Terminado
el ciclo de Navidad, en el que hemos celebrado el nacimiento del Señor, la
Sagrada Familia, Santa María, Madre de Dios y la Epifanía del Señor, comenzamos
el tiempo ordinario con la celebración de la fiesta del Bautismo del Señor.
El
Bautismo que recibió Jesús en el río Jordán, de manos de San Juan Bautista, era
un bautismo de conversión, de arrepentimiento de los pecados, de consagración
al servicio del pueblo de Dios, no para arrepentirse de sus pecados, ni
convertirse, pues por ser Dios no tenía ni podía tener pecado alguno; ni
tampoco para consagrarse al servicio del pueblo de Dios, sino para dar ejemplo
de perfección en el cumplimiento de la ley judía. No fue el mismo que hemos
recibido nosotros, que es uno de los siete sacramentos instituido por Jesús, el
más necesario para la salvación eterna, pero no el más excelente que es el de
la Eucaristía.
La
fiesta del bautismo del Señor nos ofrece
una oportunidad para hablar del sacramento del bautismo, que gracias a
Dios todos hemos recibido.
El
bautismo es un sacramento que produce entre otros tres efectos
principales: infunde la gracia
santificante por la que el hombre se hace hijo de Dios y heredero de su gloria,
borra el pecado original, y también todos los pecados personales de quien lo
recibe de adulto, y lo incorpora al Cuerpo místico de la Iglesia.
Ante esta realidad misteriosa, cabe una
pregunta: ¿Qué pasa con los millones de hombres que no se bautizan en la
Iglesia Católica? ¿No son hijos de Dios, no se les perdonan el pecado original
y todos los personales, y no pertenecen al Cuerpo místico de la Iglesia?
Para contestar
a esta pregunta, vamos a establecer un principio teológico enseñado siempre por
la Doctrina de la Iglesia: La gracia de Dios, que es sabiduría omnipotente e
infinitamente misericordiosa, hace que su gracia de salvación llegue
misteriosamente a todos los hombres, de manera que cada uno pueda salvarse, si
quiere, la mayor parte de las veces, por diversos e inimaginables caminos o
medios, desconocidos por la ciencia
teológica. Valga el ejemplo del buen ladrón que recibió la gracia de la
misericordia de Dios, sin conocer a Cristo ni su doctrina, estando crucificado
por sus pecados y delitos. Se convirtió
por el misterio de la infinita misericordia divina, suplicando a Jesús
la simple petición de un recuerdo, que se convirtió, al instante, en la
posesión el Reino e los Cielo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Aquel buen
ladrón recibió la gracia de la salvación y con ella, por vía misteriosa de la
misericordia divina, se le perdonó el pecado original y todos los pecados
personales, quedó hecho hijo de Dios adoptivo, fue incorporado al Cuerpo
místico de la Iglesia, y consiguió la vida eterna. Fue el primer santo
canonizado de la Iglesia Católica. Este
ejemplo es válido y da respuesta a la pregunta que antes hemos formulado: Que la gracia infinita de la sabiduría de la misericordia de Dios es la
única que salva, dentro de la Iglesia, por camino que el hombre no conoce.
El cauce
normal y oficial, vía ordinaria, por voluntad de Jesucristo, es la Iglesia
Católica, incluso aunque la gracia llegue a determinados hombres vía misteriosa. Expliquemos un poco
esta realidad de salvación universal.
El
hombre, por el simple hecho de ser creado por Dios a su imagen y semejanza, es hijo de Dios por creación. Recibe en el
seno íntimo de su ser gratuitamente la filiación divina, digamos natural,
misteriosamente, en previsión de los
méritos de Cristo.
El bautismo
de agua y del Espíritu Santo es el sacramento ordinario de salvación para
conseguir la salvación eterna, por voluntad de Jesucristo: “ID por el mundo
entero pregonando la Buena Nueva a toda la humanidad. El que crea y sea bautizado, se salvará, y el que se
niegue a creer, se condenará” (Mc
16,16). Pero admite suplencias comprensibles por razones históricas evidentes,
múltiples causas y circunstancias
humanas, que la Iglesia resume de esta manera:
- Bautismo de sangre para aquellos que derraman
su sangre en favor de los hombres, pues, según nos dice el Evangelio, nadie ama
más que el que da la vida por los hermanos. En este caso el martirio, entendido
en sentido amplio de derramamiento de sangre,
hace las veces del sacramento de agua y del Espíritu Santo.
- Bautismo de deseo para aquellos
millones de hombres que no conocen a Jesucristo ni pertenecen a la Iglesia
Católica formalmente, pero que viven con sincero corazón la fe que conocen y en
la que fueron educados.
- Bautismo de conciencia para aquellos millones de hombres que no
conocen al Dios verdadero, o profesan religiones falsas. Si obran
consecuentemente en la recta conciencia del bien obrar, su conciencia equivale
al bautismo. Se dice que Cicerón al morir dijo: Causa de todas las causas, ten
misericordia de mí. Tal vez, a los ojos de Dios, esta frase pudo equivaler al
bautismo de conciencia.
Estos
hombres, situados en estos tres estados de suplencia de bautismo, reciben los
mismos efectos que el bautismo de agua y del Espíritu Santo, sin ser
sacramento.
Resumimos en
principios la doctrina de la Iglesia, explicada en todos los tiempos, pero con
más precisión en el Concilio Vaticano II:
1 La gracia de Dios, infinito en sabiduría y
bondad, es la única causa de salvación para todos los hombres y de todos los
tiempos, por la que nos hacemos y somos verdaderamente hijos de Dios.
2 El medio ordinario y oficial es el bautismo
de agua y del Espíritu Santo, administrado en la Iglesia Católica.
3 Pero por
circunstancias históricas, humanas y otras diversas el sacramento del bautismo
puede suplirse por infinitos modos, desconocidos por la ciencia teológica, que
la doctrina de la Iglesia reduce a tres: el martirio, la buena voluntad en la
vivencia de la fe que se conoce, la recta conciencia del bien obrar.
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