Domingo vigésimo cuarto
Tiempo ordinario, ciclo c
“Doy gracias a Cristo Jesús,
nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio”
En
la segunda lectura de la liturgia de la
Palabra de este domingo, San Pablo escribiendo a su discípulo Timoteo le hace por escrito una confesión
general de su grave vida pecadora del
pasado, manifestándole que Él era antes un blasfemo, un perseguidor y un
violento. ¡Qué humildad más profunda, confesar sus pecados para todo el mundo y
en todos los tiempos! Pero Dios tuvo
compasión de mí, dice, porque no era creyente y no sabía lo que hacía: Dios derrochó su gracia sobre mí y me dio la
fe y el amor cristiano, se fió de mí y me
concedió el ministerio de ser su apóstol. Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores, y yo soy el primero, dice San Pablo.
La gracia de
Dios es la fuerza omnipotente para la
conversión contundente del no creyente y del pecador, como fue la de San Pablo,
San Agustín y otros grandes pecadores
como lo comprueba la Historia de la Iglesia. La obra de la salvación y santificación de los pecadores es efecto de
la operación del Espíritu Santo, que derrama su gracia sobre pecadores y los
convierte en santos. Y a pesar de que no merecen la confianza de Dios, se fía
de algunos y les concede el ministerio sacerdotal y a otros dones del Espíritu
Santo para el bien de la Iglesia. ¡Qué
responsabilidad tienen delante de Dios los cristianos pecadores que malgastan las gracias recibidas para el
bien propio o distintos fines humanos!
Sin embargo, los que vivieron un tiempo consagrados a Dios consecuentemente, y
poco a poco fueron abandonando los medios para perseverar en el estado de
perfección evangélica, suelen perder la vocación religiosa y hasta la fe en
algunos casos. Recuperarse espiritualmente después es frecuentemente obra de un milagro que
raramente sucede.
¡Qué bienes
tan grandes producen en el mundo y en la Iglesia los pecadores que rompen tajantemente con el pecado y se
consagran en cuerpo y alma a hacer el
bien!
San Pablo
termina su confesión diciendo que Dios se
compadeció de mí para que sea modelo de todos los que creerán y consigan la
vida eterna, y todo sea para el rey de los siglos, inmortal, invisible, único
Dios, honor y gloria por los siglos de
los siglos.
Si has sido pecador en el pasado, y ahora en
el presente intentas ser mejor, adquieres la experiencia personal de la
misericordia divina, el conocimiento propio
y la comprensión del hombre.
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