DOMINGO
SÉPTIMO, TIEMPO ORDINARIO
CICLO
A, 23 DE FEBRERO
Amad a vuestros enemigos
En el Evangelio de este domingo la palabra de Dios
nos manda un precepto muy difícil, que generalmente no se cumple: Amar a
nuestros enemigos.
Son muchos los textos de la Sagrada Escritura,
principalmente de los evangelios y Nuevo Testamento que nos hablan del amor al
enemigo. Citemos algunos.
“Habéis oído
que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad
a vuestros enemigos y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de
vuestro padre celestial” (Mt 5,43-45).
“Si
vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro
Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15).
“Si tu hermano peca, corrígelo, y si se arrepiente,
perdónalo. Y si peca contra ti siete veces y si siete veces vuelve a ti para
decirte: Me arrepiento, lo perdonarás” (Lc
17,3-4). “Si al
presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo
tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda” (Mt 5,23-24).
El amor al
enemigo es un precepto universal, porque
todos somos hijos de un mismo Padre celestial. Si no perdonamos a quienes nos
ofenden, tampoco Dios no nos perdona nuestros pecados. Si tu hermano peca
contra ti siete veces y te pide perdón, perdónale.
El amor al enemigo es un precepto universal
Del amor
cristiano no se puede excluir a nadie, ni siquiera al enemigo, a quien hay que
amar como miembro del Cuerpo Místico de Cristo. El perdón a los enemigos no es
un consejo de perfección evangélica sino un precepto universal para todos los hombres. El motivo principal de
perdonar a quien nos ha ofendido es el ejemplo
del Señor que perdonó a quienes lo crucificaron con aquellas palabras
que pronunció en la cruz, antes de morir: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen”
(Lc 23, 34). No se puede hacer ofrendas al Señor con un
corazón enemistado con el hermano. Negando el perdón a nuestros hermanos el
corazón se cierra y se hace impermeable a la misericordia divina. Así nos lo
enseña la Iglesia en el Catecismo de la Iglesia católica del Papa Juan Pablo
II: “Al negarse a perdonar a nuestros
hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al
amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se
abre a su gracia” (Cat 2840).
El perdón al enemigo es condicional al modo en
que Dios nos perdona nuestros pecados, como nos enseñó Jesucristo en el
Evangelio en la oración del padrenuestro: “como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Muchos santos aprendieron a perdonar a sus enemigos copiando al pie de
la letra el ejemplo de Jesús. Santa Teresa
de Jesús sentía una alegría singular cuando se enteraba de que alguien la
calumniaba o injuriaba, y si no fuera porque los hombres injuriándola ofendían
a Dios, deseaba que todo el mundo la
ofendiera. Santa Juana de
Chantal perdonó al que mató a su marido de tal manera que llegó a ser madrina
en el bautismo de uno de sus hijos, acción heroica que llenó de admiración San
Francisco de Sales, cofundador con ella
de las Salesas. El santo Cura de Ars, al recibir una bofetada de uno de sus
enemigos, le contestó con una sonrisa en los labios: “Amigo, la otra mejilla tendrá celos”
El amor al enemigo consiste esencialmente en no odiar y no
vengarse
El perdón al
enemigo consiste en no odiar y no
vengarse, por propia cuenta, del mal que se ha recibido. No se opone a exigir la justicia, que es
necesaria y, a veces, obligatoria, para que no cunda el delito en los
malhechores, y se castigue el mal; ni obliga
a reanudar la amistad que antes se tenía con el amigo convertido en
enemigo. Basta con tratar al enemigo con un comportamiento normal en casos
extremos de necesidad, como se suele hacer con un extraño. Excluye dos cosas: el odio y la venganza en el corazón,
incompatibles con el perdón.
El odio no
es sentir la ofensa que se ha recibido del ofensor, pues sentir no es
consentir; ni tampoco recordar la ofensa y al ofensor, sin odio ni venganza, la
cosa más natural del mundo. Vengarse
por propia cuenta de la ofensa que se ha recibido es hacer por propia cuenta la
justicia. Sin embargo, perdonar pero no
olvidar por razones simplemente temperamentales es compatible con el perdón,
aunque repela la presencia de la persona del enemigo, o se revuelva el interior al recordar la
ofensa. Perdonar y olvidar totalmente en el corazón y en la memoria, es propia
de cristianos virtuosos.
El hombre
se siente más veces ofendido que ofensor
El hombre, por instinto natural, se siente más veces
ofendido que ofensor, como lo demuestra la experiencia de la vida. Sucede en
esto como en los accidentes de tráfico, que casi siempre decimos que hemos
recibido un golpe del otro y, pocas veces que nosotros somos los culpables,
aunque sea verdad, pues el orgullo se esconde en el pliegue más recóndito del
corazón. Este estilo de autodefensa instintiva aparece ya en el paraíso terrenal
en la historia del pecado original. Cuando Dios preguntó a Adán la razón de su
desobediencia: “¿Por qué has comido del
árbol prohibido? Adán respondió: la mujer que me diste por compañera me dio del
árbol y comí. El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? La mujer
respondió: La serpiente me engañó y comí” (Gén 3,11-13).
El comportamiento de Adán
y Eva fue infantil. ¿Quién reconoce la verdad de su pecado delante de los
hombres? ¿Quién se considera pecador en su propia conciencia?
Las ofensas familiares son más perdonables
Se suelen perdonar con más
comprensión y misericordia las ofensas entre familiares, padres, hijos y
hermanos, aunque muchos cristianos, que van a misa y comulgan rompen las
relaciones familiares y humanas generalmente por problemas económicos de poca
monta, por ejemplo de herencia, cosa que desgraciadamente es muy corriente.
Muchos pecadores, con sus actos, considerados pecados
en la ciencia de la Teología Moral, no ofenden a Dios porque no saben lo que
hacen, pues si conocieran realmente a Dios con el conocimiento de la fe, no le
ofenderían. La misericordia de Dios es tan infinita que tiene en cuenta los
condicionamientos del pecador, ocultos a los ojos de los hombres.
Las
características principales del perdón son:
- Pronto, ahora mismo, cuanto antes, como
nos enseña la Palabra de Dios: “No se
ponga el sol sobre vuestra iracundia (Ef
4,26);
- sin límite, sin poner tope a nuestro
perdón, como nos enseña el pasaje evangélico: “Entonces dijo Pedro a Jesús: ¿cuántas veces he de perdonar a mi
hermano? ¿Hasta siete veces? Le dijo Jesús: No digo hasta siete veces sino
hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-22), frase que significa siempre.
- de corazón, perdón salido de lo más profundo del
alma, sobrenaturalizado, venciendo los naturales impulsos de la naturaleza.
En
consecuencia, hay que perdonar al enemigo siempre, aunque se exija la justicia,
se sienta la ofensa, y no se borre de la memoria, circunstancias conciliables
con el perdón.
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