sábado, 26 de septiembre de 2020

Vigésimo sexto domingo. Tiempo ordinario. ciclo A

           Jesús predicó la misericordia de Dios Padre en el Evangelio, que es la gran noticia de la misericordia divina explicada en muchas frases contenidas en discursos de materias distintas; y de una manera expresiva en parábolas, por ejemplo: el buen pastor, la oveja perdida, la perla preciosa perdida y de manera expresivamente literaria en la parábola del hijo pródigo, que tal vez se podría llamar la parábola del buen Padre, que vamos a comentar.

 La llamada parábola del Hijo Pródigo es la demostración de la misericordia del Padre con sus hijos, los cristianos convertidos. El hijo menor o pródigo se marcha de la Casa del Padre para liberarse de la disciplina y  buscar la libertad en el mundo, y lo que encuentra es el desengaño y la esclavitud de vicios. Y hundido en la miseria y muerto de hambre, rompiendo todos los temores, decide volver, en calidad de criado, no de hijo,  a la Casa del Padre, que le estaba esperando con los brazos abiertos; y lo que encuentra es la libertad y el Padre de siempre, que no conocía. Representa a los cristianos pecadores que dejan a Dios para ser libres en el mundo, y desengañados, vuelven a la Casa del Padre, donde encuentran la libertad, la paz y la felicidad.

 El hijo mayor, que siempre estuvo en la Casa del Padre bajo su obediencia, pero con indiferencia, frialdad o tibieza, representa a los pecadores que cumplen con la Iglesia en estado de pecado venial habitualmente, sin lucha por el progreso espiritual. Y cuando vuelve su hermano a Casa, y sabe que su Padre ha recibido a ese hijo suyo con banquete y música, no quiere volver a Casa, representa a los pecadores que están en la Iglesia, Casa del Padre, pero lejos del corazón del Padre.

 En definitiva, la misericordia de Jesús está expresada en esta parábola para todos los cristianos pecadores que se arrepienten y vuelven a la Casa del Padre.

 Hagamos un comentario sobre la parábola, explicando tres puntos destacados:

  • El hijo menor
  • El hijo mayor
  • El padre


 EL HIJO MENOR

        El hijo menor pide la herencia que no le corresponde al Padre para marcharse de casa; y él, sin ninguna obligación en derecho, por propia voluntad la reparte entre los dos hijos. A los pocos días, se marchó de casa a un país lejano porque quería ser libre, y no vivir bajo la obediencia del padre y de la disciplina de la casa; y lo que consiguió fue no la libertad sino el libertinaje, la esclavitud de sus pasiones. 

Libre ya de la obediencia, derrochó la hacienda viviendo como un perdido entre amigotes, comidas juergas y diversiones. Cuando se le acabó el dinero, sobrevino en aquel país el hambre, y empezó él a pasar necesidad. No encontrando trabajo, se vio obligado a ponerse a servir a un amo, desempeñando el oficio bajo y denigrante de guardar cerdos,  hasta el extremo de que quería llenar su estómago de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie, se las daba.

En esa gravísima  necesidad, se acordó de su padre y de su casa y pensó: “¡Cuántos jornaleros de mi padre están hartos de pan, mientras que yo aquí me muero de hambre!”.

Dios permite al pecador, hundido en la miseria, que padezca males para que vuelva a Dios y compruebe que lo que había dejado era mucho mejor que lo que encontró fuera de la casa del Padre. El mal es en algunas personas una ocasión para que venga el bien, por aquello de que “no hay mal que por bien no venga.”

El hijo pródigo examina detenidamente su penosa situación, y entre tentaciones y luchas interiores de vergüenza de sí mismo  y confianza en el Padre, decide ponerse en marcha a su encuentro, con el deseo de pedirle perdón y un puesto de trabajo en su casa, en calidad de siervo.

Se puso en camino hacia la casa del Padre, y se encontró con la sorpresa de que le estaba esperando a la entrada del pueblo: Cuando aún estaba lejos, su padre le vio, y, lleno de emoción, fue corriendo a echarse al cuello de su hijo y le cubrió de besos.

Cuando por nuestros pecados, arrepentidos, queremos volver a Dios, resulta que antes que lleguemos al Padre, Él ya nos está esperando. El encuentro del pecador con Dios no es una casualidad sino la causalidad del amor.

El hijo confesó delante del padre su pecado, y él, en vez de reprenderle o hacerle los cargos, le recibe como hijo, manda a sus criados cambiarle el vestido, ponerle un anillo en su mano, y sandalias en sus pies, matar el ternero y celebrar un banquete con música, porque este hijo había muerto y había resucitado. El hijo se quedó en la casa con el padre durante toda su vida.

En el hijo menor están simbolizados los cristianos que estuvieron un tiempo en la Iglesia, a bien con Dios, y buscando la libertad cayeron en la degradación de la vida de pecado, siendo esclavos de sus pasiones, y no señores de ellas.

 EL HIJO MAYOR

El hijo mayor estuvo siempre trabajando en la casa del padre cumpliendo sus órdenes, pero lejos de su corazón. Cuando se enteró por un criado de la casa del comportamiento de su padre con su hermano menor, a quien había recibido a bombo y platillo, regalándole  un traje de fiesta, celebrando un banquete con música y todo, se enfadó y no quería entrar en casa. El padre salió a su encuentro y trató de persuadirle, pero él, enfadado, manifestó sus quejas, aparentemente justas: “Estoy siempre en tu casa sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para divertirme con mis amigos” (Lc 15,29). En cambio, cuando volvió ese hijo tuyo, no mi hermano, después de haber derrochado tu fortuna pecando con mujeres, premias su vuelta y celebras una fiesta. Pero el padre le hizo los razonamientos: “Deberías alegrarte porque tú siempre has estado conmigo,  todo lo mío es tuyo, en cambio, tu hermano estaba perdido y lo hemos recuperado”.

 Las quejas del hijo mayor se explican humanamente, porque el comportamiento del padre con el hijo menor suscitó la envidia en el hermano mayor. Pero como el padre de la parábola era Dios, Padre único, es una explicación del amor de Padre, excepcional, para con todos sus hijos pecadores, pues los dos eran pecadores. Y parece más y mejor padre para los hijos que más lo necesitan, como hacen los padres de la tierra.

 El hijo mayor no reconoce a su hermano, como hermano, sino como hijo de su padre. Y el que no reconoce al hombre como hermano, no puede ser verdadero hijo del Padre. ¿Quién es más prodigo el hijo menor o el hijo mayor?

           En el hijo mayor pueden estar significados los cristianos, practicantes de toda la vida, que estamos en la Iglesia, simplemente cumpliendo las leyes con indiferencia, tibieza o rutina, pero lejos del corazón de Dios, Padre; y nos molesta que los hermanos arrepentidos, que llevaron una vida de pecado, vuelvan a la Iglesia y reciban un trato de fiesta.

 EL PADRE

        La figura del Padre es un personaje ideal, único, excepcional, de bellísima ficción literaria, no real, un padre puramente imaginario que no corresponde a la realidad de un  padre de la tierra, porque representa a Dios, Padre, que no tiene parangón. El padre de esta parábola trasciende la concepción humana de los cuentos didácticos de la más sublime imaginación.

El padre reparte la hacienda entre los dos hijos (Lc 15,12) simplemente porque se la pide el hijo menor, sabiendo que no era bueno y estaba harto de estar en su casa, sometido a la obediencia para  vivir su vida en libertad.

 Ningún padre de la tierra da la hacienda al hijo que se quiere marchar de casa a derrochar su fortuna en vicios y pecados. La hacienda se hereda o se reparte en vida, si quieren los padres, cosa no aconsejable, o a la muerte, según testamento, y no porque se la pida el hijo.

 El padre vio al hijo que volvía a casa cuando aún estaba lejos, porque estaba esperando siempre su vuelta (Lc 15,20). Un buen padre siempre espera el regreso del hijo que se marcha de casa, aunque sea malo. La psicología humana me hace pensar que el padre se asomaría frecuentemente a la azotea para ver el último lugar, que quedó fijado en su memoria, por donde perdió de vista a su hijo, con la esperanza de volverle a recuperar.

            Cuando el padre vio de lejos al hijo que regresaba, emocionado echó a correr, siendo mayor, cosa significativa pues los mayores no pueden correr, y cuando llegó a donde estaba él se echó al cuello de su hijo y le cubrió de besos (Lc 15,20), antes de que le pidiera perdón. Cuando el hijo, arrepentido de su pecado, le pidió perdón a su padre y  un puesto de trabajo en la servidumbre de su casa, el padre mandó vestirle con un traje de fiesta, ponerle un anillo, calzar sus pies con sandalias nuevas, signos de verdadero hijo, y mandó celebrar un banquete con música (Lc 15, 21-24). 

            Lo mismo pasó con el hijo mayor. Cuando regresaba del campo y se acercó a la casa, al enterarse de la fiesta que había organizado su padre porque había vuelto su hermano, se enfadó y no quería entrar. Pero el padre salió a su encuentro, le hizo los razonamientos oportunos, y le persuadió a que entrara. Pero él le dio las quejas, muerto de envidia. No sabemos si los razonamientos persuasivos del padre hicieron que el hijo mayor entrara en la casa del padre, pienso que sí. Y ambos hijos vivirían juntos con los roces normales de hermanos, pero cada hijo encontraría distintamente en su casa a su padre. 

             La presente parábola nos enseña que  Dios es Padre de todos los pecadores, y está deseando y preparado para que vuelva el hijo para perdonarlo,  de cualquier manera que haya sido su vida de pecado, pues su corazón es infinito de amor y perdón para sus hijos, por muy pecadores que sean.

 

 

 

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