sábado, 22 de febrero de 2014

DOMINGO SÉPTIMO, TIEMPO ORDINARIO
CICLO A, 23 DE FEBRERO
Amad a vuestros enemigos

En el Evangelio de este domingo la palabra de Dios nos manda un precepto muy difícil, que generalmente no se cumple: Amar a nuestros enemigos.

Son muchos los textos de la Sagrada Escritura, principalmente de los evangelios y Nuevo Testamento que nos hablan del amor al enemigo. Citemos algunos.
“Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro padre celestial” (Mt 5,43-45).
            “Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).      
“Si tu hermano peca, corrígelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces y si siete veces vuelve a ti para decirte: Me arrepiento, lo perdonarás” (Lc 17,3-4). Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).
El amor al enemigo es un precepto universal,  porque todos somos hijos de un mismo Padre celestial. Si no perdonamos a quienes nos ofenden, tampoco Dios no nos perdona nuestros pecados. Si tu hermano peca contra ti siete veces y te pide perdón, perdónale.

El amor al enemigo es un precepto universal
Del amor cristiano no se puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo, a quien hay que amar como miembro del Cuerpo Místico de Cristo. El perdón a los enemigos no es un consejo de perfección evangélica sino un precepto universal para todos los hombres. El motivo principal de perdonar a quien nos ha ofendido es el ejemplo  del Señor que perdonó a quienes lo crucificaron con aquellas palabras que pronunció en la cruz, antes de morir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”  (Lc 23, 34).  No se puede hacer ofrendas al Señor con un corazón enemistado con el hermano. Negando el perdón a nuestros hermanos el corazón se cierra y se hace impermeable a la misericordia divina. Así nos lo enseña la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo II: “Al negarse a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia” (Cat 2840).
El perdón al enemigo es condicional al modo en que Dios nos perdona nuestros pecados, como nos enseñó Jesucristo en el Evangelio en la oración del padrenuestro: “como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Muchos santos aprendieron a perdonar a sus enemigos copiando al pie de la letra el ejemplo de Jesús.  Santa Teresa de Jesús sentía una alegría singular cuando se enteraba de que alguien la calumniaba o injuriaba, y si no fuera porque los hombres injuriándola ofendían a Dios,  deseaba que todo el mundo la ofendiera. Santa Juana de Chantal perdonó al que mató a su marido de tal manera que llegó a ser madrina en el bautismo de uno de sus hijos, acción heroica que llenó de admiración San Francisco de Sales,  cofundador con ella de las Salesas. El santo Cura de Ars, al recibir una bofetada de uno de sus enemigos, le contestó con una sonrisa en los labios: “Amigo, la otra mejilla tendrá celos”
El amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no vengarse  
El perdón al enemigo consiste en no odiar y no vengarse, por propia cuenta, del mal que se ha recibido.  No se opone a exigir la justicia, que es necesaria y, a veces, obligatoria, para que no cunda el delito en los malhechores, y se castigue el mal; ni obliga  a reanudar la amistad que antes se tenía con el amigo convertido en enemigo. Basta con tratar al enemigo con un comportamiento normal en casos extremos de necesidad, como se suele hacer con un extraño. Excluye dos cosas: el odio y la venganza en el corazón, incompatibles con el perdón.
El odio no es sentir la ofensa que se ha recibido del ofensor, pues sentir no es consentir; ni tampoco recordar la ofensa y al ofensor, sin odio ni venganza, la cosa más natural del mundo. Vengarse por propia cuenta de la ofensa que se ha recibido es hacer por propia cuenta la justicia.  Sin embargo, perdonar pero no olvidar por razones simplemente temperamentales es compatible con el perdón, aunque repela la presencia de la persona del enemigo,  o se revuelva el interior al recordar la ofensa. Perdonar y olvidar totalmente en el corazón y en la memoria, es propia de cristianos virtuosos.
El hombre se siente más veces ofendido que ofensor
            El hombre, por instinto natural, se siente más veces ofendido que ofensor, como lo demuestra la experiencia de la vida. Sucede en esto como en los accidentes de tráfico, que casi siempre decimos que hemos recibido un golpe del otro y, pocas veces que nosotros somos los culpables, aunque sea verdad, pues el orgullo se esconde en el pliegue más recóndito del corazón. Este estilo de autodefensa instintiva aparece ya en el paraíso terrenal en la historia del pecado original. Cuando Dios preguntó a Adán la razón de su desobediencia: “¿Por qué has comido del árbol prohibido? Adán respondió: la mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí. El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? La mujer respondió: La serpiente me engañó y comí” (Gén 3,11-13).
El comportamiento de Adán y Eva fue infantil. ¿Quién reconoce la verdad de su pecado delante de los hombres? ¿Quién se considera pecador en su propia conciencia?  
       Las ofensas familiares son más perdonables
Se suelen perdonar con más comprensión y misericordia las ofensas entre familiares, padres, hijos y hermanos, aunque muchos cristianos, que van a misa y comulgan rompen las relaciones familiares y humanas generalmente por problemas económicos de poca monta, por ejemplo de herencia, cosa que desgraciadamente es muy corriente.
Muchos pecadores, con sus actos, considerados pecados en la ciencia de la Teología Moral, no ofenden a Dios porque no saben lo que hacen, pues si conocieran realmente a Dios con el conocimiento de la fe, no le ofenderían. La misericordia de Dios es tan infinita que tiene en cuenta los condicionamientos del pecador, ocultos a los ojos de los hombres. 
Las características principales del perdón son:
- Pronto, ahora mismo, cuanto antes, como nos enseña la Palabra de Dios: “No se ponga el sol sobre vuestra iracundia (Ef 4,26);
- sin límite, sin poner tope a nuestro perdón, como nos enseña el pasaje evangélico: “Entonces dijo Pedro a Jesús: ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano? ¿Hasta siete veces? Le dijo Jesús: No digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22), frase que significa siempre.
- de corazón, perdón salido de lo más profundo del alma, sobrenaturalizado, venciendo los naturales impulsos de la naturaleza.  

            En consecuencia, hay que perdonar al enemigo siempre, aunque se exija la justicia, se sienta la ofensa, y no se borre de la memoria, circunstancias conciliables con el perdón.
           



sábado, 15 de febrero de 2014

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
16 de Febrero

Dichosos los que caminan en la voluntad de Dios
En el salmo responsorial de este domingo, el pueblo cristiano responde a la proclamación de la palabra de Dios con una frase profundamente bíblica y teológica: dichosos los que caminan en la voluntad de Dios. Ofrezco unas reflexiones espirituales sobre este tema por si a alguien puede hacerle algún bien.

Seres del Universo 
En el Universo, desde la perspectiva de visión sencilla, no científica, sino popular, se pueden contemplar cuatro espacios: espacio sideral, espacio acuático, espacio terrenal y espacio humano.

Espacio sideral
En el espacio sideral existen millones de seres astronómicos, grandes y pequeños, conocidos y por conocer, que son  una obra fantástica y artística creada por Dios con su naturaleza propia, leyes cabales que caminan puntualmente según la voluntad del Señor. Todo lo que sucede es bueno, y si alguna cosa hay que tiene apariencia mala, su finalidad última es buena, pues está  planificada por la infinita sabiduría bondadosa de  Dios, que es Amor, y no puede equivocarse.

Espacio acuático
En el espacio acuático, inmenso de océanos mares y ríos que bañan la tierra, viven peces innumerables. Las aguas son vivienda de animales acuáticos, objeto de estudio para los científicos, curiosidad para los observadores y alimento para millones de hombres. Es un abismo que sobrecoge de admiración, causa miedo por su bravura, potencia, y deja atónitos a los simples observadores.
    
Espacio terrenal
La tierra es una misteriosa perfección en su ser natural, leyes, habitantes en millones incontables, diversidad en clases en seres, cuyo conocimiento supera todo entendimiento e imaginación del más sabio de los geólogos y científicos de todos los tiempos. Es habitáculo de tantas plantas que pululan  con variedad, diversidad y hermosura, que adornan los campos con su belleza y son deleite para obsequios y adornos suntuosos; morada de múltiples y variados animales de toda especie, que pueblan toda la planicie del globo terrestre, y dejan abismados a los expertos y estudiosos de las ciencias naturales y entusiasmados a los simples  observadores.
Todos los habitantes irracionales cumplen puntualmente la voluntad del Señor, porque están creados por su sabiduría infinita, que nunca se equivoca y por consiguiente caminan cumpliendo siempre las leyes santas de Dios, Creador.  

Espacio humano 
Además de los entes inanimados que hay en el  Universo, en la tierra existe el hombre, el ser más perfecto de la Creación, microcosmos o pequeño mundo de todo o creado, porque tiene parte de reino mineral, parte del reino vegetal, parte del reino angélico  y parte del reino divino  porque está creado por Dios a su imagen y se semejanza. Es, por consiguiente, un resumen de la Creación, que está gobernado por las leyes físicas del cuerpo humano,  la parte vegetativa de las plantas, por la ley moral, la parte espiritual del alma, ser inteligente y libre. El hombre que voluntariamente no cumpla la ley divina no es un ser perfecto. El santo es la perfección suma en el hombre porque cumple la voluntad de Dios en todas la leyes.
Los mandamientos son guías que encauzan necesariamente todos los seres por el sitio que tienen que ir para que sean lo que tienen que ser en el plan de la providencia de Dios Creador. Los mandamientos morales  hacen que los hombres cumpliendo libremente la voluntad de Dios sean más perfectos y santos; no son obstáculos que impiden la libertad  del hombre al no  hacer lo que quiere o gusta. La santidad consiste en el cumplimiento de los mandamientos, pues esa es la voluntad de Dios.



viernes, 7 de febrero de 2014



DOMINGO QUINTO DEL TIEMPO ORDINARIO
CICLO A, DÍA 9 DE FEBRERO

Campaña contra el hambre
En la primera lectura de la liturgia de la Palabra de este domingo, Dios nos dice: Comparte tu pan con el hambriento. Manos unidas ha escogido este texto para lanzar la campaña contra el hambre en el mundo; texto que yo voy a utilizar para hablar de este tema.
Entre los muchos males que sobrevinieron al hombre con el pecado original, se hizo presente la injusticia social, de manera que en el mundo hay bastantes hombres que poseen mucho, son muy ricos, y muchísimos que son muy pobres, contra la voluntad de Dios que quiere que toda la riqueza sea distribuida equitativamente entre los hombres en proporción justa, como medio para que todo puedan conseguir la felicidad eterna.
            Dios condena el hambre como pecado contra la justicia social. Es un hecho, tristemente comprobado, que hay en el mundo una tremenda desigualdad de posesión de bienes, que clama al Cielo,  de tal manera que millones de niños, hombres y mujeres se mueren de hambre, habiendo suficientes medios de producción en la Tierra para que todo el mundo tenga lo suficiente o necesario para vivir dignamente, como decía el Papa bueno, Juan XXIII por culpa, digamos de todos los hombres en general. Es verdad que el problema de garantizar el bien común integral de los hombres corresponde, en primer lugar, a las  autoridades civiles y políticos, pero no es menos cierto que también a la Iglesia que trabaja por el bien común del hombre, hijo de Dios; y corresponde también a cada cristiano que debe cumplir la justicia social. Por consiguiente, nadie debe excluirse del gravísimo problema de hambre que existe en el mundo. La Iglesia tiene la misión suprema de salvar al hombre, con el fin específico sobrenatural de la salvación eterna, que incluye también los medios materiales y humanos  para conseguirlo; y tiene además el deber evangélico de atender a los más pobres, por mandato de Jesucristo. En este día, en que celebramos el día de la jornada mundial del hambre en el mundo, cada hombre y cristiano debe cuestionarse: ¿Qué debo hacer yo en la campaña contra el hambre en el mundo, si no tengo en mis manos el poder? ¿Cómo voy yo a dar algo, si necesito todo o casi todo para vivir? Tal vez sea este tu caso, pero creo que todos  podemos dar, algunos mucho, otros bastante y algunos algo, teniendo en cuenta que Dios premia nuestra generosidad, no por la cantidad de lo que damos, sino por la calidad del amor con que lo damos. El que da lo que tiene y puede da todo. Recordemos el ejemplo de la viejecita del Evangelio que echó en el cepillo todo lo que tenía para vivir y Jesús dijo que había echado más que otros que echaban en cantidad monedas valiosas.
El bautismo nos obliga a vivir en Dios y con Dios, siendo hermanos con todos los hombres de distinta manera, y debemos ayudar también a los que son pobres que son también hermanos nuestros a quienes tenemos que ayudar con nuestros bienes que son también de ellos en cierto sentido.  A nosotros nos sobran muchas cosas, mucha ropa que tenemos almacenada en el armario para uso de nadie; nos sobra acaso dinero que no necesitamos para vivir ni para la previsión razonable del futuro, y ese dinero también es de los que lo necesitan. Hay en el mundo mucha falta de comida para millones de hombres, mujeres y niños que se mueren de hambre inculpablemente; y muchos niños que no saben leer ni escribir porque no tienen colegios ni maestros que les ayuden a conseguir una cultura media en su País; y muchos enfermos que necesitan la salud y no disponen de hospitales, ni de medicinas ni médicos que los curen; y muchos niños, hijos de nadie, abandonados, que no tienen una familia ni una sociedad digna y justa, y están abocados al dolor y a la muerte, por no tener orfanatos o casas de acogidas que los atiendan, al menos espiritualmente.
Y además de todo esto, que es mucho, no tienen Iglesias ni misioneros que les enseñen a conocer y amar a Dios,  a la  Virgen María, madre de todos los hombres, a rezar y a saber que existe un Dios, Padre, y que nos espera una vida eterna, llena de gozo en la visión y posesión de Dios eternamente, como premio a los males que  han sufrido con paciencia en esta vida, por culpa de la injusticia de los hombres.
Las causas entre otras son:
1ª Dios es  Creador y Padre de todos los hombres.
2ª Todos los hombres somos hijos de Dios y hermanos entre sí.
3ª Todos los bienes de la Tierra fueron creados  por Dios para el bien de todos los hombres, de manera que cada uno tenga adecuadamente lo justamente necesario para que pueda vivir honradamente.
4ª En casos extremos de necesidad, todos los bienes son comunes, de tal manera que el que no tiene nada por pobreza involuntaria, puede apropiarse de los bienes propios de otro para comer, como un derecho.
   Seamos generosos en la campaña contra el hambre que organiza Manos Unidas, dando para los pobres que pasan  hambre no de los bienes que nos sobran, sino también de los que necesitamos, si es que queremos ser cristianos y compartir el amor de Dios entre los hombres.








sábado, 1 de febrero de 2014


            PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
            2 de Febrero de 2014

            Contribución de los israelitas al templo
            Los israelitas acudían generalmente tres veces al año al Templo de Jerusalén para cumplir sus principales obligaciones religiosas: la fiesta de la Pascua, la fiesta de la siega y la fiesta de la recolección (Ex 23,14-17); o como mínimo una vez, para el sacrificio de la Pascua (Ex 12). Además de estas obligaciones legales y otras muchas, existían para las madres israelitas religiosas dos prescripciones de la Ley mosaica: la Purificación después del parto y la Presentación del hijo recién nacido en el templo. Los dos preceptos solían cumplirse en una misma ceremonia. La ley mandaba la purificación de la mujer después del parto (Lev 12). Cuarenta días después del alumbramiento de un niño, (o después de ochenta, si se trataba de una niña). Las madres debían presentarse en el templo para ser purificadas de la impureza legal que habían contraído. La ruptura de la integridad física impedía a la madre bajo pecado participar en el culto y tocar cualquier objeto sagrado. El hecho de ser madre no fue antes, ni es ahora en el concepto bíblico ninguna cosa impura, pues es una colaboración a la obra creadora de Dios. San Pablo llegó a decir que la maternidad virtuosa es garantía de salvación: "La mujer se salvará por su condición de madre, si persevera con modestia en la fe, en el amor y en la santidad" (1 Tim 2,15).
            La ley de Moisés no dice que la madre pecaba al tener un hijo, sino que quedaba legalmente "impura". La mujer israelita, que había sido madre, tenía que ser purificada en una celebración litúrgica, y aportar, como tributo para la financiación del templo, un cordero primal, si tenía una condición social desahogada, o un par de tórtolas o dos pichones, si era pobre.
            María fue desde Belén a Jerusalén a cumplir la ley del Señor, aunque no necesitaba purificación, porque era virgen en la concepción de su Hijo y virgen en su maternidad divina. Pero estos privilegios personales estaban escondidos para el mundo, y Ella, fervorosa israelita, debía dar ejemplo en el cumplimiento de la ley.
           La Sagrada Familia atravesó la gran Ciudad, sin hacer caso a los impertinentes vendedores oportunistas, y llegó al templo. Me imagino que San José  se acercaría  a un puesto de una viejecita que tenía parejas de tórtolas blancas con pintas negras en el plumaje, metidas en jaulas de madera. Le dio lástima y le compró el par de tórtolas que su esposa tenía que ofrecer a Dios para su purificación, por un siclo, a precio de saldo.  María dejó en los brazos de José al Niño, cogió   entre sus manos las dos tórtolas, acarició sus alas, y tocándoles el pico, les dio un beso cariñosamente silencioso en sus blancas plumas salpicadas de lunares negros.  Era la hora de tercia. El sacrificio del cordero se ofrecía a Dios dos veces cada día, una por la mañana y otra por la tarde (Lev 29,38-39). 
            Encuentro de la Sagrada Familia con el profeta Simeón
            Cuando José y María caminaban en dirección al atrio de las mujeres para esperar allí la hora de la ceremonia, apareció un extraño personaje: un anciano, llamado Simeón, fervoroso israelita que se pasaba prácticamente todo el día en el templo y asistía a la ceremonia de la purificación de las madres. Se acercó a María, y, como si fuera amigo de Ella de toda la vida, tomó a Jesús en sus brazos, lo bendijo y profetizó que ese Niño sería luz de las gentes, gloria de Israel y signo de contradicción de todos los tiempos; y también, mediante una viva metáfora  profetizó que María sería Corredentora del género humano.  San Lucas nos lo cuenta de esta manera: "Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, justo y piadoso, que esperaba la liberación de Israel: el Espíritu Santo estaba en él, y le había anunciado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu fue al templo, y, al entrar los padres con el Niño para cumplir lo establecido por la ley acerca de Él, lo recibió en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar morir en paz a tu siervo, porque tu promesa se ha cumplido. Mis propios ojos han visto al Salvador que has preparado ante todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel... Este Niño será signo de contradicción; y a ti una espada te atravesará el corazón" (Lc 2,25-35). ¿Asistiría Simeón a la ceremonia de la purificación de María? No lo dice el Evangelio, pero parece lo más probable.
            Ceremonia de la purificación y presentación del Niño
            En el momento oportuno llegó el sacerdote de turno con una túnica blanca, ribeteada con bordados dorados en las mangas, cuello y orla del bajo de la túnica. Sobre ella un manto de color rojo rebajado, y encima el efod, vestidura litúrgica corta y sin mangas, parecida a una dalmática, de color púrpura. Sobre su cabeza brillaba una tiara labrada con ricas piedras preciosas, signo de la dignidad del celebrante. Colgado del cuello llevaba un cordón dorado del que pendía un pectoral de oro reposando sobre el pecho.
            María no pudo evitar el escalofrío de la cuchillada del primer cordero que se sacrificaba. Sintió la sensación de que le estaban rasgando el corazón, pensando en el cruento sacrificio de su Hijo, que estaba simbolizado en aquel cordero. Contuvo las lágrimas con entereza, mientras que luchaba por sobreponerse a las circunstancias.
            Terminada la ceremonia bajó las escaleras sobrecogida, emocionada, con el rostro demudado y los ojos bañados en lágrimas. Cogió de los brazos de José al Niño Jesús, y, acompañada de su esposo, se dirigió hacia el altar de la  presentación para ofrecer a su Hijo al Señor, después de haber entregado para el templo la ofrenda económica establecida.
            El Evangelio destaca el hecho de la purificación de María silenciando la presentación del Niño Jesús en el Templo.  Nos refiere el evangelista que "su padre y su madre estaban admirados de las cosas que decían de Él" (Lc 2,33).
                  
            La perfección consiste en el cumplimiento de la voluntad de Dios
            Cada ser creado, por pequeño que sea, aunque parezca raro, extraño e inexplicable, tiene su función específica, su razón de ser y estar en el mundo creado por Dios para ser objeto de la Redención de Jesucristo.  La ley tanto física como moral es necesaria para que la cosa sea lo que tiene que ser en la esencia misma de su perfección. La ley moral natural está dictada por Dios en la conciencia de cada hombre, revelada en el Decálogo en diez mandamientos, resumida por Jesucristo en el amor a Dios y al prójimo, y explicada por el Magisterio auténtico y perenne de la Iglesia. "La ley es la plenitud del amor" (Rm 13,10). El santo es el ser perfecto que cumple con perfección la voluntad de Dios.
             
            María, modelo para el cristiano en el cumplimiento de la ley eclesiástica
            Desgraciadamente, en nuestros tiempos, la fuerza obligatoria de los mandamientos se la Santa Madre Iglesia  ha perdido su vigor para muchos cristianos con el agravante de que no pocos católicos los rechazan sin escrúpulo. Es una triste realidad, que hay que reconocer con humildad y tristeza. Muchos, llamados hombres de fe, no cumplen ya el precepto dominical. Se limitan simplemente a ir a Misa por apetencias personales o por obligaciones sociales. La confesión, por ejemplo, se ha infravalorado, descuidado o abandonado hasta el punto de que hay cristianos, comprometidos con la "Iglesia", que comulgan habitualmente y no reciben el sacramento del perdón. El ayuno y la abstinencia, prácticas vigentes en el Derecho canónico, se consideran normas penitenciales desfasadas, que han quedado reservadas a un grupo limitado, más o menos numeroso, de antiguos cristianos consecuentes con la fe tradicional. El mandamiento de ayudar a la Iglesia en sus necesidades es una obligación que se quiere cumplir roñosamente con limosnas en las colectas de la misas, donativos esporádicos de raquítico corazón y con  ocasión de recibir un sacramento o un servicio religioso. 
            La financiación de la iglesia
            Fundamento bíblico
            El comportamiento religioso de María en el templo, con ocasión de su Purificación como madre y Presentación del Niño a Dios Padre, nos facilita la oportunidad de tratar de pasada este tema, para imitar a María en el cumplimiento cristiano del quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia. En los antiguos catecismos el precepto de ayudar a la Iglesia en sus necesidades aparecía redactado con inspiración bíblica del Antiguo Testamento: "Pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios". Con estas palabras se imponía a los cristianos la obligación de contribuir a la financiación de la Iglesia, que pocas veces se hacía como Dios manda, sino como limosna a nuestra madre la Iglesia.
            Diezmo significaba la décima parte de los productos del campo. "Llevarás a la casa del Señor, tu Dios, lo más florido de tu tierra" (Ex 34,26). Y se llamaban primicias los frutos primeros de la vida humana o animal: los primeros nacidos, hombres o animales eran propiedad exclusiva de Dios. Los primogénitos de mujer debían ser consagrados a Dios; y los de los animales tenían que ser sacrificados para expiar los pecados del pueblo de Dios. "Yo inmolo al Señor todo animal primogénito y rescato al primer nacido entre mis hijos" (Ex 13,1-2).
            Los frutos de la tierra se destinaban para la financiación del templo: culto, manutención de sacerdotes, ministros, servidores y obras sociales de ancianos, viudas, huérfanos y pobres.  El antiguo pueblo de Israel cumplía preferentemente el precepto de los diezmos y primicias con ocasión de celebraciones religiosas como la fiesta de las semanas y la fiesta de las primicias de la recolección, al terminar el año (Ex 34,22).
            Fundamento histórico
            La primitiva comunidad de Jerusalén vivía el Evangelio de Jesucristo con desprendimiento de corazón, prácticamente como si tuvieran voto de pobreza, aunque no existía entonces este vínculo jurídico de consagración a Dios. La fe en Cristo resucitado hacía que todos escucharan las enseñanzas de los Apóstoles, vivieran unidos, fueran constantes en la oración, en la celebración de la Eucaristía y en la unión fraterna, de manera que todo lo tenían en común. Vendían las posesiones y haciendas y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno (Hch 2, 41-47;4,32-35). Pero no todo era jauja, pues como aquella comunidad cristiana estaba compuesta por hombres, y dicen que "en todas partes se cuecen habas", tenía también sus cosas, como sucede y sucederá siempre en todas las instituciones humanas. Un tal Ananías, de acuerdo con Safira, su mujer, vendió una propiedad y se quedó con parte del dinero. Pedro le reprendió por este grave pecado. Y, no pudiendo resistir las palabras del Apóstol, cayó muerto. Y lo mismo le sucedió a su mujer Safira, cómplice de este robo (Hch 5,1-10).
            Sustentación de los diezmos y primicias 
            A partir del siglo VI, cuando el cristianismo se fue extendiendo por todas partes, se enfriaron los primeros fervores de los cristianos, y muchos, paganizados, dejaron de cumplir el deber sagrado de pagar los diezmos. Fue entonces cuando la Iglesia se vio obligada a poner paulatinamente leyes sobre las ofrendas, inspirándose en las normativas del Antiguo Testamento. El momento histórico culminante de la institución legislativa de la contribución a la Iglesia mediante los diezmos y primicias tuvo lugar en los siglos del XI al XIII, coincidiendo con el feudalismo. La crisis de los diezmos sobrevino cuando en la Edad Moderna la economía agraria se transformó en capitalista. Las causas fundamentales fueron la ruptura de la unidad religiosa en Europa con el resurgimiento del protestantismo y la industrialización. Estas circunstancias hicieron que los diezmos desaparecieran en Francia durante la revolución, en el año 1789. En España fueron abolidos por la desamortización de Mendizábal el año 1837. En sustitución de los diezmos surgieron los aranceles eclesiásticos, obligaciones económicas con las que los fieles  aportaban una ayuda en metálico a la Iglesia, con ocasión de recibir un sacramento o un servicio religioso. La legislación antigua del Derecho Canónico de Benedicto XV, año 1917, en el canon 1.502 establecía la obligación cristiana de ayudar a financiar la Iglesia con la bíblica expresión de pagar diezmos y primicias, dejando el modo de cumplir este precepto a los peculiares estatutos o costumbres laudables de cada región. El vigente Derecho Canónico, publicado por el Papa Juan Pablo II en 1983, recuerda en el canon 222 el quinto mandamiento de la Santa Madre Iglesia con estas palabras: "Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras de apostolado y de caridad y el conveniente sustento de los ministros". El canon no especifica ni el sistema de aportación económica ni la cuantía. Deja a la autoridad del Obispo o de las Conferencias Episcopales el sistema de contribución a la Iglesia. Este precepto puede cumplirse también con prestaciones personales.
            En la Archidiócesis de Madrid se suprimieron los aranceles el año 1965, siendo Arzobispo D. Casimiro Morcillo. Desde entonces hasta nuestros días los fieles ayudan al sostenimiento de la Iglesia mediante aportaciones económicas voluntarias, con ocasión de recibir los sacramentos o servicios religiosos; y también por medio de donativos, colectas, cepillos o suscripciones periódicas.
            Desamortización de Mendizábal
            Juan Álvarez Mendizábal nació en Cádiz el 25 de Febrero de 1790, y murió en Madrid en Noviembre de 1853. Era descendiente de judíos. Sus padres fueron comerciantes de objetos viejos, ropavejeros. Desde muy joven mostró especiales cualidades para el mundo de las finanzas. Era político independiente, liberal y anticlerical. Exilado por el gobierno español en 1823, vivió en Londres doce años, donde montó un gran negocio y se hizo inmensamente rico, consiguiendo un gran prestigio entre los ingleses. Más tarde fue repatriado por el Gobierno español, afín a sus ideas políticas, y fue ministro de Hacienda tres veces, llegando a ser jefe del Gobierno desde el 15 de Septiembre de 1835 al 15 de Mayo de 1836, es decir ocho meses. El 11 de Octubre de 1835 declaró disueltas todas las Órdenes religiosas existentes en España, excepto las dedicadas a la pública beneficencia. El 19 de Febrero de 1836 declaró la venta de los bienes de la Iglesia para pagar la deuda nacional y solucionar el gravísimo problema social que existía entonces en España.
            La desamortización eclesiástica fue un expolio de los bienes de la Iglesia, difícilmente justificable desde el punto de vista legal y moral. Usurpadas las posesiones eclesiásticas, fueron subastadas  públicamente con el resultado que se preveía: conseguir que los ricos, gobernantes y políticos compraran más posesiones subastadas, así se hicieran más ricos y los pobres más pobres y el Estado se quedó con las mismas o más trampas que antes tenía.
            Ayuda económica del gobierno a la Iglesia

            El Gobierno debe seguir contribuyendo a la financiación de la Iglesia, aun en el caso hipotético de que haya restituido ya los bienes usurpados con motivo de la desamortización de Mendizábal, porque la Iglesia es una Institución social importante y una Sociedad benéfica que contribuye, como ninguna otra, a solucionar los problemas sociales de educación cívica, atención sanitaria, pobreza y marginación del Mundo. Por tanto, queda suficientemente probado que el Estado no regala a la Iglesia nada con las asignaciones económicas que le concede, sino que cumple una obligación de justicia, invirtiendo parte de los fondos de los españoles para un bien común de la Sociedad.