sábado, 27 de abril de 2019

Segundo Domingo de Pascua. Ciclo C

DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA
SACRAMENTO DE LA PENITENCIA

El evangelio de este domingo del ciclo C nos habla de dos temas principales: la institución del sacramento de la Penitencia y la falta de fe de Santo Tomás, llamado el Mellizo, cuando Jesús se apareció a los apóstoles en el Cenáculo, estando él ausente.
En este documento voy a tratar, de manera catequética el sacramento de la Penitencia o Reconciliación en los siguientes capítulos:

Institución del Sacramento
Breve historia
Elementos esenciales del sacramento
La disciplina actual de la Iglesia en la celebración del Sacramento

Institución del Sacramento

El sacramento de la Penitencia no fue instituido por un Papa de la Historia de la Iglesia, ni por el acuerdo de un concilio ecuménico, ni por un consenso de teólogos o un sentir de la Iglesia, sino por Jesucristo y con estas palabras: “En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se apareció a sus discípulos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23).
Jesús confirió este poder a sus Apóstoles (Jn 20,21-23), a  sus sucesores, los Obispos, y a los sacerdotes que son sus colaboradores  para que lo ejercieran en su nombre o en su persona hasta el fin de los tiempos. 

Breve historia 

En la Historia de la Iglesia ha existido una evolución importante sobre este Sacramento. En los tres primeros siglos se celebraba privadamente, siguiendo las normas que marcaba el Obispo con fidelidad al mandato del Señor. Desde el siglo III hasta  el siglo VI  se celebró  en  una reconciliación eclesial por el ministerio de Obispo y con la presencia de toda la comunidad cristiana una  vez o pocas veces al año; y en algunas Comunidades una sola vez en la vida. Estaba reservada para los pecados más graves: idolatría, homicidio, adulterio y otros pecados importantes  determinados por el Obispo, teniendo en cuenta la Ley divina y el Evangelio. Los cristianos que cometían estos pecados tenían que hacer algunas penitencias públicas, muy severas, como ayunos, durante mucho tiempo, antes de recibir el perdón, y no podían entrar dentro del templo ni participar en la Eucaristía. La Penitencia organizada empezó en el siglo VII hasta el XI y perseveró hasta el Concilio de Trento en que fue estructurada hasta nuestros días en penitencia privada con confesión de pecados a un sacerdote, absolución y satisfacción por los pecados.

Elementos esenciales del sacramento 

Los actos necesarios para recibir el perdón por parte del penitente son;

  • Contrición.
  • Confesión.
  • Satisfacción.
  • Y por parte del Ministro: la absolución.  .


Contrición 

El arrepentimiento o dolor de los pecados puede ser de dos maneras: Contrición y Atrición.


Contrición
La contrición es “un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar” (Cc de Trento: DS 1676; Cat 1451).  Es una  pena espiritual de haber ofendido a Dios, por ser Dios quien es, Creador, Padre, Redentor y Bienhechor de todos los hombres. La contrición perfecta borra los pecados veniales y obtiene también el perdón de los pecados mortales, si el pecador tiene la firme resolución de recurrir tan pronto como le sea posible a la confesión sacramental (Cc de Trento: DS 1677;Cat 1452). 
Atrición
La atrición es una contrición “imperfecta” que es dejar el pecado por la fealdad del acto, temor de la condenación eterna, miedo al castigo de Dios o  a las penas que puedan sobrevenir.  Este dolor es suficiente para recibir fructuosamente el sacramento de la Reconciliación. 


Confesión

La confesión de los pecados hecha al sacerdote es absolutamente necesaria para recibir el perdón de los pecados. Los penitentes deben confesar todos los pecados mortales, según su número y especie, de los que tienen conciencia, tras examinar cuidadosamente su conciencia. (Cat 1456), según su formación religiosa personal. Sin ser necesario, de suyo, la confesión de los pecados veniales está recomendada vivamente por la Iglesia (Cat 1493). 
La satisfacción
La absolución borra el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que ha causado en su persona el pecador, que debe pagar en justicia el daño que hizo a Dios, a sí mismo y al prójimo con su pecado, y “satisfacer” de manera apropiada o “expiar” sus pecados. El confesor, al imponer la penitencia al penitente, debe tener en cuenta la situación personal del pecador, la gravedad de los pecados confesados y su bien espiritual. La penitencia puede consistir en oraciones, ofrendas, obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación de la cruz que tiene que llevar (Cat 1459)

Ministro

El ministro del sacramento del perdón es el sacerdote  debidamente ordenado y con licencia de su obispo propio.
En la confesión hay que considerar tres personas: el penitente, el confesor y Jesucristo; y tres actos: el pecado, la absolución y el perdón.
El penitente confiesa “sus pecados”, tal como piensa que los cometió en su recta conciencia. El confesor escucha los pecados del penitente y los absuelve. Y Jesucristo, Persona Divina, la misma sabiduría increada, infinitamente misericordioso, es quien perdona los pecados del penitente.

Sigilo sacramental

Dada la delicadeza y la grandeza de este ministerio y el respeto debido a las personas, todo confesor está obligado, sin ninguna excepción, y bajo penas muy severas, a mantener el sigilo sacramental, esto es el absoluto secreto sobre los pecados conocidos en confesión. Tampoco puede hacer uso de los conocimientos que la confesión le da sobre la vida de los penitentes. A este secreto se llama sigilo sacramental (Cat 14677).

La disciplina actual de la Iglesia en la celebración del Sacramento comprende tres ritos:


  • Rito con un solo penitente con acusación privada de pecados y absolución individual.
  • Rito con varios penitentes  con preparación comunitaria de la celebración de la Palabra de Dios, cantos y reflexiones con confesión y absolución individual.
  • Rito de muchos penitentes con absolución general. 
La confesión individual e integra y la absolución continúan siendo el único modo ordinario para que los fieles se reconcilien con Dios y con la Iglesia, a no ser que  una imposibilidad física o moral excuse de este modo de confesión. Sin embargo, puede suceder que se den circunstancias especiales en las que sea lícito o aún conveniente impartir la absolución de un modo general a muchos penitentes, sin la previa confesión individual, como, por ejemplo, en peligro de muerte. Queda reservado al obispo diocesano  decidir cuándo es lícito conferir la absolución general colectiva. Aquellos a quienes  se les han perdonado pecados graves con una absolución común, acudan a la confesión oral, ya que también para ellos sigue en vigor el precepto por el cual todo cristiano debe confesar sus pecados a un confesor individualmente, dentro el año (Ritual de la Penitencia n 33).

domingo, 21 de abril de 2019

Domingo de Resurrección. Ciclo C


          RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO                                                                                         
            Naturaleza de la resurrección de Jesucristo           
            Liturgia de la Palabra
            Comentario espiritual

            Naturaleza de la resurrección de Jesucristo

            La resurrección de Jesucristo se podría resumir en las siguientes frases:

  • El desenlace glorioso del drama de la vida de Jesús, hecho histórico del que no se puede dudar.
  • El dogma fundamental de la fe católica.
  • El triunfo de la gracia sobre el pecado.
  • La victoria de la vida sobre la muerte.
  • La  esperanza para el cristiano que sabe que, viviendo con Cristo, sufriendo y muriendo con Cristo, resucitará con Cristo.


            La transformación de la vida terrena por la vida eterna gloriosa, ahora en el tiempo la resurrección del alma en el Cielo o en el Purgatorio temporalmente.  Cuando este mundo termine y todas las cosas sean transformadas, todos los muertos resucitarán, y las almas que están en el Cielo se unirán a sus propios cuerpos, y las que estén en el Purgatorio terminarán su purgación, y unidas a sus propios cuerpos en personas resucitadas gozarán eternamente del Cielo.
            Las almas condenadas  resucitarán también y se unirán a sus propios cuerpos para padecer eternamente el Infierno en cuerpo y alma. Pero el fin primario de la resurrección es la glorificación de la persona humana.
             
            Liturgia de la Palabra

            En la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles de la liturgia de la Palabra del domingo de resurrección se nos dice que San Pedro predicó la resurrección a los judíos incrédulos con estas palabras: A Jesús lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo verno a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido  con Él después de la resurrección.  
            En el salmo responsorial, el pueblo proclama que la resurrección es nuestra alegría y nuestro gozo, motivo de acción de gracias, porque es eterna su misericordia. Por eso debemos buscar los bienes de arriba, donde está Cristo y no los de la tierra, que gustan pero no satisfacen del todo, porque cuanto más se buscan más hambre de ellos se tiene.
En el Evangelio de este domingo se narra que María fue al sepulcro, cuando aún estaba oscuro y vio la losa quitada del sepulcro; y en lugar de concluir que si el cadáver no estaba allí, era porque había resucitado, porque esta profecía la había oído de los labios de Jesús centenares de veces, su inmediata reacción  fue ir corriendo a decir a Pedro y Juan que el cuerpo muerto de Jesús había sido robado y no sabemos donde lo han puesto. Pedro y Juan, alarmados por esa triste noticia, sin pensar que tal vez podía ser porque había resucitado,  fueron corriendo al sepulcro a comprobar el hecho. Juan corrió más porque era más joven y llegó al sepulcro antes. Pedro entró en el sepulcro, vio las vendas en el suelo y el sudario enrollado en un sitio aparte. Y entonces creyeron, pues hasta entonces no habían entendido la Escritura que afirma que Jesús había de resucitar de entre los muertos.
           
            Comentario espiritual

            Para los que vivimos profundamente la fe y amamos a Dios en la Persona de Jesucristo con limitaciones y defectos todo lo que sucede es para un bien  que tenemos  que aceptar (Rm 8,28).
            Cuando meditamos los personajes del Evangelio, apóstoles y discípulos, y comprobamos en ellos virtudes y defectos, nos sentimos animados a vivir con más plenitud la fe de la Iglesia, porque los defectos constitucionales de los santos no siempre ni todos son pecados, sino debilidades humanas, que  Dios  comprende con la infinita misericordia de Padre para con sus hijos.
            María Magdalena, San Pedro, San Juan, los demás apóstoles y las piadosas mujeres  escucharon muchas veces de labios de Jesús que iba a resucitar al tercer día. Seguramente  conocían la resurrección del hijo de la viuda de Naín, la de la hija de Jairo y la de Lázaro, pero cuando se trataba de la resurrección de Jesús, parece que dudaron. Pero no es así, pues es  comprensible, porque cuesta creer más en la resurrección de Jesús muerto con quien habían tratado entonces cuando estaba vivo, que creerlo ahora con fe heredada de siglos. Lo importante es amar a Jesús con todo nuestro ser y nuestras fuerzas, y todos los condicionamientos, limitaciones y debilidades dejarlos en manos de Dios infinitamente misericordioso.



sábado, 13 de abril de 2019

Semana Santa. Ciclo C


  SEMANA SANTA
 PASIÓN, MUERTE Y RESURRECIÓN
           
 Planificación  de la Redención


Dios, en las tres Personas Divinas de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, decretó desde la eternidad, en común consenso, que el Hijo realizara la Redención. Cuando llegara la plenitud de los tiempos, por  obra del Espíritu Santo, no de hombre, el Hijo de Dios encarnaría en las entrañas purísimas de una mujer, única, María, Inmaculada para que fuera Madre de Dios y Corredentora del género humano. Y así sucedió en el tiempo.  La Redención empezó el momento de la concepción. Después continuó con el nacimiento de Jesús nacido virginalmente de Santa María, asumiendo de ella la naturaleza humana, sin dejar de ser Dios. Por ser Persona Divina con todos los actos, humanamente divinizados, de su vida oculta, pública, de pasión muerte y resurrección realizó personalmente la Redención hasta el día de la Ascensión a los Cielos. Ahora Cristo, resucitado y glorioso, por medio de la Iglesia está terminando en sus miembros lo que faltó a la redención de Cristo hasta  el fin de los tiempos. Cuando este mundo se acabe, la Iglesia terrestre se convertirá en Iglesia celeste de los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra, el fruto de la Redención: la visión y gozo de Dios en felicidad eterna de Amor.
En Semana Santa celebramos litúrgicamente los últimos acontecimientos de Jesús en la tierra sobre los que voy a hacer unas breves reflexiones de cada uno de ellos: Domingo de Ramos, Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo.

           

Domingo de Ramos


El Domingo de Ramos Jesús entró en Jerusalén triunfalmente pisando el camino que los buenos judíos habían alfombrado con mantos y ramas cortadas de los árboles gritando: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Porque de buena fe estaban equivocados, convencidos de que Jesús era el  Mesías, que iba a librar a su pueblo, Israel, de la esclavitud de Roma, y por eso lo vitoreaban con gritos y aplausos de alegría. Había también otros judíos indiferentes que contemplaban el acto por simple curiosidad; y no faltaron los judíos malos que  vieron el espectáculo con intenciones diabólicas de matar a Jesús. Esos fueron aquellos que el Viernes  Santo pidieron a  Pilato la libertad para Barrabás, notable preso, salteador de caminos, y para Jesús de Nazaret la crucifixión, como nos dice el Evangelio: ¿A quién de los dos queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, el llamado Mesías? El populacho a gritos contestó: a Barrabás. ¿Y qué haré con Jesús, el rey de los judíos? Ellos gritaron: Crucifícalo.

En este mundo, los hombres buenos y malos convivimos mezclados de distinta manera. Con todos tenemos que tratarnos como mínimo con educación y respeto, como hermanos que somos e hijos de un mismo Padre, incluso con los enemigos.

Jueves Santo


El Jueves Santo es el gran día en que Jesús instituyó el sacerdocio y la  Eucaristía, sacrificio que se ofrece al Padre por los pecados del mundo, sacramento en el que se convierte el pan y el vino en el cuerpo y la Sangre de Cristo, alimento del alma para la vida eterna, eje alrededor del cual gira toda la vida cristiana y apostólica de la Iglesia. La Eucaristía es la misma presencia de Jesús glorioso del Cielo, hecho sacramento. Y también celebramos el precepto del Amor mutuo de unos a otros en distinta calidad como, se dice en la liturgia de la Santa Misa.

Viernes santo


Con su pasión horripilante, Cristo nos enseñó  que el dolor  redime, santifica, y apostoliza en el Cuerpo Místico de Cristo. El dolor, efecto del pecado original, mal humano, es gracia necesaria para la salvación, como enseña la Sagrada Escritura.  

El hombre en su peregrinación por la tierra hacia la meta de la vida eterna tiene que llevar la cruz a cuestas hasta la muerte, como Jesús en siete expresiones distintas: personal, familiar, cultural, laboral, social, política y circunstancial.  

El cristiano ante la cruz que es desgracia humana, pero gracia divina para la Redención, no debe adoptar una postura de pasividad, dejando el dolor en manos de nadie. Es necesario y obligatorio que busque las soluciones que estén en su mano, y no esperar a que las cosas se arreglen por sí solas o venga la solución de Dios por un milagro.  La rebeldía es actitud negativa, atea, pagana, racionalista, inútil,  y con ella se aumenta el dolor sin solución de fe ni esperanza.  La mejor solución humana y cristiana es aceptar el dolor con paciencia y resignación cristiana y poner todos los remedios posibles para combatirla o suprimirla, si es posible. La Palabra de Dios nos dice que “Dios no prueba por encima de nuestras fuerzas”.

Con el dolor aprendemos el conocimiento propio de nuestro ser y valer, de nuestra debilidad, impotencia, capacidad limitada, y comprendemos a los  que sufren como nosotros o quizás más, y, como hermanos e hijos de un mismo Padre, nos unimos a Cristo sufriente, Redentor y a los sufridores de todos los hombres para corredimir los pecados del mundo, como miembros del Cuerpo Místico de Cristo y nos ahorrarnos penas del Purgatorio.

 Sábado Santo


Jesucristo con su muerte en la cruz consumó su vida redentora en la tierra, como pórtico de la Resurrección. La muerte con Cristo no es terminar de vivir, sino cambiar la vida temporal por la vida eterna de felicidad y gozo. La resurrección de Cristo es modelo y garantía de la resurrección de todos los muertos al final de todos los tiempos, Porque  Cristo nació, siendo Dios,  el nacimiento humano tiene sentido, porque Cristo vivió la vida se hace divina, porque Cristo murió, la muerte tiene precio de gloria, porque Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos  con Él,  porque en la vida y en la muerte somos del Señor y para el Señor (Rm 14,8).  


sábado, 6 de abril de 2019

Domingo V de Cuaresma. Ciclo C

  
LA MUJER  ADÚLTERA

     En este hecho evangélico, no ficción literaria,  podemos distinguir cuatro elementos principales sobre los que voy hacer algunas reflexiones espirituales:
·        Escribas y fariseos
·        Ley de Moisés
·        Jesús
·        La mujer  adúltera

            Los escribas en tiempo de Jesús eran los judíos expertos en la Sagrada Escritura, doctores y maestros de la Ley, que conocían e interpretaban la Biblia con autoridad. En nuestros tiempos podrían equipararse a los doctores en  Sagrada Escritura.
           
Los fariseos eran judíos escrupulosamente piadosos en el cumplimiento de la ley y fervorosos observantes de la Tradición oral. Cifraban la santidad en el cumplimiento minucioso, riguroso y exagerado de leyes, incluso pequeñas,  expresadas en obras externas, oraciones, ayunos, actos exagerados y costumbres tradicionales. En nuestros días podrían identificarse con los  cristianos exaltados en su fe que ponen la perfección evangélica en la observancia de muchas prácticas piadosas, omitiendo el cumplimiento de la obligación y la caridad, virtud fundamental de la vida cristiana.
Sucedió que unos  escribas y fariseos sorprendieron a una mujer en flagrante adulterio. ¿Qué pasó con el adúltero? ¿Se escapó? ¿Le dejaron escapar? ¿Quién presenció el adulterio para testificarlo? 
Es un pecado de injusticia que clama al Cielo acusar y condenar en otros los mismos o parecidos pecados que nosotros hemos cometido o cometemos, como dice el evangelio: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas tú en el tuyo? (Mt 7,3).

La ley de Moisés mandaba que  los adúlteros debían ser castigados con la pena de muerte por lapidación, como aparece en el libro del Levítico y en el del Deuteronomio: “Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera” (Lev 20,10; Dt 22,22-24).
En el Antiguo Testamento existían muchas leyes humanas, religiosas, disciplinares, no divinas, dictadas por Moisés para el pueblo de Israel en aquella época.  Por ser humanas, podían ser mejoradas, sustituidas o suprimidas, como fue el caso del divorcio, autorizado por Moisés (Mt 19,7-9).
Jesús en su Evangelio abolió o reformó muchas leyes y normas con su propia autoridad divina, porque no estaban conformes con la voluntad de Dios. En cambio, recalcó con insistencia las leyes divinas del Decálogo, estructuradas en diez mandamientos divinos que entregó a Moisés en el monte Sinaí, que jamás pueden cambiarse por ningún motivo.
Respecto de la pena de muerte, aplicada por la política de algunos gobiernos y abolida por otros, Santo Tomás de Aquino la defendió como argumento únicamente necesario para el bien común: “Es lícito matar al malhechor en cuanto se ordena a la salud de la Sociedad, y, por tanto, corresponde sólo a aquel a quien está confiado el cuidado de su conservación… Y como el cuidado del bien común está confiado a los príncipes, que tienen pública autoridad, solamente a éstos es lícito matar a los malhechores, y no a las personas particulares” (II-II, 64,3)  La pena de muerte no es contraria a la doctrina de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia católica de Juan Pablo II nos dice: “La enseñanza tradicional de la Iglesia ha reconocido el justo fundamento y deber de la legítima autoridad pública para aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte (Cat 2266- 2667).  Los casos de pena de muerte “suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos” dice el Papa Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae. Hoy no suele ser  generalmente aplicada en muchos países porque hiere la sensibilidad humana y cristiana, se opone al buen sentir común de la gente y puede ser sustituida por otras penas.

            La mujer adúltera
Los escribas y fariseos con malos tratos, insultos y a empujones dejaron caer brutalmente  a la adúltera, ante la presencia de Jesús, esperando la sentencia de la pena de muerte por lapidación; y ella, hecha un ovillo en el suelo, avergonzada y humillada esperaba la decisión de Jesús, y a voces y gritos hicieron a Jesús esta pregunta políticamente capciosa:
Maestro: La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. ¿Tú que dices?
 Esta pregunta era un auténtico dilema con respuesta comprometida. Si Jesús mandaba cumplir la ley de Moisés, le acusarían de falso y mentiroso profeta que predicaba la misericordia infinita de Dios que Él no cumplía, pues condenaba a una pobre pecadora sorprendida en adulterio; y si perdonaba a la adúltera, le culparían de falso Maestro que no cumplía la ley de Moisés, que era tanto como contradecir la ley de Dios. Cualquiera de las dos respuestas no tenía escapatoria.

Jesús
Como Jesús advirtió que la pregunta contenía diabólicos fines se inclinó y se puso a hacer dibujos  con el dedo en el suelo, como dando a entender a los que acusaban a la pobre adúltera que se desentendía del tema. Irritados los acusadores por esta actitud, insistieron en la pregunta, molestos porque Jesús había adoptado como respuesta un silencio sepulcral. Entonces se incorporó y con sabiduría salomónica les dijo:
El que esté libre de pecado, que le tire la primera piedra (Jn 8,7). Y luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en la tierra.
            Ellos, al oír estas palabras, se fueron escabullendo uno detrás de otro, empezando por los más viejos, hasta el último. Con esta actitud demostraron que todos tenían el mismo pecado que acusaban o parecido. Y quedó solo Jesús y la mujer en medio, de pie. Entonces Jesús se incorporó  y preguntó a la adúltera:
 ¿Ninguno te ha condenado?
Contestó ella: Ninguno, Señor.
Jesús le dijo:
Pues tampoco yo  te condeno. Vete y en adelante no vuelvas a pecar (Jn 8,2-11).  Jesús reconoció el pecado, pero se lo perdonó, rogándole que en lo sucedido no volviera a pecar más.  
Jesús, Amor hecho misericordia,  no condena nada más que a quien quiere ser condenado, no se arrepiente de su pecado y no lo confiesa. Pienso que la adúltera, al sentirse perdonada por Jesús, le reconoció como el Mesías, Dios, y se convertiría  en discípula suya y fiel seguidora, como era frecuente en muchos casos del Evangelio, como por ejemplo el ciego Bartimeo (Mc 10,46-52), el paralítico de Cafarnaúm (Mc 2,1-12), y otros.

Consecuencias espirituales

¿Fuiste muy pecador o lo eres ahora? Arrepiéntete, confiesa tus pecados y confía en Jesús que te perdona como si nunca hubieras pecado, porque Dios no tiene memoria sino corazón y ha muerto por ti en la cruz, derramando sangre divina; y no acuses a otros de los pecados que tú cometes o has cometido, porque te estás condenando a ti mismo.