sábado, 14 de septiembre de 2013


Domingo vigésimo cuarto
            Tiempo ordinario, ciclo c
           
“Doy gracias a Cristo Jesús, nuestro Señor, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio”

       En la segunda lectura de la liturgia  de la Palabra de este domingo, San Pablo escribiendo a su discípulo  Timoteo le hace por escrito una confesión general de su grave vida  pecadora del pasado, manifestándole que Él era antes un blasfemo, un perseguidor y un violento. ¡Qué humildad más profunda, confesar sus pecados para todo el mundo y en todos los tiempos!  Pero Dios tuvo compasión de mí, dice, porque no era creyente y no sabía lo que hacía: Dios derrochó su gracia sobre mí y me dio la fe y el amor cristiano, se fió de mí y me  concedió el ministerio de ser su apóstol. Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero,  dice San Pablo.
La gracia de Dios  es la fuerza omnipotente para la conversión contundente del no creyente y del pecador, como fue la de San Pablo, San Agustín y otros grandes pecadores  como lo comprueba la Historia de la Iglesia. La obra de la salvación  y santificación de los pecadores es efecto de la operación del Espíritu Santo, que derrama su gracia sobre pecadores y los convierte en santos. Y a pesar de que no merecen la confianza de Dios, se fía de algunos y les concede el ministerio sacerdotal y a otros dones del Espíritu Santo para el bien de la Iglesia. ¡Qué  responsabilidad tienen delante de Dios los cristianos pecadores   que malgastan las gracias recibidas para el bien propio  o distintos fines humanos! Sin embargo, los que vivieron un tiempo consagrados a Dios consecuentemente, y poco a poco fueron abandonando los medios para perseverar en el estado de perfección evangélica, suelen perder la vocación religiosa y hasta la fe en algunos casos. Recuperarse espiritualmente después   es frecuentemente obra de un milagro que raramente sucede.
¡Qué bienes tan grandes producen en el mundo y en la Iglesia los pecadores  que rompen tajantemente con el pecado y se consagran en cuerpo y alma  a hacer el bien! 
San Pablo termina su confesión diciendo que Dios se compadeció de mí para que sea modelo de todos los que creerán y consigan la vida eterna, y todo sea para el rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por  los siglos de los siglos.
             Si has sido pecador en el pasado, y ahora en el presente intentas ser mejor, adquieres la experiencia personal de la misericordia divina, el conocimiento propio  y la comprensión del hombre.

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