buena voluntad, libertad y recta conciencia.
Después de escuchar Jesús la opinión que tenía la gente acerca de su Persona,  se dirigió a sus discípulos y les preguntó:
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?                                                             
Pedro, temperamental impulsivo, portador de los doce apóstoles,  sin que nadie le hubiera elegido para este oficio, le respondió:
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.                                                                      
Jesucristo le dijo:
Es verdad lo que tú has dicho, pero no lo dices por cuenta propia, sino por revelación del Padre que está en el Cielo.

            Si hoy un reportero preguntara a la gente en la calle quién es Jesucristo, obtendría distintas respuestas disparatadas unas, equivocadas otras,  pero la verdadera ninguna, porque el conocimiento de la realidad de la persona de Jesús es sobrenatural, objeto de fe, y no opinión de la gente.   No te preocupen las descalificaciones que la gente piensa y dice de ti, pues aunque sean calumniosas te sirven para hacerte humilde.   El Kempis nos dice: “No eres más porque te alaben ni menos porque te vituperen”, pues eres lo que eres delante de Dios,  infinitamente sabio y misericordioso.

2 Conocimiento de los hombres         
            Los hombres nos conocemos de diversas formas: unas veces de vista, cuando conocemos  a una persona con la que hemos intercambiado algunas palabras de simple educación o circunstancias: conocimiento visual; otras veces, cuando cruzamos con un vecino o conocido palabras ocasionales de saludo o tratamos con él asuntos triviales del momento: conocimiento  superficial. Nos conocemos, de manera imperfecta en la convivencia laboral en la que hablamos del trabajo y de acontecimientos que suceden: conocimiento laboral y circunstancial, conocimiento imperfecto. El conocimiento propio de los hombres se consigue en la convivencia familiar, amistosa y social donde  nos portamos como realmente somos, pues en otros lugares nos comportamos, adoptando posturas de educación, de fingimiento, o de vanidad.  No se sabe cómo somos hasta que convivimos juntos mucho tempo, y el conocimiento que se consigue es imperfecto.  Ni siquiera los psicólogos y psiquiatras, expertos en el conocimiento del hombre, conocen perfectamente al hombre. Solamente Dios lo conoce  totalmente como es en su interior, cómo piensa, obra y por qué.  
 
3 Conocimiento de Jesús
Si el conocimiento del hombre es muy difícil, el conocimiento de Jesús es humanamente imposible, porque es persona divina con naturaleza humana: Dos y hombre verdadero. A Jesús se le conoce solamente por la fe. Muchos cristianos, incluso creyentes, más o menos practicantes, conocen a Jesucristo nada más que de oídas: por la catequesis de primera comunión,  estudios, libros, medios de comunicación social,  conferencias culturales, y acaso por las homilías escuchadas en la liturgia de la Palabra de las misas del cumplimiento dominical o de celebraciones sacramentales o culturales. Pero ese conocimiento no es suficiente para conocer a Jesús.

            4 Medios para conocer a Jesús
            Hay varios modos de conocer a Cristo:
            - Por infusión mística que algunos cristianos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, más o menos inteligentes, con poca o mucha cultura reciben del Espíritu Santo clases particulares  en diversos momentos y de muchas maneras sobre los misterios de la fe con mayor claridad y profundidad que muchos alumnos de una Universidad teológica;
            - por la oración común, ordinaria o extraordinaria;
- por la escucha atenta y piadosa de la Palabra de Dios;
-  por la lectura reposada de la Biblia;
-  por la lectura de libros espirituales;
- por cursillos, ejercicios espirituales, charlas, y conferencias;
- por el estudio del Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por el Papa Juan Pablo II;
- y por la aceptación de los acontecimientos buenos y dolorosos de la vida que enseñan la sabiduría de la bondad que existe en el bien y en el mal, vividos, sufridos y ofrecidos a Dios.
             
 












sábado, 15 de junio de 2013

            DOMINGO UNDECIMO
TIEMPO ORDINARIO CICLO C

            JESÚS Y LA MUJER PECADORA  Lc 7, 36-48).                                    
                              
1 Extraña invitación de Simón a Jesús a comer  en su casa
2 ¿Quién era esa mujer?
3 Parábola de los dos deudores
4 ¿Quién es más pecador a los ojos de Dios?
 
1 Extraña invitación de Simón a Jesús a comer en su casa
Es curioso constatar en esta escena dos cosas: la actitud de Jesús de aceptar la invitación de Simón,  fariseo, a comer a su casa, en la que había otros comensales de diversa índole social, moral y religiosa; y el hecho de que una mujer pecadora pública tuviera fácil acceso en la casa de Simón, comportamiento extraño que hace imaginar muchas cosas. ¿Por qué Jesús aceptó la invitación a comer? La razón principal fue, sin duda, para perdonar a una mujer pecadora pública sus pecados y enseñar la lección del perdón evangélico, que luego instituiría como sacramento.
     
2 ¿Quién era esa mujer?
No lo sabemos. Entre los comentaristas del Evangelio hay tres opiniones diferentes. Para unos era María, hermana de Lázaro, la cual en un banquete celebrado en Betania en casa de Simón, el leproso, tomó una libra de perfume de nardo legítimo, de gran precio, y ungió los pies de Jesús, enjugándolo luego con sus cabellos con el escándalo farisaico de Judas (Jn 12,1-6). El relato de esta escena coincide sustancialmente con el que ahora estoy comentando. Pero es improbable que esta mujer fuera María, joven profundamente religiosa y fiel cumplidora de la ley mosaica, de admirable reputación moral pública, como toda su familia, socialmente distinguida.
Otros identifican esa mujer con María Magdalena, de la que Jesús expulsó siete demonios (Lc 8,2), mujer muy apreciada por Jesús y personaje destacado del Evangelio. 
Lo más probable es que esa mujer era una prostituta pública, una profesional del sexo, arrepentida de sus pecados.

3 Parábola de los dos deudores
Jesús propuso a Simón, el fariseo, que maquinaba en su interior malos pensamientos, la parábola de dos deudores a quienes un prestamista les perdonó su propia deuda respectivamente, porque ninguno de los dos tenía con qué pagarla. Y luego le preguntó:
¿Quién de los dos  ama más al prestamista?
Respondió Simón:
Supongo que aquel a quien más le perdonó”.
Entonces Jesús le reprochó su mal comportamiento al recibirle en su casa: omitiendo las costumbres judías, no facilitarle agua para el lavado de pies, no darle el ósculo de paz de bienvenida.  En cambio, siguió diciendo Jesús: esta mujer ha bañado mis pies con lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos, no ha dejado de besar mis pies y los ha ungido con perfume. Por lo cual, te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. Y luego, dirigiéndose a la mujer pecadora,  que estaba sorprendida de las palabras de Jesús, le dijo:
 “Quedan perdonados tus pecados” (Lc 7,47-48). 
En consecuencia, a esta mujer la amó mucho porque le perdonó sus muchos pecados.

En el Antiguo Testamento el perdón de los pecados era una exclusiva de Dios. Esa potestad la ejerció Jesús, como Dios en el Nuevo Testamento, la delegó a los sacerdotes en la Iglesia para que perdonasen los pecados en la persona de Cristo. Gran misterio es el sacramento del Perdón, en el que el sacerdote perdona las ofensas que el hombre hace a Dios, Padre, pues lo lógico es que el hombre perdone las ofensas que a él le hagan. Jesús perdona los pecados al pecador en relación al amor que tiene a Dios, pues nos dice el Evangelio que los muchos pecados de la mujer pecadora fueron perdonados, porque amó mucho a Dios. El pecado arrepentido, confesado y perdonado por Dios, es acto sobrenatural en el que se demuestra más el amor de Dios al hombre pecador que cuando regala bienes al justo. Perdonar es regalar amor a quien no lo merece y ha ofendido a Dios.  

4 ¿Quién es más pecador a los ojos de Dios? Solamente Dios lo sabe.
Es una verdad teológica con fundamento dogmático que el pecado existe y es una ofensa a Dios, grave o leve, según sea la materia de la ley quebrantada, teniendo en cuenta los factores del pecado y del pecador y sus circunstancias, que sólo puede evaluar el juicio de la infinita misericordia de Dios Padre.  
El hombre peca cuando comete actos morales contrarios a la Ley de Dios sabiendo y queriendo libremente ofender a Dios. No se puede aplicar la ley moral de manera general a todos los pecadores de igual manera, pues cada pecado es un acto personal, distinto en cada hombre o mujer. ¿Cómo será cada pecado a los ojos de Dios, rico en misericordia y Padre de cada hijo?  Estoy convencido de que cuando el hombre llegue al otro mundo todo va a ser  una sorpresa. Las cosas se verán en la esencia divina con clarividencia, y todos los pecados de los hombres serán contemplados con infinita justicia misericordiosamente divina. 




sábado, 8 de junio de 2013



            DOMINGO DÉCIMO
            TIEMPO ORDINARIO
           

            JESÚS Y LA VIUDA DE NAÍN  (Lc 7,11-17),

                     
1 Comentario
2 Teología de las lágrimas

1 Comentario
Los estudiosos y comentaristas del Evangelio unificado colocan la resurrección del hijo de la viuda de Naín después de la curación del siervo del centurión, en el segundo año de la vida pública de Jesús.
 Naín, que en hebreo significa “la Bella”, la “Graciosa”, estaba situada en tiempos de Jesús en la vertiente septentrional del pequeño Hermón, al sudeste de Nazaret. Era una aldea de belleza singular, construida en una altura desde la que se observaban a sus pies la vasta y fértil llanura del Esdrelón y colinas cubiertas de árboles que daban un aspecto de paraje natural artístico. Hoy es un miserable lugar, compuesto de pobres cabañas diseminadas entre los escombros del pasado, nos refiere Fillión, autor de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo.
Parece que Jesús, después de la curación del siervo del centurión en Cafarnaúm, se dirigió hacia Naín, acompañado de sus discípulos. Al coronar  la cuesta que llevaba a esta aldea, en el mismo momento de entrar a Naín por la puerta de mampostería de entrada, salía un numeroso cortejo fúnebre con un ataúd en el que yacía el cadáver de un joven, muerto en la flor de la vida. Era hijo único de una madre viuda, que lloraba amargamente y sin consuelo. Jesús, al ver llorar a la madre, sintió lástima, se compadeció de ella y le dijo:
No llores.
Luego se acercó al difunto  y vio que iba envuelto en una sábana y con la cabeza descubierta, al estilo oriental. Los camilleros que portaban la camilla al ver este gesto, se detuvieron, como si se tratara de una orden recibida de un superior. Entonces el Señor en silencio miró con ternura a la madre que tenía el rostro lívido y los dedos de sus manos entrelazados, colocados  en nervioso reposo sobre el pecho, conteniendo con agudos suspiros el llanto. Y luego en tono imperativo dijo:
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto recuperó la vida, empezó a moverse, como si hubiera estado dormido, se incorporó y empezó a hablar, como si nada hubiera pasado. Su muerte aparentemente real había sido como un sueño pasajero. Jesús, Dios y Señor de vivos y muertos, realizó con naturalidad y sin ademanes espectaculares el milagro como la cosa más sencilla y ordinaria del mundo. Jesús se lo entregó a su madre ante el asombro de todos los presentes.
Inmensa fue la conmoción que este milagro produjo en todos los que lo presenciaron, hasta tal punto que se sintieron sobrecogidos de admiración y terror al ver que un muerto había resucitado. Y admirados, todos prorrumpieron a una: un gran profeta se ha levantado entre nosotros,  Dios ha visitado a su pueblo. San Lucas termina el relato diciendo que la noticia se divulgó por toda Judea y regiones colindantes.

            2  Teología de las lágrimas
El hombre desde que nace hasta que muere llora muchas veces a lo largo de su vida por muchos motivos. El llanto se podría clasificar en los siguientes grupos principales:
            1 Llanto psicopático: llorar por llorar, sin ton ni son, enfermedad que proviene de una anomalía somática de desequilibrio  psíquico. Gran sufrimiento supone para quien la padece, virtud para la familia que la sufre con resignación, al menos, y con reacciones diversas en los hombres de la Sociedad.
            2 Llanto de pena: llorar por un dolor personal, familiar o social o tristeza: un remedio de desahogo natural de la naturaleza sufriente. Si el dolor va acompañado de la oración es una ayuda sobrenatural para el que sufre y un bien para los que sufren en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.
            3 Llanto de alegría: llorar de emoción: expresión natural de un gozo  por motivos diversos, tanto   humanos como espirituales. 
4 Llanto de soberbia: llorar de rabia  por fracasos, ofensas reales o aparentes, disgustos, contratiempos, dificultades. Es un pecado o una debilidad humana. Los disgustos de la vida hay que sufrirlos con humildad, pidiendo al Dios de los fuertes la gracia para aceptarlos, fortaleza para sufrirlos, y virtud para ofrecerlos a Dios en reparación de los pecados propios y del mundo entero.
5 Llanto sobrenatural: llorar por los pecados tanto graves como leves y faltas, y por el don de lágrimas del Espíritu Santo, que es un regalo que no se puede merecer sino agradecer por fe. El don de lágrimas puede ser también del corazón, de dolor y arrepentimiento por los pecados personales y de los hombres, y también por la meditación de cosas santas.         

            Señor, enséñame a llorar cristianamente. ¡Que mi llanto sea un desahogo humano, motivado por una alegría, fruto de arrepentimiento y una plegaria de acción de gracias! 

sábado, 1 de junio de 2013


CORPUS CHTISTI

Hoy celebramos la solemnidad del Santísimo cuerpo y sangre de Jesús, conocida popularmente con el nombre de Corpus Chisti.
 En la Persona divina de Jesús se pueden concebir siete  acepciones del cuerpo de Cristo: cuerpo humano, cuerpo transfigurado, cuerpo muerto, cuerpo resucitado y glorioso, Cuerpo eucarístico y Cuerpo místico.

CUERPO HUMANO
El cuerpo humano de Jesucristo es su naturaleza humana, unido  a la segunda Persona de la Santísima Trinidad: el Hijo, virginalmente engendrado por obra y gracia del Espíritu Santo: verdadero Dios y verdadero hombre. Es igual que  otro cuerpo humano en todo menos en el pecado, 

CUERPO TRANSFIGURADO
El cuerpo transfigurado  es el mismo cuerpo humano de Jesús que en el monte Tabor, en presencia de Moisés y Elías,  fue visto por San Pedro, San Juan y Santiago con un resplandor deslumbrador de gloria, que humanamente no se puede conseguir. Fue  un símbolo humano, imperfecto, de la eterna glorificación de Jesús en el Cielo y de todos los cuerpos glorificados.

CUERPO MUERTO
Es el cuerpo muerto de Jesús, separado del alma, unido y unidos a la divinidad.

CUERPO RESUCITADO Y GLORIOSO
Es el mismo cuerpo de Jesús muerto, que resucitó, y ahora está glorioso en el Cielo, modelo de los cuerpos gloriosos al fin de los tiempos.

CUERPO EUCARÍSTICO  
Es el mismo Cuerpo de Jesucristo que está en el Cielo y  se hace presente en la Eucaristía, bajo las especies  de pan y vino.
La Eucaristía fue instituida por Jesús el Jueves Santo en el Cenáculo, estando reunido con los apóstoles con estas palabras: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros. Después tomó en sus manos el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza  nueva y eterna, que será derramada por vosotros y todos los hombres, para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía”.
“Cristo está en la Eucaristía de modo verdadero, real y sustancial con su Cuerpo y con su Sangre, con su alma y su Divinidad. Cristo, todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas de pan y de vino por medio de la transubstanciación que significa la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo, y de toda la sustancia de vino en la sustancia de su Sangre” (Catecismo de la Iglesia Católica. Compendio 273. 282.2839).

Corpus Christi
La celebración de la Eucaristía se remonta a los primeros tiempos del cristianismo, al siglo II con varias reformas importantes en el decurso de los siglos.
La solemnidad del Corpus Christi se celebra desde los años 1192-1258. Su principal finalidad  es:
- celebrar la Eucaristía y actualizar místicamente el mismo sacrificio que Jesús ofreció por nosotros en la cruz;
 - proclamar y aumentar la fe en la Eucaristía;
- ser  objeto de adoración, culto y alimento de las almas.

            La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana. En ella alcanzan su cumbre la acción santificante de Dios sobre nosotros y nuestro culto a Él. La Eucaristía  contiene todo el bien espiritual de la Iglesia: el mismo Cristo, nuestra Pascua. Expresa y produce la unidad del pueblo de Dios y produce la comunión en la vida divina y la unidad del pueblo de Dios. Mediante la celebración eucarística nos unimos a la liturgia del Cielo y anticipamos la vida eterna (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, nº 274)

            Cuerpo místico
            Es la unión de todos los hombres, principalmente los bautizados, con Cristo, su cabeza, en la Iglesia de muchas maneras, formando un Cuerpo Místico en el que hay comunicación de vida divina e intercomunicación de bienes.