sábado, 8 de junio de 2013



            DOMINGO DÉCIMO
            TIEMPO ORDINARIO
           

            JESÚS Y LA VIUDA DE NAÍN  (Lc 7,11-17),

                     
1 Comentario
2 Teología de las lágrimas

1 Comentario
Los estudiosos y comentaristas del Evangelio unificado colocan la resurrección del hijo de la viuda de Naín después de la curación del siervo del centurión, en el segundo año de la vida pública de Jesús.
 Naín, que en hebreo significa “la Bella”, la “Graciosa”, estaba situada en tiempos de Jesús en la vertiente septentrional del pequeño Hermón, al sudeste de Nazaret. Era una aldea de belleza singular, construida en una altura desde la que se observaban a sus pies la vasta y fértil llanura del Esdrelón y colinas cubiertas de árboles que daban un aspecto de paraje natural artístico. Hoy es un miserable lugar, compuesto de pobres cabañas diseminadas entre los escombros del pasado, nos refiere Fillión, autor de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo.
Parece que Jesús, después de la curación del siervo del centurión en Cafarnaúm, se dirigió hacia Naín, acompañado de sus discípulos. Al coronar  la cuesta que llevaba a esta aldea, en el mismo momento de entrar a Naín por la puerta de mampostería de entrada, salía un numeroso cortejo fúnebre con un ataúd en el que yacía el cadáver de un joven, muerto en la flor de la vida. Era hijo único de una madre viuda, que lloraba amargamente y sin consuelo. Jesús, al ver llorar a la madre, sintió lástima, se compadeció de ella y le dijo:
No llores.
Luego se acercó al difunto  y vio que iba envuelto en una sábana y con la cabeza descubierta, al estilo oriental. Los camilleros que portaban la camilla al ver este gesto, se detuvieron, como si se tratara de una orden recibida de un superior. Entonces el Señor en silencio miró con ternura a la madre que tenía el rostro lívido y los dedos de sus manos entrelazados, colocados  en nervioso reposo sobre el pecho, conteniendo con agudos suspiros el llanto. Y luego en tono imperativo dijo:
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El muerto recuperó la vida, empezó a moverse, como si hubiera estado dormido, se incorporó y empezó a hablar, como si nada hubiera pasado. Su muerte aparentemente real había sido como un sueño pasajero. Jesús, Dios y Señor de vivos y muertos, realizó con naturalidad y sin ademanes espectaculares el milagro como la cosa más sencilla y ordinaria del mundo. Jesús se lo entregó a su madre ante el asombro de todos los presentes.
Inmensa fue la conmoción que este milagro produjo en todos los que lo presenciaron, hasta tal punto que se sintieron sobrecogidos de admiración y terror al ver que un muerto había resucitado. Y admirados, todos prorrumpieron a una: un gran profeta se ha levantado entre nosotros,  Dios ha visitado a su pueblo. San Lucas termina el relato diciendo que la noticia se divulgó por toda Judea y regiones colindantes.

            2  Teología de las lágrimas
El hombre desde que nace hasta que muere llora muchas veces a lo largo de su vida por muchos motivos. El llanto se podría clasificar en los siguientes grupos principales:
            1 Llanto psicopático: llorar por llorar, sin ton ni son, enfermedad que proviene de una anomalía somática de desequilibrio  psíquico. Gran sufrimiento supone para quien la padece, virtud para la familia que la sufre con resignación, al menos, y con reacciones diversas en los hombres de la Sociedad.
            2 Llanto de pena: llorar por un dolor personal, familiar o social o tristeza: un remedio de desahogo natural de la naturaleza sufriente. Si el dolor va acompañado de la oración es una ayuda sobrenatural para el que sufre y un bien para los que sufren en el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.
            3 Llanto de alegría: llorar de emoción: expresión natural de un gozo  por motivos diversos, tanto   humanos como espirituales. 
4 Llanto de soberbia: llorar de rabia  por fracasos, ofensas reales o aparentes, disgustos, contratiempos, dificultades. Es un pecado o una debilidad humana. Los disgustos de la vida hay que sufrirlos con humildad, pidiendo al Dios de los fuertes la gracia para aceptarlos, fortaleza para sufrirlos, y virtud para ofrecerlos a Dios en reparación de los pecados propios y del mundo entero.
5 Llanto sobrenatural: llorar por los pecados tanto graves como leves y faltas, y por el don de lágrimas del Espíritu Santo, que es un regalo que no se puede merecer sino agradecer por fe. El don de lágrimas puede ser también del corazón, de dolor y arrepentimiento por los pecados personales y de los hombres, y también por la meditación de cosas santas.         

            Señor, enséñame a llorar cristianamente. ¡Que mi llanto sea un desahogo humano, motivado por una alegría, fruto de arrepentimiento y una plegaria de acción de gracias! 

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