Domingo
treinta y uno
Tiempo
ordinario, Ciclo c
3
de Noviembre
Zaqueo
1
Comentario del texto
2 Tenía
que pasar por allí
3 Conversión
1 Comentario del texto
El relato de
Zaqueo sucedió en el tercer año de la vida pública de Jesús en Jericó, cuando
se dirigía a Jerusalén a consumar el sacrificio en la Cruz. Jericó en aquella
época era, después de Jerusalén, la ciudad más floreciente de Judea. Sus
productos agrícolas eran abundantes y variados: bosques de palmeras, de
bananos, de sicómoros y otros árboles, que
con fuentes colocadas en sitios estratégicos daban al paisaje una
belleza sin igual, y servían para refrescar el calor tropical en verano, según
cuenta el historiador Flavio Josefo. En el año 1947 nos dice Fillion en la vida de Nuestro Señor
Jesucristo que esta ciudad era una aldehuela miserable con casuchas de tierra
con techo de ramaje, que tenía unos quinientos habitantes. Actualmente se
intenta restablecer el antiguo cultivo para devolver a aquella región su
antigua belleza armoniosa de fertilidad.
Como Jericó
pillaba de paso para ir a Jerusalén, Jesús con sus discípulos hizo escala en
esta ciudad, y permaneció en ella un
tiempo. Cuando la gente supo que se marchaba, se llenaron las calles de
espectadores para verlo pasar. Había
entonces allí un personaje famoso, llamado Zaqueo, rico, jefe de
publicanos, que se había enriquecido con la injusta
administración de los impuestos. Desde
hacía tiempo había oído hablar de Jesús y deseaba verlo porque en su corazón
sentía hacia Él una atracción especial. Al saber el sitio por donde tenía que
pasar Jesús, impulsado por una fuerza interior, irresistible, echó a correr y
fue a su encuentro. Recorrió las calles céntricas buscando un buen sitio para ver a Jesús pasar, y no le fue
posible, porque era bajo de estatura. Zaqueo no quería nada más que ver a Jesús pasar. Nervioso porque oía
que Jesús se acercaba y podría pasar de largo sin verlo, al ver en el camino
una higuera con ramas bajas, se agarró a una de ellas y con esfuerzos de mañoso
equilibrista, se le ocurrió la peregrina idea de subirse a ella para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Cuando Jesús se iba acercando hacia el lugar
donde estaba Zaqueo, levantó la cabeza señorialmente, lo miró con cariño, y en
voz alta dijo: Zaqueo hoy tengo que
alojarme en tu casa. Era la única vez, que sepamos por el Evangelio, que
Jesús se invitó a comer en una casa de un extraño, que no era amigo. Zaqueo
quedó sorprendido por la rara invitación, y,
emocionado, se bajó inmediatamente de la higuera, y como si fuera un amigo de siempre, se acercó a Jesús y le acompañó a su casa. Y,
loco de contento, puso en movimiento a los criados y servidumbre, y le
improvisó un banquete suntuoso con los mejores manjares.
Muchos judíos
que conocían la pecadora y mala fama de Zaqueo, pecador público, se
escandalizaron de que un profeta comiera con un pecador, y manifestaron su
descontento con severas murmuraciones. Al final del banquete, quizás a la hora
de los postres, momento oportuno para el brindis y los discursos, Zaqueo, con
aire resuelto y decidido, se levantó y con el corazón roto de arrepentimiento
por sus pecados, dijo: Mira, la mitad de
mis bienes, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le
restituiré cuatro veces más. Fue, digamos, una confesión general, pública y
solemne de sus pecados. Tales sentimientos, libremente expresados en público,
eran signo de una sincera y ejemplar conversión. Jesús perdonó sus pecados en
silencio, y dijo: “Hoy ha sido la
salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del
hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 1-10).
2 Tenía que pasar por allí
Las cosas no suceden porque
sí, por el hado, el destino, la casualidad, sino por la causalidad divina, que
en teología se llama Providencia. Todo tiene su razón de ser y estar en el
conjunto de la Creación, que sólo Dios sabe en su totalidad por su sabiduría
infinita y eterna. Todos los seres creados en sí mismos y cada uno de ellos en
su desarrollo y armonía del Universo tienen la finalidad para los que fueron
creados por Dios en su proyecto eterno.
En los
hombres, seres libres, interviene Dios, Creador y Padre, con sus gracias en
juego misterioso con su libertad, en orden a la salvación eterna, de la manera
que Él sólo sabe en su infinita sabiduría. Jesús tenía que pasar por allí, por
las calles de Jericó, entre otros fines porque tenía que convertir a Zaqueo,
por las razones que ni siquiera se pueden imaginar.
Nosotros, que
inicialmente estamos convertidos ya, tenemos que aprovechar los múltiples
caminos por donde sabemos que Jesús tiene que pasar. Jesús pasa por nosotros
cuando:
- Nos ponemos
en contacto con Dios en la oración personal o comunitaria;
- en la Casa
de Dios o en Comunidad cantamos himnos y salmos de alabanza, de arrepentimiento
y de acción de gracias;
- dos o más nos reunimos en nombre del Señor
para espiritualizar la vida;
- sufrimos el
dolor en nuestra propia carne o padecemos murmuraciones, calumnias, rechazos,
abandonos, desprecios, que Dios permite para nuestro bien y el de todos los
hombres;
- somos
despreciados, calumniados o perseguidos por ser cristianos;
- celebramos los sacramentos, principalmente el
de la Eucaristía, sobre todo si comulgamos, que es el paso más perfecto de
Cristo, resucitado, glorioso y sacramentado por
nosotros;
- hacemos
lectura espiritual meditada en la
presencia de Cristo, resucitado y glorioso;
- ejercemos la caridad con los hermanos en
obras de misericordia corporales y espirituales o hacemos una obra buena, cualquiera que sea,
por amor a Cristo;
- y cuando, sin hacer nada, Jesús tiene que pasar por allí, simplemente porque
quiere, para diluviar sobre nosotros sus gracias y privilegios, como pasó por
el lado donde estaba Zaqueo.
Recuerda con
gratitud el día en que Jesús quiso encontrarse contigo, valiéndose de muchas
circunstancias providenciales, para que fueras cristiano o cristiana,
sacerdote, religioso o religiosa, porque tenía que pasar por allí.
¿Cuándo y cómo
fue tu encuentro con Cristo?
Tal vez te
encontraste con Él, sin que tú te enteraras, porque naciste en una familia
cristiana en la que fuiste educado, y en la que viviste la fe siempre, como pez
en el agua. Quizás Jesús se encontró contigo valiéndose del colegio, de la
Parroquia, de un amigo, de un sacerdote, de la catequesis, de un libro, de la
televisión, de una enfermedad… ¡Qué sé yo! Cualquier circunstancia fue la
providencial para el paso de Jesús por
tu vida, porque tenía que pasar por allí para que tú te encontraras con Él.
Tal vez tu
encuentro con Él fue excepcional, y Dios te proporcionó los medios necesarios
para tu conversión. Los caminos por los que Dios llama a los hombres y actúa en
ellos son infinitos y misteriosos, y no pueden catalogarse científicamente.
3 La conversión
La conversión radical en sí misma y en su
desarrollo es obra del Espíritu Santo, y no el resultado del esfuerzo humano de
planificaciones pastorales, preparadas con lógica y razonamientos que produzcan
resultados científicos. Esto no quiere decir que no valgan y no sean necesarios
los planes pastorales, que se deben hacer con cabeza y corazón, pero con el
conocimiento teológico de que son medios que ofrecemos al Espíritu Santo para
que Él actúe con su providencia.
Los hombres, los medios y las circunstancias
concurren en la conversión con la gracia de Dios que la precede, acompaña en todo su proceso hasta que llegue a su
pleno desarrollo. Lo dijo Jesucristo en el Evangelio: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).
El hospedaje fue
la oportunidad sobrenatural que Jesús aprovechó para que Zaqueo, pecador
público, empezara el proceso de la conversión: la chispa del fuego del Espíritu
Santo para encender en el corazón de Zaqueo la hoguera en llama viva de la
conversión. Estoy seguro de que después, a lo largo de su vida, tuvo que luchar
consigo mismo para dominar sus pasiones y sufrir mucho con victorias y derrotas
para seguir a Jesucristo. La conversión
total no suele darse en un santiamén, como sucedió en el caso excepcional
del Buen ladrón, que fue una muestra única, evangélica, de la inimaginable
misericordia que Jesús tiene con los pecadores.
La conversión tiene un proceso en el que concurre todo
con providencia divina: la salud, la enfermedad, los amigos, los enemigos, los
accidentes, las circunstancias adversas y agradables, la tentación, las
miserias, las debilidades y hasta los pecados, que para muchos, siendo
“desgracias”, son “gracias” para la conversión y santificación.