SEMANA
SANTA
PASIÓN, MUERTE Y RESURRECIÓN
Planificación
de la Redención
Dios,
en las tres Personas Divinas de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, decretó desde la eternidad, en común consenso, que el Hijo realizara la
Redención. Cuando llegara la plenitud de los tiempos, por obra del Espíritu
Santo, no de hombre, el Hijo de Dios encarnaría en las entrañas purísimas de
una mujer, única, María, Inmaculada para que fuera Madre de Dios y Corredentora
del género humano. Y así sucedió en el
tiempo. La Redención empezó el momento de la concepción. Después continuó
con el nacimiento de Jesús nacido virginalmente de Santa María, asumiendo de
ella la naturaleza humana, sin dejar de ser Dios. Por ser Persona Divina con
todos los actos, humanamente divinizados, de su vida oculta, pública, de pasión
muerte y resurrección realizó personalmente la Redención hasta el día de la
Ascensión a los Cielos. Ahora Cristo, resucitado y glorioso, por medio de la
Iglesia está terminando en sus miembros lo que faltó a la redención de Cristo
hasta el fin de los tiempos. Cuando este mundo se acabe, la Iglesia
terrestre se convertirá en Iglesia celeste de los Nuevos Cielos y la Nueva
Tierra, el fruto de la Redención: la visión y gozo de Dios en felicidad eterna
de Amor.
En
Semana Santa celebramos litúrgicamente los últimos acontecimientos de Jesús en
la tierra sobre los que voy a hacer unas breves reflexiones de cada uno de
ellos: Domingo de Ramos, Jueves Santo, Viernes
Santo y Sábado Santo.
Domingo de
Ramos
El
Domingo de Ramos Jesús entró en Jerusalén triunfalmente pisando el camino que los
buenos judíos habían alfombrado con mantos y ramas cortadas de los árboles
gritando: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
Porque de buena fe estaban equivocados, convencidos de que Jesús era el Mesías,
que iba a librar a su pueblo, Israel, de la esclavitud de Roma, y por eso lo
vitoreaban con gritos y aplausos de alegría. Había también otros judíos
indiferentes que contemplaban el acto por simple curiosidad; y no
faltaron los judíos malos que vieron el espectáculo con
intenciones diabólicas de matar a Jesús. Esos fueron aquellos que el Viernes
Santo pidieron a Pilato la libertad para Barrabás, notable preso,
salteador de caminos, y para Jesús de Nazaret la crucifixión, como nos dice el
Evangelio: ¿A quién de los dos queréis que os suelte: a Barrabás o a
Jesús, el llamado Mesías? El populacho a gritos contestó: a Barrabás. ¿Y
qué haré con Jesús, el rey de los judíos? Ellos gritaron: Crucifícalo.
En
este mundo, los hombres buenos y malos convivimos mezclados de distinta manera.
Con todos tenemos que tratarnos como mínimo con educación y respeto, como
hermanos que somos e hijos de un mismo Padre, incluso con los enemigos.
Jueves Santo
El Jueves Santo es el gran día en que Jesús instituyó el sacerdocio y la Eucaristía, sacrificio que se ofrece al Padre por los pecados del mundo, sacramento en el que se convierte el pan y el vino en el cuerpo y la Sangre de Cristo, alimento del alma para la vida eterna, eje alrededor del cual gira toda la vida cristiana y apostólica de la Iglesia. La Eucaristía es la misma presencia de Jesús glorioso del Cielo, hecho sacramento. Y también celebramos el precepto del Amor mutuo de unos a otros en distinta calidad como, se dice en la liturgia de la Santa Misa.
El Jueves Santo es el gran día en que Jesús instituyó el sacerdocio y la Eucaristía, sacrificio que se ofrece al Padre por los pecados del mundo, sacramento en el que se convierte el pan y el vino en el cuerpo y la Sangre de Cristo, alimento del alma para la vida eterna, eje alrededor del cual gira toda la vida cristiana y apostólica de la Iglesia. La Eucaristía es la misma presencia de Jesús glorioso del Cielo, hecho sacramento. Y también celebramos el precepto del Amor mutuo de unos a otros en distinta calidad como, se dice en la liturgia de la Santa Misa.
Viernes santo
Con
su pasión horripilante, Cristo nos enseñó que el dolor redime,
santifica, y apostoliza en el Cuerpo Místico de Cristo. El dolor, efecto del
pecado original, mal humano, es gracia necesaria para la salvación, como enseña
la Sagrada Escritura.
El
hombre en su peregrinación por la tierra hacia la meta de la vida eterna tiene
que llevar la cruz a cuestas hasta la muerte, como Jesús en siete expresiones
distintas: personal, familiar, cultural, laboral, social, política y
circunstancial.
El
cristiano ante la cruz que es desgracia humana, pero gracia divina para
la Redención, no debe adoptar una postura de pasividad, dejando el
dolor en manos de nadie. Es necesario y obligatorio que busque las soluciones
que estén en su mano, y no esperar a que las cosas se arreglen por sí solas o
venga la solución de Dios por un milagro. La rebeldía es
actitud negativa, atea, pagana, racionalista, inútil, y con ella se
aumenta el dolor sin solución de fe ni esperanza. La mejor solución humana y cristiana es aceptar
el dolor con paciencia y resignación cristiana y poner todos los
remedios posibles para combatirla o suprimirla, si es posible. La Palabra de
Dios nos dice que “Dios no prueba por encima de nuestras fuerzas”.
Con el dolor aprendemos el conocimiento propio de nuestro ser y valer, de
nuestra debilidad, impotencia, capacidad limitada, y comprendemos a los
que sufren como nosotros o quizás más, y, como hermanos e hijos de un mismo
Padre, nos unimos a Cristo sufriente, Redentor y a los sufridores de todos los
hombres para corredimir los pecados del mundo, como miembros del Cuerpo Místico
de Cristo y nos ahorrarnos penas del Purgatorio.
Sábado
Santo
Jesucristo
con su muerte en la cruz consumó su vida redentora en la tierra, como pórtico
de la Resurrección. La muerte con Cristo no es terminar de vivir, sino cambiar
la vida temporal por la vida eterna de felicidad y gozo. La resurrección de
Cristo es modelo y garantía de la resurrección de todos los muertos al final de
todos los tiempos, Porque Cristo nació, siendo Dios, el nacimiento
humano tiene sentido, porque Cristo vivió la vida se hace divina, porque Cristo
murió, la muerte tiene precio de gloria, porque Cristo resucitó, también
nosotros resucitaremos con Él, porque en la vida y en la muerte
somos del Señor y para el Señor (Rm 14,8).
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