Domingo
treinta y dos
Tiempo ordinario, Ciclo C
Resurrección de los muertos
10 de Noviembre
Nos dice el
evangelio de este domingo que un día los saduceos, que negaban la resurrección
de los muertos, se acercaron a Jesús y le hicieron esta pregunta: Había siete
hermanos que se casaron con una misma
mujer ¿con cual de ellos estará casada en la otra vida? Y Jesús respondió: En
esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura y de la
resurrección no se casan, porque participan de la resurrección.
Las cosas de
la tierra no son como las del Cielo. Aprovecho este evangelio para hablar de la
resurrección de los muertos. Remito al lector al Catecismo de la Iglesia
Católica del Santo Papa Juan Pablo II, donde podrá encontrar los temas importantes sobre la Resurrección (Cat 990, 991,
997, 998, 999, 1000, 1001).
La resurrección
de los muertos ha sido creencia en el Antiguo Testamento y elemento esencial de
la fe cristiana en el Nuevo. (Lc 24,39). Creer en la resurrección de la carne
significa que al final de los tiempos todos los muertos resucitarán y las almas
se unirán a sus propios cuerpos para ser personas resucitadas, gloriosas que merecieron el Cielo, o condenadas en el Infierno porque
rehusaron voluntariamente la misericordia divina. ¿Cómo será la resurrección? Este
tema sobrepasa nuestra capacidad intelectiva e imaginativa, porque es una
verdad de fe que se cree, sin entender. ¿Cuándo tendrá lugar este hecho
trascendental? No se sabe. Sin duda al fin del mundo (LG 48), el último día (Jn 6,39-40.
44,54).
La vida
cristiana en la tierra es una participación en la vida, pasión muerte y
resurrección de Cristo. Es el tiempo del mérito y de la misericordia, pues en la vida eterna sólo hay justicia. Lo
importante es que los cristianos vivamos en la tierra muertos al pecado y
resucitados en la vida de la gracia para vivir con Cristo, morir con Cristo y
resucitar con Cristo en la Vida eterna.
Creo en la vida eterna
Conociendo la
vida humana en la tierra, tal como es en su realidad, la simple razón humana
nos dice que el hombre, criatura de Dios, tiene que tener otra vida mejor y
eterna, donde haya justicia, que premie a los buenos y castigue a los malos,
donde haya bondad en contraposición del mal; una vida que satisfaga totalmente
y por toda la eternidad todas las íntimas aspiraciones del hombre que en el
mundo quedan insatisfechas, pues en el
mundo no existe la felicidad completa o existe parcialmente y con mezclas.
La Iglesia nos
enseña que inmediatamente después de la muerte, el alma, separada del cuerpo,
es juzgada por Dios con un juicio
particular para recibir la sentencia del premio o castigo eterno que ha
merecido en la tierra con sus actos morales. Si ha conseguido el aprobado o
mejor nota, recibe la salvación eterna en el Cielo, esperando el día de la resurrección en que las almas se
unirán a sus propios cuerpos para gozar en persona gloriosa la visión intuitiva
que ya gozaba en el alma. Si al morir quedaron en el alma culpas o penas por
los pecados va al Purgatorio a
purificarse por un tiempo hasta que vaya
al Cielo, que es su destino eterno. Al fin del mundo ya no existirá Purgatorio.
Si, en cambio, el alma muere voluntariamente en pecado mortal, se excluye de la
salvación y va al Infierno a esperar
la resurrección para unirse al cuerpo resucitado, y en persona resucitada
padecerá eternamente penas inconcebibles.
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