Jesús predicó la misericordia de Dios Padre en el Evangelio, que es la gran noticia de la misericordia divina explicada en muchas frases contenidas en discursos de materias distintas; y de una manera expresiva en parábolas, por ejemplo: el buen pastor, la oveja perdida, la perla preciosa perdida y de manera expresivamente literaria en la parábola del hijo pródigo, que tal vez se podría llamar la parábola del buen Padre, que vamos a comentar.
- El hijo menor
- El hijo mayor
- El padre
El hijo menor pide la herencia que no le corresponde al Padre para marcharse de casa; y él, sin ninguna obligación en derecho, por propia voluntad la reparte entre los dos hijos. A los pocos días, se marchó de casa a un país lejano porque quería ser libre, y no vivir bajo la obediencia del padre y de la disciplina de la casa; y lo que consiguió fue no la libertad sino el libertinaje, la esclavitud de sus pasiones.
Libre ya de la obediencia, derrochó la hacienda viviendo como un perdido entre amigotes, comidas juergas y diversiones. Cuando se le acabó el dinero, sobrevino en aquel país el hambre, y empezó él a pasar necesidad. No encontrando trabajo, se vio obligado a ponerse a servir a un amo, desempeñando el oficio bajo y denigrante de guardar cerdos, hasta el extremo de que quería llenar su estómago de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie, se las daba.
En esa
gravísima necesidad, se acordó de su
padre y de su casa y pensó: “¡Cuántos
jornaleros de mi padre están hartos de pan, mientras que yo aquí me muero de
hambre!”.
Dios permite al pecador, hundido en la miseria, que padezca males para que vuelva a Dios y compruebe que lo que había dejado era mucho mejor que lo que encontró fuera de la casa del Padre. El mal es en algunas personas una ocasión para que venga el bien, por aquello de que “no hay mal que por bien no venga.”
El hijo pródigo examina detenidamente su penosa situación, y entre tentaciones y luchas interiores de vergüenza de sí mismo y confianza en el Padre, decide ponerse en marcha a su encuentro, con el deseo de pedirle perdón y un puesto de trabajo en su casa, en calidad de siervo.
Se puso en
camino hacia la casa del Padre, y se encontró con la sorpresa de que le estaba
esperando a la entrada del pueblo: Cuando
aún estaba lejos, su padre le vio, y, lleno de emoción, fue corriendo a echarse
al cuello de su hijo y le cubrió de besos.
Cuando por nuestros pecados, arrepentidos, queremos volver a Dios, resulta que antes que lleguemos al Padre, Él ya nos está esperando. El encuentro del pecador con Dios no es una casualidad sino la causalidad del amor.
El hijo
confesó delante del padre su pecado, y él, en vez de reprenderle o hacerle los
cargos, le recibe como hijo, manda a sus criados cambiarle el vestido, ponerle
un anillo en su mano, y sandalias en sus pies, matar el ternero y celebrar un
banquete con música, porque este hijo había muerto y había resucitado. El hijo
se quedó en la casa con el padre durante toda su vida.
En el hijo menor están simbolizados los cristianos que estuvieron un tiempo en la Iglesia, a bien con Dios, y buscando la libertad cayeron en la degradación de la vida de pecado, siendo esclavos de sus pasiones, y no señores de ellas.
EL HIJO MAYOR
El hijo mayor estuvo siempre trabajando en la casa del padre cumpliendo sus órdenes, pero lejos de su corazón. Cuando se enteró por un criado de la casa del comportamiento de su padre con su hermano menor, a quien había recibido a bombo y platillo, regalándole un traje de fiesta, celebrando un banquete con música y todo, se enfadó y no quería entrar en casa. El padre salió a su encuentro y trató de persuadirle, pero él, enfadado, manifestó sus quejas, aparentemente justas: “Estoy siempre en tu casa sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para divertirme con mis amigos” (Lc 15,29). En cambio, cuando volvió ese hijo tuyo, no mi hermano, después de haber derrochado tu fortuna pecando con mujeres, premias su vuelta y celebras una fiesta. Pero el padre le hizo los razonamientos: “Deberías alegrarte porque tú siempre has estado conmigo, todo lo mío es tuyo, en cambio, tu hermano estaba perdido y lo hemos recuperado”.
En el hijo mayor pueden estar significados los cristianos, practicantes de toda la vida, que estamos en la Iglesia, simplemente cumpliendo las leyes con indiferencia, tibieza o rutina, pero lejos del corazón de Dios, Padre; y nos molesta que los hermanos arrepentidos, que llevaron una vida de pecado, vuelvan a la Iglesia y reciban un trato de fiesta.
La figura del Padre es un personaje ideal, único, excepcional, de bellísima ficción literaria, no real, un padre puramente imaginario que no corresponde a la realidad de un padre de la tierra, porque representa a Dios, Padre, que no tiene parangón. El padre de esta parábola trasciende la concepción humana de los cuentos didácticos de la más sublime imaginación.
El padre reparte la hacienda entre los dos hijos (Lc 15,12) simplemente porque se la pide el hijo menor, sabiendo que no era bueno y estaba harto de estar en su casa, sometido a la obediencia para vivir su vida en libertad.
Cuando
el padre vio de lejos al hijo que regresaba, emocionado echó a correr, siendo
mayor, cosa significativa pues los mayores no pueden correr, y cuando llegó a
donde estaba él se echó al cuello de su hijo y le cubrió de besos (Lc 15,20), antes de que
le pidiera perdón. Cuando el hijo, arrepentido de su pecado, le pidió perdón a
su padre y un puesto de trabajo en la
servidumbre de su casa, el padre mandó vestirle con un traje de fiesta, ponerle
un anillo, calzar sus pies con sandalias nuevas, signos de verdadero hijo, y
mandó celebrar un banquete con música (Lc 15, 21-24).